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  • Revista Nº 158
  • Por Eliana Rozas
  • Fotografías de Juan Diego Santa Cruz

Especial

Nosotros frente a la Constitución

Frente al horizonte de la convocatoria al denominado plebiscito “de entrada”, los profesores Constanza Hube, de la Facultad de Derecho; Tomás Chuaqui y Gabriel Negretto, del Instituto de Ciencia Política; y el decano del Instituto de Filosofía, Olof Page, reflexionan acerca de qué significa, en el fondo, hablar de la Constitución y cómo ella expresa al colectivo.

Haga este ejercicio. En el siguiente texto, reemplace la palabra “América”, por “Chile”: “Cuando el pueblo de América reflexione sobre la enorme importancia de la pregunta hoy sometida a su deliberación, la necesidad de comprender dicha pregunta en toda su profundidad se hará evidente”.

Esa afirmación, con la que John Jay iniciaba el ensayo publicado en The Independent Journal, el 31 de octubre de 1787, uno de los 85 que forman la colección que se conoce como “El Federalista” –con la que el propio Jay, Alexander Hamilton y James Madison defendieron la ratificación de la constitución federal de Estados Unidos– sirve de inspiración para abordar la tarea a la que los chilenos hemos sido convocados este año.

Cuando “el pueblo de Chile” concurra a las urnas para responder si quiere o no una nueva constitución y qué órgano debiera redactarla, dará el primer o el último paso (eso dependerá del resultado) del itinerario delineado en el contexto de la crisis iniciada en octubre. La respuesta resultante podría definirse como la expresión de un “Yo y los que conmigo se asocian”. Eso, ni más ni menos, es lo que significa “nosotros”.

“Un nosotros en un régimen democrático liberal –explica Tomás Chuaqui, profesor del Instituto de Ciencia Política de la UC y especialista en teoría política– se caracteriza por la pluralidad. Eso conduce a la fragmentación y es natural, porque permite que los individuos desarrollen sus proyectos de vida en forma independiente”. Por eso, cree que el proceso que estamos viviendo es revelador de esas diversidades y es liberal. “Las personas –dice– perciben que sus expectativas, que han sido altas tanto por el desarrollo económico como por el régimen constitucional que encarna estos derechos, no se ven satisfechas. La manifestación deviene en una demanda constitucional porque lo que se reclama es que el régimen que vivimos hoy no permite que todos, en un plano igualitario, puedan llevar adelante sus proyectos, sin ser víctimas de abusos a su dignidad”.

 

En la fotografía una mujer tejiendo

 

Gabriel Negretto, profesor del mismo instituto y especialista en política constitucional comparada, quien ha sido consultor de la ONU en estas materias, coincide al explicar las razones de la emergencia del tema constitucional en el contexto del estallido social chileno, pero agrega que no es tan frecuente que surjan demandas de reemplazos constitucionales en regímenes democráticos, que más bien están asociadas a revoluciones y a transiciones desde situaciones autoritarias. No obstante, advierte que América Latina es donde más ha ocurrido el fenómeno “y probablemente donde más vaya a ocurrir” porque, a su juicio, en parte importante sus democracias funcionan con respecto a los mínimos del sufragio universal y las elecciones periódicas, pero tienen serios problemas en cuanto a la provisión de bienes públicos, lo que produce insatisfacción: “Esta es la combinación explosiva: un modelo económico que genera acumulación, pero no igualdad en el acceso a bienes fundamentales y donde, además, hay desigualdades en la aplicación de la ley, actos de transgresión a ella que quedan impunes y que están a ojos vistas de todo el mundo”.

Pese a advertir ciertas similitudes en la región, sostiene que el proceso chileno es particular, porque la demanda constitucional emerge en un régimen democrático en donde rige una carta que, aunque reformada, surgió en un contexto autoritario. Los dos países de la región en donde esto ocurre son Chile y Panamá. En este último continúa vigente la de 1972, que nació bajo la dictadura de centroizquierda del general Omar Torrijos. Allí, explica, hay una demanda por el cambio de la constitución, lo que derivó en una reforma que ha generado manifestaciones violentas.

La subdirectora del departamento de Derecho Público de la Facultad de Derecho de la UC, Constanza Hube, agrega ciertos matices al diagnóstico de las circunstancias que nos han llevado al actual proceso constituyente. Para ella la crisis es multifactorial, aunque destaca “el denominador común de los países de ingreso medio”, donde la clase media ha crecido, pero es frágil. Y agrega otro elemento: el aumento de la diversidad en la representación, particularmente en la Cámara de Diputados, producto del cambio en el sistema electoral, habría traído consigo una mayor dificultad para lograr acuerdos.

Pese a que no es defensora del binominal, sí lo es de los sistemas mayoritarios. “Estos privilegian la gobernabilidad por sobre la representatividad y los proporcionales hacen lo inverso. Ganamos representatividad, pero no ayudamos a mejorar la confianza en la política y en los representantes, que es incluso peor”. En su opinión, además, el modelo proporcional que se diseñó aleja a los diputados de la ciudadanía, porque se aumentó su número por distrito y se redujo la cantidad de distritos.

Y a lo que llama “la tormenta perfecta” de la crisis agrega la demonización de la política de los acuerdos y los escándalos de corrupción.

La cuestión de la honestidad a la que alude es también un ingrediente que el decano del Instituto de Filosofía de la UC, Olof Page, resalta para explicar la asociación entre la crisis y la discusión constitucional: “No solo se trata de que las reglas sean eficientes, sino que se impugna la autoridad moral de aquellos que tienen algún tipo de poder político, social o económico”.

Nosotros

Nosotros

“Un nosotros en un régimen democrático liberal se caracteriza por la pluralidad. Eso conduce a la fragmentación y es natural porque permite que los individuos y los grupos desarrollen sus proyectos de vida en forma independiente”, explica el profesor Tomás Chuaqui.

La igualdad dentro de la diversidad

El rol y el sentido de una constitución, explica Gabriel Negretto, pueden entenderse de dos maneras. Desde un punto de vista fáctico y positivo, se trata de un conjunto de reglas que establecen los canales de acceso para el ejercicio del poder y la interacción de las autoridades del Estado entre sí y con los ciudadanos. “En Chile –ejemplifica– aquellos que sostienen que no es necesario cambiarla porque el país ya transitó a la democracia, ya fue ajustada a la dinámica de un proceso democrático y se eliminaron los enclaves autoritarios, tienen razón precisamente desde esa perspectiva”. Pero, según señala, desde un punto de vista cultural, simbólico y político, la constitución es una expresión de un yo colectivo y en ese sentido es una construcción. “En este segundo caso, la visión anterior sería errónea”, dice.

La carta fundamental expresaría y, al mismo tiempo, instituiría ese yo colectivo. “Esa es una paradoja filosófico-política muy importante –ahonda el profesor Negretto–, porque hay visiones populistas de la constitución según la cual ella expresa un sujeto colectivo llamado ‘pueblo’, que está preconstituido. Eso es una falacia porque no existe ontológicamente. Es una creación que se debe establecer, ya que no hay homogeneidad, sino una pluralidad de visiones, a veces extremadamente opuestas. Entonces, es necesario lograr una expresión de ellas en un mínimo común tan amplio como sea posible”.

Lo esencial en la idea de ese “nosotros”, y lo que lo vincula con los procesos constituyentes, es la idea de igualdad, dice Tomás Chuaqui, que sirve de marco a la pluralidad. Pero advierte que hay muchas formas de entender la igualdad, algunas de las cuales le parecen contradictorias con una sociedad democrática. Pone el ejemplo del voto femenino: “A través de él se integró a las mujeres al sistema político, pero, caricaturizando, eso es como decir ´nos dimos cuenta de que ustedes son como nosotros, los hombres, entonces pueden votar´. Esa es una forma de entender la igualdad, desde el dominador hacia el dominado”.

En la sociedad chilena, según él, esa mirada es frecuente. Sin embargo, advierte que no es consistente con el régimen democrático liberal, donde la manera de entender la igualdad opera en otro sentido: “Te reconozco en cuanto lo que eres y quieres ser. (…) No tengo que reconocer el valor de la vida de otra persona, sino el derecho del otro de vivirla como quiera”.

El decano del Instituto de Filosofía de la UC, Olof Page, concuerda con la opinión de que en Chile hay escasos ejemplos de aceptación y diálogo entre los distintos. “Hace rato que las encuestas muestran una falta de cohesión social. (…) Algunos piensan que si no existe el tipo de justicia en que ellos creen, tienen autoridad moral para ofender y destruir. Eso es lo que pasó en la PSU”. Y agrega una consideración acerca del tenor de los derechos que encarnan la igualdad. “No basta con poder votar o postular a cargos públicos. Se necesitan ciertas condiciones materiales, seguramente vinculadas con la educación, la salud y otros derechos sociales, para que uno se diga ciudadano en un sentido no meramente formal. Estas condiciones ‘materiales’ obligan a la comunidad política a pensar qué se sigue del hecho de que tú y yo valemos moralmente lo mismo”.

En tus zapatos

En tus zapatos

Respecto del proceso constitucional es importante “intentar salir de uno mismo para pensar en los que vienen y no están (...) ¿Qué es ponerse en los zapatos de otro sino eso?”, destaca el decano Olof Page.

¿Quién es el pueblo?

La noción de un yo colectivo deriva necesariamente en la reflexión acerca de la soberanía y el poder constituyente. La respuesta más tradicional a la pregunta acerca de quién lo detenta, dice el profesor Chuaqui, es “el pueblo”, pero de inmediato agrega que eso no significa mucho, porque el ejercicio de la soberanía no es constante. “En el pensamiento constitucional más moderno –explica– la soberanía se entiende dispersable. Se puede asumir que está en los cabildos, en la convención constituyente e incluso en la comisión de expertos que fue encargada de generar el itinerario. De lo contrario, el desafío es imposible y ocurre lo mismo que en Venezuela, donde la asamblea por sí misma asume la soberanía del pueblo, lo cual la transforma en un suprapoder sin límite. Eso es peligroso”. En el caso chileno, ahonda, la discusión, en cambio, se da en el contexto de un proceso legal y dentro del régimen democrático.

Sobre este punto, la profesora Hube insiste en que en una democracia representativa se delega en los representantes las decisiones sobre los asuntos comunes. “Me preocupa –dice a propósito de la eventual convención– esa idea de que el pueblo está aquí y los representantes, acá. El pueblo somos todos, no algunos, y se expresa a través de elecciones. Nadie puede atribuirse soberanía o representación. A los representantes los elegimos en elecciones democráticas, de las cuales deriva su legitimidad”. Y agrega: “Cuando se desconoce a los representantes legítimamente electos se torpedea el poder institucional y eso conduce a que se empiece a privilegiar un poder personalizado, orientado por el carisma”.

En cualquier tarea constituyente, el yo colectivo, cuya expresión se busca, enfrenta un desafío particular. Este es desasirse de las posiciones particulares para pensar en otros.

“Uno esperaría que quienes tengan el encargo constituyente, si prevalece el ‘Apruebo’, pensaran de un modo abstracto –afirma Tomás Chuaqui–. Por ejemplo, que se plantearan ‘en cualquier posición que yo estuviera, no querría estar bajo el poder arbitrario de nadie, ni del Estado’. Esa abstracción, dice, incluye reflexionar intergeneracionalmente, porque se trata de establecer normas que se van aplicar también a personas que aún no existen.

“Tener esa capacidad de ver los intereses de otros – acota Olof Page– es ser un agente moral”.

La cuestión intergeneracional tiene unas implicancias concretas en el constitucionalismo más moderno, explica Gabriel Negretto. “Precisamente porque una constitución está sujeta a aspectos contingentes y a una cierta temporalidad, se ha debatido acerca de por qué una generación tiene derecho a obligar a otra. Esto ha abierto una discusión acerca de la necesidad de renovar estos acuerdos constitucionales, lo cual no tiene por qué ser a través de una nueva constitución, sino de reformas que pueden ser restringidas o amplias”.

 

En la fotografía un hombre barrendero

La importancia del camino

Los entrevistados coinciden en asignarle un valor al proceso constituyente por sí mismo. “El argumento consecuencialista diría que cuando una comunidad se constituye así, las cosas van mejor. Pero también puede entenderse que el acto de autodeterminarse es enriquecedor per se, porque implica deliberación y acuerdos”, argumenta el decano de Filosofía.

La profesora Hube espera que, cualquiera sea el resultado, el camino sea “sanador” y se le dé un cauce institucional al conflicto: “Estas son las reglas del juego y hay que resguardarlas. Se debe respetar el resultado. Si solo puede ganar la postura que uno defiende, eso no es una democracia. Espero que todos podamos votar libremente. Que si gana ‘Apruebo’ el producto que salga del proceso sea legitimado por toda la sociedad, a partir del camino delineado; que nadie se atribuya soberanía que no tiene y que salga una norma armónica y coherente, con unos mínimos en los que estemos todos de acuerdo. Y si gana ‘Rechazo’, esa es la legitimación de la constitución actual, que no es la del 80, y a la que se le pueden hacer nuevas reformas. Pero ahí para el proceso constituyente”.

Para el profesor Chuaqui, en tanto, se está reconstituyendo el régimen democrático, de lo cual deriva la importancia del camino, que puede ser mayor que la de los contenidos, que a su juicio podrían no ser tan distintos. “En el proyecto que emanó del gobierno de la Presidenta Bachelet –recuerda– muchos artículos tienen hasta la misma redacción que en la constitución vigente y no tiene por qué no ser así, porque no vamos a inventarla de la nada”.

Su afirmación lleva de inmediato, en el evento de que gane la opción “Apruebo” en el plebiscito, a la cuestión de lo que se ha llamado “la hoja en blanco”, que a Gabriel Negretto le parece, simplemente, “una locura”. “En la mayor parte de los procesos, la constitución que se está reemplazando, si no ha sido cuestionada de manera radical, se usa de base. Si no se puede, es posible ir a una anterior carta fundamental”. Una fórmula también posible sería, a su juicio, que antes de entrar al eventual proceso el gobierno y los partidos consensuaran un contenido mínimo, que no se impusiera a la convención, pero constituyera un cierto acuerdo.

A Tomás Chuaqui no le preocupa mayormente la propuesta de la “hoja en blanco”, que califica de “absurda”, pero sí le parece fundamental que se haga una definición previa acerca de qué es lo que necesariamente debe incluirse en y excluirse de la Constitución.

Los entrevistados coinciden en la necesidad de atenuar las expectativas acerca de la capacidad del texto para solucionar el conjunto de los problemas sociales y Constanza Hube agrega la de recuperar el orden público. “No asocio el ‘Rechazo’ a la violencia, pero espero que se den las condiciones para que no existan grupos de izquierda ni de derecha que después puedan cuestionar el resultado. Si no podemos votar o rompen los locales, como en el caso de la PSU, se afectan la igualdad y la legitimidad”.

Todos entienden que los procesos constituyentes se producen en contextos de cierta inestabilidad, pero insisten en la necesidad de generar deliberadamente instancias de diálogo en distintos niveles, precisamente porque advierten escasa disposición a él entre los chilenos.

La profesora de derecho constitucional lo atribuye a que hoy se entiende que existen opciones legítimas y otras ilegítimas: “Es lo que uno ve en las funas, donde se estima que el que piensa distinto no merece hablar. Con el ‘Rechazo’ pasa lo mismo; se mira como una opción no legítima, independientemente de las razones”. Y aunque cree que es difícil recuperar la capacidad de diálogo antes del plebiscito, porque él plantea opciones binarias, piensa que es fundamental hacerlo para efectos del trabajo de la convención, si prevalece el “Apruebo”, porque se requeriría llegar a acuerdos en un plazo relativamente breve.

Ver el diálogo y la búsqueda de acuerdos como una renuncia a la propia identidad, como suele ocurrir cuando ello es resistido, es para Olof Page una manifestación de inseguridad acerca de uno mismo: “La identidad no es algo fijo. Uno es quien es, pero al mismo tiempo, en un cierto sentido crecer se trata de cambiar”.