• Revista Nº 142
  • Por Claudio Rolle
  • Fotografías gentileza de Museo Histórico Nacional

Especial

Violeta Parra: vocera del descontento

Violeta Parra no logró adaptarse al país en el que nació. En sus letras estampó la crítica social, se indignó con la injusticia y siempre abogó por más radicalidad en los cambios. Con la aparición de esta artista, se fortaleció en Chile una cultura de denuncia y de propuesta de construcción de una nueva sociedad. Este fue el germen de uno de los movimientos artísticos más potentes de fines de los años sesenta: la Nueva Canción Chilena.

La llegada de Violeta Parra al espacio de la creación musical autoral, a fines de los años cincuenta, se produce dentro de un proceso personal que, ligado a las circunstancias de Chile y el mundo, la llevan a “sacar la voz” con un tono casi profético. Con esa voz denuncia y anuncia, cuestiona la patria que conoce e inicia una fecunda corriente de creación musical que, estrechamente vinculada a las formas tradicionales del canto popular, adquiere una nueva manera, un nuevo sentido y un nuevo acento.

Con la aparición de la cantautora se fortalece una cultura de crítica y de propuesta de construcción de una nueva sociedad. Es de esa época su canción “Yo canto la diferencia”, en la que hay denuncia y manifestación de una voluntad que rompe con el estilo formal chileno, dado al eufemismo y a eludir el tono directo. Hay una opinión sobre el país y su gente; la historia, la actualidad y un programa alternativo a las celebraciones del sesquicentenario de la Independencia y el anticipo de una nueva Violeta.

La carta

La carta

El presidente Jorge Alessandri (1958-1964) también fue blanco de la crítica social de Violeta. En la canción “La Carta” se refiere a él aludiendo al apodo de su padre: “el león es un sanguinario en toda generación”.

REDESCUBRIR AL CHILE LEJANO

A inicios de los años sesenta, la artista vivió en París. En esa ciudad, la intérprete de la música tradicional chilena tuvo una experiencia decisiva, que cambió profundamente su vida. En esa capital, llena de estímulos de toda índole, con ambientes muy creativos y con multiplicidad de espacios y ofertas artísticas de ámbitos culturales muy variados, pudo desarrollar su dimensión de cantautora, hasta entonces subordinada a su esfuerzo como recopiladora del folclore e intérprete. Serán la distancia de Chile y de su familia, así como los sucesos de su país mirados desde lejos, los hechos que la empujarían a componer y a crear canciones que abrirán el camino a lo que luego se llamará la Nueva Canción Chilena.

Las composiciones que escribe en torno a 1963 nos muestran a Violeta Parra, conocedora y exponente de la cultura popular tradicional, atenta también a los temas urbanos y en alguna medida a los desafíos de la modernización de la sociedad. Se trata de las letras que se agrupan en el disco llamado Canciones Reencontradas en París. Una docena de tópicos que cubren una gama de formas musicales, más bien amplia, y que proponen a su auditorio ritmos que se habían extinguido, que tenían escasa presencia en el mundo del disco, o que escapaban a la imagen tradicional del folclore nacional.

Anteriormente, a través de las colaboraciones con el sello Le Chant du Monde y con el Museo del Hombre en París, se proyectaba su trabajo como redescubridora del Chile lejano. Ahora interpela y asume un papel de vocera del descontento de su país. Con ello impulsa uno de los movimientos artísticos más potentes de fines de los años sesenta e inicios de los setenta.

En estas composiciones Violeta aparece en algún modo como comentarista de actualidad, ya que en ellas se referirá a episodios específicos del año 63, como a algunas manifestaciones en la Población José María Caro en el tema “La carta”; a la cosmonauta soviética Valentina Tereshkova, en “Qué vamos a hacer” y al fusilamiento del comunista español Julián Grimau en el tema “Qué dirá el Santo Padre”, entre otras canciones. En ellas establece una relación dinámica entre la música de autor, la contingencia y la sociedad.

 

Santiago penando estás. Con un sombrío lamento, Violeta visualiza y expresa la pobreza de la población capitalina, en contraste con la opulencia de los sectores acomodados. La fotografía es de 1963.

SU GEOGRAFÍA MUSICAL

También se presenta como autora de una nueva geografía, al darnos un panorama que redefine el espacio musical y social de Chile. Comienza desde el norte, con su impresionante crónica de viaje al mundo pampino en “Arriba quemando el sol”; luego retrata el centro, pero no a través del paisaje rural de estereotipo o de postal, del sauce y el rodeo, sino mostrando un sombrío lamento en “Santiago penando estás”.

Después visita el sur, con su geografía humana en “Arauco tiene una pena”, hasta llegar luego al frío de los inviernos en el tema “Según el favor del viento”. Esta pasión por Chile ya era manifiesta en la inquieta artista, quien había recorrido el territorio en busca de música y poesía. Será evocada por ella misma en un texto llamado “Un ojo dejé en el sur”, musicalizado por Patricio Manns e interpretado por Inti Illimani con el nombre de “la exiliada del sur”.

Son reflejos de lo que está sucediendo en su patria y que ella capta desde París, respondiendo con creaciones poderosas y fecundas. Este país que había recorrido con curiosidad de folclorista y pasión de intérprete lo redescubre desde lejos, en la rive gauche parisina.

Desde allí brotan una serie de canciones que la alejan de los afanes de recopiladora y la acercan a las urgencias del presente, con sus expresiones próximas y lejanas.

Es el momento de la “partida de nacimiento” de la Nueva Canción Chilena, que reinterpreta la música tradicional de Chile y la trae desde el mundo rural al urbano. Las melodías pasan de constituir un canto bucólico a un canto de denuncia y protesta, aunque también de promesa o incluso, en ocasiones, de fiesta, y que es uno de los legados más duraderos de Violeta.

Revolución social

Revolución social

La década de los sesenta se caracterizó por un activo movimiento de protesta social, suscitado por las políticas públicas estructurales que el país requería. La fotografía es de 1966.

AL CENTRO DE LA INJUSTICIA

En 1965, de vuelta al país, Violeta Parra hace un diagnóstico poco alentador sobre Chile. Deja un texto que busca presentar críticamente a su patria, vista ya no desde la lejanía de París, sino reinsertada en él, con un ambiente de expectativas desatadas por la promesa de “Revolución en libertad”, slogan adoptado por el gobierno de Eduardo Frei. Se trata de “Al centro de la injusticia”, que su hija Isabel musicalizará luego de su muerte. Allí dice: “Chile limita al norte con el Perú y con el cabo de Hornos limita al Sur, se eleva en el oriente la cordillera y en el oeste luce la costanera, al medio están los valles con sus verdores”. Inicia aquí una descripción muy agria del territorio chileno y sus habitantes. La agricultura, la minería, la sociedad, la industria son criticadas por Violeta. “Linda se ve la patria señor turista, pero no le han mostrado las callampitas”, escribe sin dejar de cuestionar la situación de dependencia y obsecuencia frente al extranjero: “…delante del escudo más arrogante, la agricultura tiene su interrogante, la papa nos la venden naciones varias cuando del sur de Chile es originaria, delante del emblema de tres colores la minería tiene muchos bemoles”.

Termina su recorrido, como sucede frecuentemente en el país, en Santiago, al decir “al medio de la Alameda de las delicias, Chile limita al centro de la injusticia”. Ya había anticipado este diagnóstico en su canción “La carta”, de 1963: era una patria en la que no hay justicia y sí plomo de la milicia, pero también un país donde el modo de vivir el catolicismo de los sectores altos la escandaliza e irrita. Desde su potente tema “Yo canto la diferencia” viene dando espacio a esta queja, que se reafirmará en su tema “Porque los pobres no tienen”, que en las canciones de esta época adquiere una visibilidad muy grande. En “La carta” es enfática: “De esta manera pomposa/ quieren conservar su asiento/ los de abanico y frac/ sin tener merecimiento/ van y vienen de la iglesia/ y olvidan los mandamientos, sí”.

Pese al tono de queja se trata de una canción de compromiso que invita a cambiar la sociedad protestando, denunciando y anunciando un mundo nuevo.

Esa sensación de desencanto frente a la realidad presente se hace aún mayor cuando Violeta “comenta” a través de cuatro canciones la triste geografía humana de Chile, marcada por la miseria y el abuso. En estilo nortino cuenta sus propias experiencias en la pampa salitrera en la canción “Arriba quemando el sol”. Es el testimonio del desaliento y la desilusión frente a la realidad de la explotación y el abandono: “Paso por un pueblo muerto/ se me nubla el corazón/ aunque donde habita gente/ la muerte es mucho mejor/ enterraron la justicia/ enterraron la razón/ y arriba quemando el sol”.

El dato geográfico duro –el sol calcinante de la pampa en este caso–, aparece nuevamente pero con signo inverso en otra de las composiciones. En “Según el favor del viento”, ese notable lamento chilote, con ritmo rescatado por Violeta en una verdadera arqueología musical, describe las condiciones de vida de la gente del sur y los abusos de los cuales son víctimas, invitándolos a reaccionar, pero también llamando al resto del país a despertar de la indiferencia para enfrentar “el frío de los gobiernos”.

 

Conectada con la actualidad. En sus letras, Violeta Parra establece una relación dinámica entre la música de autor, la contingencia y la sociedad. En la imagen vemos una toma de terreno en la década de los 60, sucesos que también inspiraron sus creaciones.

 

“Despierte el hombre despierte,/ despierte por un momento,/ despierte toda la patria,/ antes de que se abran los cielos/  y venga el trueno furioso/ con el Clarín de San Pedro, llorando estoy/ y barra los ministros, me voy, me voy”. Vuelven las imágenes religiosas en este tema en que la denuncia y la queja contra los gobiernos se combinan con la desilusión y la furia frente al doble discurso, con una cantinela de lamento inconfundible y declarado.

Son los mismos tonos lúgubres con que cantará “Santiago penando estás”. Acompañada de un kultrún la queja de la cantora es monolítica y explícita: “Mi pecho se halla de luto/ por la muerte del amor;/ en los jardines cultivan/ las flores de la traición/ oro cobra el hortelano/ que va sembrando rencor/ por eso llorando estoy”. Es un tema de testimonio del espanto que le causa el Santiago presente, mostrando cómo se deshumaniza, cómo se brutaliza todo en la ciudad terminando su lamento con una evocación de la historia. “Santiago del ochocientos/ para poderte mirar/ tendré que ver los apuntes/ del archivo nacional/ te derrumbaron el cuerpo/ y tu alma salió a rodar/ Santiago penando estás”.

Este alegato contra la soledad en medio de la multitud y contra una cierta idea de progreso, se cuenta entre las más intensas composiciones de Violeta. Esta además contrasta con otras visiones de la ciudad y su pasado, como el “Adiós Santiago querido” (1963), canción contemporánea de Segundo Zamora.

La evocación del pasado de “Santiago penando estás” se ratifica en la canción de denuncia y de rebeldía que es “Arauco tiene una pena”. Si bien, ambas composiciones comparten el tono de lamento en el cierre de cada estrofa, del “Arauco…” se intenta recuperar el espíritu de rebeldía del pueblo mapuche –o araucano como entonces se decía–, llamando a diversos caciques a levantarse contra la injusticia y el despojo. Con todo, se trata de un tema de desencanto y, más que llamar a la rebelión, invita a desenmascarar la falsedad que ve como el tono dominante en el Chile de entonces, de un país que recurre a la historia para ocultar los vicios del presente.

Violeta Parra anticipó fenómenos de la segunda mitad de los años sesenta que ella no vería, pues se suicidó en febrero de 1967. Pocos meses antes había dejado un verdadero monumento de la música y la cultura popular nacional, su disco Las Últimas Composiciones de Violeta Parra. En él aparecen las canciones que han alcanzado más difusión: “Gracias a la vida”; “Volver a los 17”; “Run Run se fue pa’l norte”; “Rin del Angelito”.

También se incluyen temas duros y desencantados como la “Mazúrquica modérnica”, “Pupila de Águila” y su impresionante lamento/ protesta titulado “Maldigo del alto cielo”. Es el testimonio de esta creadora de extraordinaria sensibilidad que no se puede adaptar al Chile de esos años, que desea más radicalidad en los cambios, que se impacienta ante los compromisos y que se siente incomprendida y sola. Si bien su legado será enorme y, todos los representantes de la Nueva Canción Chilena la reconocen como la fundadora, ella decide retirarse de este mundo justo en el momento previo a la aceleración de procesos políticos y sociales que caracterizarían la segunda parte de estos once años que van entre 1963 y 1973.