EL MUNDO. Acrílico sobre tela, 172 x 78 cm, 1995. Obra de Pablo Domínguez EL MUNDO. Acrílico sobre tela, 172 x 78 cm, 1995. Obra de Pablo Domínguez
  • Revista Nº 163
  • Por Iván Jaksic
  • Obra de Pablo Domínguez

Especial

Republicanismo: Chile y el futuro de la República

Recién en 1823 el país asumió el título de República. Desde entonces ha crecido esa dimensión que hoy, ante la tarea de elaborar una nueva Constitución, debe hacerse cargo de demandas de una sociedad mucho más compleja. La ciudadanía hoy busca un papel más cercano por parte del Estado, mayores protecciones ambientales, un piso mínimo de seguridad y valores más intangibles como la dignidad y la cohesión social. Una tarea pendiente es la integración de las regiones.

En momentos en que se revisa la Carta Fundamental del país, es necesario recordar que la idea de república tiene múltiples dimensiones. Las hay geográficas, como cuando se habla de la griega, la romana, las italianas del Renacimiento, la de Estados Unidos y la francesa. En otras dimensiones, más políticas y teóricas, encontramos caracterizaciones como la participación en los asuntos de la polis, las virtudes cívicas, marciales y agrícolas, el republicanismo clásico y el republicanismo liberal.

Esto de ninguna manera agota las diferentes connotaciones del término, ya que como todo concepto está sujeto a experiencias históricas y debates teóricos. Chile no nació republicano en muchos de estos sentidos, sino que asumió rasgos republicanos hasta declararse derechamente como república en la Constitución de 1823.

En Chile, como en la gran mayoría de los países hispanoamericanos, con una guerra de independencia entre medio, se entendió que no había camino de retorno a la monarquía. La república parecía ser el modelo más viable, en particular por la experiencia aparentemente exitosa de Estados Unidos (mucho menos la de Francia) y por la necesidad práctica de darse un gobierno sin rey ni dinastía. Sin embargo, era una apuesta que al principio parecía tener todo en contra, hasta que probó ser más estable gracias a una fórmula constitucional.

El país tuvo intelectuales importantes que pensaron la república, como Camilo Henríquez y Juan Egaña, pero  fue Andrés Bello quien le dio un lenguaje y un diseño institucional de larga duración. Es muy destacable el que ciertos aspectos del republicanismo, como la división de poderes, el constitucionalismo, la igualdad ante la ley y la importancia del sufragio fueron ampliamente compartidos por diferentes sectores políticos.

TENSIONES ENTRE PODERES

En muchos sentidos la estructura republicana se mantuvo, salvo períodos muy excepcionales ocasionados por problemas de diseño institucional, embates económicos y conflictos políticos propios de un mundo cada  vez más globalizado. En cuanto al diseño institucional, Chile tomó una opción claramente presidencialista a partir de la Constitución de 1833, que no podía sino generar crecientes tensiones con el poder legislativo. Al principio este era muy débil, pero su poder fue aumentando a medida que avanzaba el siglo XIX. Los grandes quiebres, como el de 1891, el de 1924-25 y el de 1973, tenían como telón de fondo la histórica tradición de conflicto entre ambos poderes.

Como en todos los eventos históricos, conviene agregar otros factores: Balmaceda enfrentó la división de las Fuerzas Armadas y una cruenta guerra civil; la década de 1920 comenzó con una crisis social en la que también rondaban los militares, y la de 1973, con Fuerzas Armadas incluidas, demostró el fracaso de un proyecto de transformación global sin mayoría electoral y bajo apoyo internacional. Chile tampoco era ajeno a descalabros económicos como las crisis financieras internacionales, el desplome del salitre o la polarización política propia de la Guerra Fría.

SIN TÍTULO. Óleo sobre tela, 100 x 100 cm, 2003. Obra de Pablo Domínguez

LA “CULTURA REPUBLICANA”

En cuanto a la “cultura republicana”, algunos historiadores han destacado el papel de las guerras decimonónicas, que aportaron un sentido de nacionalidad y excepcionalidad. Pero es importante subrayar el rol de la educación pública en formar (y alfabetizar) a crecientes segmentos de la población. Chile asumió su papel en este sentido, aunque hay que señalar que, a pesar del carácter crecientemente laico del Estado, en términos valóricos la mayoría de los católicos declaraban ser republicanos. De hecho, la separación de Iglesia y Estado no ocurrió sino hasta 1925, sin los quiebres traumáticos de otros países. Lo que resulta más importante es que a partir del siglo XIX se reconoció el valor de las instituciones y la del mérito individual, que son ingredientes fundamentales del republicanismo.

En el Chile actual se ha cuestionado la legitimidad de varias instituciones, pero salvo excepciones, siempre se ha buscado reformarlas antes que destruirlas. En todo caso, es preciso indicar que la igualdad política nunca va a ser completa, ni es monopolio de la república. Hay limitaciones para el sufragio, por ejemplo, por edad, o para ciertos cargos no electos, como los de la Corte Suprema o el Banco Central.

El republicanismo moderno, ya casi indistinguible del liberalismo, significa más bien igualdad ante la ley. Este fue un gran logro de la Independencia respecto de las jerarquías estamentales de la colonia, pero igual se perpetuaban limitaciones propias del siglo. No todos eran iguales o algunos eran más iguales que otros. Pero en lo político se logró lo impensable: que ingresaran nuevos sectores a la administración del poder. En este sentido, la república era más inclusiva que la monarquía hispánica. Cuando pensamos en el Chile del siglo XIX, vemos que los sectores antes excluidos ocuparon todos los espacios que antes les eran vedados.

En todo caso, aunque la república no es sinónimo de inclusión plena, sí logró instalar el tema en Chile, el que desde entonces ha ido avanzando en nuestro país. Durante el siglo XX las mujeres conquistaron el voto; los campesinos lograron sindicalizarse y la cédula única permitió la integridad del sufragio. Hoy, además de la igualdad ante la ley, lo que impera es la demanda por el reconocimiento de las identidades, ya sean individuales o grupales.

El republicanismo puede ofrecer respuestas, no tanto en un sentido valórico como en el político, para crear espacios de reconocimiento y participación a una sociedad bastante más compleja. De hecho, el republicanismo abrió el paso a la democracia que, si bien tuvo detractores, hoy es un concepto mucho más familiar y legítimo para la mayoría de las personas. En nuestro país, este término absorbió al de república, sobre todo en el siglo XX, pero se conservan elementos de ambos. Profundizar la democracia es en la actualidad una forma de hacer república, más en sintonía con los derechos humanos y sociales que requiere la sociedad actual.

DOWN SOUTH. Acrílico sobre tela, 250 x 220 cm, 1998. Obra de Pablo Domínguez

TAREAS PENDIENTES: LAS DEMANDAS CIUDADANAS

De cara a la nueva Constitución, conviene tener claridad respecto de los conceptos. El republicanismo antiguo de participación directa de los ciudadanos (noción que además era muy excluyente) es simplemente imposible hoy en día, salvo a través de la representación. Esto significa un sistema electoral y de partidos que reflejen realmente el peso y el sentir de la ciudadanía, incentiven e incrementen su participación y legitimen el diseño institucional. Si entendemos el republicanismo como división de poderes, la importancia del Estado y de la Constitución, más la inclusión sostenible de derechos civiles, políticos y sociales, creo que lograremos un consenso. Pero la ciudadanía hoy busca un papel más cercano por parte del Estado, mayores protecciones ambientales, un piso mínimo de seguridad y valores más intangibles como la dignidad y la cohesión social.

Una tarea pendiente es la integración de las regiones. Estados Unidos y otros países se rigen por un sistema federal que funciona bien o mal en diferentes momentos, pero que integra el territorio y le da representatividad. En Chile no podemos decir lo mismo. Por ello, la nueva Constitución tiene la oportunidad de definir cuál será el mecanismo de mayor integración y soberanía territorial. Es muy dudoso que Chile vaya a elegir un sistema federal, pero sí puede dar mayor autonomía a sus regiones.

No existe una definición esencialista y definitiva de la república. Ciertamente hay atributos mínimos: como la división, control y alternación del poder; la igualdad ante la ley y los derechos de las personas. Además, la república es un marco que da espacio a lo que quieren para sí mismos los ciudadanos. En un sentido general, la Constitución define, organiza y distribuye el poder. En Chile en particular, la deliberación en torno a una nueva Constitución nos da la oportunidad de ver caminos para mejorar la convivencia, respetar el espacio público, hacer valer los derechos e integrar a un país más diverso. Sobre todo, para mejorar lo que hemos recibido y entregar una ruta clara para que la próxima generación pueda, a su vez, modificar lo que en su momento considere necesario.