punta de una pluma para escribir punta de una pluma para escribir
  • Revista Nº 175
  • Por María José Navia

Columnas

Poner en común la lectura

Siempre he creído que nunca leemos solos. No realmente.

Si bien al pensar en la idea de lectura solemos imaginar escenas individuales, la realidad es que, al sumergirnos en unas páginas, cualquiera que estas sean, ya estamos en diálogo: con la cabeza de quien escribe, con una tradición literaria, con ideas que provienen de distintas épocas y lugares.

Leer es estar acompañados, creyendo que estamos solos. Esto no debiera sonar raro, pero quizás sí lo hace. Nos hemos acostumbrado a la imagen de la lectura individual y en silencio cuando desde sus inicios esta tuvo que ver con lo oral, lo que se decía en voz alta, con una transmisión o continuidad de lo comunitario o familiar. Quien sabe o puede leer le cuenta al que no. Esa es la experiencia, al menos, que nos encontramos desde chicos. Surge ahí una generosidad enorme. Por eso, también, uno de los mejores consejos que uno puede dar a quien quiere que sus hijos lean es decirles que lean “ellos”. Los padres. Es difícil convencer a alguien de que lea si nunca te ha visto hacerlo. Más que comprarles libros a los niños o buscar momentos especiales para la lectura, es importante que leer sea, y se vea (insisto en esto), como algo cotidiano y de todos en la familia (no solamente de los niños). Algo, sí, “común”.

Lo dije alguna vez en una charla TED: ¿cuántas veces vemos a personajes leyendo en teleseries o programas de televisión de nuestro país? No me refiero a series en las cuales tengamos a personajes profesores o estudiantes, sino escenas cotidianas como pueden serlo un desayuno, ir al gimnasio, caminar por la calle y que sí se muestran en este tipo de programas. Pocas o muy pocas. Algo que, de nuevo, pareciera enfatizar que la lectura es algo que solo hacen aquellos que trabajan en ella o están obligados a leer por sus estudios. Si bien puede sonar como una pregunta muy específica, la verdad es que, si nos fijamos en películas o series de otros países, como Estados Unidos o Francia, los libros siempre andan por ahí.

Otra forma de poner la lectura en común es por medio de los clubes de lectura, algo que tomó particular fuerza durante la pandemia, momento en el cual grupos de amigos, o bien guiados por algún profesor, librero o escritora, se dedicaron a leer y compartir sus impresiones vía distintas plataformas. Antes y después de eso, estos clubes han existido de forma privada o bien amparados en fundaciones, municipalidades, librerías o bibliotecas. La idea, muy valiosa, era sacar a la literatura de las salas de clases, o quitarle esa exclusividad, para llevar la conversación sobre libros a espacios comunes. Los clubes de lectura vuelven a la experiencia de contar juntos, de leer solos para comentar acompañados, y descubrir, así, las muchas vidas que puede tener un determinado libro.

Para ojos de quien coordina (es mi caso, en la UC), la experiencia no deja de ser refrescante. Cada integrante acerca las palabras a sus propias experiencias y la conversación se da con sutileza, con humor, incluso rabia.

Ha aumentado tanto el interés y entusiasmo, que los clubes de lectura también ya han dejado de ser algo de nicho para convertirse en una experiencia común. Lo celebro. Tanto editoriales como escritores y librerías se benefician de esto. Los clubes permiten acercar lecturas y obras a nuevos espacios de conversación. El uso de plataformas facilita, además, la presencia del autor o autora, quien además aprende mucho de estos intercambios. Un fenómeno asociado a esto es el de las suscripciones de lectura en las que uno se puede inscribir para que te lleguen a tu casa novedades editoriales cada mes. Algunas de ellas (que las hay en todos los países, con distintos costos) contemplan la posibilidad de tener un encuentro con quien escribió el libro, en formato virtual.

La pandemia nos quitó muchas cosas, pero nos trajo, también, otras. Entre ellas, un retorno a los libros y un darle una vuelta a la forma en que nos acercamos a esos libros. No hacer de la lectura solo un placer privado sino una oportunidad para la comunicación y el intercambio. Y también una oportunidad de sacarle partido al lado amable que tienen (a veces) las redes sociales y las plataformas virtuales. Y, para terminar, un ejemplo anterior y que sirve de precedente al nuevo entusiasmo: el hijo de David Bowie llevó un club de lectura que seguía los libros favoritos de su padre y en el que se podía participar vía Twitter, lo mismo hizo el profesor y escritor argentino Pablo Maurette con su lectura colectiva de La Divina Comedia, en 2018 (en la que se leía y comentaba un canto por día). Durante la pandemia, fue la oportunidad de leer Guerra y paz de Tolstoi, con la destacada escritora Yiyun Li, quien, recientemente, publicó un libro sobre la experiencia titulado Tolstoy together.

Sí: leamos juntos. Que los libros formen parte del tejido de nuestros días.

Hay tantas maneras y hay tantos libros. Para toda nuestra gran suerte.