punta de una pluma para escribir punta de una pluma para escribir
  • Revista Nº 175
  • Por Elisa Eliash

Columnas

¿Por qué los chilenos le temen a los dragones?

“¿Por qué los estadounidenses le temen a los dragones?”, se preguntaba Ursula K. Le Guin para desarrollar una tesis que bien podría traerse a nuestra cinematografía. Con gran lucidez, la escritora de ciencia ficción especulaba algunas relaciones entre el origen puritano –y, por tanto, antiplacer– de su nación con los géneros de la imaginación, que serían incompatibles con los valores del capitalismo y su eficiencia patriarcal y lógica. Se trata de géneros de lo intangible y lo efímero, ensoñaciones inútiles desde el punto de vista de la productividad; cuestión que el realismo, un rentable best seller o hasta la pornografía harían de forma mucho más efectiva y “funcional”. Entonces, ¿para qué sirven los dragones?

He pasado los últimos diez años estudiando y creando obras infantiles y es triste constatar que la escasísima producción nacional para niños tiene mucho que ver con este pesado miedo cultural a la imaginación, o a lo aparentemente inútil que es algo que deberíamos defender a ultranza. Primero, porque contribuye el ejercicio libre de soñar futuros posibles, de proyectar un mañana contra todo pronóstico.

La creatividad como herramienta para explorar los fundamentos invisibles de la conciencia y llevar luz del ser al colectivo. La neurociencia ha confirmado que esta capacidad es un hito de la infancia. Reabrir esas ventanas cerradas de la conciencia adulta ha llevado a la ciencia incluso a experimentar con alucinógenos, buscando reconectar con la irracionalidad que la madurez cerró y que hoy sabemos afecta profundamente en las capacidades sociales y de adaptación del ser humano.

Por otro lado, está el valor del viaje emocional al sumergirnos en la ficción. Si la representación es un vehículo para la comprensión del otro, de nuestra cultura y nuestros sentimientos, cada vez que restringimos los relatos, nos empobrecemos. Y está pasando; el progresivo miedo cultural a lo “negativo” o doloroso, a cualquier posibilidad de violencia o simplemete a lo “raro” tiende a esterilizar las narraciones para hacerlas “apropiadas” a la infancia, cuando más bien son parent-safe. Claro está que el tratamiento de los contenidos debe adaptarse al grado de madurez de los espectadores, y que una sola imagen inapropiada puede tener un impacto brutal en un niño, pero distinto es negar una gama entera de emociones “incómodas” para mostrar un mundo tan pacífico como incompleto.

Pero la violencia también está afuera. Según el último –y abrumador– informe de Unicef, siete de cada diez niños sufren violencia en Chile. No es la negación de esas emociones lo que nos acercará a la paz. El cine, con sus imágenes absolutas pero de amplia interpretación, tiende a parecerse a la percepción, a la memoria y también a la lógica de los sueños y es, por tanto, un medio que puede lograr una comunicación directa con la psiquis. Recomendaba Godard un juego muy elocuente: leer La interpretación de los sueños, de Freud, reemplazando la palabra “sueño” por la palabra “cine”. Veamos qué pasa con una simple definición: El cine (sueño) ayuda al espectador (paciente) a explorar sus imágenes inconscientes, identificando conexiones entre experiencias pasadas y patrones emocionales. Mediante el análisis de estas imágenes y su significado, el cine (sueño) permite descubrir conflictos subyacentes, traumas y deseos reprimidos que influyen en el comportamiento. A medida que se desentrañan estas imágenes, el individuo gana una mayor autoconciencia, lo que facilita la comprensión al abordar los problemas en su raíz y promover la reflexión y el cambio.

Le Guin afirma que un adulto no es un niño muerto, sino un niño que sobrevivió. Creemos sin prejuicios para la sublimación de emociones complejas. En tiempos nublados por el pesimismo tal vez logremos, perdidos en el ocio y la fantasía, encontrarnos y perder el miedo.