• Revista Nº 179
  • Por Andrés Kalawsky

Especial

Cuidar tiene un poco de sufrir

Sobre el escenario: atriles, carteles y algo que después vamos a saber es una máquina de viento. Harto espacio vacío, también. Dos actrices y un músico se multiplican. La obra cuenta la novela de Luis Sepúlveda Historia de una gaviota y del gato que le enseñó a volar. Esta ha sido publicada en varios idiomas y tiene también una adaptación audiovisual. Hemos desarrollado una cultura del miedo al spoiler porque pensamos que el valor supremo es la novedad, la sorpresa y lo que no es desconocido está gastado. Esta obra propone, probablemente, volver a escuchar un relato que ya se conoce. Incluso el título lo resume bastante bien. La magia aquí no está en la sorpresa. ¿Dónde está la magia, entonces?

La obra mantiene las preocupaciones del relato original, la inquietud por el cuidado del medioambiente, el aire del puerto, la humanización de los animales, pero sobre todo agrega dobleces. Primero la música, el ruido que es música, las actrices que loopean, es decir, hacen un circuito en el que ensamblan sus propias voces varias veces y la música narra. Y en el doblez, podemos ver que una misma actriz es a la vez varios gatos, por ejemplo, y en esa distancia, con un poco de suerte, podemos mirar doble.


El libro en el que se basa esta obra es una historia de masculinidades desconcertadas por las labores de cuidado. (…) Puros gatos machos, cumpliendo una promesa hecha a una gaviota moribunda.

El teatro puede hacer a veces esta magia curiosa en que vemos dos cosas a la vez. Podemos ver a los gatos discutiendo sin dejar de ver a la actriz, podemos ver la diferencia. El libro en el que se basa esta obra es una historia de masculinidades desconcertadas por las labores de cuidado. Los gatos no saben mucho qué hacer, pero se apoyan entre ellos. Puros gatos machos, cumpliendo una promesa hecha a una gaviota moribunda, cuidando un huevo y luego un polluelo. Pero el montaje agrega la diferencia. No son gatos, son actrices. Y podemos ver un comentario sobre esta asociación masculina, un comentario amoroso. No está idealizada esta cofradía, pero tampoco se la desprecia. Vemos que en la base del cuidado no está siempre la familia, sino un grupo que se compromete y que no sabe cómo se hacen las cosas y las hace igual.

Todavía no encontramos mejor metáfora que la armonía para la organización virtuosa y esta obra está llena de armonía. Una armonía voluntaria, precaria, libre. Valorar los trabajos de cuidado no solo como carga inevitable de la pertenencia a un grupo (un grupo familiar, por ejemplo), sino como elección y promesa, como decisión (temporal) de suspender el daño y protegernos unos a otros es lo que está en el centro de esta obra. Y es una obra sobre sufrir. Eso de lo que rehuimos, razonablemente, en la vida. Porque cuidar tiene un poco de sufrir. Y los gatos, si cuidan bien al polluelo, van a tener que despedirse. Y todos aprendemos, porque aprender a sufrir está en la base del amor. Porque primero hay que saber sufrir, decía un tango. Y de la libre elección del cuidado, el respeto de la promesa, la solidaridad de los amigos y el dolor de las despedidas se hace esta obra, que es pura armonía y doblez, sin sorpresas.