• Revista Nº 168
  • Por Ana Callejas
  • Fotografías Karina Fuenzalida y César Cortés

Especial

Migrantes: ¿Cómo son los nuevos chilenos?

Los inmigrantes de segunda generación –a diferencia de sus padres– llegaron o nacieron en este país por una decisión ajena, determinada por sus familias. Por lo mismo, su integración en Chile pasa por otros códigos e interacciones. Mientras algunos se adaptan totalmente a esta nueva nación y la sienten como propia, otros viven en un eterno limbo de identidad, que va más allá de cualquier bandera. Aquí, algunos de estos nuevos chilenos y chilenas cuentan su experiencia.


Ariel Carrión (23), Ecuador “Me siento parte de Chile”

Mi familia es de Guayaquil, Ecuador, y en 2015 mi papá trabajaba en una cadena de hoteles. Durante ese año le informaron que había una vacante en Santiago y al analizar el tema concluyó que nos viniéramos, porque acá la situación económica es más estable. Fue complicado al inicio. Todo resultó muy apresurado y no sabíamos que, por ejemplo, sin un rut no podías hacer un montón de trámites. Yo tenía 18 años al llegar a Chile y estaba en mi último año de colegio, pero no podía inscribirme hasta que encontramos uno que nos ayudó. Somos cuatro hermanos y nuestros compañeros pensaban que íbamos a ser morenos, porque eso veían de la selección de fútbol de Ecuador. Además, yo no entendía nada de lo que me decían, porque aquí hablan muy rápido y con varios modismos. Para mis papás fue más difícil: dejamos familia, amigos y ellos aquí se encerraban mucho, no se relacionaban con otra gente. No entendían que Ecuador ya no era su hogar.

Yo siempre he sido curioso, y mientras mis padres se cerraban un poco al cambio, yo tengo la mentalidad de adaptarme. Cuando entré a estudiar Arquitectura en la universidad pasaba aún más tiempo afuera. Entonces, en mi familia me empezaron a decir que yo ya era chileno y sí, yo les decía que me siento parte de Chile. Nunca encajé por completo en la sociedad de mi país. Allá aún tienen una mente más tradicional, conservadora y machista, y yo no pensaba así. Por ejemplo, mi hermana chica se considera no binaria, por lo que está en ese proceso de autoconocerse y pese a que mis papás son tradicionales fueron muy abiertos con ella, porque aquí la sociedad es así. Para mi hermana habría sido más complejo vivir esta etapa allá.

Conocimos Chile justo antes del estallido social y ahí nos dimos cuenta de lo que pasa detrás de esa imagen que hay sobre el país, y las desigualdades sociales que existen. Por lo mismo, estoy muy contento de estar en un lugar que tiene la oportunidad no solo de ser una potencia económica, sino también una potencia social.

 


Nelson Herrera (37), Venezuela “Chile está en un momento farol”

Con mis padres, tomamos la decisión de viajar en 2017, después de vivir un evento traumático. Con mi hermano somos ingenieros y al poco llegar a Chile pudimos encontrar trabajo en esa área.

Vivíamos con mis padres al norte de Venezuela, en un barrio acomodado. Lo terrible fue que un día entraron a nuestra casa y nos robaron todo, con nosotros dentro de la casa, como un secuestro. Después de ese terrible episodio empezamos a ver hacia dónde escapar de ese miedo constante: Brasil tiene la barrera idiomática; Perú y Bolivia son precarios; Argentina es inestable; Ecuador tiene una topografía muy accidentada, Colombia tiene sus problemas con el crimen organizado y, finalmente, Chile fue la opción más estable dentro de Sudamérica. Después de un tiempo en Santiago, con mi familia comenzamos a administrar un negocio en plena zona cero (alrededores de la Plaza Baquedano). En mi familia somos capitalistas y creemos en el trabajo.

Nosotros tenemos suerte porque vivimos en Las Condes, donde hay servicios siempre, pero Chile me ha parecido un país postcolonial, donde las clases dominantes no han querido aceptar las demandas de aquellos sectores rezagados. Hay una disociación de la realidad según dónde vives.

Mi percepción es que, al menos en Santiago, la sociedad necesita más lugares donde encontrarse. Ojalá hayan campañas para acercar a las personas. Todos estamos aquí, en esta gran casa que es Chile, y debemos aportar para que la cosa esté bien. Espero que esta nación se encamine hacia el crecimiento sostenible, este es un buen lugar para ese desafío: la población chilena es pequeña, es profesional y Chile hoy está en un momento farol, de mucho potencial.

 


Paulina Kim Joo (31), Chile “Hay mucho estereotipo”

No sé bien cómo se conocieron mis padres después de llegar, cada uno por su cuenta, de Corea del Sur. Quizás fue en una de las iglesias evangélicas coreanas que hay en Santiago. Yo nací en Chile en 1990 y crecí en San Bernardo. Desde chica tenía que ir a esas iglesias el domingo y a las clases de coreano el sábado. Mi familia participa de esa comunidad, pero a mí siempre me parecieron momentos de sociabilización muy forzosos, de arribismo, de ir todas las niñas a comprar el mismo pantalón y buscar pololo. Llegué a enfermarme a propósito –a pasearme con el pelo mojado para resfriarme– para no ir al colegio coreano ni a la iglesia, porque no me funcionaba.

Cumplí 18 y no volví a participar. Yo no veo tradición ni cultura allí. Es solo seguir buscando un grupo homogéneo. Nunca conversé sobre esa sensación aquí en Chile. Solo compartí esa experiencia con otra gente cuando estaba en Nueva York (tras estudiar Artes en la UC) cursando una beca en la Parsons School of Design. Ahí es donde más cómoda me he sentido. Encontré gente que, como yo, no se sentía parte de ningún país en específico.

En Chile crecí y me fue gustando mucho el anime, dibujar y hacer cosplay. Tenía poca paciencia de que me dijeran “china cochina”, no fui pasiva con eso y hasta le pegué un combo a alguien una vez. Y esa xenofobia hoy quizás está peor. Evito entrar a un mall chino, por ejemplo, porque inmediatamente me miran y asumen que trabajo allí, y después me gritan o se enojan si no los atiendo. Al ser de otra raza, hay mucho estereotipo sin conocerte, como que por ser asiática tengo que ser súper zen o muy espiritual. Por otro lado, hace tres años estuve en Corea del Sur y jamás podría vivir allí: son muy materialistas, todo es muy exitista. Estuve dos semanas, pero fue inmensamente estresante, los estereotipos de las mujeres eran muy fuertes, encontraban que era una locura que no me maquillara, era un sitio muy frío. Chile es mucho más humano en ese sentido.

 

Ingrid Álvarez (28) Con el sabor de Cuba

Recuerdo algunos detalles sobre mi vida en Cuba o tal vez son las cosas que me contaba mi mamá. Vivíamos en el centro de La Habana y nos cortaban la luz casi todo el día, con un clima de más de 35 grados. Mi mamá es ginecóloga y, como yo era un bebé, se hartó de esa escasez. Quería otra cosa para mí y nos vinimos a Chile en 1997, cuando yo tenía tres años. Llegamos a la casa de una amiga de mi mamá y vivimos allí mientras ella estudiaba para revalidar su título en Santiago. Cuando cumplí 5 años pudimos volver a Cuba de vacaciones, a la casa de mi papá, y yo iba notando los cambios de un país a otro. En Chile siempre me pude adecuar bien, tengo el acento de acá, así que para mí fue crecer como cualquier otro niño.

La idiosincrasia chilena tiene eso de “si tengo más, soy mejor que tú” y es lo que pasó con las amistades cubanas con las que llegó mi mamá. Se volvieron más egoístas, materialistas y se transformaron en otras personas. En cambio, nosotras vivimos en el mismo departamento en la calle República, desde hace 20 años, y no nos gusta eso de ser ostentosas. Del lado cubano mi mamá siempre me inculcó que somos todos iguales, sea alguien el jefe o quien limpia, y eso encuentro que en Chile no es así. A mi mamá, pese a que le ha ido bien en su trabajo, la siento más negativa aquí. Cuando ella llegó, bailaba, era alegre, pero acá le noto cada vez más infeliz. Se contagia ese estado de ánimo. Por su acento ha sido discriminada hasta la actualidad. Le tocan muchos comentarios de xenofobia en el día a día y eso que ella es médico. Esa es una de las razones por las que me quiero ir. Este es mi último año de universidad en Odontología y me gustaría llevarla a Miami, donde tenemos mucha familia.

 


Randy Briceño (15), Perú Marcado por su acento

Llegué a este país el año 2016. En ese tiempo tenía unos 9 ó 10 años, vivíamos en Trujillo y no sabía nada de Chile. Tampoco entendía el concepto de fronteras o que habían otros países. De hecho, la idea de que nos íbamos de Perú fue una total sorpresa para mí. Recuerdo que viajamos, pero no sabía que era para quedarnos a vivir acá. De eso han pasado unos 5 años. Al principio, estaba en una escuela en la que me hacían bullying, porque hablaba distinto y tenía el acento más marcado. Luego, mis papás me cambiaron a otro colegio y eso ha sido mucho mejor. No sé si será por el paso del tiempo, pero uno se adapta. Mi mamá me aconsejó antes de estos cambios que había que ignorar no más los malos comentarios. Ahora me llevo bien con mis compañeros y ya no hay tantas bromas. En este nuevo colegio tengo amigos de otros países, como venezolanos y colombianos, y todos se llevan bien con todos. De la vida en Perú no recuerdo tanto, solo las playas de Trujillo y eso lo extraño. A mis padres les costó al comienzo adaptarse, pero ahora vivimos en Recoleta, y ya nos hemos integrado mejor. En mis ratos libres practico mucho deporte, ahora estoy en clases de ping pong y atletismo. Me gustaría seguir estudiando aquí, acabo de entrar a primero medio y me imagino en el futuro en una carrera como Ingeniería Civil. Siento que en Perú todo eso sería más complicado.