
Colonizadores: la naturaleza de los llaneros solitarios
La interpretación de la figura del colonizador, en un contexto como Chile, ha sido errática. Ligada a la del conquistador español, resulta muy difícil encontrar algo positivo en su proceso de instalación en el nuevo mundo. ¿Qué hay detrás de aquellas mujeres y hombres que en pleno siglo XX y XXI se han arriesgado a aventurarse en territorios vírgenes? El caso del matrimonio Tompkins y el de Roberto Hagemann son una muestra de la necesidad de crear una adecuada institucionalidad ambiental.
¿Cuál fue el verdadero objetivo de los primeros colonos que llegaron a Norteamérica a bordo del Mayflower? La pregunta subyace en toda la obra del intelectual estadounidense Perry Miller, quien buscó desentrañar qué pasó con la mentalidad europea cuando, a pesar de sí misma, empezó a convertirse en algo distinto.
En su clásico Errand into the wilderness (1956), Miller ofrece a ese completo, absoluto y verdadero “mar de formas radicalmente distintas y únicas” llamado naturaleza como una posible respuesta; es en la naturaleza donde el colonizador emerge como “aquel cuyo ojo puede integrar todas las partes” y como la fuerza creadora detrás del diseño de su perfección.
La interpretación de la figura del colonizador en un contexto como Chile ha sido, sin embargo, y por decir lo menos, errática. Innegablemente ligada a la figura del conquistador español, resulta muy difícil encontrar algo positivo en su proceso de instalación en el nuevo mundo.
Parte de la culpa se encuentra en el legado de la Ley de Indias, instrumento que por siglos fijó los mecanismos de la ocupación española para asegurar la presencia de la autoridad real y su poder administrativo en los nuevos territorios y sobre sus recursos, humanos incluidos. Esta norma abarcaba todos los aspectos necesarios para el establecimiento de un nuevo asentamiento, configurando a la colonización como una empresa estrictamente económica y sustentada en operaciones mineras, agrícolas y portuarias, organizadas y habilitadas gracias a la fundación sistemática de ciudades, concebidas a su vez como meros puntos estratégicos de intercambio comercial.
Cumplir la Ley supuso despejar suelos y talar vegetación, proveer de alimento y combustible, y traer consigo todos aquellos elementos que permitieran a un contingente humano exótico habitar lo desconocido, de la forma menos traumática posible. Las consecuencias del acto fundacional español y del consecuente consumo desatado del ecúmene natural resuenan hasta hoy.
De acuerdo con el reciente informe de la Comisión de Conservación, Institucionalidad y Filantropía del Centro de Estudios Públicos, “Conservación efectiva de la Biodiversidad: 30 Medidas Urgentes para 2030” (CEP, 2023), “el mayor desafío que enfrenta la humanidad es la preservación de la naturaleza y la biósfera, por su valor intrínseco y como soporte indispensable para la sobrevivencia y calidad de vida de las personas y la sociedad (…) Tal como ocurre a nivel global, las principales amenazas a la biodiversidad en Chile incluyen: pérdida y degradación de hábitats, principalmente por cambio de uso de suelo; contaminación; sobreexplotación de recursos naturales; especies exóticas invasoras; y el cambio climático, que exacerba todas las anteriores. Estas amenazas actúan en conjunto y de forma sinérgica, por lo cual no pueden ser estudiadas ni enfrentadas de manera aislada, sino que de manera integral”.
Coincidiendo en la coherencia de esta conclusión, no deja de ser escalofriante pensar en la paradoja entre la protección de la naturaleza y la búsqueda del bienestar humano. Y también cómo ese cuidado ha configurado en Chile una verdadera historia política, siendo Douglas Tompkins, uno de los descendientes del Mayflower, el emblema de tiempos recientes.
TOMPKINS, EL ANTIHÉROE
Tras su mítico viaje de 1968 para escalar el Monte Fitz Roy, Tompkins volvió a Chile en 1989 buscando, cual pionero, alcanzar la libertad y aprehender las verdades superiores y fundamentales. Obsesionado con preservar el bosque templado húmedo de la provincia de Palena, compró miles de hectáreas para remover ganado, cercos y especies invasoras. Aspirando a donar su inversión y comprometer la cooperación del Estado para formar un sistema de parques en la Patagonia, creó, junto a su esposa Kristine McDivitt, un modelo de restauración ecosistémica y medioambiental inédito en un país extractivista.
En 2018, tres años después de la muerte de Doug, Tompkins Conservation donó más de 400.000 hectáreas en el Valle Chacabuco a cambio de 3,5 millones entregadas por el gobierno de Chile para crear cinco nuevos parques nacionales y expandir otros tres. Luego de ser acusado de supuesto sabotaje económico (buscando enviar agua a China y reemplazar vacas por bisontes, como nos advertía el gobierno de turno), de intervención geopolítica (al intentar dividir al país con sus terrenos, según el Ejército de Chile), y de complot internacional (al querer transformar la Patagonia en la segunda República de Israel, en palabras de Miguel Serrano), Tompkins sería finalmente el antihéroe de millonarios locales, quienes, entendiendo que existen otras formas de inversión, asumieron la conservación y regeneración de ecosistemas como un valioso activo.
IGUAL MODUS OPERANDI DISPAR FINALIDAD
Miremos ahora el caso de Roberto Hagemann, propietario junto a un par de socios de las más de 130.000 hectáreas que configuran la Hacienda Pucheguín, en medio del valle de Cochamó, venerado por escaladores de todo el mundo debido a sus imponentes paredes de granito. Ahí, desde comienzos de 1900, cientos de colonos locales se establecieron en pequeñas propiedades autosuficientes, cuya organización comunitaria les permitió desbaratar la construcción de carreteras, lo que permitió la conservación del hábitat de pumas, ranas de Darwin y huemules.
Usando el mismo modus operandi de Tompkins (quien junto a Kris también se interesaron en el área pero no en el nivel de gestión que implicaría la compra de tantas propiedades atomizadas), en 2007 Hagemann comenzó a comprar los terrenos del valle con su fortuna formada en actividades mineras e inmobiliarias para proponer, a continuación, la construcción de una central hidroeléctrica.
La posibilidad de ver a Cochamó convertido en un recurso nacional bajo el argumento del aumento de la productividad generó un rechazo inmediato. Encabezados y agrupados por la organización sin fines de lucro Puelo Patagonia, férreos opositores a la instalación de líneas de transmisión y carreteras en el valle, argumentaron, acertadamente, que al no realizarse evaluaciones ambientales adecuadas, dichas construcciones interrumpirían un importante corredor ecológico de más de 6.500 kilómetros. Este atraviesa el conjunto de parques nacionales en torno al área –el Puyehue, Hornopirén y Alerce Andino–, además de la reserva Nacional Llanquihue.
La presión ejercida determinó que, en 2017, un tribunal acabara con los planes de Hagemann, quien se decidió a vender la propiedad en 150 millones de dólares. Tras el fracaso de esa venta, Puelo Patagonia llegó a principios de este año a un acuerdo de compra por solo 63 millones, monto que debe reunirse en el próximo bienio para concretar el traspaso.
En paralelo, y tras 12 años de tramitación en el Congreso, se aprobó la creación del Servicio de Biodiversidad y Áreas Protegidas. La Ley nº 21.600 del 21 de agosto de 2023 permitirá aunar la institucionalidad de las áreas protegidas en un solo organismo (hoy se distribuye entre cinco ministerios), implementar instrumentos de gestión para la conservación de la biodiversidad en todo el territorio e incluyendo capitales privados, y aumentar en casi un 60% el presupuesto anual destinado a la institucionalidad ambiental.
Personalmente, aún no logro dimensionar el impacto efectivo de todas estas medidas pero de una cosa estoy segura: apuesto a que Doug sonríe mientras cruza las desérticas praderas de Andinia en su bisonte.
Parque Tantauco: Donde se juntan las aguas
“Queremos que sea un lugar donde confluyan las aguas de la academia, la ciencia, la conservación, el desarrollo comunitario, la puesta en valor del patrimonio cultural y natural de Chiloé, de Chile y, por supuesto, todo lo que podamos aportar al resto de las áreas de investigación y de desarrollo que tienen ustedes aquí en la universidad”. Con este espíritu, la presidenta de la Fundación Parque Tantauco, Magdalena Piñera Morel, anunció un acuerdo entre la organización que dirige y la UC. El convenio permitirá impulsar la investigación en temas clave como conservación, ecología, biodiversidad, desarrollo sustentable y políticas ambientales. Todo esto, a través de la incorporación de dicho parque a la Red de Centros y Estaciones Regionales (RCER) de la UC.
Uno de los ejes del trabajo conjunto será propiciar la vinculación con la comunidad aledaña a la zona, con la finalidad de enriquecer el desarrollo del estudio y la investigación que se realice. Al respecto, el vicerrector de Investigación, Pedro Bouchon, afirmó: “Es importante entender y valorar el conocimiento que se ha desarrollado localmente y que nosotros podemos integrar. Eso disciplinariamente se conoce como transdisciplina. En el fondo, cómo nosotros podemos cocrear junto a actores distintos al mundo académico, que provienen de la sociedad civil y que provienen también de los pueblos originarios”.
El Parque Tantauco se ubica en el sur de Chiloé, en la comuna de Quellón. Este proyecto nació en 2005, tras la adquisición del territorio por parte del fallecido presidente Sebastián Piñera el año 2004, en una operación que no estuvo exenta de polémicas. Esto debido a la extensión del terreno (más de 100.000 hectáreas) y a que el contrato de compraventa se habría realizado en Panamá.
Tras la trágica muerte de Piñera en febrero pasado, el Parque Tantauco seguirá siendo administrado por su familia.