
ADELANTO | Humedales urbanos: un aliado contra el cambio climático
La toma de conciencia sobre los humedales urbanos no se logra solo con cifras o leyes, aunque ambas son necesarias. Se logra cuando las personas se reencuentran con la naturaleza y cuando comprenden que lo que está en juego no es solo la conservación de un ecosistema, sino el hogar de muchas especies. Y también nuestra propia salud física, emocional y espiritual.
Durante siglos, el agua ha sido símbolo de vida, de emoción y de renovación. De vínculo entre el mundo humano y lo sagrado. Sin embargo, en la vida urbana moderna muchas veces hemos dejado de verla como un elemento vivo y espiritual para reducirla a una mera infraestructura o desecho: cañerías, canales, tuberías, diques. En este proceso, hemos invisibilizado uno de los ecosistemas más valiosos para la vida y el bienestar en las ciudades: los humedales.
Los humedales urbanos, esas zonas donde el agua se encuentra con la tierra –o zonas de transición, esteros, vegas y lagunas–, son mucho más que espacios residuales, pantanos o vacíos urbanos. Son verdaderos riñones de la naturaleza, hogares de biodiversidad y reguladores del clima y del riesgo de inundaciones, además de lugares donde aún es posible experimentar una relación íntima, valiosa y respetuosa con la naturaleza.
Un ecosistema en peligro
En América Latina, más del 59% de los humedales ha desaparecido en las últimas décadas. Las causas son diversas, pero tienen en común una lógica que antepone la expansión urbana, el negocio inmobiliario indiscriminado y la falta de planificación urbana al resguardo de la vida. En ciudades latinoamericanas como Lima (Perú), Barranquilla (Colombia) o Concón (Chile) se han rellenado o contaminado humedales para construir viviendas, caminos e, incluso, canchas de golf, sin reparar en las consecuencias ecológicas y humanas.
Estas pérdidas no son solo cifras. Representan la desaparición de refugios para aves, en particular aves migratorias, anfibios y plantas; la pérdida de servicios ecosistémicos, como la regulación del clima o la purificación del agua; y la desconexión de las personas con espacios de contemplación y aprendizaje.
Por ejemplo, el libro Urban Wetlands in Latin America (Humedales urbanos en Latinoamérica, Rojas, C.; Springer, 2024) relata cómo el humedal de la Ciénaga de Mallorquín, en Colombia, pese a estar dentro de un sitio Ramsar de importancia internacional (lugar designado para la conservación de la biodiversidad y el sustento humano, según la Convención de Ramsar), ha perdido más de 100 hectáreas debido a la erosión costera y el crecimiento urbano. En Lima, los Pantanos de Villa están prácticamente cercados por condominios de lujo y asentamientos informales. En Chile, el humedal del Aconcagua en Concón ha visto disminuir su superficie por el avance de pastizales, suelos desnudos y expansión urbana.
Estas pérdidas no son solo cifras. Representan la desaparición de refugios para aves, en particular aves migratorias, anfibios y plantas; la pérdida de servicios ecosistémicos, como la regulación del clima o la purificación del agua; y la desconexión de las personas con espacios de contemplación y aprendizaje.