• Por Cristofer Rodríguez

Argumento

Los 600 de Latinoamérica: Apuntes de un ejercicio

Fue la red social Twitter (ahora X) donde me encontré con otro santiaguino apasionado por la música latinoamericana y donde nos preguntamos: ¿Cuáles son los 10 mejores discos del Siglo XX Latinoamericano? Pero el ejercicio no quedó ahí. En cosa de minutos el twitt se convirtió en un hilo al que se sumaron decenas de melómanos de países como México, Perú, Argentina y Colombia. Así nació este proyecto que ha generado un cuantioso debate que nos lleva a reflexionar sobre música e identidad.

Paralelo a la pandemia y al confinamiento que torció las rutinas de la población mundial, la web se convirtió en el espacio “natural” de comunicación, educación, trabajo y entretención, cuatro de las dimensiones fundamentales del ejercicio de la socialización. Así surgió “Los 600 de Latinoamérica. 600 discos 1920-2022”, como muchos proyectos de divulgación esparcidos en el espacio digital a mediados del año 2020.

Fue la red social Twitter (ahora X) el punto de encuentro entre dos santiaguinos apasionados por la música latinoamericana que, entre distintas conversaciones e intercambios de opinión, se preguntaron: ¿Cuáles son los 10 mejores discos del Siglo XX Latinoamericano? Entonces hubo un podio claro: Construção de Chico Buarque, Las últimas composiciones de Violeta Parra y Al final de este viaje de Silvio Rodríguez, tres pilares de la cantautoría continental.

Pero el ejercicio no quedó ahí. En cosa de minutos el twitt se convirtió en un hilo al que se sumaron decenas de melómanos de países como México, Perú, Argentina y Colombia. Con los días, el hilo se trasladó a un grupo de Whatsapp integrado por algunos y algunas usuarias que aportaron con sus opiniones. Finalmente, en cosa de semanas, la idea de una web que sintetice en una sola lista los discos más significativos de la música popular latinoamericana ya estaba en marcha. Cuatro años más tarde, fue finalmente publicada la página web de “Los 600 de Latinoamérica” (https://www.600discoslatam.com/). 

"Las últimas composiciones" (1966) de Violeta Parra. Escogido como el #2 en "Los 600 de Latinoamérica"

HASTA QUE TE CONOCÍ: LA CUESTIÓN CONCEPTUAL

La difusión fue un éxito, logrando presencia en medios de comunicación de casi todos los países representados en la lista y en formatos como webzines, podcast, radios y periódicos de circulación impresa. Desde columnas y entrevistas hasta artículos y análisis estadísticos, “Los 600 de Latinoamérica” provocó debate y consenso en melómanos, aficionados y público general. Sin embargo, tras su publicación, es pertinente reflexionar sobre algunos elementos clave del proyecto. Preguntas que pueden servir como insumo para la reflexión conceptual y metodológica, así como para evaluar el rol de la prensa musical, las ciencias sociales y la musicología en relación con el patrimonio discográfico del continente. 

La primera pregunta, entonces, es fundamental: ¿Qué entiende “Los 600 de Latinoamérica” por “Latinoamérica”? El título parece sugerirlo claramente: el proyecto abarca a los países que componen la región latinoamericana, es decir, aquellos de habla hispana, portuguesa y francesa, excluyendo las lenguas anglosajonas. Esto implicaría la inclusión de países como Haití y Guyana Francesa, y la exclusión de Estados Unidos, Canadá y Jamaica. Sin embargo, en la realidad de la selección, ni Haití ni Guyana Francesa están presentes en la lista. A su vez, aunque Estados Unidos sí fue incluido, Jamaica, Belice y Trinidad y Tobago quedaron fuera.

Un análisis geográfico también arroja inconsistencias. De las Antillas Mayores se incluye a la República Dominicana pero no a Haití. De los 10 territorios soberanos de las Antillas Menores, solo se incluye Puerto Rico. En Norteamérica, se destaca la presencia de Estados Unidos, pero no la de Canadá, mientras que en América del Sur solo figuran países de habla hispana y Brasil. Entonces, ¿Qué determina la inclusión si no es un criterio puramente idiomático o geográfico?


“Los 600 de Latinoamérica” se destaca como el primer esfuerzo multinacional, digital y multidisciplinario en enfocarse en la historia musical latinoamericana a través de su formato más esencial: el disco.

La lista abarca a 19 de los 21 países del mundo donde el español es lengua oficial, exceptuando a Guinea Ecuatorial y España por su ubicación en África y Europa, respectivamente, además de incluir a Brasil y Estados Unidos. Esto indica que la selección de “Latinoamérica” engloba a Estados soberanos de habla hispana del continente americano, junto con Brasil como su vecino lusófono. Pero surge la pregunta: ¿Por qué incluir a Estados Unidos y no a otros estados soberanos de habla inglesa? La revisión de los nombres incluidos revela que esta inclusión se debe a artistas latinos (o de origen latino) que, al grabar en Estados Unidos, ejercieron una influencia estética y cultural en lo que se considera música latinoamericana.

Aquí surge una interesante conclusión: la definición de lo “latinoamericano” en este ejercicio proviene del objeto de estudio, es decir, la música. Aunque factores políticos, identitarios y geográficos fueron fundamentales para iniciar el proyecto, la decisión final fue guiada por el ethos que define la música latina. Una suerte de identidad conformada por elementos estéticos, culturales e históricos y compartida por los países representados (o las escenas representadas, desarrolladas en los países de la lista). Este cruce entre lo estético y lo cultural, junto con la influencia de artistas, constituye su definición. ¿Se podría entender el bolero latinoamericano sin considerar los discos del género grabados en Estados Unidos? En efecto, tal vez, si Lola Beltrán hubiese grabado un álbum en Antigua y Barbuda, este país habría ingresado al canon.

Por esto es que la noción de lo latinoamericano en este proyecto es irregular e intuitiva, pero no necesariamente arbitraria y caprichosa, ya que los flujos de comunicación, influencia y correlación de ideas y estilos de los discos seleccionados parecen converger hacia la consolidación de una idea latinoamericana en donde su devenir cultural comparte lazos culturales más allá del idioma y en donde lo estrictamente geográfico no alcanza a explicar por sí mismo su definición.


En cosa de semanas, la idea de una web que sintetice en una sola lista los discos más significativos de la música popular latinoamericana ya estaba en marcha. Cuatro años más tarde, fue finalmente publicada la página web de “Los 600 de Latinoamérica”.

SE ME ACABA EL ARGUMENTO: LA CUESTIÓN METODOLÓGICA

El musicólogo Juan Pablo González subraya que la construcción de lo “latinoamericano” en la música popular ha sido impulsada principalmente desde dos perspectivas: una “americanista”, que se enfoca en la suma de historias nacionales (fenómenos, artistas, estilos) y otra “interamericanista”, centrada en la relación de estos fenómenos con la industria estadounidense. Sin embargo, en años recientes, a la luz de los estudios latinoamericanos, este campo ha sido abordado desde una perspectiva integral que incluye elementos como el género y la etnicidad, reflejo de los giros sociales y lingüísticos de las humanidades. Este cruce de variables geográficas, políticas, culturales, sociales e industriales parece ser el enfoque que persigue “Los 600 de Latinoamérica”.

El proyecto contó con una muestra general construida a partir de la suma de miradas de profesionales de distintos países de la región, incluyendo hombres y mujeres periodistas, críticos, coleccionistas e historiadores de entre 20 y 40 años. Se trata de profesionales formados en la cultura del disco, más que en la canción como dispositivo cultural. Mientras existen investigaciones que abordan historias regionales y raíces culturales mediante una mezcla de enfoques, como el libro Ritmo latino de Ed Morales o La fórmula Despacito de Leila Cobo, utilizar los discos como hilo conductor parecía un camino natural y lógico al tratarse de una historia del siglo XX.

Cuando el debate se abrió para incluir música hasta el año 2022, el disco continuó siendo el foco de investigación. Según su página oficial, la metodología consistió en registrar álbumes certificados, premiados o influyentes de los países seleccionados, que luego fueron sometidos a votación. La idea de presentar una lista en formato de ranking fue una respuesta a medios como Rolling Stone y Apple, que suelen ignorar la música producida al sur de la frontera de Estados Unidos con México. En este sentido, “Los 600 de Latinoamérica” se presenta como un esfuerzo contrahegemónico que busca romper con la narrativa del norte global sobre la música del último siglo.

Otra de las virtudes de esta selección fue destacada por la periodista chilena Marisol García en su columna “Las listas no importan (salvo algunas)” en el diario La Tercera. García describe la lista como “una resistencia a los ‘Best of’, destacando su capacidad para ofrecer sorpresas que tejen la historia de la música latinoamericana, combinando discos superventas, clásicos y angulares como el n°1, “Siembra” de Rubén Blades y Willie Colón, como proyectos indie cuyo descubrimiento es una urgencia, como Amanecer búho, de los uruguayos Buenos Muchachos o Será que ahora podemos entendernos, de la música guatemalteca Mabe Fratti.

"Siembra" (1978), de Willie Colón & Rubén Blades. Escogido como el #1 en "Los 600 de Latinoamérica"

TÚ NO PUEDES COMPRAR EL VIENTO: BALANCE Y CONCLUSIÓN

Una de las conclusiones más importantes del proyecto “Los 600 de Latinoamérica” está relacionada con la democratización del conocimiento al inicio de la tercera década del siglo XXI. Su diseño cómodo y estético, con colores que reflejan la diversidad del continente, y su acceso a 600 fichas de discos significativos, resuena con las palabras de Jorge González: “Latinoamérica es grande, debe aprender a decidir.

Existen múltiples críticas que pueden hacerse al proyecto, como la falta de perspectiva de género al incluir países completos sin representación de mujeres artistas, siendo el caso de Uruguay especialmente lamentable. También se ha señalado la escasa representación de países como Costa Rica y la ausencia, difícil de justificar, de artistas de relevancia como Los Temerarios y Los Van Van. En términos de formato, se evidencian ciertas inconsistencias en la calidad y profundidad de las redacciones e investigaciones entre diferentes autores y autoras, así como la falta de fichas más completas que incluyan detalles como artistas invitados, lista de canciones y compositores. Además, como se mencionó anteriormente, persisten dudas sobre los criterios empleados para definir qué es “Latinoamérica” dentro de la selección.

No obstante, pese a estos errores que merecen atención por parte de quienes aspiren a desarrollar un proyecto de esta magnitud, “Los 600 de Latinoamérica” se destaca como el primer esfuerzo multinacional, digital y multidisciplinario en enfocarse en la historia musical latinoamericana a través de su formato más esencial: el disco. El proyecto logra aportar valiosas capas de conocimiento, valoración, celebración y reflexión sobre nuestro pasado común a través de la música popular, dejando un alto estándar para futuros proyectos. Todo esto se logra con generosidad, profesionalismo y un profundo amor por la música de esta región del sur global, un compromiso que debería ser un imperativo ético para cualquier profesional que se dedique a estudiar y valorar este fenómeno común.


“Los 600 de Latinoamérica” se presenta como un esfuerzo contrahegemónico que busca romper con la narrativa del norte global sobre la música del último siglo. Otra de las virtudes de esta selección fue destacada por la periodista chilena Marisol García en su columna “Las listas no importan (salvo algunas)” en el diario La Tercera. García describe la lista como “una resistencia a los ‘Best of’”, destacando su capacidad para ofrecer sorpresas que tejen la historia de la música latinoamericana, combinando discos superventas, clásicos y angulares.