• Por Claudio Rolle

Argumento

Los versos de Neruda que resuenan en la UC

Hace 55 años, por una solicitud del dirigente estudiantil Miguel Ángel Solar –luego aprobada por el Consejo Superior de la universidad–, el poeta Pablo Neruda fue distinguido con el grado de Doctor Scientiae et Honoris Causa por la Universidad Católica.

Antes de recibir el Premio Nobel, a solicitud del dirigente estudiantil Miguel Ángel Solar, y en una moción aprobada por el Honorable Consejo Superior, el 21 de agosto de 1969 Pablo Neruda recibió el grado académico honorífico de Doctor Scientiae et Honoris Causa por la Universidad Católica. El hecho fue descrito por Solar como “la llegada a la universidad de uno de los creadores supremos del quehacer cultural latinoamericano”. A 55 años de ese acontecimiento, rescatamos la trastienda de este hito publicada en el libro Palabra de juventud y palabra de poeta (Ediciones Nueva Universidad, 1969).

En enero de 1969, el rector de la Universidad Católica Fernando Castillo Velasco inauguró el año académico con un discurso ante el Honorable Consejo Superior, en el que expuso los lineamientos de los principios de la Reforma Universitaria, proceso que ya cumplía un año de desarrollo. Proponía en esta intervención un balance de lo realizado y un conjunto de objetivos de política universitaria que debían dar cuerpo a un programa de acción para dos años. Este periodo permitiría configurar la “Nueva Universidad”. El rector Castillo, dirigiéndose a la comunidad universitaria, representada por el Consejo Superior, decía: “Una vez más exponemos hoy nuestras posiciones. No estamos cerrados dentro de ellas. Son posiciones abiertas. Por eso mismo invitan a la contraposición. Así entendemos se hace el diálogo democrático, el cual, transformado en acción, ha de crear la Nueva Universidad”. Al finalizar su discurso, hizo un llamado a la esperanza: “Con la colaboración de todos ustedes es lo que, confiadamente, esperamos en Dios”.

Como temprana expresión de esa concepción de la naturaleza y misión de la Universidad Católica se creó en 1968 la Vicerrectoría de Comunicaciones. Entre muchas iniciativas desarrolladas por esta unidad se organizó un recital de poesía de Pablo Neruda con la presencia del poeta en la universidad, que se realizaría el 27 de junio de 1969 en la Casa Central. Neruda tenía entonces una enorme actividad tanto en Chile como en el extranjero, y había recibido en junio de 1965 el Doctorado Honoris Causa dado por la Universidad de Oxford, una distinción que se sumaba a las voces que señalaban que el Premio Nobel de Literatura lo rondaba.

Dos días antes de la realización del recital poético, en una sesión del Consejo Superior, el representante estudiantil y expresidente de la FEUC que había iniciado la Reforma, Miguel Ángel Solar, sorprendió a sus integrantes al hacer una propuesta solicitando el otorgamiento del grado académico honorífico de Doctor Scientiae et Honoris Causa para Pablo Neruda. “La venida de Pablo Neruda tiene, por lo menos para mí –yo he conversado con algunos señores consejeros–, una significación mayor que un simple acto cultural dado en la universidad”.


PALABRA DE CARDENAL

Texto de la intervención del Gran Canciller, Cardenal Raúl Silva Henríquez (27 de junio de 1969)

Yo quería decir algunas cosas respecto a lo que ha dicho el decano, señor Krebs. Quiero referirme al otorgamiento del título de Doctor Scientiae et Honoris Causa que se ha propuesto aquí conceder al poeta Pablo Neruda. Creo que debe establecerse con claridad cuál es la mente de la universidad al concederlo. Mi opinión personal es que, sin lugar a dudas, el poeta lo merece. Creo que la universidad, al concederle este título, realiza un gesto que tal vez no sea comprendido por los necios, pero sí por otras personas de valer. En esta actitud nuestra se reflejan valores de extraordinaria importancia, valores que la Iglesia desea hoy día vehementemente manifestar en su comportamiento y en su manera de ser. El primer valor es que, de una vez por todas, se muestre y se crea que la Iglesia aprecia la Verdad, el Bien y la Belleza, aunque estén representados en quienes no participan de su convicción religiosa. En otras palabras, que la Iglesia Católica, por su naturaleza, el Cristianismo, por su naturaleza, no pueden ser sectarios, pues el sectarismo está reñido con nuestra esencia profunda. Allí se arraiga la existencia del sano pluralismo. Y esto, ¿qué significa? ¿Puede darse una cátedra de ateísmo o marxismo en una universidad católica? Yo digo que sí: puede darse, porque los cristianos estamos convencidos de que ninguna de estas ciencias o doctrinas deja de tener una parte de verdad, y porque a veces nos plantean una crítica que nos resulta utilísima conocer. Es en este sentido –el de la posibilidad de un aporte y enriquecimiento positivos– que la universidad puede, sin lugar a dudas, establecer cátedras de ese tipo, siempre que disponga del buen criterio y formación doctrinaria suficiente para saber discernir lo verdadero de lo falso. Creo que nuestra patria y el mundo necesitan este testimonio nuestro de los católicos. Testimonio de amor a la Verdad y a la Belleza que no aparece ofuscado sino realzado por nuestra fe. Alguien puede estimar que antes esto no se daba. Pero desde el momento en que se ha aprobado por la Asamblea Conciliar el Documento sobre la Libertad Religiosa; desde el momento en que nosotros hemos aceptado el Ecumenismo y llamado hermanos a los cristianos no católicos; desde el momento en que con respeto hemos reconocido valores en gente que no piensa como nosotros, yo no veo impedimentos para que la universidad, estableciendo claramente el criterio que la guía, pueda y quiera dar un premio, un reconocimiento a personas que discrepan de nuestra doctrina espiritual. Considero también indispensable que reconozcamos la actitud y el valor de quienes se han dedicado, por propia convicción, a defender los derechos de los humildes; y que nuestro testimonio sobre esto aparezca tan claro, que quede más allá de toda mistificación. Yo creo que esto también debe darse en el campo de los poetas. O sea que no solo debe reconocer a los que piensan contrariamente a nosotros en materia de doctrina y fe; eso es todo lo que quería decir.

A lo anterior agregó: “Significa, en alguna medida, la llegada a la universidad de uno de los creadores supremos del quehacer cultural latinoamericano; un hombre que ha producido dentro de su oficio, la poesía, algo que realmente ni el pueblo, ni la juventud, ni los intelectuales valoran… quizás más adelante será posible. En función de este hecho quiero pedir que él sea nombrado Doctor Scientiae et Honoris Causa”. Para argumentar lo anterior, Solar afirmó: “Me parece que la dirección de la universidad debe expresar mediante gestos significativos su adhesión a los principios de su política; debe haber gestos aprovechando los recursos propios de la universidad que muestren que hay una intención en un determinado sentido. Hay dos elementos fundamentales: uno tendiente a recuperar para la universidad la tradición cultural. En segundo lugar, me parece que es la oportunidad de la UC [para] abrirse a un sector, a una corriente latinoamericana en la cual la Universidad Católica ha tendido una cierta prescindencia. Me parece que es la oportunidad para que, demostrando la falta de espíritu sectario y la real apertura de esta universidad, nosotros hagamos un esfuerzo por premiar la labor de Pablo Neruda”. Luego de algunos comentarios, el rector Castillo planteó que gustoso hacía suya la propuesta, la cual fue votada y aprobada.

Sin embargo, la ratificación de este otorgamiento quedó fijada para la sesión siguiente, la misma mañana del día del recital. El debate lo abrió el decano Krebs, quien cuestionó esta nominación por varias razones, mostrando preocupación por sus alcances políticos: “En las viejas universidades católicas no habría sido posible conceder un título honoris causa. Lo que me pregunto es si la universidad en su etapa de desarrollo se identifica con el principio del más absoluto pluralismo; me pregunto si este acto corresponde a una realidad auténtica de la institución. Si así fuera, estaría bien. Si no fuera así, entonces esto sería un acto político que significaría aprovechar formas académicas. Significaría además (aunque esto es es secundario)… exponer a la universidad a críticas, más aún podría provocar simplemente hilaridad, significaría que hagamos el ridículo. No nos van a creer que este reconocimiento de Neruda sea algo auténtico. Repito, es un argumento secundario. Con todo, se plantea este problema fundamental. Significa la expresión de un pensamiento, de una idea de la Universidad”.

De inmediato se presentaron observaciones que tomaron distancia de las propuestas de Krebs, con intervenciones de Hernán Larraín S.J., Viterbo Osorio, Juan Ochagavía S.J. y Julio Orlandi, que antecedieron al Cardenal, quien con mayor claridad respondió a las aprensiones manifestadas por el decano Krebs: “Creo que debe distinguirse con claridad la mente de la universidad al conceder esto. Mi opinión personal es que sin lugar a dudas el poeta se lo merece”, sostuvo el Gran Canciller, que luego desarrolló una amplia línea de argumentación, que aquí se reproduce. Al final de esta intervención, el Cardenal Silva indicó: “Reconozcamos la actitud y el valor de quienes se han dedicado, por propia convicción, a defender los derechos de los humildes; y que nuestro testimonio sobre esto aparezca tan nítido, que quede más allá de toda mistificación… Yo creo que esto también debe darse en el campo de los poetas, o sea que no solo debe reconocer a los que piensan contrariamente a nosotros en materia de doctrina y fe; eso es todo lo que quería decir”. Intervino finalmente el rector Castillo, proponiendo –y consiguiendo la aprobación luego– una comisión para redactar el título compuesto por Viterbo Osorio, Hernán Larraín S.J. y Julio Orlandi, complementándose con la presencia de Miguel Ángel Solar como autor de la moción.

Fue este último quien dio el discurso a nombre de la comunidad universitaria ante los ojos del vate, y que fue al que respondió el poeta con un texto que recordaba la ceremonia vivida cuatro años antes en Oxford y con la lectura de “El pueblo”, el poema que escogió para esta ocasión especial de creación y esperanza.


Palabra de poeta

Discurso de Pablo Neruda durante el otorgamiento
del grado honorífico por parte de la UC

Aquella universidad a la que me invitaban era una de las más antiguas del mundo; y casi me desplomé de susto al atravesar los portales de vieja piedra cenicienta que habían cruzado antes que yo presencias inmortales. Entramos por corredores sombríos; seguimos por salas de ventanas góticas, por lo que la luz del norte de Europa entraba apagadamente, como si hubiera aprendido ya una antigua lección de sabiduría. Pero aún aumentó mi miedo cuando me llevaron a una pequeña habitación en que entraban y salían los dones, los maestros con sus togas negras y, sobre una mesa, vi una toga de color escarlata. Pensé, dentro de mi cobardía, que aquella sería, tal vez, la del Gran Provoste, la del Gran Cardenal, que me irían a introducir en aquella misteriosa ceremonia; pero, de pronto, entraron dos alabarderos vestidos de negro y con mazas de plata, que me revistieron la tremenda túnica escarlata y me empujaron por un corredor en donde cuarenta silenciosas personas estaban sentadas delante de lo que me pareció un tribunal. Cuando avanzamos, y a mí me temblaban ya las piernas, debajo de aquella capa de color bermellón, ellos dejaron caer los alabarderos y las mazas, y una voz de otro hombre, vestido de rojo, preguntó:

—¿Quién es ese que avanza?

—Se llama Pablo Neruda.

—¿Qué méritos tiene?

—Viene de lejos, de La Araucanía, y ha escrito muchos poemas de amor y otras cosas más…

—¡Que pase! —dijo el hombre, y los alabarderos me empujaron hacia donde en aquella vieja universidad, con plena pompa y ceremonia, me revistieron también con Doctorado Honoris Causa.

Y no quiero decir por presunción, ni remotamente, que pudiera yo menospreciar tales espléndidos honores. Y de ninguna manera es de desequilibrar en nuestra mente, el concepto que podemos tener de la sabiduría antigua de remotos lugares. Pero qué decir en agradecimiento a tan emocionante acogida y a esta gran distinción, sino que comprendo que allí había pasado el tiempo y muchas cosas antes de que yo, un bárbaro de América, llegara a tener tales títulos; pero que aquí, también, han pasado muchas batallas para que muchos prejuicios, muchos, muchos prejuicios mutuos terminaran en esta reunión emocionante en que he oído las palabras cristianas y revolucionarias de Miguel Ángel Solar, las palabras tan nobles y elevadas del señor rector y decirles que, con todo el orgullo que se puede tener entonces, es mucha más mi emoción ahora al verme rodeado de los jóvenes y valerosos corazones de mis propios compatriotas. Es eso lo que tenía que decir.

(Aplausos)

Prometí hace pocas semanas, aquí, un recital de mi poesía de amor. Y lo voy a cumplir. Pero, un poco contestando a Miguel Ángel Solar con un poema, en que le contestaba muchos años antes de que él hubiera hablado.


El pueblo

De aquel hombre me acuerdo y no han pasado

Sino dos siglos desde que lo vi,

No anduvo ni a caballo ni en carroza:

A puro pie

Deshizo

Las distancias

Y no me llevaba espada ni armadura,

Sino redes al hombro,

Hacha o martillo o pala,

Nunca apaleó a ninguno de su especie:

Su hazaña fue contra el agua o la tierra,

Contra el trigo para que hubiera pan,

Contra el árbol gigante para que diera la leña,

Contra los muros para abrir las puertas,

Contra la arena construyendo muros

Y contra el mar para hacerlo parir.

Lo conocí y aún no se me borra.

Cayeron en pedazos las carrozas,

La guerra destruyó puertas y muros,

La ciudad fue un puñado de cenizas,

Se hicieron polvo todos los vestidos,

Y él para mí subsiste,

Sobrevive en la arena,

Cuando antes parecía

Todo imborrable menos él.

En ir y venir de las familias

A veces fue mi padre o mi pariente

O apenas si era él o si no era

Tal vez aquel que no volvió a su casa

Porque el agua o la tierra lo tragaron

O lo mató una máquina o un árbol

O fue aquel enlutado carpintero

Que iba detrás del ataúd, sin lágrimas,

Alguien, en fin, que no tenía nombre,

Que se llamaba metal o madera,

Y a quien miraron otros desde arriba

Sin ver la hormiga

Sino el hormiguero

Y cuando sus pies no se movían,

Porque el pobre cansado había muerto,

No vieron nunca que no lo veían:

Había ya otros pies en donde estuvo.

Los otros pies eran él mismo,

También las otras manos,

El hombre sucedía:

Cuando ya parecía transcurrido

Era el mismo de nuevo,

Allí estaba otra vez cavando tierra,

Cortando tela, pero sin camisa,

Allí estaba y no estaba, como entonces,

Se había ido y estaba de nuevo,

Y como nunca tuvo cementerio,

ni tumba, ni su nombre fue grabado

sobre la piedra que cortó sudando,

nunca sabía nadie que llegaba

y nadie supo cuando se moría,

así es que solo cuando el pobre pudo

resucitó otra vez sin ser notado.

Era el hombre sin duda, sin herencia,

Sin vaca, sin bandera,

Y no se distinguía entre los otros,

Los otros que eran él,

Desde arriba era gris como el subsuelo,

Como el cuero era pardo,

Era amarillo cosechando trigo,

Era negro debajo de la mina,

Era color de piedra en el castillo,

En el barco pesquero era color de atún

Y color de caballo en la pradera:

¿Cómo podía nadie distinguirlo

Si era el inseparable, el elemento,

Tierra, carbón o mar vestido de hombre?

Donde vivió crecía

Cuanto el hombre tocaba:

La piedra hostil,

Quebrada

Por sus manos,

Se convertía en orden

Y una a una formaron

La recta claridad del edificio,

Hizo el pan con sus manos,

Movilizó los trenes,

Se poblaron de pueblos las distancias,

Otros hombres crecieron,

Llegaron las abejas,

Y porque el hombre crea y multiplica

La primavera caminó al mercado

Entre panaderías y palomas.

El padre de los panes fue olvidado,

Él que cortó y anduvo, machacando

Y abriendo surcos, acarreando arena,

Cuando todo existió ya no existía,

Él daba su existencia, eso era todo.

Salió a otra parte a trabajar, y luego

Se fue a morir rodando

Como piedra del río:

Aguas abajo lo llevó la muerte.

Yo, que lo conocí, lo vi bajando

Hasta no ser sino lo que dejaba:

Calles que apenas pudo conocer,

Casas que nunca y nunca habitaría.

Y vuelvo a verlo, y cada día espero.

Lo veo en su ataúd y resurrecto.

Lo distingo entre todos

Los que son sus iguales

Y me parece que no puede ser

Que así no vamos a ninguna parte,

Que suceder así no tiene gloria.

Yo creo que en trono debe estar

Este hombre, bien calzado y coronado.

Creo que los que hicieron tantas cosas

Deben ser dueños de todas las cosas.

¡Y los que hacen el pan deben comer!

¡Y deben tener luz los de la mina!

¡Basta ya de encadenados grises!

¡Basta de pálidos desaparecidos!

Ni un hombre más que pase sin que reine.

Ni una sola mujer sin su diadema.

Para todas las manos guantes de oro.

¡Frutas de sol a todos los oscuros!

Yo conocí aquel hombre y cuando pude,

Cuando ya tuve ojos en la cara,

Cuando ya tuve la voz en la boca

Lo busqué entre las tumbas, y le dije

Apretándole un brazo que aún no era polvo:

“Todos se irán, tú quedarás viviente.

Tú encendiste la vida.

Tú hiciste lo que es tuyo”.

Por eso nadie se moleste cuando

Parece que estoy solo y no estoy solo,

No estoy con nadie y hablo para todos:

Alguien me está escuchando y no lo saben,

Pero aquellos que canto y que lo saben

Siguen naciendo y llenarán el mundo.