Canción de cerca: la actualidad permanente de Los Bunkers
En medio de la tensión por la crisis del acero en Huachipato, que se inició en abril pasado, y el inminente cierre de la histórica planta siderúrgica local, unos actores inesperados entraron al ruedo de la discusión con un par de guitarras y una muy buena historia.
Mauricio y Francisco Durán, una de las duplas de hermanos que forman el grupo Los Bunkers, se plegaron a las demandas de la ciudad por mantener activa la empresa por una razón mucho más allá de lo económico e incluso lo político. Ellos, como tantos otros hijos de funcionarios de Huachipato, pudieron estudiar música y convertirse en estrellas de rock gracias a los programas sociales que la empresa ha desarrollado desde siempre para potenciar los talentos de la comunidad.
Y así, desde su trinchera de parlantes y micrófonos, arriba del escenario y entre canciones, los Durán y el resto de la banda –que se completa con los hermanos Álvaro y Gonzalo López, y la baterista Cancamusa (Natalia Pérez), quien asumió luego de la salida definitiva de Mauricio Basualto– desplegaron el activismo y la cercanía con el clamor de las veredas que han mostrado desde su fundación, a inicios de los años 2000.
Por eso, durante el estallido social chileno, se reunieron en secreto para sellar el pacto de regreso que los llevó de sorpresa, tras años de separación, a tocar arriba de un camión ese recordado 13 de diciembre de 2019, en medio de las multitudinarias marchas de los viernes en Plaza Italia. Fue la forma en que Los Bunkers se sumaron a una causa que, como sus discos, en ellos se veía honesta y empática.
Hoy Los Bunkers están de regreso y, por esos gestos y por un buen listado de canciones, llegaron a poner las cosas en su lugar después de tantos años en que su silencio fue llenado por otras formas de entender la música tan lejanas a la postura desafiante y contracultural del rock. En plena pandemia de lo urbano, otra vez sus canciones han hecho emocionar a la generación que vio su adolescencia interrumpida por su separación en 2014, durante la gira promocional del disco La velocidad de la luz.
Con un disco nuevo grabado en tiempo récord, un aviso de que el regreso no es precisamente solo por el “lucro asqueroso” (citando a los Sex Pistols cuando, honestamente, bautizaron su gira de 1996 como Filthy Lucre Tour), los penquistas tienen todas las herramientas, la experiencia y el público para seguir llenando el Estadio Nacional con sus canciones.
Su audiencia nativa, la que los vio crecer a partir de Los Bunkers (2001) y Canción de Lejos (2002), sus primeros discos, ha visto crecer también a sus hijos en el camino y esas dos generaciones se anotaron a una propuesta que sigue sonando fresca y a tono con los vientos que soplan. Qué letra más actual que “Miño”, una de sus canciones emblema que cuenta la historia del activista Eduardo Miño, que se quemó a lo bonzo frente a La Moneda en protesta por su condición de desempleado y víctima de la asbestosis ganada en su extrabajo. Qué imagen más emocionante que verlos tocar, en medio del memorial de los detenidos desaparecidos en las galerías del Estadio Nacional, ese himno que bautizaron como “Desaparecido”. Qué psicodelia más catártica que “Bailando solo”, una terapia recomendable para todos los que se levantan atravesados por alguna razón.
Los Bunkers están de regreso, y con más fuerza luego de anunciar la grabación de un histórico Unplugged de MTV en octubre próximo. Ellos prometen quedarse y seguir escuchando el murmullo de las veredas. Y yo, al menos, me siento bien.