“Hispanoamérica es una en la diversidad”
Desde unos baúles olvidados renace este discurso perteneciente al académico e intelectual chileno Hernán Poblete Varas. Cada frase cobra relevancia en el continente fragmentado que habitamos hoy. Se presume que estas palabras se pronunciaron en 1969, en un encuentro de académicos y autoridades latinoamericanas, en la ciudad de Arica y mientras Varas colaboraba con el gobierno de Eduardo Frei Montalva. En esa oportunidad, afirmó: “Hay un existir americano, pero no hay una conciencia americana”.
“Sería demasiado audaz soñar que se ha logrado una conciencia hispanoamericana, pero no es demasiado sustentar la esperanza de que estamos en un umbral”
Sería difícil no evocar, en este día, otra reunión hispanoamericana celebrada en esta misma ciudad y con móviles muy parecidos, si no iguales, a los que nos congregan hoy día. Me refiero al Congreso de la Comunidad Cultural Latinoamericana celebrado en Arica en el año 1966. El mismo espíritu de entonces nos convoca ahora, aunque otras sean las instituciones. Y la misma generosa Puerta de América se abre nuevamente. Cabe preguntarse si este gesto volverá a repetirse indefinidamente y con infinita paciencia hasta que nosotros, Hispanoamérica, encontremos un camino tras la puerta.
Una generación en pos de otra, los hombres nos vamos repitiendo que vivimos un momento de crisis, que el mundo cruje en agonía, que caen ídolos y otros se levantan, que se unen ante nosotros los crepúsculos del día. Siempre la misma visión apocalíptica, que induce a pensar si no será esta otra oportunidad más de avizorar un cataclismo que, al cabo de los años, parecerá a las futuras generaciones solo rasguños en la cáscara del tiempo. No participo del profetismo catastrófico. Muy al contrario, me declaro un optimista que confía que la actual crisis –una de las tantas– que vive nuestro mundo americano se parece mucho a los dolores del crecimiento, aquellos que es necesario sufrir y pasar, para alcanzar la verdadera estatura.
Sería demasiado audaz soñar que se ha logrado una conciencia hispanoamericana, pero no es demasiado
sustentar la esperanza de que estamos en un umbral.
DIVIDIDA DESDE LA CUNA
Decía nuestro filósofo Jorge Millas al inaugurar aquel congreso: “La vida requiere circulación osmótica, exige poros, reclama caminos, impone horizontes, necesita traer hacia sí y llevar desde sí. Esto, que es patentemente válido para el individuo, es patéticamente imperioso para las colectividades”.
Y agregaba: “América Latina ingresó en la historia de los pueblos libres con la conciencia, a la par que expectante, algo frustrada de su destino. Los más alertas de nuestros próceres percibieron que una América dispersa y políticamente descoordinada, al ganar en posibilidades de diversificación, perdía también en capacidad de acción para afrontar la difícil tarea de resolver los problemas comunes.
Desde entonces, los pueblos americanos han vivido en un nostálgico empeño por rehacer caminos, rectificar errores, recuperar la oportunidad que se perdiera. Caminos que se han rehecho, en efecto, y
muchos errores tienden a rectificarse. Pero lo más importante es que la desunión política y económica no ha afectado verdaderamente a la real unidad de nuestra cultura, en su anverso y reverso de conciencia histórica y expresión de la vida. Aún la conciencia frustrada es parte importante de esta identidad, existencia profunda y viva, y se manifiesta positivamente en el desasosiego de un mundo que se pregunta por sí mismo, inquiere por su destino y busca sus propios modos de expresión”.
Permítaseme citar todavía a otro participante en aquel congreso, al pintor peruano Fernando de Szyszlo: “Así, pues, creo que un artista latinoamericano debe estar consciente de todos estos problemas, de nuestra geografía agresiva y de la dictadura en Brasil, de la música electrónica y de la poesía quechua y luego, como quería Rilke, para crear debe olvidarse de todo y esperar que desde su propia noche vuelvan todos esos elementos y sensaciones, asimilados, hechos sangre propia, entonces habremos llenado, quizás, esas condiciones apropiadas para crear una obra auténtica”.
No son extrañas una a otra ni ajenas a este momento las palabras del filósofo y del pintor. Por el contrario, forman una íntima secuencia en el alma americana. América hispana independiente está dividida desde la cuna. Difícilmente alguno de esos monstruos que llamamos imperialismos –no importan el tono ni el color– podría haber inventado un agente más activo de dominio y sujeción que la pseudosoberanía que presidió los momentos posteriores a la independencia hispanoamericana. ¿Soberanía en qué y para qué? Soberanía para ser pobres, débiles desheredados, ignorantes, mutuamente adversarios y desconocidos.
Aprendimos desde la niñez nacional, la fraternidad de mirarnos las espaldas, de negarnos unos a otros, de practicar odios disfrazados de patriotismo. Ahora, transcurrido largo siglo y medio desde la independencia de un poder central y más o menos anónimo, nos contemplamos, preguntándonos con algo de la incoherencia del niño ante lo desconocido. ¿Qué hemos hecho? Nos sirve de consuelo pensar que Europa llegó a ser el continente más destruido gracias a la acción bélica, antes de adquirir conciencia del beneficio de ser uno, al menos en la gran empresa industrial y comercial.
POR UNA CONCIENCIA AMERICANA
Y nosotros, aparte de nuestros conflictos fronterizos oficiales, ¿qué podemos ofrecer a nuestros pueblos?, ¿a esos pueblos que no están en las cancillerías, que no disfrutan del difícil arte de la diplomacia?; ¿estos que han aprendido la tremenda experiencia de no ser, de hallarse perdidos en la selva, el altiplano, la soledad austral y el laberinto de las reacciones internacionales que separan y no unen a quienes poseen el mismo lenguaje y gozan el privilegio de vivir problemas comunes, hambres comunes, ignorancia y abandono? Vivimos desconociéndonos. Hispanoamérica padece de un mutuo y múltiple desconocimiento formal. Sin embargo, entre los pueblos hispanoamericanos hay una comunidad íntima, mucho más profunda que los infinitos paralelismos en que los divide la historia y la política oficial. Pensemos en qué hay de diferente entre los habitantes chilenos, bolivianos y peruanos del altiplano andino, o entre los pueblos de la selva periférica de la Amazonia, sean estos peruanos, ecuatorianos, brasileños, venezolanos, colombianos, o entre el pampero de la Patagonia o la Tierra del Fuego. Aunque se agrupen –llegado el caso– bajo diferentes banderas.
Evidentemente, hay un existir americano, aunque no haya una conciencia americana, pero tenemos una infinita tendencia a seguir los modelos. Ante una Europa unida, por razones comerciales, en un mercado común, que no es común, pero valga el término, apreciamos el modelo, digámoslo: porque este es el ejemplo de los países maestros, nos aplicamos a la gran tarea de crear pequeños modelos, ínfimamente reminiscentes de esos mercados comunes.
De pronto, nos vemos entorpecidos por la palabra clásica: trabas. Sí, tenemos trabas para perfeccionar un programa aduanero, tenemos trabas para integrar nuestras industrias, tenemos trabas para organizar un mercado interior y exterior que nos permita satisfacer las necesidades internas y –como se dice
en Chile– dar la cara en los mercados mundiales. Nuestros gobiernos se quedan perplejos y mucho más nuestros pueblos: ¿qué pasa? Eran tan promisorias las declaraciones. Tal vez un viejo refrán nos auxilie: “el hábito no hace al monje”.
No hay integración posible si ella se queda en lo superficial de los convenios. Los tratados aduaneros, las decisiones de gobierno a gobierno –no de pueblo a pueblo– morirán de su propia esterilidad o a manos de las disposiciones que impedirán esto o aquello.
Debemos revelar el alma americana e identificarnos en nuestro encuentro, y eso no se da en los tratados comerciales. Es preciso poner al descubierto los grandes puntos de contacto y alentar lo que el espíritu hispanoamericano muestra de común a todos los pueblos que lo alientan.
“Vivimos desconociéndonos. Hispanoamérica padece de un mutuo y múltiple desconocimiento formal. Sin embargo, entre los pueblos hispanoamericanos hay una comunidad íntima, mucho más profunda que los infinitos paralelismos en que los divide la historia y la política oficial”.
UNIR EL ROMPECABEZAS
Sin embargo, la fiebre aftosa destruye la ganadería a uno y otro lado de la frontera. El mal de Chagas no elige entre colombianos o venezolanos. Los terremotos usan una moneda común, no tienen patria. Las industrias producen poco y venden caro, porque se detienen en una frontera política. Inmensos presupuestos se consumen en investigaciones paralelas, a pocos kilómetros de distancia. El profesional titulado en un país hallará problemas para ejercer en otro, aunque las mismas necesidades lo llamen y precisen. Las grandes ideas ya no vuelan en las clásicas alas del espíritu, porque hay aduanas perfectamente organizadas para detenerlas. La obra de arte está contenida por el apropiado estanco nacional. El pensamiento se transforma en peligroso y circula en formas de contrabando. Y todo esto ocurre en un solo y mismo continente.
Hay un existir americano, pero no hay una conciencia americana.
Si nos anteponemos a los signos exteriores, todo dirá que Hispanoamérica es un gran rompecabezas, una gran diversidad, una mal soldada estructura de elementos disformes y contradictorios. Si nos quedamos con los grandes canales que orientaron, diversificándolas, nuestras nacionalidades, esto es una verdad incuestionable y jamás lograremos hacer de esta enorme parcelación de América una patria común y solitaria. Pero esto es una verdad a medias, una verdad perteneciente a la geografía política, que no es lo que interesa si hemos de pensar y de pensarnos como una realidad americana.
Hispanoamérica es una en la diversidad, como lo son Europa a los Estados Unidos, solo que con una gran ventaja a favor nuestro: tener una comunidad de origen, en algunos casos atenuada por enriquecedores mestizajes, provenientes de la entraña más íntima y antigua de la América precolombina o de las multiformes migraciones de otros continentes. Si una real frontera nos divide es la misma que divide a una de nuestras fuentes comunes: la península ibérica. Así, de un lado hallaremos un Nuevo Mundo fecundado por la sangre española y otro por la sangre lusitana, con sus condicionantes culturales e idiomáticas que siguen la norma impuesta por el ancestro.
Pero unos y otros, afincados aquí, en esta América toda y nuestra, estamos tan igualmente alejados de nuestras fuentes primigenias como enraizados a una tierra común que se determina, tanto en la geografía de este gran continente-isla como en la originalidad de ser americanos.
Esta originalidad, este ser diferentes nos da un rostro que se va perfilando desde el inicio de la conquista del Nuevo Mundo hasta nuestra actualidad de países sedicentes soberanos, pasando por la gran época confusa y engendradora más de estados de alma que de estados políticos de la colonia.
Si somos capaces de superar los dictámenes de una geopolítica artificial y que responde a los viejos conceptos nacionalistas de la Europa del 1800, si somos capaces de concebir ideas para el hombre Iberoamericano y no para los estados-islas en los que hasta ahora nos dividimos; si somos capaces de una visión ecuménica de América, entonces vamos a descubrir un porvenir con la misma auténtica fuerza con que podremos escuchar las voces interiores que aseguran nuestra esencia común.
Esa voz americana y esa imagen americana la han dado nuestros artistas, nuestros poetas, nuestros novelistas. Sea porque el creador se proyecta más allá de su tiempo, sea porque debe omitir las particularidades/ contingentes para expresar anhelos y convicciones que las superan, ellos han forjado desde los primeros días de este Nuevo Mundo una imagen que testimonia una originalidad, un ser en
sí mismos que autentifica el espíritu americano.
“Debemos revelar el alma americana. Identificarnos en nuestro encuentro, y eso no se da en los tratados comerciales. Es preciso poner al descubierto los grandes puntos de contacto y alentar lo que el espíritu hispanoamericano muestra de común a todos los pueblos que lo alientan”.