
Perdidos en el infinito
La serie Habitar la inmensidad, del fotógrafo Pablo Valenzuela, trasunta su visión analítica, pero también sensible, de cómo los chilenos ocupamos e intervenimos el territorio. Lo original de su arte es que, alejándose del género documental, nos sitúa en una escala donde nosotros, los moradores, somos apenas un detalle mínimo, casi un accidente.
Pablo Valenzuela Vaillant (1964) es un creador que entrega una mirada personal a los paisajes chilenos, la que ha logrado definir y perfeccionar a lo largo de casi treinta años, desde el día en que, ya titulado como ingeniero civil de la UC, optó por la fotografía. Corría el año 1992 cuando publicó el primer libro de una serie que ya supera la veintena.
Estando en la universidad, se apasionó por el excursionismo y por subir cerros. Entre sus compañeros comenzó a ser conocido porque llegaba los lunes cargado de sensaciones y, de tanto en tanto, exhibía diaporamas con sus fotos. La pasión por la altura lo llevó a subir el Aconcagua, por la variante Polacos, cuando estaba en el segundo año de la carrera.
La serie Habitar la inmensidad es ya un producto maduro, aunque no lo da por cerrada. Es como su reflexión de fondo, lo que sedimenta al final luego de recorrer tantos lugares y rincones de todo Chile. En ella trasunta su visión analítica, pero también sensible, de cómo los chilenos habitamos e intervenimos el territorio. Lo original de su arte es que, alejándose del género documental, nos sitúa en una escala donde nosotros, los moradores, somos apenas un detalle mínimo, casi un accidente, frente a lo que él define “un paisaje que se pierde en el infinito”. Fueron años largos para llegar hasta ahí, desde que, al hacer un viaje a la Patagonia, el paisaje le entregó el concepto: que habitamos la inmensidad. Atacama, luego, sería un complemento. Finalmente, fue surgiendo en él la conciencia de que esto es un aspecto esencial de la identidad chilena, que crece en medio de la inmensidad y ante ella.
En cuanto a su lenguaje estético, hay algo de las leyes de la física, del rigor de la ingeniería, que asoma en una pulcritud precisa, que roza lo abstracto. Aparecen líneas, vacíos, de un minimalismo que refleja un amor a la geometría. Tal vez, la misma disciplina que le ha permitido organizar su vida en torno a su pasión más personal lo aleja del fotógrafo convencional de paisajes. Porque no es un enemigo de los pueblos y ciudades. Al contrario, los observa –en ellos también encuentra un modo de ocupar e intervenir el territorio– y los fotografía. El patrimonio arquitectónico también lo ha atrapado y, más allá de registrarlo, ha denunciado públicamente su destrucción, en especial cuando desaparecen obras que, le parece, sabían habitar el territorio y estaban en sintonía con el lugar.
Con esa disciplina, tan suya, es que cuando un lugar le interesa vuelve a visitarlo dos o tres veces, hasta que logra “verlo”. En el Cementerio de Punta Arenas, el más hermoso del país para sus ojos, se preguntó cómo sería visitarlo en el día más corto del año, el solsticio de invierno, cuando la luz apenas se levanta del suelo. Entonces reservó un vuelo para volver en esa fecha.

Estando en la universidad, Pablo Valenzuela se apasionó por el excursionismo y por subir cerros. Entre sus compañeros comenzó a ser conocido porque llegaba los lunes cargado de sensaciones y, de tanto en tanto, exhibía diaporamas con sus fotos.

En cuanto al lenguaje estético del fotógrafo, hay algo de las leyes de la física, del rigor de la ingeniería, que asoma en una pulcritud precisa, que roza lo abstracto.
Más allá de la fotografía
En diciembre pasado, el arquitecto Phillipe Boisier, bajo su seudónimo Icalma, editó el disco Habitar la inmensidad, que no solo toma prestado el nombre de la serie, sino que utiliza dos imágenes del fotógrafo Pablo Valenzuela.
Más tarde, Valenzuela y Boisier viajaron juntos a Magallanes, donde registraron en audio y video 4K las estancias y paisajes que son el objeto de la muestra presentada recientemente en el Museo Interactivo de Las Condes: imágenes en movimiento combinadas con música y diseño sonoro.

La obra de Valenzuela trasunta su visión analítica, pero también sensible, de cómo los chilenos habitamos e intervenimos el territorio.