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  • Por Omar Cerrillo Garnica

Columnas

Narcocorridos: el horror también se puede cantar

Cuando se habla de México con cualquier ciudadano del mundo es prácticamente un hecho que se tomará uno de estos dos enfoques: los grandes atractivos turísticos del país (sus sitios arqueológicos, preciosas playas y gran gastronomía); o bien, su lado oscuro, oscurísimo (la violencia, el tráfico de drogas y sus estrafalarios líderes). Es una forma más del yin y el yang, la luz y la sombra, el bien y el mal.

Ese lado oscuro del México contemporáneo es un aspecto complejo de comprender y, más aún, la llamada narcocultura. Dado que el espacio es breve, mencionaré los aspectos más relevantes de cómo es que el país más septentrional de América Latina se convirtió en La Meca de las drogas.

Desde mediados del siglo XIX hasta la tercera década del siglo XX, algunos migrantes chinos llegaron a las costas mexicanas del Pacífico, en particular, al estado de Sinaloa. Su arribo significó un proceso de transculturación en la región, donde ellos adoptaron algunas cuestiones de la cultura mexicana a la vez que trataron de preservar algunas de sus costumbres, entre ellas, el consumo y siembra de amapola, la flor de donde se extrae el opio, necesario para fabricar morfina.

Durante la Primera Guerra Mundial, el ejército norteamericano se convirtió en el principal importador de morfina. Muchos campesinos sinaloenses que habían aprendido del cultivo de la amapola y no veían claridad sobre los resultados de la Revolución Mexicana a inicios del siglo, optaron por producir esta planta que los americanos comprarían a buen precio. Así empezó la locura.

El primer corrido del cual se tiene registro es de esta época, “El Pablote”, de 1931, que cuenta la historia de un forajido que presumía traficar opio a los Estados Unidos y tuvo un altercado en una cantina que terminó con su vida. Este primer tema es más cercano al corrido revolucionario, pero ya sienta un precedente de lo que sería el narcocorrido cuarenta años después, con los Tigres del Norte como principal exponente. Camelia La Texana (1974) se convertirá en un personaje esencial para la comprensión del género y es reconocido como el primer narcocorrido moderno.

Los años ochenta y noventa del siglo pasado se erigen como la época del boom de los carteles mexicanos, como el Cártel de Guadalajara y el Cártel del Golfo. A la par, surgieron grandes exponentes de lo que sería el narcocorrido, muchos de ellos, componiendo temas por encargo de los grandes capos, como si se tratara de la Corte de Viena en el siglo XVIII. Destacan Los Cadetes de Linares (1986) y Chalino Sánchez (1992), quien sería asesinado tras una presentación musical, el primero de una lista a la que se sumarían Valentín Elizalde, Sergio Gómez –cantante de K-Paz de la Sierra– y Sergio Vega “El Shaka”.

El naciente siglo XXI trajo consigo la multiplicación de organizaciones criminales, un exacerbado incremento en la violencia y nuevos representantes del género musical, ahora bajo la etiqueta de “movimiento alterado”, haciendo alarde del estado mental de los compositores e intérpretes. Destacan Alfredo Ríos “El Komander”, Larry Hernández y los Buchones de Culiacán, entre otros.

En esta tercera década del presente siglo, una nueva ola de corridos ha inundado no solo el mercado mexicano, sino el internacional. Exponentes como Peso Pluma, Junior H o Natanael Cano han dado una nueva personalidad al género a través de los llamados “corridos tumbados”, música que combina la instrumentación del corrido clásico con un fraseo vocal más similar al trap o al reggaetón. Abandonaron las botas vaqueras y el sombrero texano para dar un aire más urbano y juvenil a su apariencia. Según información de Chartmetric, empresa dedicada a la estadística de la industria musical, Peso Pluma está entre los 25 artistas musicales más relevantes a nivel mundial en 2023. El narcocorrido dejó de ser el relato de una historia aislada en la frontera entre México y Estados Unidos para convertirse en una canción de moda.

Podríamos escandalizarnos y satanizar a estos músicos porque cuentan con gran popularidad y sus temas se cantan a todo pulmón por miles de jóvenes en México y el mundo. Podríamos caer en la tentación totalitarista de censurar y prohibir, como si se pudiera dejar de escuchar por decreto. Lo cierto es que, más que causa de violencia, son consecuencia de esta. Ellos no inventaron el México bronco; ese ya estaba cuando ellos solo miraron, se informaron y documentaron esa cruda realidad. Por una parte, son como esos músicos de encargo de las cortes europeas del periodo clásico; por otra, son como aquellos escritores realistas del siglo XIX, que mostraron la cara más sucia de la existencia. Sin embargo, son también esa necesidad de todo ser humano de exaltar lo que le rodea a través de la estética; y son, sobre todo, ese punto blanco en la ola negra del Yang, que representa que siempre habrá algo de luz en medio de la oscuridad. El horror también se puede cantar.