• Por Virginia Soto-Aguilar Cortínez
  • Periodista

Canon Personal

Partituras reveladas

Felipe Copaja es ingeniero civil electricista de profesión y violonchelista de vocación. A través de su desconocida labor de edición de obras musicales sueña con preservar el patrimonio musical chileno.

El inicio de una pasión

Mis recuerdos más antiguos de la música se remontan a mi cuando vivía en Concepción. Pero el verdadero punto de inflexión fue asistir, solo, a un concierto de la Sinfónica de Concepción. Fernando Rosas dirigía la Quinta de Beethoven. Yo tenía unos diez años y salí del teatro completamente maravillado. Ese día sentí que la música no era solo un pasatiempo: era una forma de estar en el mundo.

Poco después, mi familia se mudó a Arica. Allí comencé a aprender violonchelo, aunque al principio ni siquiera tenía uno. Encordé una guitarra como si fuera un chelo, para practicar las posturas. Más tarde, me prestaron un instrumento con solo tres cuerdas. No había profesores, así que avancé a punta de intuición y ganas.

El paso por ingeniería UC

Cuando llegó el momento de elegir carrera, opté por Ingeniería Civil en la UC. Pensé que no tenía la base suficiente para estudiar música formalmente. Fue en los años de pregrado cuando aprendí a usar un software para escribir partituras, gracias al profesor Tomás Thayer. Ese aprendizaje, que parecía menor, se transformó con el tiempo en mi segunda profesión: la edición musical.

Las partituras de Soro

Muchos años después, trabajando ya en Gtd, sabiendo que quien me había contratado era sobrino nieto del compositor Enrique Soro, me puse en contacto con su nieto, Roberto Donies Soro, y comenzamos a trabajar juntos. En 2022, publiqué Enrique Soro: Composiciones de juventud, un libro que reúne 26 composiciones escritas por Soro entre los 14 y los 18 años, cuando estudiaba en el Conservatorio de Milán. Solo cinco de esas obras habían sido publicadas antes; el resto provenía de sus manuscritos originales.

Ese proyecto fue el inicio de una colaboración que continúa hasta hoy. Ya he digitalizado más de sesenta piezas de Soro y en 2023 publiqué, junto a la pianista Pilar Peña Queralt, Soronidades de infancia, una antología de obras para piano inspiradas en la niñez. Por este libro obtuve el Premio a la Música Nacional Presidente de la República el año pasado como mejor editor musical, reconocimiento que me emociona especialmente porque nació de una iniciativa de Pilar, quien me postuló.

Ese premio simboliza para mí algo más profundo: la posibilidad de devolver a Chile una parte de su patrimonio musical, de rescatar partituras que dormían olvidadas y darles nueva vida.

Música, trabajo y familia

Desde 2010 vivo en Valdivia. Aquí trabajo como subgerente de gestión de operaciones entre partes relacionadas en Telsur, que es parte de Gtd, y desde 2021 integro la Orquesta Filarmónica de Los Ríos.
En mi puesto anterior, como director de extensión de Telsur, tuve por misión liderar la puesta en marcha del Museo de las Telecomunicaciones, que ha tenido un gran impacto en la vida cultural de la ciudad. En tres años y medio de operación ya llevamos cerca de 60.000 visitas.

Un oficio silencioso

El año pasado formalicé mi labor como editor creando una pequeña empresa. Es un trabajo de nicho, casi invisible, pero necesario. No lo hago por dinero, sino por vocación. Cada partitura que edito es una forma de contribuir al patrimonio musical chileno, de hacer que la obra de nuestros compositores vuelva a sonar.

Editar una partitura no es solo transcribir notas: es reconstruir con cuidado la voz del compositor, comprender su contexto y ofrecer a los intérpretes un texto musical claro, fiel y, sobre todo, “vivo”.

El proceso comienza con la revisión y comparación de las fuentes –manuscritos autógrafos, copias
de época y ediciones antiguas, cuando existen– para detectar diferencias, errores, omisiones o detalles que puedan revelar la intención original del autor. Este es el núcleo de lo que se denomina edición urtext: aquella que busca presentar la música tal como fue concebida, sin añadidos ni correcciones arbitrarias.

Así, la edición de partituras es un puente entre la investigación y la interpretación, entre el archivo y el atril, entre la historia y el sonido vivo que la renueva.

No concibo la música como una carrera paralela a la vida, sino como su acompañamiento. Ha estado
conmigo en los momentos de soledad, en el estudio, en el trabajo, en la crianza de mis diez hijos. Hoy, cuando tomo el violonchelo y ensayo con la orquesta, siento que todo encaja: los años de ingeniería, las noches editando partituras, el bullicio de la casa. Todo suena afinado cuando uno aprende a mirar la vida como una gran partitura donde cada nota –incluso las más pequeñas– tiene su lugar.