
Patrimonio: una responsabilidad social
Mayo es el mes del patrimonio en Chile. En nuestro país, esta celebración lleva más de un cuarto de siglo y, en cada aniversario, se multiplica la oferta de recorridos, espacios, lugares de memoria y actividades que reflejan la dimensión poliédrica y diversa de este concepto en la sociedad contemporánea.
La proliferación de iniciativas da cuenta de una creciente sensibilidad por parte de la sociedad, y de la necesidad que tienen los chilenos y las chilenas de consumir patrimonio, pero la falta de una curatoría por parte de las autoridades ha llegado a extremos equívocos. Es el caso del Restaurante Museo Ocean Pacific’s que, a pesar de estar abierto los 365 días del año, se inscribió como parte de las actividades y de la oferta cultural especial del día de los patrimonios en 2024.
Lo positivo de todo esto es el proceso de democratización que ha ocurrido en torno al patrimonio y a lo que este significa para la sociedad. Si los monumentos eran obras de genios artísticos o arquitectónicos, o materias de expertos en conservación, restauración o historia del arte, el patrimonio pertenece a todos aquellos que lo viven, lo activan y le dan sostenibilidad en el tiempo y el espacio mediante la patrimonialización. Esta es la acción de construcción de valor que se genera entre el sujeto y el objeto.
Asumir la responsabilidad social de nuestro rol en el presente como creadores y cuidadores del patrimonio futuro es una tarea necesaria para construir una sociedad atenta y sensible a su pasado.
La patrimonialización pone de relieve el hecho de que el patrimonio no solo se hereda del pasado, sino que es algo dinámico y abierto que existe y se construye todos los días en el presente.
El Estado es su principal constructor y creador. Pensemos en el legado del Ministerio de Obras Públicas y en todas las obras que hoy se están construyendo para el Chile del futuro. O en el desarrollo de la Empresa de Ferrocarriles del Estado (EFE), que ha instalado en el siglo XIX, a lo largo de todo el territorio nacional, estaciones, hoteles, galpones, maestranzas, puentes y mucho más. Es innegable que parte del patrimonio es también un producto y fruto del desarrollo de la empresa privada. Por ejemplo, las salitreras del norte, las faenas y pueblos de las grandes industrias mineras de cobre, litio, carbón, Sewel. Pertenecen, además, al ámbito privado las grandes estancias de la Patagonia, los paisajes vitivinícolas de la zona central, con sus tradiciones, fiestas y paisajes culturales, y las colecciones de privados que han invertido tiempo y recursos para construir catálogos que constituyen importantes registros de culturas y sociedades que enriquecen nuestra vida cotidiana. Entre ellos, destacan Sergio Larraín, cuya colección fue clave para la creación del Museo Precolombino; Ricardo Claro con el Museo Andino; o Patricio Gross y Gastón Soublette, cuyas colecciones hoy se exponen en la nueva Aula de Arte y Artesanía del centro de Extensión de Campus Oriente.
Estos ejemplos nos indican que, en el campo del patrimonio, el ámbito público y el privado no son antagónicos, como tampoco debieran serlo la conservación y el desarrollo.
Asumir la responsabilidad social de nuestro rol en el presente como creadores y cuidadores del patrimonio futuro es una tarea necesaria para construir una sociedad atenta y sensible a su pasado, que se proyecta al futuro sobre la base del respeto y la diversidad. Pero, sobre todo, una sociedad que fomenta el “cuidado” como base para la vida en común.