Alejandra Celedón: el urgente retorno a la ciudad
Desde el inicio de su carrera, la arquitecta se orientó hacia las tensiones entre centros y periferias urbanas; primero las viviendas sociales expulsadas y, luego, los campamentos irregulares, temas álgidos en el Chile de hoy. Actualmente, lidera el Magíster en Arquitectura de la UC, desde donde persiguen ser “agentes de cambio”, convencidos de que las universidades son lugares estratégicos para “imaginar y reinventar colectivamente el futuro”.
El problema de la vivienda: sus déficits, su precariedad o su crecimiento espontáneo en muchas de las principales ciudades del mundo es un asunto de magnitud mundial. Por lo mismo, el proyecto de la arquitecta Alejandra Celedón fue el escogido para representar a Chile en la Bienal de Venecia 2018. En muchos países se ha sufrido el mismo ciclo de construir viviendas sociales masivas en las periferias, generando así secuelas sociales que son círculos viciosos. Luego, se debe resolver el desafío de reintegrarlas a la ciudad e incorporar a las nuevas.
Hay un concepto que marca su ideario: las familias que habitan viviendas sociales deben regresar a la ciudad. Tienen el derecho a retornar a ella. Y es que los resultados en las grandes urbes dejan muy a la vista, considera, que ese no era el camino. Surgieron amplios sectores vulnerables que empiezan a vincularse a prejuicios asociados a delincuencia y narcotráfico.
Ha estudiado las rutas de ese retorno en Londres, donde pudo observar los esfuerzos para crear barrios asociados a escuelas públicas, servicios de salud, áreas verdes, jardines infantiles y comercio, en espacios socialmente diversos en los que hay convivencia y no segregación.
—El magíster que usted dirige, como espacio de estudio de políticas urbanas, de vivienda social, debiera tener una cercanía particular con las demandas sociales que han llegado a las calles en estos últimos años, especialmente en el estallido. ¿Diría que algunas de ellas ya estaban en el radar de los expertos?
—Siempre lo vimos como algo importantísimo, urgente. Cuando volví de estudiar en Londres, el año 2015, con una tesis sobre la planta de arquitectura en el mundo anglosajón, que en los años 80 se desregula y abandona, dejando de lado la planificación para que opere el mercado libremente, no tenía herramientas para predecir el estallido. Eso sí, ya veía el tema en obras de teatro, artes visuales, que son espejos de lo que está sucediendo, un asomarse a sus consecuencias. Pero, el estallido me sorprendió como a todos y puso en jaque nuestro rol, por supuesto.
—¿Cómo es su percepción al respecto? ¿Es una herida que está abierta en todo el mundo o solo en los países en transición al desarrollo, que logran construir viviendas sociales pero sin hacer ciudad?
—Estamos en una punta, sin duda, pero comparable a muchas otras ciudades de América Latina, donde hay una alta concentración de la riqueza. Nuestra particularidad es la violencia con que ocurren los cambios en las miradas a la ciudad. Con la dictadura, por ejemplo, hubo un cambio en 180 grados, desde un Estado de Bienestar con sectores en transformación se va a un modelo neoliberal radicalmente distinto. Por lo mismo, cuesta mucho revertir eso. Los cambios ideológicos son muy fuertes en Chile, hay pocos países con transformaciones tan radicales. Por lo mismo, estamos releyendo a quienes han trabajado con la historia urbana de estos procesos –Edwin Haramoto, Rodrigo Hidalgo, Mario Garcés, Alfredo Rodríguez, Ana Sugranyes– para entender y verlos con otros ojos, otras formas de conocimiento y llegar así a una mirada académica más comprensiva y cercana a la ciudad.
—Usted ha investigado las políticas urbanas de fines de los años 70 y comienzos de los 80, cuando el pensamiento económico de Chicago fue tomando forma física en Chile: ¿Cuánta influencia tuvo ese ideario? ¿Cree que Santiago ha sido una ciudad referente al respecto, más apegada a Chicago que a cualquier otra?
—El proyecto para la Bienal de Venecia 2018 tenía que ver con eso y, justamente, allá estuvo el curador de otra bienal que se hizo en Chicago al año siguiente, donde buscaba casos para acercarse a la relación de esa ciudad con otras urbes del mundo. Se interesaban en Chile para presentarlo allá y, entonces, junto a Nicolás Stutzin y Javier Correa comenzamos a investigar estas relaciones. El Ladrillo fundó las bases económicas del régimen militar, sin embargo, no tenía un capítulo sobre la ciudad. Pero la tesis que sustentamos fue que contenía un modelo tácito, orientado a desregular, liberalizar y atomizar la ciudad. Nos costó encontrar el hilo de algún manifiesto sobre la ciudad, pero llegamos. La revista AUCA 37, de agosto de 1979, se tituló “Santiago: Metrópolis en crisis” y analizó el tema con declaraciones de Arnold Harberger, el profesor de Chicago, y sus discípulos chilenos. Ahí comparte páginas con arquitectos locales y con Miguel Kast, de Odeplan, en referencia a una nueva mirada a lo urbano. “The Plot: Milagro y Espejismo”, se llamó nuestro proyecto sobre el crecimiento de las periferias y cómo se extendió la ciudad, sin límites. Se hacía visible lo de 1979, cuando coinciden Reagan, Thatcher, Pinochet, en la misma dirección. Ese año, justamente, se realizó la Operación de Entrega de Títulos de Dominio que habíamos llevado en 2018 a la Bienal de Arquitectura en Venecia, representando a Chile: Stadium. Se denominó así en referencia al acto en que se entregaron títulos a 37.000 pobladores en el Estadio Nacional, lo que estabilizó la periferia urbana y celebró la privatización del suelo, especialmente, en comunas que se establecieron dos años después, en la subdivisión de 1981. Las exposiciones, como la de Chicago 2019, son un modo de investigar, hacer preguntas, buscar respuestas. Chile interesaba porque fuimos un laboratorio, más neoliberales que el propio origen: Chicago.
LOS QUE SOBRAN
Con un magíster en The Bartlett Universitiy College of London, en 2007, y luego un doctorado en Historia y Teoría de la Arquitectura por la Architectural Association de la misma ciudad (2014) –tras su licenciatura en la Universidad de Chile (2003)–, Alejandra cuenta que sus primeras inquietudes sociales las recibió dentro de su familia: “También me marcó la educación en el Colegio Institución Teresiana, personalizada, con espacios para encontrarse y ubicarse cada uno, ser autónomos para desarrollar los propios intereses, abiertos a la sociedad de hoy. Fue algo que me dejó con ganas de salir al mundo”, cuenta.
“Después, en la Universidad de Chile tuve compañeros de muchos lugares. Todo eso sirve porque si uno no ve al otro, el otro no existe. Es una sensibilidad que se fue construyendo gradualmente. En este camino incluyo a Londres, donde los compañeros de mis hijos en el colegio del barrio eran los mismos que iban a la plaza en la tarde, de distintos orígenes, religiones. Entonces “el otro” es alguien que vive a la vuelta de la esquina y sus hijos juegan con los tuyos. No había distancia. Esta ciudad me hizo sentir que así es el lugar donde quiero vivir”.
Tras su regreso a Chile, comenzó a ejercer la docencia y, finalmente, el año 2016 se incorporó al Magíster en Arquitectura de la UC, donde investiga y enseña historia, teoría y diseño arquitectónico. Desde este programa, ubicado entre los mejores del mundo –lugar 14 del BAM Ranking 2021, de posgrados en arquitectura a nivel mundial–, ha podido investigar las tensiones entre centros y periferias urbanas, el rol de la arquitectura como infraestructura y la función de los interiores arquitectónicos en la construcción de lo público.
La seduce el desafío de haber asumido la dirección ejecutiva, donde confluyen profesionales de distintos países y disciplinas, interesados en poder ser “agentes de cambio”, convencidos de que las universidades son lugares estratégicos para “imaginar y reinventar colectivamente el futuro”.
Según explicó al ser entrevistada por la revista Best Architecture Masters Ranking (BAM, febrero 2020), el magíster que lidera es “un bastión de resistencia contra la parcialización y atomización del conocimiento”.
—A propósito de las poblaciones y los campamentos, usted participa en un grupo de trabajo, “Ciudades de Octubre”, que nació antes del estallido, pero se consolidó entonces, por la visibilidad de esa crisis. ¿Cómo surgió esta iniciativa?
—Su nacimiento ocurrió en el primer taller de investigación que hice para alumnos de tercer año. Era un grupo muy bueno, de no más de diez estudiantes. Partimos por analizar el tema de las erradicaciones en el cambio de década a fines de los 70, pero luego seguimos con otros estudios, juntos hasta hoy. Algunos de ellos fueron conmigo a Venecia y a Chicago, y después, para el estallido nos reunimos a pensar qué hacer desde la universidad, porque tenemos un nivel de representación hacia la calle y una credibilidad también frente a los políticos que sigue vigente. Empezamos con la idea de hacer puentes entre la academia y la ciudadanía, pensando en expresiones que fueran visuales y que permitieran el encuentro. Historias contadas con poética y narrativa cercana, explorando casos relacionados que ya habíamos tratado en la universidad, sobre las formas cómo hemos enfrentado en Chile la realidad de los sin casa.
Por el interés público de la línea de investigación, les dieron un lugar de trabajo estable en la universidad y, finalmente, fueron tres los fondos asignados para crear un archivo especializado y salir de lo académico.
El cómo comunicar lo investigado se transformó en un desafío particular. Les parecía claro que, para el público general, había un mundo muy desconocido donde querían llegar, no al de las revistas especializadas. La pandemia complicó el avance de este grupo, ya bautizado con el nombre del desafío “Ciudades de Octubre”. Muchas veces trabajaron en las casas, pero siguieron adelante. Hoy, ya son conocidos en el área como “contadores de historias”, por haber comenzado por coleccionar relatos de pobladores con sus experiencias.
IMAGINAR CIUDADES PARA EL FUTURO
Desde su disciplina, Alejandra Celedón también ha estudiado la educación escolar en Chile, tema que se ha vuelto relevante con la pandemia. Para muchos niños en la escuela está el espacio, la alimentación y la contención que no tienen en sus viviendas.
—¿Cree que falta conciencia en Chile sobre este aspecto?
—Fue una gran experiencia haber investigado la Sociedad Constructora de Establecimientos Educacionales, que operó entre 1937 y 1987, en el ámbito del diseño, la construcción y mantención de establecimientos educacionales y culturales. La escuela puede ser un espacio integrador donde se comparte y se borran las diferencias; así debiera ser, al menos, para una buena educación pública.
—Ante tantas dificultades y las magnitudes de lo que nos falta en Chile en diversos ámbitos, más de medio millón de hogares en este caso, ¿qué le parece que en la Constitución nueva pueda aparecer “el derecho a una vivienda digna”?
—Me parece justa y necesaria la ambición, pero muy difícil llegar a cumplirla. El mismo Allende tuvo que bajar sus expectativas y aspirar a la autoconstrucción, a la progresividad y a la participación de los pobladores como modo de enfrentar el déficit habitacional. Es interesante el camino de Fernando Castillo Velasco en el ámbito chileno, donde el Estado, la academia y los propios habitantes suman aportes que integran la ciudad, con lo que se enriquece y diversifica el tejido urbano. Estamos trabajando, justamente, en recuperar nuestras experiencias en Chile, nuestros propios ejemplos históricos, sin tabula rasa sino desde la historia propia de políticas, planes, instrumentos e intervenciones locales.
Alejandra Celedón está convencida de que el desafío es interdisciplinario, por la cantidad de factores que inciden en lo urbano: “Creo que la arquitectura y la ciudad debieran ser parte de la educación secundaria, para entender los entornos actuales, con sus complejos desafíos políticos, ambientales, culturales, y así poder imaginar mejores ciudades para el futuro”.