Cine chileno en la alfombre roja
Hace poco tiempo vivimos la alegría de obtener dos nominaciones a los premios Oscar 2024 por las películas La memoria infinita (Mejor Documental) y El conde ( Mejor F otografía). F ue u na n oticia que nos emocionó. Sin embargo, se trata de una emoción bien frecuente, pues, desde el año 2011, siete nominaciones a los premios de la Academia y dos premios Oscar son parte de una vitrina colmada de reconocimientos. Solo en 2023 el cine chileno alcanzó 309 premios internacionales.
Los premios y las alfombras rojas fascinan a los medios y explotan en las redes sociales. Por su parte, el gobierno de turno suele celebrar estos logros invitando a subir al carro de la victoria, obviando que el premio es solo el epílogo de una película que antes nos narra el drama de una historia dura pero invisible para la mayoría.
Hagamos un flashback: hace 30 años, con la vuelta a la democracia, se pusieron en marcha políticas públicas de apoyo al cine chileno. En 2004 se plasmó una ley del audiovisual para promover esta actividad, dotándola de una institucionalidad que reconocía su existencia. Sin embargo, y a partir de esa fecha, la realidad superó aceleradamente el marco institucional concebido.
Como suele pasar en nuestro país, se puede afirmar que el Estado se quedó congelado mientras una escena artística avanzó con fuerza por varios motivos. Por un lado, las subvenciones a la creación audiovisual (la institucionalidad se hizo parte aportando recursos) acompañaron a las y los creadores. Por otro lado, el desarrollo tecnológico generó un nuevo acceso a los medios y facilitó los procesos productivos del cine. Y desde lo cultural, la formación de nuevas generaciones gracias a la escuelas de cine y audiovisual ha significado que hoy tengamos a varias generaciones de cineastas activas.
Detengamos en este punto la narración. ¿Saben quienes leen estas líneas que una película como Los colonos ( premiada p or l a c rítica d el Festival de Cannes en 2023) debió esperar cinco años para recibir fondos de nuestro Estado? Apoyo que no llegó, pese a tener los méritos y puntajes requeridos de evaluación. La respuesta se repitió cuatro veces en cuatro años: “No hay más plata”. Cuando logró obtener la ayuda, levantó acuerdos de coproducción con ocho países. El caso de Los colonos se repite con decenas de películas que tienen méritos y calificación de excelencia. Un dato más: el aporte del Estado no llega ni al tercio del apoyo financiero que requieren las contadas cintas que obtienen fondos.
Aunque decirlo suene al peor de los spoilers, estamos desde hace una década ante una cada vez más profunda y severa crisis del cine chileno. La precariedad laboral es progresiva (pandemia mediante). Las películas chilenas (las que ganan premios y las que no) se hacen con un esfuerzo titánico: solo catorce millones de dólares es el aporte anual total del Estado para fomentar una industria capaz de crear no solo películas notables, sino además de generar miles de empleos calificados, aportar a la cultura y desplegar una proyección de la imagen-país que solo logra el cine.
No se trata de sostener slogans c omo p ensar q ue e l E stado debe financiar todos los sueños y las películas de un país o que si llegamos al 1% de gasto en cultura cambiaremos el rumbo. Más bien necesitamos un Estado que comprenda que una industria cultural puede articularse con el mercado, que entienda que creadores y audiencias necesitan conectarse, y que asuma que la identidad cultural e imagen-país deben dialogar permanentemente. Solo así no dejaremos pasar una oportunidad inmensa (como la crisis) para hacer crecer una industria creativa sustentable y rentable. Porque las mejores películas son las que avanzan con solidez de principio a fin, y no solo las que culminan caminando sobre una alfombra roja… pero sin calcetines y con demasiado frío.