
Mario Vargas Llosa o el culto a la libertad
En 1988, la editora de la Revista Universitaria visitó en Lima a un escritor peruano que consideraba un “forastero en su tierra”, por el amor-odio que profesaba por su Perú natal. En esos años, la ideas libertarias de este autor e intelectual se preparaban para uno de los momentos más importantes de su vida: en 1990 se convertiría en candidato a la presidencia de Perú, siendo derrotado más tarde por Alberto Fujimori. Pero su discurso estuvo lejos de apagarse ahí. Este ha trascendido por años, al igual que su prolífica carrera literaria, coronada en 2010 con el Premio Nobel de Literatura. En estos días de despedida, recogemos las palabras de Vargas Llosa en su esplendor creativo.
Todo parece indicar que se trata de un forastero: su rabiosa independencia, sus enérgicas opiniones y esa descomplicada capacidad para luchar contra los carceleros del espíritu como los llamó Nietzsche. Sus rasgos, en cambio, garantizan que estamos frente a un latinoamericano neto, pues en su rostro se han aliado los mejores atributos europeos e indígenas –se han mezclado las sangres al decir de Arguedas– como si el hélice del ADN hubiera seleccionado de aquí y de allá lo más aventajado.
Estamos hechos destiempo, pero a Mario Vargas Llosa su época parece habérsele colado por todas las rendijas, convirtiéndole en un cacique del mundo intelectual o un mandarín, si tomamos las palabras que él mismo usó para caracterizar a Sartre –uno de sus pensadores predilectos por allá por los años sesenta–, un hombre al que una vasta audiencia confiere el poder de legislar sobre asuntos que van desde las grandes cuestiones morales, culturales y políticas hasta las más triviales. Sabio, oráculo, sacerdote, mentor, caudillo, maestro, padre, el mandarín contamina su tiempo con ideas, gestos, actitudes, expresiones.
Oriundo de la periferia –Sudamérica–, se instaló con camas y petacas en ella cuando eligió la literatura, después de cortejar varias labores y fastidiosos trabajos alimenticios. “Mientras seguía con cierto desgano los cursillos del doctorado en la Facultad de Letras y leía galopantes novelas de caballería me planteé por primera vez la ambición de ser escritor…. Hacia finales de 1958 quedó perpetrado el acto de locura; tratar de ser escritor“. Algo parecido a querer hacer de la periferia el centro. Y así ha sido, pues este novelista fronterizo ha escrito siempre sobre los suburbios de esa frontera: Piura y los arenales, Santa María de Nieva, Machiguengas, Canudos, Quillabamba. Estos ocultos capítulos de la realidad que han subido a nacer a través de la creación de este hombre que acumula premios y reconocimientos en su currículo e improperios en un baúl. Cualquier cosa menos el olvido. “En América Latina un escritor no es solo un escritor. Debido a la naturaleza terrible de nuestros problemas, a una tradición muy arraigada, al hecho de que contamos con tribunas y modos de hacemos escuchar, es también alguien de quien se espera una contribución activa en la solución de los problemas. Puede ser ingenuo y errado. Sería más cómodo para nosotros, sin duda, que en América Latina se viera en el escritor alguien cuya función exclusiva es entretener o hechizar con sus libros”.
Sus hechizos se han publicado bajo disntintos nombres desde 1959 hasta nuestros días, sumando más de cinco mil páginas e incontables ediciones. Todo un exhibicionista si se tiene en cuenta lo que él mismo reclamó para la novela: “Escribir es una ceremonia parecida al striptease. Como la muchacha que bajo impúdicos reflectores se libera de sus ropas y muestra, uno a uno, sus encantos secretos, el novelista desnuda también su intimidad en público a través de sus novelas. Pero claro, hay diferencia. Lo que el novelista exhibe de sí mismo no son sus encantos secretos, como la desenvuelta muchacha, sino demonios que lo atormentan y obsesionan, la parte más fea de sí mismo: sus nostalgias, sus culpas, sus rencores. Otra diferencia es que en un striptease la muchacha está al principio vestida y al final desnuda. La trayectoria es a la inversa en el caso de la novela: al comienzo el novelista está desnudo y al final vestido… Las experiencias personales (vividas, soñadas, oídas, leídas) que fueron el estímulo primero para escribir la historia quedan tan maliciosameme disfrazadas durante el proceso de la creación que, cuando la novela está terminada nadie puede escuchar con facilidad ese corazón autobiográfico que late fatalmente en toda ficción. Escribir una novela es un striptease invertido y todos los novelistas son discretos excibicionistas”.
Si el escritor se desnuda de sus fantasmas presumo que habría que preguntarse si el periodista –especialmente en Latinoamérica– ¿no desviste acaso a los demás? ¿No obliga a sus congéneres a enrostrar los miedos y demonios de nuestro tiempo?
El tema que nos ha reunido a conversar en este agosto de Lima, más gris que una película de un cine de barrio, es quizás uno de nuestros temores más amados: América. El escritor, el intelectual, el periodista, el hombre, y el político habría que agregar hoy, es decir todos los inquilinos de Vargas Llosa comparten la pasión por este continente. Inquilinos que por lo demás se entremezclan y fraguan en una maravillosa alquimia, como ocurre, por ejemplo, con el periodista que aparece en Conversación en la Catedral, Santiago ZavaJa, quien ve la vida con desencanto desde la puerta de la “Crónica”.
—Yo querría valerme de Zavalita –su personaje– que al comenzar la novela Conversación en la Catedral se cuestiona en qué momento se jodió el Perú... Como él, yo quería preguntarle, ¿en qué momento se jodió América?
—No creo que América ande tan “jodida” en este momento… Hay cosas preocupantes, por supuesto, pero hay algunas que para mí son muy alentadoras. Por ejemplo, en el campo cultural no me cabe duda que hay en América Latina una creatividad que ha sido reconocida por el mundo. Hoy día se sabe que nuestro continente no produce solo exotismo sino también formas artísticas valiosas.
En el campo político hay un proceso de democratización que tiene un sustento popular, tal vez por primera vez en la historia. Porque hasta ahora, con algunas excepciones, la democratización era sobre todo invento de una elite que decidía experimentar la democracia, intentos que la masa veía con cierto escepticismo, sin participar de manera muy activa ni resuelta. Me parece que eso ha cambiado. El pueblo ha llegado a través de muchos reveses y frustraciones a una intuición certera: la democracia es el mejor camino para atajar la violencia, para crear formas civilizadas de coexistencia y también –espero– para desarrollarnos de una manera realmente efectiva. Pero hace treinta años en América Latina todavía se vivía dentro de una atmósfera de polarización extrema: dictaduras militares por un lado y, por el otro, la gran mitología revolucionaria que despertaba tantas esperanzas en las vanguardias y en sectores populares importantes.
—Hablar de América es hablar de mitos y sueños. Primero exotismo y luego mitología revolucionaria hace más o menos treinta años. ¿Por qué esta forma de mirar América?
—América Latina representa para la óptica europea un mundo exótico donde coexisten tiempos históricos distintos y culturas diferentes. Un mundo donde todavía la naturaleza está sin domesticar del todo. Eso crea algo distinto de la realidad estabilizada, con una gran tradición de los países europeos. Desde esa perspectiva, que América aparezca como un continente exótico, pintoresco, no es del todo sorprendente. Por otra parte nosotros hemos contribuido a divulgar la imagen de una realidad pintoresca, porque muchas veces nos hemos comportado de esa manera o hemos producido una literatura y un arte que confirmaba esa imagen. Eso me parece que en nuestros días ha cambiado considerablemente. Pero en el pasado la imagen que nosotros fraguábamos de nosotros mismos era bastante pintoresquista y colorista.
—¿O sea que en el fondo nos creímos la imagen que los europeos tenían de nosotros?
—Pues sí, en algunos casos nosotros nos reconocimos y adoptamos esa imagen pintoresca y caricatural… y en otros respondía a una verdad. Los latinoamericanos descubrimos nuestro paisaje, por ejemplo, muchísimos siglos después de Colón. Sólo a fines del siglo XIX entra, realmente, el paisaje de América Latina a nuestra literatura. Cuando era estudiante hice un análisis del paisaje en dos novelas románticas peruanas. Curio samente en el1as se describía un paisaje que no tenía nada que ver con el espacio donde en teoría sucedía la novela. Se hablaba de estaciones y en Lima no existen. Existe invierno y verano, pero las estaciones interme dias las conocemos sólo a través de libros. Los árboles no pierden las hojas. Pero no sólo en eso eran extraordinarias estas novelas, sino que hablaban de una fauna y de una flora que venían directamente de la Jiteratura romántica que era el modelo en el que ellos se apoyaban para inventar. Nosotros hemos tenido una cultura muy mimética y poco representativa de lo que era nuestra propia experiencia.
Lo que sucede es que el tiempo y el espacio tienen otras dimensiones en América. Ese es un elemento muy fundamental en algunas de sus obras, pienso por ejemplo en el caso de La Casa Verde y El Hablador, donde a pocos kilómetros de distancia coexisten culturas contemporáneas con grupos que viven en la edad de piedra.
A diferencia de lo que ocurre en países como Chile, Argentina o Uru guay, que son sociedades más bien integradas, donde todos companen ciertos presupuestos culturales, una tradición, una lengua, una visión histórica, en Perú, México, Guatemala, Bolivia o Ecuador tienen en su interior varios países coexistiendo y a veces de manera muy áspera, como es el caso de Perú. Aquí tenemos peruanos que viven en el siglo XX, que participan de la modernidad más completa y peruanos que viven todavía en la edad de piedra, como los de muchas tribus amazónicas, muy arcaicas. Hacer una literatura representativa de una realidad tan contradictoria es todo un desafío a la imaginación, exige la invención de fonnas artísticas… Es algo que a mí siempre me ha apasio nado. Cómo integrar sociedades tan disímiles es nuestra gran problemá tica, pero también nuestra riqueza.
—Frente a tanta diversidad, ¿tiene entonces sentido buscar una identidad americana o estaríamos frente a una utopía más?
En absoluto, porque una identidad no tiene que ser homogénea y unívoca. Puede ser extraordinariamente compleja y diversa. Eso somos. Esa es una de las maneras de ser latinoamericano. Vivir al mismo tiempo en la edad de piedra y en el siglo XX. Estar incrustado simultá neamente en experiencias culturales muy distintas. Esa es una de las características de América Latina y, quizás, lo que le da a nuestras expresiones artísticas un rasgo muy particular.

"A Mario Vargas Llosa", escribe Cecilia García-Huidobro, "su época parece habérsele colado por todas las rendijas, convirtiéndole en un cacique del mundo intelectual". Fotografía: archivo Universidad Católica
Razón y magia
No son pocas las vallas que hay que remontar a la hora de averiguar quiénes somos y qué nos depara el futuro. Tal vez a eso se refería Vargas Llosa cuando afirmó no hace mucho, en la Universidad de Georgetown, que a los latinoamericanos nos resultaría muy útil revisar la literatura sobre las épocas del Descubrimiento y la Conquista, para aproximarnos así a las rafees de los problemas y retos no resueltos que debemos enfrentar”.
—¿Es posible afirmar que con los cronistas se “acaba el silencio de las razas” y que estamos ante una literatura fundacional?
—Ciertamente, los cronistas son nuestra literatura de fundación. En las obras del Descubrimiento y Conquista ya están echadas las bases de lo que serán más tarde las letras latinoamericanas. Hay ahí un maravillarse con el descubrimiento de un mundo distinto, un hechizo por esta naturaleza sin domesticar, por el encuentro con lo otro… Hay, al mismo tiempo, ya toda una anticipación de lo que sería una literatura de imaginación, donde la fantasía prevalece sobre la realidad…
—¿Se podría decir entonces que existe una vinculación entre los cronistas y el realismo mágico o lo real maravilloso, como llamó Carpentier a las actuales corrientes literarias de nuestro continente?
—Sin ninguna duda. Ambas expresiones obedecen a una realidad donde todavía la magia prevalece sobre la pura racionalidad. Nosotros tenemos culturas que viven todavía dentro de la magia, en una edad prerracional. Me acuerdo, por ejemplo, de la crónica de Cristóbal de Acuña sobre la primera travesía por el Amazonas. Ese libro es una maravilla como ficción, como visión imaginaria de la realidad. Con una serie de personajes fabulosos, mitológicos, que ese señor incrusta dentro de la Amazonia porque el espectáculo de ese mundo inédito lo asocia inmediatamente con toda la fantasía clásica. De esto hay mucho en los cronistas: una ingenuidad que abre las puertas a la pura fantasía. En este sentido las obras latinoamericanas modernas son muy semejantes.
Y si la literatura del descubrimiento y el realismo mágico están secretamente ligados, “al medio hay un abismo sin música ni luz”, como diría Violeta Parra. La literatura colonial se produce dentro de un mundo reprimido, opina Vargas Llosa, porque vive el terror de la heterodoxia.
“Por una Sor Juana Inés de la Cruz hay tanta literatura hueca… Y en el siglo pasado también, ya que la novela es muy dependiente de modelos… la mejor narrativa no es la que se escribe con un propósito de invención, sino ensayos, libros históricos que resultan por la fuerza narrativa natural de sus autores, grandes libros que rozan la ficción. Facundo, por ejemplo, u Os sertões, de Euclides da Cuhna, son libros maravillosos, pero que nunca fueron escritos como ficción”.
Pero la dependencia de modelos se demostró sobre todo en lo ideológico. Es el caso del impacto de la Revolución Francesa por ejemplo. Somos hijos de la Revolución Francesa casi tanto como los franceses. Nuestra independencia tiene un cordón umbilical con la revolución y el siglo XIX latinoamericano es un siglo que vive encandilado por el modelo francés. Bolívar es un Napoleón latinoamericano. En él hay una asunción muy clara y directa del modelo napoleónico. Nuestras constituciones imitan a los códigos franceses. Nuestra literatura está impregnada de literatura francesa. La influencia ha sido decisiva y todavía hay un cierto romanticismo en América por el ejemplo revolucionario que viene de la Revolución Francesa. Hay una mitología que genera la revolución que arraiga profundamente dentro de la sensibilidad latinoamericana.
—¿Y dentro de ese rimbombante eslogan perseguido por la Revolución, por qué se favoreció en nuestro continente el concepto de igualdad sobre el de libertad?
—Parecían tan exaltantes los ideales de igualdad, libertad y confraternidad que tuvieron que pasar muchos años y la humanidad tuvo que darse muchos golpes y traspiés para entender que esos valores, igualmente ricos y arraigados en el corazón humano, podían ser contradictorios y que había que optar entre ellos. Y el hombre latinoamericano se resiste porque vive todavía dentro de esa influencia romántica.
En el sector popular hay una verdadera transformación de la mentalidad que me parece muy estimulante y la mejor esperanza para un desarrollo democrático en América Latina. Los pobres han descubierto que si no asumen la responsabilidad de la creación de la riqueza, el Estado no la va asumir jamás. Ellos han descubierto que el Estado es el gran explotador, el gran discriminador. Eso hace que empiece a surgir un espíritu de empresa, un sentido de libertad individual y de libertad económica.
EL ESTADO, ESTE GRAN DISCRIMINADOR
—Hay quienes han destacado que América Latina ha dado grandes poetas pero no ha dado grandes empresarios. ¿Qué le parece este diagnóstico?
—Nosotros hemos vivido desgraciadamente dentro de lo que el historiador chileno Claudio Véliz llama la tradición centralista. Esa tradición creo que ha sido el mayor obstáculo para desarrollarnos social y económicamente. Hemos vivido con una tradición en la cual el individuo abdicaba en nombre de alguna instancia superior, encargada de resolverle todos los problemas. La Iglesia resolvía sus problemas, luego el Estado recoge esa tradición y todavía en buena parte de América Latina sigue haciéndolo. Eso ha impedido que surja, como en los países anglosajones por ejemplo, la creatividad en el campo de la riqueza. En la Colonia era una actividad sobre la que recaía todo un tabú social, crear riqueza era una actividad de siervos. El señor no creaba riquezas, era rentista. Estados Unidos tiene una cultura del éxito que aquí no hemos tenido. El éxito estaba mal visto entre nosotros y representaba alguna forma de deshonestidad e inmoralidad.
—Octavio Paz cree percibir el surgimiento de una nueva corriente de intelectuales –en la que sitúa a Mario Vargas Llosa junto a Jorge Edwards y Cabrera Infante– que se habría distanciado de este concepto estatista privilegiando más bien la idea de individuo.
—Afortunadamente hay una corriente, pero no está restringida solo a los intelectuales. En el sector popular hay una verdadera transformación de la mentalidad que me parece muy estimulante y la mejor esperanza para un desarrollo democrático en América Latina. Los pobres han descubier to que si no asumen la responsabilidad de la creación de la riqueza, el Estado no la va asumir jamás. Ellos han descubierto que el Estado es el gran explotador, el gran discriminador. Eso hace que empiece a surgir un espíritu de empresa, un sentido de libertad individual y de libertad económica. Ahora hay intelectuales que comienzan a servir de expresión a ello. Pero todavía estamos muy rezagados respecto del mundo desarrollado democrático, pues hay quienes viven todavía dentro del mito centralista del Estado como el instrumento de la transformación de la justicia social. Esa es una batalla que está librándose en América Latina. Hasta hace unas décadas prácticamente esa mentalidad tenía el monopolio de la vida intelectual en nuestro continente.
Agudo polemista, pertenece a esa raza de intelectuales de “lidia” que no titubea en reaccionar con vehemencia cuando está en desacuerdo. Y como un buen amante, se ha batido a duelo por América las veces que ha sido necesario, sobre todo cuando los europeos intentan proyectar sus fantasías en ella. “América Latina, desde su nacimiento para el mundo, ha cumplido la función de encarnar los sueños de los occidentales. Eso tiene una parte buena, ser el sueño de alguien es poco menos que ¡una creación borgiana! Pero tiene también una parte negativa. En el siglo XX los ideales de los intelectuales europeos de los países democráticos son apocalípticos, y si uno está enamorado del apocalipsis no hay ninguna posibilidad de obtenerlo en Francia o Inglaterra en esta época. Esos intelectuales hambrientos de apocalipsis político miran a América Latina y se entusiasman, ya que sus países civilizados y democráticos son muy aburridos para ellos. El Che Guevara los deslumbra y ahora Sendero Luminoso también. Cumplimos una función que nos trae muchos perjuicios, porque quienes encarnan ese ideal son bárbaros que destruirían cualquier intento de modernidad y encuentran eco dentro de intelectua les cuyos países son muy democráticos y modernos. Eso me ha llevado muchas veces a polemizar. Que se nos juzgue con los mismos patrones políticos, morales, culturales con que se juzgan los propios europeos, ¿no?”
La intelectualidad en casa no ha marchado mejor. Basta recordar la propia experiencia de Vargas Llosa cuando firmó, junto a un grupo de intelectuales chilenos y peruanos, una declaración de paz con ocasión del centenario de la Guerra del Pacífico. “Ese intento, en 1979, fue para demostrar la estupidez del nacionalismo en nuestra época. Sin embargo la respuesta fue instructiva, pues hubo una enorme reacción crítica. Mientras seamos nacionalistas de esa manera, no va a haber unidad ni desarrollo en América Latina. El nacionalismo es todavía una de las grandes plagas latinoamericanas”.
Y si el nacionalismo en el ámbito de la cultura consiste en considerar lo propio como un valor absoluto, Vargas Llosa propone abrir las puertas y ventanas de par en par. “Un país fortalece y desarrolla su cultura estimulando la libre circulaciónde ideas, vengan de donde vengan, de manera que la tradición y la experiencia propias se vean constantemente puestas a prueba, y sean corregidas, completadas y enriquecidas por las de quienes, en otros territorios y diferentes circunstancias, comparten con nosotros las miserias y las grandezas de la aventura humana”.
—Entiendo que actualmente prepara –junto a un equipo– un programa de gobierno con el fin de proponérselo a su país, ¿qué papel le atribuye al Estado en…?
—Yo estoy trabajando en la creación de un frente de partidos democráticos…
—Perdón, pero mi pregunta no se refiere al problema de la contingencia peruana en este momento…
—Es para explicarle qué estoy haciendo exactamente. Hemos formado un frente con los partidos de Acción Popular y Popular Cristiano que se llama Libertad, en el que estamos tratando de aglutinar a un amplio sector independiente.
—Referente a políticas culturales para América, ¿qué función debe cumplir el Estado dentro del desarrollo cultural de nuestros países?
—Ese es un tema muy interesante. Así como estoy convencido de que la única manera que van a desarrollarse nuestros países es si el Estado transfiere a la ciudadanía la responsabilidad de la creación de la riqueza y se entromete lo menos posible, al mismo tiempo estoy convencido de que en países con grandes desigualdades, el Estado tiene una función de redistribución que cumplir, sobre todo en el campo cultural. Para cerrar los grandes desfases entre culturas modernas y arcaicas, por ejemplo, debe tener una labor de promoción. Si se dejara funcionar el mercado libremente, éstas serían barridas. El Esrado debe crear verdaderamente una sociedad democrática, cuyo principio rector sea el de igualdad de oportunidades para culturas e individuos.
—Revel cree percibir en América Latina –por mucho tiempo marginada culturalmente–, y lo cito, “un fenómeno nuevo que acaso la convierta en el centro a partir del cual se comprendan mejor las demás culturas y problemas políticos y culturales del planeta”.
—Es un pronóstico que debe llenarnos de orgullo, sobre todo dicho por Revel, a quien admiro por ser un intelectual verdaderamente libre y uno de los que mejor conoce América. Yo me contentaría con que América Latina se modernice, se desarrolle y cumpla un papel decoroso dentro de la cultura occidental, de la cual, me parece, forma parte. Creo que los triunfalismos son también peligrosos. Lo fundamental es que la barbarie vaya desapareciendo. La barbarie que significa el atraso, ignorancia, montruosas desigualdades económicas. Que se dé una gran batalla contra esos demonios que todavía los tenemos vivitos y coleando y que se haga dentro de la libertad. Que el desarrollo sirva también para hacer a nuestros países más libres, para incorporarse a la cultura de la libertad. Aunque Goethe decía que solo conocemos en verdad aquello que amamos, todo lo conversado no agota la pregunta que Zavalita nos arrojó a la cara. Y es que Santiago Zavala. personaje hecho con tinta y esa pasión-odio de Vargas Llosa por este Nuevo Mundo (“Perú es para mí una especie de enfermedad incurable, y mi relación con él es intensa, áspera, llena de la violencia que caracteriza a la pasión”), ha puesto banderillas en la médula del problema americano, obligándonos a embestir. Tal vez por eso Vargas Llosa escribe. Tal vez por eso nos estremecemos con sus libros.