• Revista Nº 168
  • Por Ana María Stuven

Especial

Una nación llamada tierra

No solo el fenómeno de la inmigración al Chile actual adquiere características distintas a las que tuvo en su historia, sino que se inserta en un proceso mundial de desplazamiento de poblaciones que cuestiona el futuro y el sentido de la nacionalidad.

El cuadro “La noche estrellada” de Van Gogh sugiere un mundo en movimiento, sensación parecida a la que producen las migraciones. Por todo el planeta grupos se desplazan, escapando, buscando nuevos horizontes, atemorizados o soñando con nuevas posibilidades de vida.

Lamentablemente, la imagen que perdurará como símbolo de los que no llegaron será la del niño sirio que murió en la playa frente a las costas de Lesbos, el año 2015. Entre quienes migran hay sirios, turcos, ucranianos, bielorrusos, libios y etíopes, salvadoreños, guatemaltecos y mexicanos. A Chile llega solo una muestra de venezolanos, colombianos, haitianos, peruanos y bolivianos, representantes del dolor de abandonar sus espacios familiares. Se les clasifica según el país de donde provienen; son muchas naciones que se dispersan por el mundo resignificando la relación que la modernidad estableció entre esa forma de pertenencia y el Estado que le otorga una entidad política y legal.

No solo el fenómeno de la inmigración al Chile actual adquiere características distintas a las que tuvo en su historia, sino que se inserta en un proceso mundial de desplazamiento de poblaciones que cuestiona el futuro y el sentido de la nacionalidad. Descartando los sentimientos xenofóbicos e incluso racistas que despierta en algunos, tiene sentido la pregunta sobre el concepto de nación en contextos simultáneos de globalización, individuación, cuestionamientos identitarios y de inmigración que lo tensionan, exigiendo una posición ante él.

Históricamente, Emmanuel Sieyès y Ernst Renan impulsaron la reflexión sobre el concepto de nación moderna en Europa. El primero desarrolló este pensamiento desde el cambio de paradigma que significó la Revolución Francesa con su pregunta ¿Qué es el tercer estado?; y la concibió como una comunidad abstracta, compuesta por individuos que pierden su particularidad al adquirir la condición de ciudadanos. El segundo, remecido por la pérdida de Alsacia y Lorena a fines del siglo XIX, en su famosa clase de La Sorbonne de 1882, enfatizó la idea de “nación por voluntad” de pertenecer. Al mismo tiempo, negó que la raza, la lengua o la religión comunes sean constitutivos esenciales de la nación. Por el contrario, dice: “Los países más nobles… son aquellos donde la sangre está más mezclada” (del texto ¿Qué es una nación?). Para él, la modernidad significó el paso del dominio del ser al dominio del devenir; de la inmovilidad al movimiento. “Antes de ahora todo se consideraba como siendo; se hablaba de filosofía, de derecho, de política, de arte, de poesía, de una manera absoluta; en la actualidad, todo se considera como en vías de hacerse” (Averroes y el averroísmo).

Esta visión es moderna y se distingue de aquella que predominó, por ejemplo, en América colonial, donde el concepto de nación cumplía con la función de distinguir, delimitar o definir conjuntos sociales caracterizados por compartir determinados atributos como lugar de origen, rasgos étnicos o estar subordinados a un mismo poder político. España era la gran nación. Una vez desencadenada la crisis con la Madre Patria cobró especial importancia la posibilidad de erigir nuevas unidades políticas y tomaron relevancia discusiones como las planteadas por Sieyès y Renan.

En este camino ha sido clave su asociación con otras nociones como pueblo, territorio, ciudadano y constitución, pero sobre todo con soberanía y representación, ante la necesidad de redefinir los vínculos políticos de los miembros de las comunidades. De allí surgieron, básicamente, dos interpretaciones que pueden sintetizarse como una nación abstracta compuesta por individuos o una nación conformada por cuerpos colectivos. Ambas propuestas incluían elementos de una y otra. Solo después de conformados los Estados nacionales comienza a entenderse la nacionalidad como una agrupación de pueblos que forman un Estado independiente, dando origen a la elaboración de historias nacionales atentas a la búsqueda de sus rasgos distintivos. La historia, entendida como pasado y como relato del mismo, fue así asumiendo un carácter esencial y trascendente, utilizada también para distinguir entre las naciones. En el caso chileno, sus elites se jactaban de haber logrado una estabilidad desconocida en los países vecinos, lo cual atribuían a su espíritu de orden y al “carácter nacional”.

Mensaje de fraternidad

Mensaje de fraternidad

En la imagen, un mural de la Fundación Fré, en la calle García Reyes en Santiago, para promover la fraternindad con los inmigrantes haitianos. Esta organización otorga asistencia jurídica, psicológica, social y pastoral a los haitianos, junto con ofrecerles, entre otras actividades, cursos de español y talleres para los niños.

NEGACIONISMO RACIAL

Chile siempre se pensó como una nación homogénea social y políticamente estable. Incluso en momentos de su historia, especialmente durante el siglo XIX, se autocomprendió como homogénea racialmente, esquivando la mirada hacia el mestizo o el mulato, probablemente los principales componentes de la nación que fue forjándose desde que los españoles llegaron dejando atrás a sus familias. Desde esa autocomprensión prevaleció el mito de la Francia de Sudamérica, alimentado por una elite que Blest Gana retrata en Los trasplantados, una oligarquía aristocratizante que hasta las primeras décadas del siglo XX impuso una visión de mundo que la consagraba como una elite cultural y social.

Efectivamente, fue esa elite cultural y social la que, como sostiene Mario Góngora, desde su control del Estado, dio forma a la nación chilena. Una nación que, antecedida por el Estado, se vanaglorió de su homogeneidad y de su hospitalidad hacia inmigrantes industriosos provenientes sobre todo de Europa, a los cuales integró y con los que se mezcló y asoció sin dificultad, traspasándoles y acogiendo su ethos.

Desde estas perspectivas, tanto la nación política integrada por ciudadanos como la nación en su sentido cultural anclada en el reconocimiento de condiciones prepolíticas como el idioma, las costumbres y la historia, fueron deviniendo en Chile en una comunidad que integraría al pueblo cuando este adquiriera sus estándares de civilización. Ese “carácter nacional” aunaba una identidad colectiva de carácter político y cultural cifrada en el concepto de nación. Para ello, publicistas como Vicuña Mackenna y, especialmente, la generación romántica de fines del siglo XIX fueron decisivos en elaborar representaciones en las que cobraran forma las identidades nacionales. Afirmaron la consciencia de un pasado común que cristaliza en su memoria histórica, pero también reconocen que sus tradiciones emanan de una forma de sincretismo. Solo a comienzos del siglo XX, en torno al Centenario, surgieron algunas voces que cuestionaban esta homogeneidad y hacían visibles a los pueblos originarios como parte de la nación, no como naciones apartes.

 

Igualdad. El mural de 60 metros de altura que retrata la igualdad fue realizado en uno de los muros de un edificio ubicado en el Barrio Yungay. La obra fue realizada por la artista chilena STFI Leigthon. Según su creadora, en él existe una simbiosis sobre las diferencias culturales, migratorias, económicas, sociales y de género.

UNA FAMILIA HUMANA

El siglo XXI, como afirma Francis Fukuyama, es el de las cuestiones identitarias. Relacionado con este auge identitario, el aumento de los procesos migratorios cuestiona la definición y el contenido conceptual de la nación. La pregunta sobre el futuro de la nación sugiere respuestas que incluyen la posibilidad de su desaparición como comunidad. ¿La incorporación de personas que no se identificarían con esta comunidad pone en riesgo su existencia?

¿Se corre el riesgo de que aumente la xenofobia y surja un nacionalismo racista o un patriotismo excluyente? ¿Qué pasa con la identidad nacional si se abre generosamente a acoger al otro con lo que su alteridad puede contribuir?

Para responder la pregunta es importante no olvidar que el quiebre democrático de los años 70 causó una herida en la identidad nacional. Una herida en la definición de la nación porque quebró radicalmente la cohesión nacional. Luego de la transición a la democracia, si bien no sanaron las heridas más profundas, se creó la condición para revisar la memoria histórica y la historia misma buscando borrar los vestigios de un tiempo traumático. Esa ha sido la condición de existencia de la Convención Constitucional, el espacio para el debate en torno al concepto de nación, incluyendo la posibilidad de cambios tan importantes como la definición de Chile como Estado plurinacional. En ese contexto, insertar en la discusión conceptos adyacentes como son tradición, memoria, historia y relacionarlos con definiciones éticas inspiradas en la solidaridad, el respeto y la convivencia democrática serán decisivos a la hora de repensar la nación. Ellos contribuirán a que la marcada individualidad de los tiempos actuales y la disolución de la modernidad “sólida” permitan reconfigurar sus vínculos con el Estado, especialmente cuando la última Encuesta Bicentenario de la UC revela un aumento en quienes perciben un “gran conflicto” entre chilenos y migrantes.

Para mantener una consciencia nacional durable es preciso asumir que el énfasis exclusivo en una historia común o en un patriotismo excluyente pueden resultar en un nacionalismo racista, que vulnere los elementos esenciales de la democracia. Planificar, reglamentar y acoger solidariamente al otro inmigrante es una manera de impedir, como dice el Papa en Fratelli Tutti, que prevalezcan “nuevas formas de egoísmo y de pérdida del sentido social, enmascaradas bajo una supuesta defensa de los intereses nacionales”. Francisco invita a pensar el país como familia humana. “Los nacionalismos cerrados”, escribe, “expresan en definitiva esta incapacidad de gratuidad, el error de creer que pueden desarrollarse al margen de la ruina de los demás y que cerrándose al resto estarán más protegidos”. La historia de Chile permite identificar más de una conceptualización de nación. Nada impide repensarla desde la solidaridad en su futuro.

Cambia el paradigma

Cambia el paradigma

Para mantener una consciencia nacional durable es preciso asumir que el énfasis exclusivo en una historia común o en un patriotismo excluyente pueden resultar en un nacionalismo racista, que vulnere los elementos esenciales de la democracia. En la imagen, otra vista del mural de la Fundación Fré.