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  • Revista Nº 174
  • Por Omar Cerrillo Garnica

Columnas

Las ficciones de la violencia en América Latina

Actualmente, América Latina es la región más violenta del mundo.

Así lo señalan las estadísticas más recientes que indican que, en 2017, la tasa promedio de homicidios anuales por cada 100.000 habitantes fue 19,5 para América Latina (Rettberg, A.; 2020). Si bien la tasa se ha reducido en los últimos cinco años, pasando a un 16,4 para toda la región (PNUD, 2022), sigue siendo muy superior a la tasa de 12,8 que manejaba África en 2017 (Rettberg, A; 2020). Más allá de las cifras, nos parece importante cuestionar el porqué de estos fenómenos violentos en la región.

Habría que ir a nuestros orígenes, pero no los prehispánicos, sino los transberingianos, para trazar algunas líneas sobre nuestro sentido de convivencia y transgresión. Así, la migración en el Pleistoceno conllevó la lenta conformación de las bases de la cultura latinoamericana, y la violencia pasó a formar parte de ella, porque siempre nos ha acompañado como humanidad. Pero ¿por qué seguimos siendo tan violentos en Latinoamérica a diferencia de otros lugares del mundo?

América Latina nace de varias ficciones, un tanto trágicas. Estos antiguos moradores del continente, ya sea que hayan migrado por Bering en la Era del Hielo o hayan quedado “atrapados” en este espacio desde la separación de la Pangea, tal como lo sugiere José Vasconcelos (1948), desarrollaron grandes civilizaciones que tuvieron su propia comprensión del mundo y no tendrían equivalente en ninguna civilización europea. La violencia era una forma cotidiana de vida, expresada en la Capac Cocha y el pozole con carne humana. Aquí subyace la primera ficción: los pueblos originarios eran violentos por norma, no por falta de civilización.

Una segunda ficción viene con el descubrimiento y la propia conquista. Los europeos llegaron a América en el s. XV con una copiosa necesidad de recursos, por lo cual la sometieron y la sangraron hasta la saciedad, como lo comenta Eduardo Galeano (2004). La segunda llegada de los europeos se convierte en una ficción trágica y dolorosa. En medio de la ficción del descubrimiento y civilización del Nuevo Mundo, se despoja al nativo de la Pachamama y el Mictlán, para ofrecerles un dios sangrante y humillado en una cruz. El intercambio no tiene sentido; pasamos de dioses indómitos a un dios derrotado y violentado, traído por un raudal de hombres sedientos de oro.

Primera conclusión: no hay forma de escapar de la violencia.

Una tercera ficción es la propia liberación de los nuevos pueblos en el comienzo del s. XIX. El liberalismo de la época pretendía una reinstalación de la corona española, caída en manos napoleónicas; así como la recuperación de los derechos de los blancos nacidos en América. La violencia la pusieron los nativos y mestizos, que cargaban con tres siglos de frustración. El mito se funda en unos cuantos hombres que soñaron con un mundo mejor, siendo el caso más obvio el de Simón Bolívar. Algunos no creían en su idealismo libertador. José de la Riva-Agüero lo llegó a comparar con personajes de dudosa integridad política, como “Napoleón, Washington, Nerón, Robespierre y con toda la familia de dictadores, déspotas y tiranos que menciona la historia” (Rodríguez, S.; 2019: 23). Si es posible calificar al idealista de una sola América como uno de los peores “dictadores de la historia”, la visión política en América Latina siempre ha de tener sus bemoles con la democracia, y hay un dejo de razón en ello. Difícil calificar a personajes como Bolívar, San Martín o Juárez como verdaderos demócratas; sin embargo, son mucho más liberales que Julio Roca, Porfirio Díaz o Manuel Montt.

Una ficción más es la propia vida democrática. Desde los albores de la vida independiente hasta nuestros días, el debate político en nuestros países se radicaliza: los liberales, más tendientes al republicanismo y al federalismo; y los conservadores, proclives a la visión centralista, catequizada y vertical del poder. Así, hemos llegado al siglo XXI entre los progresismos y los conservadurismos. Mirando con suma honestidad, ninguno de los bandos ha generado una solución real a los problemas que persisten desde los lejanos tiempos de Moctezuma o el inca Tupac. Nuestras sociedades persisten violentas ante la profunda desigualdad y la falta de inclusión.

A 50 años de la violentísima irrupción del ejército chileno en el Palacio de La Moneda, las disputas ideológicas que persisten son la muestra de la separación que encarnó la dictadura. En medio de Cristo y Wiracocha (dios inca), de Pinochet y Allende, de Piñera y Boric, así tenemos a un Chile y a una América Latina que quisiera alcanzar una edad adulta sentando cabeza para ser, al menos por algunos momentos, menos violentos y más conciliadores

PARA LEER MÁS

  • Galeano, E. (2004). Las venas abiertas de América Latina. Siglo XXI Editores. México.
  • Hernández Bringas, H. (2021). “Homicidios en América Latina y el Caribe: magnitud y factores asociados”. Notas de Población, N° 113, julio-diciembre de 2021.
  • PNUD, USAID (2022). “Análisis sobre la situación de la violencia y seguridad ciudadana. Centroamérica y República Dominicana”.
  • Rettberg, A. (2020). “Violencia en América Latina hoy: manifestaciones e impactos”. Revista de Estudios Sociales, Nº 73, julio de 2020
  • Rodríguez, S. (2019). Bolívar contra Bolívar. Biblioteca Ayacucho. Caracas.
  • Vasconcelos, J. (1948). La raza cósmica. Editorial Espasa, México.