El Niño y La Niña en la historia de Chile del siglo XX: El destino trazado por el clima
Pese al escepticismo de los historiadores que adhieren a la clásica distinción humanista entre historia natural e historia humana, donde el ambiente es el telón de fondo, la Naturaleza como problema histórico ha llamado la atención de numerosos investigadores. Frente a ello nos planteamos la pregunta: ¿Puede el ambiente ser un actor relevante en el desarrollo de los acontecimientos y procesos históricos?
¿Es la naturaleza un agente de acontecimientos históricos? En estas líneas analizamos las repercusiones políticas, económicas y sociales de inundaciones y sequías en el desarrollo histórico de Chile en el siglo XX. El Niño y La Niña (ENOS) es un fenómeno natural que forma parte de los ciclos planetarios del clima. En el océano Pacífico suramericano, la fase cálida y lluviosa es conocida como El Niño y la fría y seca como La Niña. En este contexto estudiamos en las fuentes históricas los años lluviosos de1899-1900 y 1982, los años secos de 1924 y 1968, además del fenómeno Niño y Niña de 1997-98 (ver gráfico) con resultados que nos sorprendieron.
TORMENTA SOCIAL: 1898-1905
La crisis o cuestión social de inicios del siglo XX puede correlacionarse con el ciclo meteorológico que va entre 1898 y 1905, uno de los más lluviosos de la historia del Chile republicano. En Santiago, en 1899 precipitaron 773 mm y en 1900 llovieron 820 mm. Cuando Enrique Mac-Iver disertaba acerca de la crisis moral de la república, lo hacía en medio de uno de los inviernos más lluviosos en 200 años. El progreso se desmoronaba ante los inclementes temporales y sus nefastas consecuencias.
Fundos y pequeñas propiedades inundadas, viviendas anegadas, caminos empantanados, puentes y vías férreas destruidas, cosechas arruinadas, animales muertos, encarecimiento del costo de la vida, hambre, miseria, gente alzada y descontento social eran el resultado de las intensas precipitaciones e inundaciones. Junto con las lluvias arribaron la epidemia de viruela y la temida peste bubónica. Así, las intensas precipitaciones fueron parte del caldo de cultivo que originó los emblemáticos estallidos sociales, huelgas y mitines de inicios del siglo XX. Se trató, entonces, de un fenómeno multidimensional que involucró no solo aspectos políticos, sociales y económicos, sino también climáticos.
La sequía de 1968 se configura entonces como un elemento que afectó no solo la situación agrícola, sino que potenció los conflictos sociales, políticos y económicos, que concluyeron con una nueva irrupción del poder militar en Chile, tal como ocurrió con la sequía de 1924.
HAMBRE DE AGUA
La extraordinaria sequía de 1924 bien pudo haber incrementado el descontento social y político que dio como resultado el ruido de sables, el exilio del presidente, el cambio constitucional, las movilizaciones populares y matanzas de obreros, además de la irrupción del poder militar en Chile. Es cierto que amplios sectores de la sociedad venían exigiendo mejoras salariales y derechos sociales y que antes de 1924 hubo conspiraciones, encuentros, huelgas y matanzas.
No obstante, hacia agosto y septiembre de ese año ya era evidente para la sociedad nacional que se trataba del año más seco desde que se tenían registros, lo cual amplificó la incertidumbre habitual.
A las condiciones de vida en conventillos y pampas salitreras se unía el alza del costo de la vida asociada a la escasez de precipitaciones. A este cuadro se sumó la percepción de muchos actores sociales de que la exportación o especulación en torno al precio de los alimentos era “antipatriótica”. Era incomprensible que las élites insistieran en la conveniencia de exportar la producción agrícola, mientras la carestía y el hambre acechaban a buena parte de los hogares del país. Esta indiferencia en medio de la sequía bien pudo haber sido el detonante de un sentimiento de rebeldía que terminó expresándose en estallidos, mitines, huelgas y manifestaciones que culminaron trágicamente en matanzas y, finalmente, en la imposición del poder militar en Chile.
Ante la magnitud de la catástrofe, los pobladores debieron organizarse en torno a ollas comunes para asegurar la alimentación de sus familias. Estas organizaciones fueron el germen del reencuentro tras el largo “temporal” iniciado el 11 de septiembre de 1973.
EL TERREMOTO SILENCIOSO
Con la llegada de la década de 1960, diversos movimientos cuestionaron el orden establecido. La agitación social, el desenfreno de las costumbres, las ansias de cambio, la cultura de masas y la rebeldía de los jóvenes imprimieron un sello particular a la década. En el caso de Chile, la emergencia de estos movimientos presionó tanto por transformaciones sociales y económicas como por cambios culturales.
En el ámbito rural, el latifundio representó una estructura económica y social anquilosada que había que transformar. No obstante, con la segunda reforma agraria aprobada en 1967, en pocos meses la insubordinación de inquilinos y peones estalló. Los llamados a la calma no prosperaron. Políticos y técnicos no contaron con el resentimiento campesino acumulado por siglos.
Coincidentemente, 1968 fue uno de los años más secos del siglo XX. El presidente Frei Montalva calificó la sequía como un “terremoto silencioso”. La escasez de agua afectó el proceso de reforma agraria, disminuyó la disponibilidad del vital elemento afectando la producción agrícola e incrementando el desempleo, la pobreza, el hambre y los conflictos sociales en un contexto ya hostil. La insolvencia hídrica contribuyó a frustrar esperanzas y exacerbar la violencia, polarizando las posturas sociopolíticas.
Fue un factor más en la agudización de los conflictos. La sequía de 1968 se configuró, entonces, como un elemento que afectó no solo la situación agrícola, sino que potenció los conflictos sociales, políticos y económicos, que concluyeron con una nueva irrupción del poder militar en Chile, tal como ocurrió con la sequía de 1924.
EL INICIO DEL FIN
El fenómeno de El Niño de 1982 actuó como detonante del movimiento social que originó el inicio del fin de la dictadura en Chile. En un contexto de recesión económica, represión política e inundaciones catastróficas, la organización de ollas comunes se configuró como la principal herramienta para enfrentar la crisis, incentivando la creación de lazos de confianza y solidaridad que paulatinamente menoscabarían el miedo al régimen militar.
Frente a una severa recesión económica internacional, la dictadura anunció la devaluación del peso el 14 de junio de 1982. La medida incrementó exponencialmente la deuda externa. En el vendaval cayeron los principales grupos económicos y el Estado debió intervenir la banca. Menos de dos semanas
después de la devaluación, el fenómeno de El Niño se expresó con especial virulencia entre Coquimbo y el Maule. Precipitaron 123,6 milímetros en solo 96 horas, lo cual provocó la salida de ríos, esteros y canales, afectando la infraestructura, el equipamiento y la vivienda. Las inclemencias del temporal golpearon con severidad no solo a las poblaciones precarias. En Santiago se desbordaron el río Mapocho, el zanjón de la Aguada y los canales San Carlos, San Ramón, Las Perdices, El Carmen y El Canelo. En Lo Hermida, los pobladores quedaron aislados y, en una acción espontánea, con las manos enlazadas se formó “una cadena humana que desafió al aluvión en plena noche, gesto que salvó vidas”.
Los allanamientos, las amenazas, el soplonaje, las acusaciones, la detención arbitraria, el traslado a otras poblaciones, la designación de autoridades y líderes locales, la apropiación de los locales comunitarios, habían provocado la completa desarticulación del tejido social construido en las décadas previas al golpe. No obstante, ante la magnitud de la catástrofe, los pobladores debieron organizarse en torno a ollas comunes para asegurar la alimentación de sus familias. Estas organizaciones fueron el germen del reencuentro tras el largo “temporal” iniciado el 11 de septiembre de 1973.
Como lo señaló Las Últimas Noticias, “el temporal resultó peor que la recesión”. Se organizaron marchas de hambre y jornadas de protestas. El movimiento opositor incrementó su intensidad e influencia. Las inundaciones obligaron al encuentro entre pobladores y a la creación de lazos de solidaridad e iniciativas colectivas. Luego corrió mucha agua bajo el puente; sin embargo, a fin de cuentas, seis años después de los temporales, el presionado dictador debió reconocer su derrota en las urnas, aun cuando se mantuvo como comandante en jefe del Ejército.
FENÓMENOS EXTREMOS
En 1997-1998 las dos fases de ENOS se presentaron en rápida alternancia e inusual intensidad, llegando a ser un dramático acontecimiento periodístico de resonancia global. La masificación de internet permitió seguir en forma simultánea las vicisitudes climáticas de aquellos años. Las noticias sobre inundaciones, sequías, incendios forestales, pérdida de cosechas, colapso de actividades pesqueras, con sus secuelas de daños materiales y pérdidas humanas, ocuparon la primera plana de periódicos y revistas de la mayor parte del mundo.
El fenómeno meteorológico coincidió con la denominada “crisis asiática”, que tuvo profundas y variadas repercusiones internacionales. En el caso de Chile, los temporales de lluvia de 1997 y la inusual sequía de 1998, dejaron en evidencia las debilidades del modelo sociopolítico subsidiario y erosionaron las confianzas y esperanzas de los chilenos. El extraordinario fenómeno ENOS escaló los impactos económicos, políticos y sociales de la crisis asiática. El Niño de 1997 ocasionó una serie de temporales que desbordaron tanto la infraestructura productiva y de servicios básicos como el equipamiento y las viviendas. Los violentos temporales hicieron emerger otro Chile y develaron la estrecha complicidad que existía entre el poder económico y político en el ordenamiento de la ciudad y en el uso de los recursos públicos.
Este acontecimiento contribuyó a remecer el estado de apatía y sumisión en que se hallaba la sociedad chilena de la postdictadura. Pese a los temporales, buena parte del territorio nacional experimentaba una prolongada sequía desde fines de la década de los 80. A mediados de 1998, la intensificación de la crisis hídrica repercutió en el nivel de los embalses y en un alza en el precio de los bienes agrícolas y de la energía eléctrica. Las consecuencias de la sequía se dejaron sentir con toda su intensidad en marzo de 1999.
Hemos vivido condicionados por este “acontecer infausto”. (…) Históricamente, tanto sequías como inundaciones dejaron secuelas económicas y políticas difíciles de cuantificar pero que se expresaron en hambre, descontento, crisis y estallidos sociales.
Los apagones, bajas de voltaje y eventuales racionamientos eléctricos causaron gran inquietud social. En diciembre de 1999, se realizaron las elecciones presidenciales con seis candidatos, lo cual evidenciaba la crisis del modelo concertacionista.
El socialismo renovado no logró imponerse en primera vuelta. En segunda vuelta Ricardo Lagos se impuso por estrecho margen al líder de la derecha Joaquín Lavín. Así, los temporales de 1997 y la sequía de 1998 impresionaron profundamente a la opinión pública que con su voto puso en cuestión los logros alcanzados por las políticas impulsadas por la Concertación de Partidos por la Democracia.
En suma, la naturaleza no es un mero telón de fondo de la historia. La sociedad y la economía chilenas han estado permanentemente desafiadas por su espacio geográfico, el cual pone a prueba su resiliencia a fenómenos naturales extremos como terremotos, maremotos, vulcanismo, inundaciones y sequías. Hemos vivido condicionados por este “acontecer infausto”.
Tras una década de megasequía, en 2024 nos hallamos nuevamente expuestos a intensas precipitaciones transformadas en catástrofes, afectando cultivos, poblados, edificios, viviendas, infraestructura, equipamiento e incluso el precio de los alimentos ya en alza tras la pandemia de covid-19. Así, históricamente, tanto sequías como inundaciones dejaron secuelas económicas y políticas difíciles de cuantificar, pero que se expresaron en hambre, descontento, crisis y estallidos sociales.