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  • Por Raimon Ramis

Columnas

Los ojos de Mona, de Tomás Schlesser: Un viaje al fenómeno editorial francés

En las culturas ancestrales o mal llamadas primitivas, los viajes iniciáticos son un punto de inflexión en el desarrollo de los individuos. El paso hacia la adolescencia era un momento importante. El tener que asumir la responsabilidad de las propias decisiones y el verdadero sentido de la vida; un tránsito del nacer al morir que conlleva pérdidas a la vez que adquisiciones.

En el cuidado que debemos tener en este viaje iniciático, el autor nos propone una terapia novedosa; lejos de dinámicas competitivas o de destrezas físicas. Algo que hace trabajar dos actividades poco ejercitadas hoy en día, el racionamiento y la contemplación. Ambas básicas para desarrollar el conocimiento, el análisis y el pensamiento crítico.

Henry, el abuelo de Mona, pide dos cosas para guiar este paso a la edad adulta: constancia y tiempo. Sin ellos es difícil asumir desarrollar la confianza consigo mismo, la capacidad de pensar, racionar, relacionar y opinar. Herramientas necesarias para sobrellevar y afrontar los miedos.

Mona es la protagonista de este viaje que va desde la simplicidad a la complejidad de la existencia. Un tránsito que realizamos a través de la observación de obras de arte que abuelo y nieta realizan sistemáticamente durante 52 semanas. A la par, la acompañamos en su despertar hacia la complejidad de la vida, donde las cosas no son como las vemos. Las obras escogidas son un relato de la historia y la esencia del arte totalmente subjetivo. Un itinerario del que podemos discrepar, tanto en la elección de las obras como en su tratamiento y análisis. Para mí, este resulta parcial y en muchos momentos frío y distante, donde la anécdota le saca protagonismo al análisis profundo.

El método escogido por el abuelo -darse tiempo- es una reivindicación de volver a la contemplación de lo que nos rodea; en este caso, al catálogo de obras que abuelo y nieta observan. Una forma de recuperar esa cocina a fuego lento que el saber demanda, y que el microondas y el “fast food” han desplazado. De la misma manera, la mediatización y tecnificación de la cultura, el imperio de las pantallas a pesar de sus bondades ha distanciado y deformado la relación entre el creador y el público, equiparando arte y espectáculo.

En el relato subyace la masificación de los museos, fruto de la lógica economicista en la que estamos inmersos, que analiza el arte y sus estructuras solamente desde el rendimiento económico. El arte y las estructuras culturales, por definición, no pueden analizarse desde la lógica economicista; su lógica tiene que ver más con lo social: el desarrollo humano, la democratización del conocimiento, el relato cultural y la capacidad crítica. Sin olvidar la preservación de los valores que permiten una sociedad justa, equitativa, democrática e inclusiva.

El paisaje artístico que acompaña a Mona es un itinerario sobre la libertad creativa y la superación de los límites que en los distintos momentos de la historia la sociedad se ha impuesto. A la vez, es un viaje que se adentra a la complejidad de la vida y del ser humano, la misma a la que nos vamos adentrando en la mesura que adquirimos años o capacidad de raciocinio.

Este viaje llena de sentido las palabras de Chillida; “el lenguaje abstracto es el único capaz de explicar la complejidad de la vida”.  El periplo podría haberse hecho a través de otros caminos. Escoger uno u otro presupone una elección ideológica, en la cual incluyes y excluyes, como todo en la vida; yo hubiera escogido otro camino.