
La paz y sus variaciones. Hacia un concepto global más restrictivo
El sistema multilateral está al garete. La interrogante que subsiste es si se desmoronará por completo o se mantendrá en torno a algunos mínimos comunes como podría ser el medio ambiente, la criminalidad organizada y el comercio.
Los romanos decían “si quieres la paz, prepárate para la guerra”. Esa afirmación refleja varias cosas: primero que la paz requiere seguridad o sea tener al menos una capacidad de disuasión, y que implícitamente la paz es un espacio entre dos guerras (este concepto fue recogido muchos siglos después por el militar prusiano y ensayista Carl Von Clausewitz).
Claro que en esa época de la humanidad primaba absolutamente la ley del más poderoso y Roma logró la paz por un par de siglos en sus dominios a fuerza de sojuzgar a otros y proteger sus fronteras, en lo que se recuerda como el período de la pax romana. Ese lapso de ausencia de conflictos mayores permitió el florecimiento del imperio en todas sus dimensiones, alcanzando el apogeo de su poder.
Lo anterior demuestra que las sociedades alcanzan su mayor grado de desarrollo y bienestar durante los períodos de paz, entendiendo que esta conlleva estabilidad y seguridad, lo que permite emprender y proyectar.
Pero ese fructífero período dio lugar después a crisis políticas, desórdenes y guerras civiles, invasiones externas, pestes y decadencia económica, lo que terminó por destruir al imperio, al menos en su versión occidental. Bizancio subsistió por casi mil años más.
La historia del imperio romano puede reconocerse también en otros imperios de otras latitudes. En todos ellos, la dinámica ha sido de consolidación, auge y caída, coincidiendo el auge con los períodos de relativa paz. Las caídas siempre han venido aparejadas con períodos de guerra, desgracia y destrucción de duración variable, hasta el asentamiento de un nuevo orden.
La historia del imperio romano puede reconocerse también en otros imperios de otras latitudes. En todos ellos, la dinámica ha sido de consolidación, auge y caída, coincidiendo el auge con los períodos de relativa paz. Las caídas siempre han venido aparejadas con períodos de guerra, desgracia y destrucción de duración variable, hasta el asentamiento de un nuevo orden.
Esta dinámica cíclica vino a modificarse o a morigerarse con el desarrollo del Derecho Internacional y de una institucionalidad multilateral fundada en la igualdad de los estados que sucedieron a los reinos. El horror de las dos guerras mundiales generó esfuerzos de concertación multilateral precisamente para prevenir la recurrencia a los conflictos armados. Sabemos que en el caso de la Sociedad de las Naciones, ello no fue suficiente. Pero aún así, esta se basó en los principios de la seguridad colectiva, el arbitraje de los conflictos y el desarme, lo que resurgiría tras la Segunda Guerra Mundial con la Carta de San Francisco, que estableció la Organización de las Naciones Unidas
Otra similitud entre ambos procesos es que se fundaron en valores como la paz, la justicia, la igualdad, el respeto, los derechos humanos, la tolerancia y la solidaridad.
También en ambos casos Estados Unidos estuvo entre los impulsores principales, con gobiernos, particularmente el de Wodrow Wilson (1913-1921), con una orientación moralista importante en materia de política exterior.
Es interesante señalar que la impronta religiosa de estos líderes, y reitero especialmente el caso de Wilson, confluyó con los idearios que venían de la Revolución Francesa como la declaración de los Derechos del Hombre y del Ciudadano en impulsar un nuevo orden internacional, fundado en valores que se procuró extender de alguna manera desde las personas a los estados en lo que les fuera aplicable. Eso se reflejó, por ejemplo, en la igualdad de los países en el derecho a voto en las asambleas generales, y el respeto a la diversidad con la integración de todas las áreas geográficas en las estructuras institucionales de Naciones Unidas.
En la génesis de Naciones Unidas está la voluntad de no repetir el terrible sufrimiento que experimentó la humanidad con guerras que respondieron a la exacerbación del poder duro como elemento central en las relaciones internacionales, combinado con ideologías totalitarias como el comunismo y el nazismo que consideraban al ser humano como una pieza desechable, además del desarrollo de la capacidad militar con armas cada vez más mortíferas.
Esa mezcla de trauma con una aspiración de redención sostuvo durante la segunda mitad del siglo XX la fortaleza de un sistema que, a pesar de sus falencias, logró aminorar los conflictos y pudo hacer frente en forma concertada a catástrofes humanitarias como hambrunas.
Como nunca los estados más débiles tuvieron la oportunidad de discutir e incidir en cuestiones de interés mundial. Ese fue el auge del Derecho internacional, con numerosas convenciones relativas a las más diversas materias que inciden en la vida de las personas, y también el desarrollo de una creciente jurisdicción universal, incluyendo en materia criminal con la Corte Penal Internacional.
Como nunca los estados más débiles tuvieron la oportunidad de discutir e incidir en cuestiones de interés mundial. Ese fue el auge del Derecho internacional, con numerosas convenciones relativas a las más diversas materias que inciden en la vida de las personas, y también el desarrollo de una creciente jurisdicción universal, incluyendo en materia criminal con la Corte Penal Internacional.
La expansión de los sistemas democráticos
En paralelo al auge del Derecho Internacional, también hubo una expansión de los sistemas democráticos, especialmente tras la caída del bloque soviético. Esa tal vez fue la época de mayor paz y esperanza, dando lugar a una obra que reflejó esa percepción del momento con El Fin de la Historia, de Francis Fukuyama.
Por algunos años se llegó a crear la ilusión de un gobierno mundial en torno a una organización multilateral, Naciones Unidas, en la cual todos los estados podían reunirse, discutir problemas comunes y encontrar soluciones compartidas que beneficiaran a toda la humanidad.
Pero por una combinación de factores, incluyendo la erosión de la memoria histórica respecto de las conflagraciones mundiales y el debilitamiento de valores comunes, el sistema que había sacado a la humanidad del ciclo de guerras empezó a desarmarse.
Paradojalmente el país que fue su principal arquitecto, Estados Unidos, ha sido a su vez un actor relevante en su demolición. Esta empezó con la Segunda Guerra del Golfo, cuando el presidente George W. Bush, pasó por sobre la institucionalidad de Naciones Unidas empezando una guerra unilateral contra Irak y Afganistán abriendo la puerta para el retorno a la lógica del poder duro, la cual se ha exacerbado durante las administraciones del presidente Trump.
Desde esa óptica, no es sorprendente el aumento de los conflictos, incluyendo en su versión clásica como es la invasión de Ucrania por Rusia.
El sistema multilateral está al garete. La interrogante que subsiste es si se desmoronará por completo o se mantendrá en torno a algunos mínimos comunes como podría ser el medio ambiente, la criminalidad organizada y el comercio.
Por mi parte, creo que vamos hacia una institucionalidad multilateral reducida con la vuelta a lógicas anteriores a la Segunda Guerra Mundial.
Lamentablemente y como sabemos, el ser humano es el único animal que puede tropezar dos veces con la misma piedra.
Por mi parte, creo que vamos hacia una institucionalidad multilateral reducida con la vuelta a lógicas anteriores a la Segunda Guerra Mundial.
Pero volviendo al tema de la paz y su concepción, vuelve a emerger el concepto romano. Ante una mayor inseguridad global, la respuesta a la vista es el rearme y la defensa depende de cada uno o de alianzas. Lo que diga o resuelva Naciones Unidas o cualquier organismo multilateral es cada vez más irrelevante. Lamentablemente esa pérdida de relevancia se extiende a la mitigación del sufrimiento, con consistentemente menos recursos para intervenir en áreas afectadas por guerras y catástrofes como lo estamos viendo en lugares como Gaza y Darfur, por mencionar algunos.
La idea de la paz se está centrando en la ausencia de guerra (paz negativa), al precio que sea. Ello queda en evidencia en las treguas o procesos de paz que Estados Unidos y otras potencias han impulsado respecto de Ucrania, Gaza y el Congo. Ahí hay una lógica transaccional de un cese de las hostilidades para que se pueda, por ejemplo, desarrollar el comercio de minerales estratégicos, sin la preocupación por reparar los crímenes cometidos y evitar su recurrencia, ni tampoco considerar las aspiraciones de las poblaciones locales. En esa dinámica, el valor de las personas se ha degradado a meras fichas en un tablero en el cual juegan los grandes.
A escala doméstica, la inseguridad causada por la delincuencia también está empujando en muchos a una lógica centrada únicamente en el tema punitivo, ojalá con las menores cortapisas posibles y que puede escalar hacia una represión más amplia que termine conculcando libertades.
Esta situación coincide con la crisis de buena parte de los sistemas democráticos y el crecimiento de los autoritarismos.
La paradoja que vivimos es cuanto más seguridad buscamos fundados en la fuerza de las armas, más elusiva parece ser la paz porque esta solo perdurará sobre la base de la justicia, la igualdad y el respeto mutuo. Y así como en un país no se puede tener paz solo encerrando a la gente considerada como una amenaza (pobres, delincuentes, opositores, minorías) en cárceles o guetos, tampoco en el mundo se puede tener paz construyendo muros y pretender que dentro de ellos todo será armonía no importando lo que ocurra afuera.
La paz no es solo la ausencia de guerra, sino un estado complejo que abarca aspectos sociales, individuales y culturales, y que implica la promoción de valores como la justicia, el respeto y la cooperación.
Ante vientos de guerra y cambios sistémicos y como tantas veces en la historia, las personas pueden y deben ser un factor de cambio para volver a centrar la humanidad en torno a los valores que le son comunes y cuyo respeto es la única garantía para una paz verdadera.
Promover una cultura de paz implica educar en valores y ser consecuentes con ellos, y ahí está la respuesta. La alternativa es volver a pasar por horribles sufrimientos colectivos y sobre esa sangre derramada, algún día, abrir los ojos para volver a lo esencial.