En la fotografía Mathias Risse En la fotografía Mathias Risse
  • Revista Nº 158
  • Por Miguel Laborde Duronea

Especial

Mathias Risse : “No creo que en Chile se haya valorizado la violencia”

El director de la Unidad de la Universidad de Harvard dedicada a los derechos humanos –The Carr Center for Human Rights Policy de su Escuela de Gobierno–, Mathias Risse, vino a Chile invitado por la Universidad Católica a compartir su visión de esta “realidad extrema”. A pesar de la rudeza del descontento social, el experto destaca la relevancia de las manifestaciones pacíficas en los cambios que se han generado después del 18 de octubre.

Filósofo alemán de formación clásica –lee griego y latín–, su interés en las situaciones en que algunas personas toman decisiones que afectan los valores y creencias de otros, y cómo organizar las sociedades al respecto, lo acercó a la ética política y al respeto por los derechos humanos. Debido a la relevancia del tema, ha sido consultor de  Naciones Unidas e invitado a impartir cursos y seminarios en las universidades de Harvard y Princeton, en Estados Unidos, país donde reside actualmente.

Como académico en derechos humanos, el nombre de Chile no le era desconocido. Incluso porque, más allá de la dictadura militar, le llamó la atención que el desarrollo teórico del tema en el siglo XX tuviera a dos chilenos en roles protagónicos. Uno de ellos participó en la Declaración Universal, a la que no duda en definir como uno de los grandes logros de la humanidad: “Se considera a Alejandro Álvarez, que representó a Chile ante la Sociedad de las Naciones –mucho antes que se fundara Naciones Unidas– como el primero en proponer su protección internacional en los años 20, idea que recién se logró luego de la Segunda Guerra Mundial”, explica.

Risse conoce bien a ese sudamericano que fundó y dirigió el hoy célebre Instituto de Altos Estudios Internacionales de la Universidad de París, y que integró la Corte Internacional de Justicia en La Haya en sus primeros años. También a Hernán Santa Cruz Barceló, partícipe del texto de la declaración y quien promovió la idea de incluir los derechos socioeconómicos entre los derechos humanos.

—El aporte del chileno Santa Cruz en esta temática es algo que ha estado presente en las actuales manifestaciones en Chile, que se refiere a las condiciones mínimas para la dignidad del ser humano.

—Es urgente abordarlo, porque cuando el acceso a tales derechos es muy desigual, las sociedades enfrentan un problema, sus gobiernos pierden legitimidad. Y no es por envidia o resentimiento que las personas reaccionan, sino más bien por la molestia de ver al gobierno de su país favoreciendo más a algunos a costa de los que no tienen nada, lo que degrada la condición de ciudadano. Así sucede, por ejemplo, cuando quien puede pagar un buen abogado es beneficiado, aunque oficialmente se diga que todos somos iguales ante la ley. Lo mismo si hay privilegios en salud y educación, una calidad muy diferente, aunque haya cobertura para todos.

—Usted ha seguido este malestar hace años, ¿en qué momento ve surgir esta actitud tan radical?

—Uno puede ir muy atrás, pero, masivamente, se relaciona con el proceso de “los indignados” de hace algunos años, en 2011, cuando miles de jóvenes comenzaron a acampar en espacios públicos de las grandes ciudades de Europa y Estados Unidos. Eso luego se desvaneció, no se supo integrar a las organizaciones políticas y no podían vivir en carpas indefinidamente. Pero el descontento quedó subyacente.

—¿Las sociedades no reaccionaron entonces?

—Podrían hacer mucho más por los jóvenes. Deben hacerlo. Comenzando con la creación de empleos que es algo muy importante frente a la cesantía. Con inteligencia artificial, nuevas tecnologías e innovación, ya que el propio capitalismo necesita, para su equilibrio, de una gran población activa y consumidora. Los políticos, por su parte, tendrán que trabajar para que la política vuelva a ser respetada y las demandas se traduzcan en reformas.

Como filósofo y administrador público, el tema de los derechos humanos lo aborda en un marco académico amplio, que incluye aspectos como justicia global, desigualdad, comercio, ética, impuestos, cambio climático e inmigración, todos los cuales ve muy relacionados. En diciembre  pasado (2019) publicó un libro en coautoría, que aborda una teoría que busca aportar una visión inspiradora: On trade justice: A philosophical plea for a new global deal, junto a Gabriel Wollner, de la Oxford University Press.

—A propósito de lo que propone en su último libro, ¿por qué cree que necesitamos algo tan radical como un nuevo acuerdo, un nuevo pacto?

—Thomas Pikkety, economista francés especialista en desigualdad y concentración de la riqueza, lo ha desarrollado muy bien. Él explica que la economía tiende a favorecer a algunos cada vez más, con lo que solo ellos resultan muy beneficiados, incluso por nacimiento, lo que genera, cada vez más, un descontento creciente.

—Enfrentar eso requiere un cambio cultural en las políticas públicas.

—Efectivamente. Incluso, aunque parezca extraño o pintoresco, estoy de profesor visitante en la Universidad de Abu Dhabi y ahí mi tema es el sentido de la vida, el que ha resultado bastante popular porque, aunque estén en medio del desierto, existe interés por preguntarse cómo organizar mejor las sociedades, cómo entender al individuo y su relación con la comunidad, debatir sobre qué es una buena vida, pensar qué se puede hacer –algo personal y significativo– al margen de las convicciones religiosas de cada uno. Pensar, también, en la vida misma.

Asamblea de la ONU

Asamblea de la ONU

Una fotografía tomada el 22 de septiembre de 1948, durante la tercera Asamblea de las Naciones Unidas. Ese mismo año, el 10 de diciembre, la Organización de las Naciones Unidas adoptó la Declaración Universal de los Derechos Humanos en el Palacio de Chaillot, en París. Fotografía Getty Images.

El caso chileno

Una vez en Santiago, antes de su conferencia en la Universidad Católica recorrió el entorno de la Plaza Baquedano, cuyas imágenes violentas habían dado la vuelta al mundo.

—Usted ya ha dicho que no es un experto en política chilena y que no vino a dar recetas, pero, ¿cómo ve la situación del país?

—Aquí se presentó una realidad extrema que sorprende y, sanar luego de una ruptura social tan profunda, no es fácil. Hay procesos en otros países, en el Reino Unido, en Francia, que también han sido desconcertantes e igualmente con origen en problemas no resueltos, no enfrentados, subyacentes. Con mucha gente manifestándose y con ciertos rasgos comunes o más o menos similares, como la decadencia de las fuentes tradicionales de autoridad y un gran malestar ante los privilegiados de la sociedad. La misma elección de Trump, tan frustrante para la elite liberal de Estados Unidos, obedece igualmente a que hay muchos en ese país que no están conformes con los cambios sociales, al ver que los beneficios se concentran en unos pocos y varios quedan al margen. Chile, me parece, es lo mismo, pero con una expresión extrema. El problema con la violencia en las calles de las ciudades, por otra parte, es que si un gobierno no logra controlar el orden público sin violar los derechos humanos, pierde legitimidad.

—Por supuesto, uno se pregunta hacia dónde mirar en busca de una salida.

—Yo creo que debe venir de una redención, de algo que suceda adentro y no afuera y con los jóvenes; no puede ser de otra manera. Hay que alentarlos, que traten de encontrar una versión siglo XXI de lo que fue la democracia chilena en otras épocas. Es la gente la que está en problemas y una clave de salida tiene que estar en las propias personas, en el pueblo organizado o reorganizado, con actividades formales de participación. Y en esto son importantes los líderes, quienes deben tener una capacidad adecuada para adaptarse a un nuevo proyecto social. Tal vez los líderes existentes no son realmente adecuados. Es necesaria una democratización profunda, ahí interesa la educación cívica para que los jóvenes chilenos puedan sentirse orgullosos e interesados en la política, lo público. Si no están involucrados, será muy difícil la salida.

—Efectivamente, las encuestas reflejan una mala percepción de los líderes actuales y de la política en general.

—En estos tiempos, en que las circunstancias no son normales, no sirven los líderes técnicos, se necesitan los adaptativos, capaces de promover la toma de decisiones en relación con los cambios profundos, que es lo que yo, desde afuera, veo en Chile, un gran desafío para esta clase de autoridades.

Principal impulsor

Principal impulsor

En la imagen, vemos al jurista e internacionalista chileno Hernán Santa Cruz Barceló, quien fue uno de los principales redactores de la Declaración Universal de los Derechos Humanos. Mathias Risse destaca que fue él quien promovió la idea de incluir los derechos socioeconómicos en el documento. Fotografía ONU.

Todos importan

Le llama la atención que el país haya sintonizado con el Estado de Bienestar en su modelo alemán y hace preguntas como pensador interesado en conocer mejor la realidad de Chile: “Es curioso, porque la socialdemocracia alemana, en la última parte del siglo XIX, ocurre en una época en que surgen ideas muy inspiradoras en distintos países, por el aumento de la pobreza en las ciudades. La academia alemana supo hacer un aporte de gran calidad, a través de muchos pensadores que luego se radicaron en Estados Unidos, aunque su aplicación en Alemania, a cargo de Otto von Bismarck, haya surgido de su interés en quitarle el aire a los socialdemócratas, con lo que logra una sociedad más inclusiva”.

—Como observador de situaciones conflictivas que generan violaciones a los derechos humanos, ¿qué le parece que hayan sido hechos de violencia los que empujaron a debatir cambios profundos?

—No creo que en Chile se haya valorizado la violencia, para nada. Lo que trajo los cambios no fue el incendio de las estaciones de Metro, sino las masivas marchas ciudadanas; no hay que despreciarlas, por ningún motivo, son ellas las que deben recibir el crédito por lo que sucedió, no los vándalos.

Cortés, cauteloso, no quiere sugerir recetas. Pero, de estudiar múltiples crisis de países, en muchos casos con violencia hacia ciudadanos y también contra policías incluida, dice que advierte una tendencia: “Aunque es cierto que, varias veces, los cambios profundos nacen de calamidades como convulsiones políticas, guerras o epidemias, a la larga, es mejor cuando no solo se involucran las autoridades del Estado ante la emergencia. También es relevante el rol de la sociedad civil, los empresarios, las personas mismas, en la tarea de buscar un orden nuevo, legítimo, que proteja la dignidad de cada uno, lo que es, finalmente, el origen de los derechos humanos: avanzar hacia sociedades donde cada persona importe”.

PARA LEER MÁS.

En relación con el aporte chileno a los derechos humanos, Mathias Risse sugiere:

  •  Morsink, J.; The Universal declaration of human rights, U. of Pennsylvania Press, 1999
  • Glendon, M.A.; Un mundo nuevo. Eleanor Roosevelt y la Declaración Universal de Derechos Humanos. FCE, 2012.