La empatía en tiempos de crisis
Llevamos algunos meses acostumbrándonos a este nuevo e histórico escenario de pandemia y estado de catástrofe. Vemos ciudades vacías, mercados cerrados, estamos obligados a trabajar y estudiar desde la casa. Esta situación de aislamiento implica algo aún peor: la separación física de nuestros amigos, familiares, compañeros de trabajo.
Nos estamos sintiendo solos, con más incertidumbres y miedos ante una amenaza inminente, irritables y con angustia por el futuro. Todas estas emociones generan en nuestro cuerpo un evidente cansancio psicológico y corporal.
Pero a la vez, este aislamiento, que en algunas personas ha generado una necesaria introspección, también nos ha sensibilizado acerca de la conducta del otro más cercano.
Una sensibilidad respecto de la persona con quien vivimos, hacia nuestros vecinos, hacia las figuras públicas que aparecen en los medios e incluso hacia aquel desconocido o desconocida que vemos a lo lejos en las calles. Muchas de las reacciones que antes pasaban desapercibidas hoy las observamos, para bien o para mal, de acuerdo a nuestro actual estado de ánimo. Estamos juzgando y juzgándonos.
Y es que las crisis nos vuelven temerosos y frágiles. Todas las conductas o modos que son usuales en nosotros se intensifican resultándonos inapropiadas e incluso vistas como debilidades.
Para graficar lo anterior, Jung con su teoría de los tipos psicológicos plantea que las personas se dividen en extrovertidas e introvertidas, de acuerdo a su disposición general con el ambiente exterior y a la manera que recuperan su energía para seguir funcionando adecuadamente. Los extrovertidos necesitan el contacto con las personas y una variedad de actividades para desenvolverse. Esto los llena de energía. Por el contrario, los introvertidos para recuperarse requieren de un espacio propio, el silencio o la conversación calmada con un solo confidente. Frente al estrés de la crisis, estos estilos se refuerzan.
Desde una mirada exterior estos tipos intensificados pueden parecernos hiperactivados o bien desconectados. Y es en este contexto donde la empatía surge como una de las virtudes más necesarias para enfrentar el prejuicio y desarrollar la comprensión del ser y actuar propio y de los demás. En tiempos de crisis las reacciones del otro deben entenderse bajo un prisma de empatía y autoconocimiento: en la medida que me conozco a mí mismo puedo entender que el otro reacciona como lo hace porque también tiene miedo, porque también siente la amenaza, porque también quiere protegerse.
Más que nunca en tiempos difíciles necesitamos comprensión, una preocupación genuina por los demás, paciencia y cooperación en todo aquello que nos resulta difícil. Debemos con urgencia aprender a mirarnos con compasión y paciencia. Para ello es necesario partir por calmar nuestra mente, sacudirla de todos los pensamientos negativos que la llenan por minuto y salir de nuestros miedos. Al sacar lo malo se abre un espacio para el otro; logramos estar disponibles para los otros, para quien vive a nuestro lado, para aquel que trabaja conmigo, para nuestros vecinos, para los servidores públicos y todos aquellos que están en la primera línea enfrentando esta urgencia.
Porque en tiempos difíciles, lo que nos debe conectar como personas es aquella sensación de común humanidad, que estamos vivos para construir relaciones positivas y colaborar con el bien común.
Tranquilizar y ayudar al otro no queda en manos solo del personal de salud, también está en las nuestras y en las de todos porque, al final del día, son muchas más los cosas que nos unen que las que nos separan.