• Revista Nº 142
  • Por Miguel Laborde Duronea
  • Fotografías gentileza de Wood Producciones

Especial

Violeta Parra: los matices del Violeta

En Violeta se fue a los cielos somos testigos de la alegría y la tristeza, la pasión y la quietud, la ternura y la dureza enlazadas. Son las contradicciones de esta creadora que se unen en un relato en el que el director de cine, Andrés Wood, pretende reflejar su admiración absoluta a este personaje eterno. Su grandeza. “Ojalá fuera ella el ícono de la chilenidad. Aunque es absolutamente original y por desgracia no repetida, solo pudo nacer aquí en Chile y en estas circunstancias”, afirma.

Andrés Wood Montt (51) es más alto y espigado que en las fotos de prensa. Al verlo en vivo aparece su pasado de atleta interescolar. Su condición física le permite moverse ágil y con soltura, de país en país y de paisaje en paisaje. De la misma forma transita entre la dirección y la producción. De los guiones a los festivales y concursos para obtener fondos.  Así ha hecho carrera y pudo poner su experiencia al servicio de una Violeta Parra que, hasta ese momento, faltaba en el cine chileno. Alguien tenía que llevarla a la pantalla grande, para las nuevas generaciones y también ante el resto del mundo.

Tal como sus películas se proyectan en colegios y universidades del hemisferio norte, para aproximarse al mundo de América Latina y sus temas sociales, también incluye siempre un uso artístico del paisaje, como en Violeta se fue a los cielos, donde el secano costero del valle central entrega una clave del entorno duro, riguroso, casi áspero en que crece la artista. Este título que es el mismo de la biografía que escribió Ángel Parra sobre su madre, libro en el que se basó su película.

—Siempre incluye paisajes espectaculares de Chile en sus creaciones, ¿es una estrategia o una decisión pensada?

—La verdad es que soy bien citadino de personalidad. Pienso que el contexto habla, es un elemento muy rescatable.

Me gusta el problema creativo por eso justamente, porque uno puede vivir otras vidas en otros lugares, y así aparecen cosas que están en uno y que ignoras. La misma diversidad de paisajes, de los que uno llega a apropiarse, abre algunas de ellas. Pero si no trabajara en cine ni saldría de mi casa.

—¿Y cómo es que se interesó en dar cuenta de realidades sociales del país, a veces de ambientes muy populares?

—Sin eso, no habría hecho películas. Todo ha sido naturalmente político, porque me atrae el contexto. Machuca es el país en una escala 1:1; el proyecto en el colegio Saint George fue como el de Chile en los años 60 y 70, un sueño utópico no tan bien ejecutado. Haciendo la cinta me di cuenta de que esa experiencia fue la que me provocó una gran curiosidad por la gente, poder acercarse a otros diferentes sin miedo y conocerlos. Violeta Parra, con su historia y su obra, nos acerca a una identidad chilena que tiene que ver con una sobriedad y una solidaridad que se han ido perdiendo.

Un mundo complejo

Un mundo complejo

Violeta creció en un contexto de austeridad. Por el lado paterno había tierras, educación, una familia que se había empobrecido pero que no era puramente campesina.

LA LIBERTAD TIENE SU PRECIO

Niño observador, niño sensible, sin darse cuenta fue naciendo una vocación en su interior. Esta siguió creciendo mientras estudiaba Ingeniería Comercial en la UC, en la segunda mitad de los años 80. En ese momento el país se agitaba, cada vez más, hasta llegar al retorno de la democracia en 1990; en esa década Wood decidió entrar al mundo del cine en Nueva York (1990-1991).

—¿Hay que ser ingeniero comercial para poder hacer cine en el Chile de hoy?

—No, no (se ríe) son mundos diferentes… Eso sí, es una carrera que entrega pragmatismo y capacidad para entender restricciones. Antes la negaba, pero ahora la aprecio porque al final, todo influye en el resultado artístico.

Lo dice por experiencia. Por ejemplo, ha podido reconstruir épocas de celebrado realismo, con impecable mobiliario y buenos trajes, porque financia ese esfuerzo con la oferta de los mismos en arriendo, a otras productoras chilenas e incluso a extranjeras que han comenzado a grabar en Chile. Con 20 años en este giro, Wood Producciones les ofrece siete mil prendas y cerca de cinco mil objetos y muebles.

Esa fórmula es impensable en el mundo desarrollado, donde el director (un artista) y el productor (un ejecutivo) pertenecen a realidades muy diferentes y totalmente separadas.

—Y el acercamiento al mundo popular, ¿cómo engrana en su trayectoria?

—También fue muy intuitivo, porque muchas veces cuesta mirarse a uno mismo. A los 14 años leí Los 6 días del cóndor, un libro sobre el Caso Letelier, con una descripción de nuestra clase alta que me pareció objetiva pero también tremenda. Era de mi propio entorno, el de mis afectos, y yo no quiero caricaturizarlo aunque de ahí venga mi interés en temas del colegio, del barrio, del lugar de donde vengo. Me interesa rescatar la humanidad en mis películas, me enamoro profundamente de mis personajes por eso me ha costado retratar mi mundo. Pero la mirada a otros universos me es más fácil, me resulta más sana incluso.

 

UN ÍCONO DE LA CHILENIDAD

La filmografía de Wood fue creciendo, junto con el peso de su nombre. Cuando emprendió el proyecto Violeta se fue a los cielos, ya disponía de más medios y experiencia. Acumulaba años y obras de gran peso en la industria nacional: Historias de Fútbol (1997); El Desquite (1999), La Fiebre del Loco (2001), entre otras cintas.

El filme sobre Violeta se grabó en Chile, Argentina y Francia. La misma semana del estreno, en agosto de 2011, se llenaron 21 salas a lo largo de todo el país. El éxito siguió adelante y fue la obra que representó a Chile para el Oscar a la Mejor Película Extranjera y para el Goya español. En este último evento fue una de las cuatro nominadas a Mejor Película Iberoamericana 2012, año en que obtuvo el Gran Premio Internacional en el Festival Sundance.

—¿Cómo nació la idea de Violeta?

—Es algo muy distinto, muy personal, desde la admiración absoluta a este personaje eterno, a su grandeza. Yo soy tardío en todo, no me llegó fácil. La había dejado pasar, me la había perdido. No soy como (Gastón) Soublette o (Miguel) Letelier, el Queco (Sergio) Larraín, o Fernando Castillo Velasco. Esos pocos que realmente la vieron. Porque ni a Neruda la convencía tanto. En mi caso fue de adulto, algo muy simple; de escucharla y emocionarme.

Ese áspero mundo del secano costero que él muestra al principio de la película, esos territorios rugosos que caminó Violeta de niña y como investigadora, parecen muy lejanos a su oficina de Providencia. Con sus verdes jardines y muros blancos, respira orden y pulcritud. Pero de ahí sale Wood a sumergirse en los paisajes de Chile y sus personajes, aunque siempre pensando y estudiando el tema en forma previa, con intensidad, hasta impregnarse de los personajes:

—Violeta era un volcán, ojalá fuera ella el ícono de la chilenidad. Aunque es absolutamente original y por desgracia no repetida, solo pudo nacer aquí en Chile y en estas circunstancias. En todo caso ella no es puro campo, por algo salió de ahí su hermano Nicanor. Es un mundo complejo. Por el lado paterno había tierras, educación, una familia que se había empobrecido, pero que no era puramente campesina. En todo caso, ella es de lo más grande de Chile y no es un decir.

 

La Violeta de Wood. La actriz Francisca Gavilán interpretó de gran manera a Violeta Parra.

LA ESTATURA DE VIOLETA

Estudió e investigó durante largo tiempo este personaje. Se apasionó con la creatividad, versatilidad y libertad para desarrollar su obra: “Tuve el placer de conocer a esta mujer de mucha sensibilidad. Sus versos son de gran complejidad y simpleza a la vez, avanza cuatro palabras y cambia por completo de dirección. Era libre, ella era como el anti Nicanor, porque él piensa todo. Los dos tenían conciencia de su grandeza; cuando muere Violeta él se ablanda”.

Wood se olvida de la hora, del celular vibrante, de una agenda de actividades internacionales que ya no se detiene y que implica a docenas de personas vinculadas a Andrés Wood Producciones. Todo se suspende cuando se nombra a Violeta, de otro tiempo y espacio:

—Sus letras son muy bonitas, sus rollos, de ahí sacamos varias cosas personales. Se preocupaba de cómo presentarse… Tenía una gran ambición artística, unir a la cultura popular con el arte más refinado, crear una universidad del folclore, hacer un ballet con El Gavilán, todo era en grande con ella…

—Era portadora de una sabiduría ancestral, ha dicho Gastón Soublette

—Andaba en todos lados con su grabadora, se metía con toda su lucidez. Yo no sé si es portadora de una sabiduría o si ella misma es la sabia, una machi, aunque no lo pretendiera. Trabajaba con mucho respeto, era muy íntegra, cuando graba a músicos de los pueblos originarios lo hace con gran humildad, aunque no lo sintiera como algo propio. Tenía un tino artístico, un celo sobre la integridad de todos los artistas.

Hasta hoy, aunque han pasado más de cinco años, a Wood le sigue causando asombro el personaje:

—Gastón Soublette le enseñó cosas del siglo 16 francés y ella después cantaba en esa lengua, era una gran curiosa, en todo. No sé qué otro creador ha estado a su nivel, muy pocos en todo caso. Ni siquiera pasa de moda, aunque murió hace 50 años.

—¿Imaginaste la resonancia de la película?

—Uno siempre duda. El día anterior al estreno los distribuidores estaban escépticos respecto de la recepción de Machuca, y fue lo mismo con Violeta se fue a los cielos. Entonces me sorprendo después cuando les va bien.

Los temas de sus cintas le siguen afectando en forma directa, por emociones que le llegan y se le quedan adentro, dando vueltas hasta que logra sacarlas.

El ingeniero comercial y el cineasta se entrecruzan. Tiene una lectura profesional de la realidad, con datos duros, pero la expresa gracias a emociones personales que, pareciera, siempre terminan en lo público, en los temas del país. Después de todo, parece una buena combinación para hacer cine en países de recursos limitados.

La crítica le fue favorable. Porque cumplió con la tarea país de llevar a Violeta Parra a la pantalla grande, y por haberlo hecho en serio. Aunque Wood no pretendiera una reconstrucción histórica, la acerca al espectador con sus contradicciones, como su ternura y dureza entrelazadas. Incluso, tiene algo de acto de reparación; cada chileno, al verla tan sola en su carpa, aislada, se pregunta cómo logran sobrevivir el arte y la cultura en nuestro país. Tal vez, como Violeta; dando gracias a la vida y dando su vida.

La película llegó a los cielos

La película llegó a los cielos

El éxito del filme sobre Violeta fue total. La cinta se grabó en Chile, Argentina y Francia y, la misma semana del estreno, en agosto de 2011, se llenaron 21 salas a lo largo del país. Luego la película representó a Chile en el Oscar a la mejor Película Extranjera y en el Goya español.