• Revista Nº 178
  • Por Christian Ramírez

Idea propia

Los límites del streaming: ver, no ver

Para quienes crecimos durante los años 80 y los 90, la idea del videoclub fue poco menos que una revelación. Era un concepto absolutamente nuevo. Podías mantenerte al día con los estrenos que nunca llegaron a los cines y, si eras cliente de uno bien nutrido, el local podía influir seriamente en tu formación cinéfila. El problema sobrevenía cuando ya habías visto todo lo que te interesaba.

Ese dilema de hace treinta años no es muy distinto al que se vive hoy frente a la pantalla 4K de rigor, con
usuarios que recorren sin cesar los listados de la plataforma de turno, sin dar con una mísera película que
despierte su curiosidad. De hecho, el display de carátulas en las app recuerda mucho a esos días de videoclub: una película al lado de otra, pero con un problema extra: en la era del VHS (y más tarde en la del DVD), si ya te habías visto todo podías recurrir a la televisión por cable o hacerte socio de otro local. Y si eras de los que compraban copias físicas, era cosa de cambiar de proveedor (legal o ilegal) de películas; en la era del streaming, sin embargo, eso no es tan fácil. Las opciones son limitadas. Lo son, incluso, si tienes varios servicios contratados, incluso si compras la copia digital de la película que andabas buscando, porque esta puede desaparecer de tu computador cuando el proveedor pierde los derechos de distribución.


¿No se suponía que Netflix y sus competidores iban a mejorar la experiencia del cliente? ¿Por qué los catálogos son tan limitados? ¿Adónde se fueron los clásicos?

¿No se suponía que Netflix y sus competidores iban a mejorar la experiencia del cliente? ¿Por qué los catálogos son tan limitados? ¿Adónde se fueron los clásicos? Las respuestas son parecidas a las que entregaba la cultura del videoclub. El sistema no busca que veas las mejores películas, sino que pases el mayor tiempo posible en la plataforma, viendo lo que sea (ojalá material producido por ellos). El espacio de almacenaje es finito (las cuatro paredes del club fueron reemplazadas por el espacio en las nubes y los servidores). El negocio, tal como pasaba con Blockbuster, se rentabiliza vía estrenos; para todos los efectos, los clásicos –es decir, todas las películas previas al 2000– son poco más que contenido, material cuya función es hacer bulto o integrar playlists, no importa si se trata de Barney o Ciudadano Kane.

Como la TV abierta y el cable solo esporádicamente emiten películas (repetidas, dobladas, con comerciales) y como la gran mayoría del público dio de baja sus aparatos de DVD y Blue Ray –si no lo ha hecho todavía, hágame caso y, por favor, consérvelo–, el espectador contemporáneo se encuentra en menudo aprieto. O se resigna a ver lo que su plataforma ofrece o se pone a buscar una que le acomode. Al respecto, un buen consejo es manejar al menos dos. Uno masivo (Netflix, Prime, Max y sus amigos) y otro de nicho. Mucho más interesantes son las apps de nicho, siempre y cuando consigan mantenerse en el mercado.

Hoy, tanto Mubi como Filmin son el mejor lugar donde buscar películas independientes, filmes de festival, estrenos europeos y uno que otro clásico del siglo XX. Esto sin olvidar que solo son versiones actualizadas de los antiguos videoclubes, que toda colección –por variada que parezca– es limitada, y que no todas las películas (por más que las apps digan lo contrario) están a un click de distancia.