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  • Revista Nº 142
  • Por Ignacio Sánchez Díaz

Especial

Violeta Parra 100 años

La construcción de una comunidad nacional tiene hitos, momentos y personajes que van delineando un imaginario que, al apelar directamente a las emociones, en afortunadas ocasiones encuentra un camino capaz de llegar a ese océano creativo que llamamos cultura popular. El mundo académico, cada vez más, se sumerge en él en sus búsquedas de un sentido de vida colectivo.

La cultura oficial y la popular, separadas por décadas en nuestro país, se han reencontrado y cada vez ocupa más espacio esta que viene de las raíces, ahora reconocida como riqueza material e inmaterial que nos aporta sabiduría y pertenencia.
Paisajes como el desierto de Atacama o la Patagonia, héroes locales de la Guerra de Arauco como Caupolicán y Lautaro, o de la Independencia, en el caso de Manuel Rodríguez y Paula Jaraquemada, por nombrar algunos, aparecen así en la canción, en las artes visuales y en artesanías. Todas son expresiones que debemos agradecer, porque los hacen más visibles como patrimonios vivos que son parte de la identidad chilena. En este contexto, los 100 años del nacimiento de Violeta Parra Sandoval llaman a festejar en grande.

Tantos chilenos al caminar por una calle, en cualquier ciudad del mundo, de pronto se han detenido paralizados al reconocer una de sus canciones. Inquieta como era ella, viajera constante, siempre curiosa al asomarse a los rincones de nuestro país o a las artes y culturas de patrias hermanas o lejanas, ahora sigue viajando por un mundo que, para ella, no tiene fronteras.
Dedicarle un número completo de Revista Universitaria, hecho excepcional en estos últimos años, resultó ser una buena opción. Aunque creíamos conocer a esa Violeta que siempre se nos aparece, luego de publicar estos trabajos podemos develar a la artista en nuevas y profundas dimensiones que enriquecen nuestra mirada.
La razón de nuestra sorpresa parece simple. Ella se sumergió en las raíces más profundas de lo chileno e indagó en los valores universales y su modo de emerger en nuestros campos y ciudades. Hasta que no hagamos el mismo viaje, mientras no conozcamos todo su itinerario, no vamos a ser capaces de dimensionar cómo fue que ella, además de Madre de la Nueva Canción Chilena, supo ser la hija más atenta de estas tierras que caminó sin descanso. Ese mismo suelo que forma parte de su ser, es la inspiración de sus creaciones que ahora nos conectan con el país profundo.

Violeta Parra, tan sólida y tan seria, nos abre una puerta que es portal de trascendencia. Responsable como artista, capaz de padecer los dolores de un pueblo que sentía suyo, fuerte en la crítica y la denuncia. Con ancestral sabiduría entregó lo suyo en una época intensa de la historia nacional, llamando a la transformación pero no a la violencia. Mensaje que, por desgracia, no supimos acoger. En estos momentos, cuando nos hiere la situación de Siria, o las noticias de atentados terroristas en diversos países del mundo, su ejemplo sigue siendo un modelo ético; el de asumir las realidades con lucidez e intensidad, con rigor también, para aprender a crear una sociedad más fraterna, sin caer en las visiones fáciles y coloridas de los espejismos que ofrecen un oasis en el desierto donde no lo hay.

Violeta se hizo dura caminando por rincones pedregosos, sorteando barriales, recorriendo senderos, hasta llegar a lugares donde cantoras o cantores, sabios populares, seguían transmitiendo un modo más sabio y pacífico, más justo y sustentable, de ser y estar en el mundo. De allá volvió a las ciudades y al presente, para entregarnos, con su canto propio y actual, una enorme riqueza que desconocíamos en nuestro país.