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  • Revista Nº 160
  • Por Sergio Caniuqueo

Idea propia

Racismo: herencia, presente y futuro

¿Tiene futuro el racismo? Todas las ideas, por muy atentatorias que sean de la condición humana, tienen un futuro cuando no son enfrentadas y desarmadas, sobre todo si estas se insertan en un ADN cultural; en estructuras culturales que permitan reeditarlas en el tiempo presente. La discriminación racial es la parte visible del problema, pues el racismo se funda en una visión ontológica. Es por ello que los prejuicios de este tipo son los síntomas de la sociedad o el ser humano que no se quiere, en oposición al ser humano o sociedad deseable. Esto lo hace un proyecto civilizatorio.

Esta actitud de segregación racial es evidencia de relaciones de poder y estructuras de dominación, en la cual se crean representaciones de los sujetos como fórmulas explicativas de la subordinación: por ejemplo, el indio o el negro son pobres porque son flojos y borrachos. Esto también tiene una materialidad, como puede ocurrir en el ámbito laboral. Es por ello que en ciertos trabajos podemos distinguir a indígenas o negros a través de sus características físicas, lugares de procedencia, incluso por sus apellidos. Echemos una mirada a empleadas domésticas o temporeros de la fruta.

En América Latina, el racismo tiene una herencia colonial, donde el sistema de castas (en los siglos XVII y XVIII) normaba la vida pública y privada, así como los ámbitos políticos, económicos y sociales, estableciendo prohibiciones para que este orden no fuera alterado. De ahí que los derechos estaban asignados bajo criterios raciales. De esa manera, el polo positivo lo marcaban los blancos, mientras morenidades y negritudes quedaban en los sectores excluidos. Las revoluciones independentistas no cambiaron esta situación, solo generaron un reacomodo de aquel orden.

Es interesante señalar que el racismo hace funcional toda ideología que le permita usar la diferenciación de piel para someter al “Otro”. Así, religiones, filosofía e incluso la ciencia han terminado dándole legitimidad e incluso legalidad.

Hoy podemos concluir que el discurso sobre el mestizaje no es más que una forma de establecer una “blanquitud” americana, que no ve ni al negro ni al indígena en el presente, lo relega en el tiempo y en el espacio, privándolo de un proyecto propio. La multiculturalidad se ha transformado en una cosificación del “Otro” para consumirlo, una nueva fórmula de racialización cubierta de progresismo en sectores medios y altos.

Lo más peligroso de la segregación racial es que se funde en el sentido común y se reproduce irreflexivamente en nosotros. Es por ello que dialogar sobre esta y la cotidianidad resulta imperioso, como una fórmula de extirparlo de nuestro ser interno y de la sociedad. Al racismo no hay que buscarlo afuera, sino en nosotros.