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  • Revista Nº 159
  • Por Jaime Donoso

Columnas

Radio Beethoven: al rescate de la música clásica

Me subo a un taxi y el conductor va escuchando la radio. Me llama la atención lo que suena y le pregunto: “¿Qué radio es?”. “La Beethoven”, me responde y agrega: “¿Sabía usted que la radio desapareció por un tiempo?, pero la Católica la compró y la resucitó, menos mal”.

Me ha pasado varias veces, muchos taxistas escuchan música clásica.

¿Qué es la música clásica y por qué pareció tan importante que la universidad asumiera la misión de recuperarla en el dial? Intentemos una explicación. Hay muchos nombres para ella: clásica, seria, académica, selecta, culta, de arte, docta. Ninguno es plenamente satisfactorio.

Para los músicos, la expresión “clásica” está históricamente acotada al período llamado Clasicismo vienés que, grosso modo, cubre el tiempo que media entre el nacimiento de Mozart (1756) y la muerte de Beethoven (1827), es decir, la época creativa de la “santísima trinidad”: Mozart, Hayden y Beethoven.

Respecto del epíteto de “seria”, ¿cómo tildar de serio el humor y desparpajo del movimiento final de una sinfonía de Hayden?; los otros son todos términos engreídos y arrogantes que dejan en condición desmedrada a excelentes composiciones cuyos grandes méritos no son producto de la erudición.

Todos sabemos a qué llamamos “música clásica”, pero cualquiera que sea el calificativo, vamos a tener que recordar a San Agustín: “¿Qué es el tiempo? Si nadie me lo pregunta, lo sé; pero si quiero explicárselo al que me lo pregunta, no lo sé”.

La música, cualquiera, conjuga elementos (materiales de construcción), estructuras, esquemas formales y todo ello da origen a una Forma (así, con mayúscula) que constituye esa identidad particular que la hace ser única.

Ritmo, tempo, altura, texturas armónicas y contrapuntísticas, timbre, dinámica, disposición de sus partes o secciones, se ponen en tensión para construir esa arquitectura sonora que llamamos música. Y así, como en las letras el arco va desde un microcuento hasta Cervantes, en la música va desde Fray Jacobo a una sinfonía de Mahler. Lo notable es que las estructuras son las mismas; en un caso, con los elementos básicos y una duración de pocos minutos, en el otro, con las estructuras desplegadas al límite de sus posibilidades, en una aventura exploratoria que puede durar horas como, por ejemplo, una ópera de Wagner.

Así planteada, esta extraordinaria peripecia que ofrece una melodía clásica, para asumirla en plenitud exige el máximo de nuestras capacidades intelectuales y emocionales, y nos damos cuenta de que el proceso de la audición es inagotable. Siempre hay algo que descubrir, pero para ello no solo debemos escuchar, sino también obedecer a la propuesta (audire, obaudire).

El taxista me dice que la melodía que suena en la Beethoven le trae calma en el caos del tráfico en Santiago. Así como él, puede hacerse una larga lista de beneficios, incluido el otrora famoso  -y absurdo- “efecto Mozart”. Pero más allá de este provecho funcional y utilitario, la música clásica es un dechado de posibilidades, un paradigma y en su abstracción y asemanticidad, que no dice nada y puede decirlo todo, es uno de los grandes logros de cara a las interrogantes que el ser humano ha hecho a su entorno inmediato o al mundo sobrenatural.

Por esta gran donación que la universidad nos ha devuelto con su acción audaz y necesaria, hay que sentirse felices y orgullosos cuando ahora escuchamos: “transmite radio Beethoven, de la Pontificia Universidad Católica de Chile”.

Visitar sitio web de Radio Beethoven https://www.beethovenfm.cl/