• Revista Nº 175
  • Por Nicolás Lazo Jerez

Especial

La irrupción de la ola coreana

La música, el cine y las series de origen coreano, entre otras manifestaciones artísticas, se han instalado en todo el mundo con una fuerza inusitada. Chile ha sido un destino especialmente receptivo a este fenómeno. ¿A qué se debe tal impacto? Una estrella ascendente del k-pop, una académica experta en la cultura de la península y el embajador de Corea del Sur en nuestro país intentan explicarlo.

Siete hombres jóvenes están de pie en medio de un escenario. Tomados de la mano, entre todos forman una cadena inmóvil de trajes color caqui. Por la expresión nerviosa de sus rostros, es evidente que los domina la ansiedad. Cada tanto, alguno de ellos experimenta un temblor leve apenas reprimido.

Para los siete, se trata de un momento único. Llegar hasta aquí implicó varios meses de ensayos regulares, 30 horas de vuelo y dos semanas extra, que acaban de terminar, con más ensayos y más vuelos. Ahora mismo, sin embargo, no existen el cansancio ni la conciencia del proceso, sino solo una expectación que los desborda. La mayoría, confesarán después, está al borde del llanto.

Diego Echeverría, Felipe González, Sebastián Guzmán, Fernando Herrera, Ricardo Navarrete, Sebastián Ruz y Martín Silva, procedentes de Santiago de Chile, presentaron minutos atrás un dance cover o versión coreográfica de “Jopping”, un hit de la banda SuperM, ante un estadio repleto en Changwon, Corea del Sur. El contexto es la final de la edición 2022 del K-pop World Festival, un megaevento organizado por la cadena televisiva Korean Broadcasting System en que compiten los cultores más talentosos de ese género musical a nivel planetario. Soldier, la banda chilena, recién dejó en el camino a un rival imbatible –Japón– y se apresta a oír el veredicto que zanjará el torneo.

—¡Felicitaciones, Chile! –exclama un animador–.

¡Grupo Soldier!

El público estalla en una ovación.

—¡Chi, chi, chi! ¡Le, le, le! ¡Viva Chile! –agrega la coanimadora.

Los siete se abrazan con sus contendores y saludan a la audiencia, exultantes.

—En ese minuto, yo no pensaba más que en agradecer –recuerda Martín Silva, líder del grupo, un año después–. Al fin y al cabo, nos dieron todo. La experiencia: eso es lo que vale más.

Incluso, el orgullo se dejó sentir entre las autoridades políticas chilenas. “Han conseguido llegar a la cúspide de lo que hacen a punta de esfuerzo”, posteó en X Claudia Pizarro, alcaldesa de La Pintana, comuna en la que viven Herrera y Silva. El propio Presidente Gabriel Boric recibió a la agrupación en La Moneda unos días más tarde.

El logro inédito de Soldier es apenas una muestra de la penetración de la música popular surcoreana en los países occidentales, Chile incluido. En el ámbito local, el fenómeno lleva al menos una década instalado con fuerza. Tras el éxito arrollador de “Gangnam style”, una canción paródica sobre la búsqueda del lujo interpretada por el cantante PSY, la ola coreana –hallyu, en ese idioma– ha traído consigo una serie de bandas juveniles de gran virtuosismo tanto en el canto como en el baile. Blackpink, Stray Kids y TXT son algunas de las más visibles, aunque BTS ostenta hasta ahora el lugar principal: en septiembre de 2021, sus integrantes pronunciaron un discurso ante la Asamblea General de Naciones Unidas con el propósito de promover en su generación la agenda de Objetivos de Desarrollo Sostenible.

—El género k-pop la supo hacer, porque marca la diferencia respecto a otras expresiones –plantea el líder de Soldier, quien, como muchos de sus coetáneos, partió ensayando bailes a un costado del GAM y en el parque San Borja, en el centro de Santiago–. Es algo nuevo para el mundo. El pop estaba bien, pero ¿qué pasa cuando en el k-pop se da tan bien la estética, tanto en la belleza de los idols como en el maquillaje y las coreografías? Es un bombardeo de innovación para el público. Y la gente lo empezó a captar.

LA ESTRATEGIA

La música no es la única disciplina que da impulso a este caudal cultural. Durante los últimos años, las películas surcoreanas han ganado terreno en el centro de la industria cinematográfica. Parásitos (2019), dirigida por Bong Joon-ho, se convirtió en la primera cinta de habla no inglesa en ganar el Oscar a Mejor Película, así como la primera en ganar de manera simultánea esa categoría y la de Mejor Película Internacional.

A juicio de los expertos, tal presencia se explica, en buena medida, por la digitalización del consumo cultural alrededor del mundo.

—Internet y las redes sociales han desempeñado un papel fundamental en la difusión de la cultura surcoreana, porque los fanáticos de todo el mundo pueden acceder fácilmente a la música, los dramas y, en general, al contenido coreano en múltiples plataformas –dice desde Seúl Wonjung Min, doctora en Literatura Latinoamericana por la Universidad Hankuk de Estudios Extranjeros–. Esa accesibilidad ha permitido que los productos culturales surcoreanos lleguen rápidamente a una audiencia global. Es la diferencia entre la experiencia de los fandom de animé y la de los fandom de k-pop: el primero apareció en una época análoga, mientras que el segundo lo hizo en la era digital.

Las cifras lo confirman. Desde Netflix Chile informan que, a contar de 2017, las horas dedicadas a ver contenido coreano se han duplicado año tras año a escala continental. “Las series y películas coreanas han aparecido regularmente en nuestra lista Global Top 10 en más de 90 países, y tres de los programas más vistos de Netflix son de Corea”, asegura Don Kang, vicepresidente de contenido coreano de la plataforma, a través de un comunicado. Las demás plataformas de streaming, desde Prime Video hasta Disney Plus, pasando por Star+ y HBO Max, no quieren quedarse atrás y han adquirido los derechos de transmisión de series y películas de ese origen.

—El capital cultural es muy importante en Chile, donde este aspecto depende de la clase socioeconómica –añade Wonjung Min, quien además se ha desempeñado como académica en el Centro de Estudios Asiáticos UC–. Sin embargo, Internet rompe la barrera para acceder a la cultura. Ahí no existe la clase ni el género. La ola, eso sí, está lejos de ser un hecho azaroso. Quienes conocen de cerca el fenómeno coinciden en que tras la hallyu existe un fuerte respaldo por parte del gobierno surcoreano. Ese esfuerzo se inscribe, a su vez, en una estrategia estatal más amplia emprendida durante las últimas tres décadas, la que busca “potenciar el lugar de Corea en el escenario mundial, no solo económicamente, sino también en términos políticos, diplomáticos, culturales y sociales”, según se lee en el libro Estudios coreanos para hispanohablantes (Ediciones UC), coordinado por la profesora Min.

—En este momento, la cultura coreana es una gran tendencia en todo el mundo –sostiene Hak-Jae Kim, embajador de Corea en Chile, para quien este boom responde a una conjunción entre iniciativa pública e inversión privada, con el consiguiente aumento de la demanda general por los productos de la península–. En una era de globalización, podemos compartir productos digitales en tiempo real, lo que ayuda enormemente a la ola que estamos viendo.

La ruta del posicionamiento cultural surcoreano, en línea con lo que académicos y analistas denominan soft power, no habría sido posible sin el “milagro económico” que experimentó ese país durante la segunda mitad del siglo XX, un proceso auspiciado por Estados Unidos, que aportó 600 millones de dólares a lo largo de 20 años, según datos oficiales.

Para el diplomático coreano, magíster en Estudios Jurídicos Europeos e Internacionales, tanto la apuesta por la educación formal como la acelerada industrialización de Corea han sido factores clave en dicho florecimiento, todo ello empujado por una política “audaz y progresiva”, afirma.

—Durante mucho tiempo, Corea ha sido uno de los principales países en el área de investigación y desarrollo. No queremos ser arrogantes, porque cada lugar tiene una situación diferente y un modo propio de alcanzar el desarrollo, pero nos parece importante compartir nuestra experiencia.

A estas alturas, esa experiencia se ha convertido en un negocio imparable: de acuerdo con cálculos de Forbes, solo el k-pop reditúa más de diez mil millones de dólares anuales a la economía de Corea del Sur.


RECOMENDADOS: CULTURA MADE IN COREA

Una puerta de entrada posible a las letras surcoreanas es el mundialmente famoso filósofo Byung-Chul Han, cuyas reflexiones sobre el capitalismo y la tecnología, entre otras materias, le han granjeado un lugar en el pensamiento contemporáneo. La sociedad del cansancio, su obra más reconocida, describe una cultura actual marcada por la depresión y el desgaste ocupacional, un diagnóstico elocuente en su competitivo país de origen.

Corea del Sur también cuenta con una pléyade de cineastas respaldados por la crítica y el público, como Kim Ki-duk (Hierro 3) y Lee Chang-dong (Burning), laureados en Cannes y Venecia. Cabe subrayar la aparición progresiva de grandes realizadoras, desde la pionera Park Nam-ok (The Widow) hasta la intimista Yoon Ga-eun (The house of us).

A este lado del mapa, Santiago cobija desde hace unos años un circuito boyante de restaurantes coreanos, entre los que destacan el tradicional The Gaon (Las Condes), el concurrido Oiso (Recoleta) y el recién inaugurado Guksi (Providencia), este último a cargo de Woosuk Han, el joven exchef de la embajada coreana en Chile.

EL FUTURO

Actores y idols no son los únicos protagonistas de la ola coreana. En una época marcada por un acceso a la fama sin intermediarios, la hallyu también ha hecho emerger referentes derivados del fenómeno, como cosplayers –imitadores de un personaje mediante accesorios y trajes– e influencers. En esta última categoría, uno de los nombres más populares es el de Sujin Kim, una surcoreana radicada en México que imparte lecciones a través de las redes sociales sobre el idioma, la moda, la música y las tradiciones de su país. En julio, The New York Times la describió como “la traductora de cultura pop coreana que triunfa en Latinoamérica”.

Chile tiene sus propias figuras en este ámbito. Francisca Chekal, por ejemplo, es una modelo y creadora de contenido chileno-coreana que goza de un arrastre enorme en la red: tiene 203.000 seguidores en Instagram y más de 2,5 millones en TikTok. Ahí sube videos humorísticos breves, comparte consejos de autocuidado y publica datos sobre el país del que proviene. “Sé que mucha gente está interesada en el k-pop, pero no pensé que también iban a estar interesados en la cultura”, confesó en febrero de este año en una entrevista. La difusión de ese género musical, además, ha despertado en muchos jóvenes el sueño de llevar una vida similar a la de sus ídolos. Sin embargo, las jóvenes estrellas de la música coreana a menudo son sometidas a regímenes de disciplina draconianos. Y no es todo:

—Es una competencia enorme –advierte Wonjung Min–. De hecho, ¿cuántos de ellos pueden debutar en Corea? Dicen que menos de un 1%. Pero igual los jóvenes dan como respuesta “Yo quiero ser un idol” a las encuestas vocacionales. Aunque, como en todas las cosas, hay factores positivos y negativos: algunos dicen que es una mejor escuela, porque se enseñan baile, idiomas extranjeros y música.

Martín Silva, quien hace clases de baile en cuatro colegios en la Región Metropolitana y sueña con dirigir una banda de pop made in Chile, subraya los factores positivos.

—Es un gran aporte para los niños de hoy. ¡Qué mejor que entregarles este género musical que es sano y donde no influye nada más que la danza y la estética!

¿Qué cabe esperar durante los próximos años respecto de la expansión de la influencia cultural surcoreana?

¿Es posible asistir a un repliegue de este proceso, o se trata de algo más que una moda? La profesora Wonjung Min no lo duda demasiado:

—Más allá del k-pop y de los k-dramas, es probable que Corea del Sur diversifique aún más sus exportaciones culturales, lo que incluye áreas como el cine, la literatura y la cocina. Habrá una expansión hacia otros mercados, particularmente en regiones donde aún no ha logrado avances significativos: América Latina, África y otras partes de Asia. Los artistas continuarán produciendo contenido que resuene en audiencias globales y que, al mismo tiempo, conserve elementos de esa identidad cultural única.