Ece Temelkuran: más allá de la ira
La escritora y periodista estaba orgullosa de su país, una Turquía que se mostraba moderna y eficiente, respetada y creativa, con una religiosidad islámica tolerante. Hasta que todo comenzó a cambiar y, denunciante resentida, ella tuvo que irse. Más tarde, superó su indignación y su rabia inicial, luego de ver cómo “se perdía” su país, al sentir –mirando la realidad global– que era urgente la unión de todos los que quieren libertad y democracia. Luego de reinventarse y pasar por distintas fases emocionales quiere creer que la humanidad todavía tiene una esperanza. Aquí responde desde Hamburgo, donde se refugió.
Su libro, Cómo perder un país: los siete pasos que van de la democracia a la dictadura (2019) fue un éxito mundial, traducido a varios idiomas. Luego de un ciclo en el que el mundo parecía avanzar sin titubeos hacia más democracias y mercados más abiertos, habían comenzado a aparecer muchas señales adversas. Su descripción de cómo se pierde una nación, tan fácilmente, resonó fuerte en un mundo donde la polarización y el autoritarismo se habían vuelto enemigos muy cercanos.
Carismática, expresiva, con presencia en televisión y diarios y cada vez más influyente, Ece Temelkuran se atrevió a ser crítica de un gobierno que dejó de aceptar toda oposición y, con dolor, tuvo que dejar atrás a su amada Turquía. Ahora vive en Alemania donde –por fortuna para ella– residen más de tres millones de turcos, cerca del 4% de la población. Son la minoría más numerosa.
Superó su indignación y su rabia inicial, luego de ver cómo “se perdía” su país, al sentir –mirando la realidad global– que era urgente la unión de todos los que quieren libertad y democracia. Así nació Juntos, un manifiesto contra el mundo sin corazón (2022), donde hay humor, cercanía humana, calidez, una invitación a vivir un posible y feliz reencuentro con lo valioso de la humanidad. Es como si se hubiera mentalizado con esa imagen de una Turquía libre en el futuro, en un mundo también más libre. Desde Hamburgo, donde ya oscureció temprano, su imagen nos llega nítida en la pantalla. Comunicadora nata –es periodista de formación–, está muy dispuesta a conversar.
—Antes de este libro, Juntos…, su lenguaje era diferente; ahora habla de amor y amistad, de belleza y fe…
¿Cómo, por qué y en qué momento decidió cambiar de rumbo o cómo despertó su nueva fe en la humanidad?
—Después del libro anterior me preguntaron muchas veces dónde quedaba la esperanza, en términos políticos; si no había salida. Comencé a ver que no faltaban ideas ni la rabia que a veces impulsa la energía para que las cosas cambien, pero no sucedía nada. Empecé a preguntarme por qué la voluntad política no llega a ser real, cuando tantos queremos un mundo mejor. También comencé a ver la aparición de muchas comunidades, grupos ambientales y otros, que no estaban en el mismo espacio político. Entonces me lo pregunté en serio, por qué no podemos sumar fuerzas para estar juntos si hay tanto descontento con el presente y tantos deseos de cambiarlo.
—Pero esos grupos no alcanzan a presentar un modelo de sociedad, ni están coordinados…
—Nos cuesta imaginar un mundo que no esté centrado en el poder tal como lo conocemos, pero veo que esas comunidades buscan un nuevo equilibrio, son personas que quieren ser parte de un colectivo, pero al mismo tiempo, no quieren dejar de ser individuos autónomos. El año 2016, con la aparición de Trump pensé que no bastaba con buscar soluciones prácticas a los desafíos del presente, que el problema mundial era más profundo, en un sentido político y moral. Había surgido un capitalismo diferente, el llamado salvaje, en el que se perdió la moral. Ahí me convencí de que no basta con pretender volver al Estado de Bienestar, que hay que cambiar el rumbo. Eso se está pensando en Gran Bretaña y Alemania, ahora mismo, pero el problema es global y creo que pronto habrá otros buscando esa dirección. Cada país necesita volver a encontrar sus fundamentos, su propia dignidad, así es que decidí escribir este libro con bases filosóficas sobre la crisis misma del sistema.
EL MIEDO A LO FEMENINO
—Usted habla de una guerra contra lo femenino en general, no contra las mujeres, como aspecto central de esta crisis global. ¿A qué se refiere con ello?
—La caricatura del fascismo es con uniforme y botas, pero hay modos más lentos y confusos, no violentos, y en el corazón de ellos está el miedo a lo femenino, no solo a la mujer. El 50% del cuerpo masculino es femenino, pero se da ese temor a todo lo femenino, a la mujer y a la naturaleza e incluso al lado suave de lo masculino. Pero es desde ahí donde está surgiendo la resistencia, en Turquía, en Chile, en todas partes brotan estos movimientos femeninos y de lo femenino, que tanto necesitamos ahora.
—El psicoanalista austríaco Edward Whitmont escribió sobre ese “retorno de la diosa”, esperándolo y deseándolo, pero recordando que las diosas ancestrales lo eran del amor y también de la guerra. Encarnadas en el esplendor de la naturaleza, pero además en sus catástrofes, porque ahí habría fuerzas instintivas, intuitivas, emocionales, irracionales… ¿Qué piensa de esa consideración?
—La cultura pop, New Age, está en esa línea, pero a mí me interesa el campo político. Para ser franca, no logro visualizar ese futuro, yo no soy una gurú, solo tengo claro que ningún individuo aislado puede cambiar el mundo, que toda esperanza viene de la acción colectiva. Nosotros, los intelectuales con las ideas venimos después. Usted ve que los jóvenes no nos preguntan la opinión, simplemente actúan. La pandemia paralizó esos movimientos por dos años, pero muy pronto, creo, su indignación ante la contaminación, las autoridades, las grandes empresas, volverá a asomar.
—Casi en el extremo opuesto de la acción impulsiva de los jóvenes, usted destaca la importancia de la realidad económica, un tema que suele soslayarse en libros de temas como el suyo. ¿Cómo llegó a esa postura?
—En los años 80 la economía estaba en todas partes, las mejores cabezas se iban a sus escuelas, no a la política, especialmente interesadas en finanzas. Una generación completa se alejó mucho de la política, una generación perdida, y entonces el año 2008, cuando estalló la burbuja, los intelectuales nos dimos cuenta de que no entendíamos nada de ese mundo. Y ahí tuvimos que sentarnos a estudiar para tratar de entender qué estaba pasando. En el medio, estaba la economía.
HUMANIDAD Y AMISTAD
Creció orgullosa de su Esmirna natal. Una ciudad cargada de miles de años de historia –la más grande del Mar Egeo junto con Atenas– y una de las tres principales de Turquía junto a Estambul y la capital Ankara, donde fue a estudiar. Allá vio cómo el comercio, las universidades, la industria, todo prosperaba en un país cada vez más moderno y libre, con un turismo mundial creciente. Hasta que todo comenzó –lo que parecía imposible– a retroceder. Su nuevo libro parece una invocación para que Turquía recupere lo que había avanzado. Comenzó a gestarlo en 2020. Así como el anterior había nacido del dolor, con los incendios forestales de Australia y California que hicieron más visible y cercana la catástrofe climática, los movimientos sociales que denunciaban la estructura desigual de las sociedades actuales, la pandemia que reflejó la debilidad de nuestras economías y las elecciones de Estados Unidos con sus bulos antidemocráticos –en el país que se supone líder de la democracia–. Entonces, decidió ir más allá de la ira para pensar en cómo avanzar hacia un futuro más deseable.
No utópicamente, sino con medidas concretas. Escribió una especie de manual para recuperar la confianza en la política, en la democracia, en la libertad, dejando atrás la pura denuncia.
La escritora comenzó a percibir que, en el fondo, el requisito más básico consistía en volver a confiar en otros para ir sumando las fuerzas de quienes creen en las sociedades libres. Había que confiar y coordinarse y actuar con otros, juntos. De ahí sus “diez propuestas factibles para superar las crisis que amenazan la ecología, la economía y la democracia”.
Un esfuerzo ambicioso que nace de su origen turco, país cercano a otros donde el autoritarismo y la intolerancia cobran vidas y causan dolor cada día.
Más allá de la activista turca –temeraria y rotunda–, volvió a aparecer su origen como mujer de letras, poeta y novelista, que cree y siente que habita un mundo valioso, donde el ser humano y su entorno de naturaleza están tocados por un misterio trascendente.
Afloró su fe en la especie humana; “a pesar de todo y aunque haya mil razones para detestarla” y un millón de motivos para manifestarse en contra del orden mundial.
—Usted recela del uso excesivo de la palabra amor. Plantea que necesitamos algo diferente, que debiéramos explorar el sentido de la amistad, aunque no en clave sentimental. ¿Cómo se imagina esas nuevas relaciones?
—Los países se han polarizado. Están enemistados y con regímenes autoritarios que promueven la rivalidad. Así, los ciudadanos empezamos a olvidar que no somos enemigos; se nos olvida el contrato social. En ese contexto, cualquier llamado a acercarse es útil, como fue en el caso de Estambul, también una ciudad muy polarizada, pero donde el líder opositor lanzó un mensaje diferente: “Yo abrazo a todos”, dijo. El amor humano no es algo abstracto, si un líder político usa esas palabras crea realidad porque necesitamos sentirnos seguros. Y no es que tengamos que amar a todos, basta con el contrato social, basta con el amor a la humanidad, porque si no amamos al ser humano, la política pierde sus bases más fundamentales.
—Usted no ve mucho futuro en las identidades nacionales, en los partidos políticos que han configurado el contrato social… ¿De dónde, imagina, surgirán los nuevos relatos, los lazos que puedan acercar a las personas, cuando todos los liderazgos están ahora bajo sospecha?
—No sé muy bien cómo pasaremos a un mundo realmente global, pero ya está sucediendo. Usted ve que las fronteras nunca han existido para los ricos, menos aún con la economía globalizada; eran para los pobres, pero ahora vemos que ellos también las atraviesan. Y que ahora los grandes problemas tampoco tienen fronteras. En todo caso, veo que las pequeñas comunidades se han vuelto más importantes para las personas y, por el otro lado, también la conciencia de enfrentar juntos los problemas mundiales.
Ece Temelkuran no quiere asomarse a un futuro que desconoce, pero cree ver señales de un tiempo nuevo. Por ejemplo, cuando le preguntamos, para terminar, cómo se imagina los liderazgos para iniciar el avance hacia ese nuevo orden, dice: “Las nuevas generaciones no quieren líderes, no sé cómo se resolverán las cosas sin ellos, eso es un problema, es cierto. La misma Greta Thunberg es una líder no tradicional, es su palabra genuina, su consistencia, lo que la hizo destacar, pero ella no busca el poder y por eso mismo los jóvenes la respetan tanto; las nuevas masas no quieren ser lideradas, somos nosotros los mayores los que los necesitamos. Y como la democracia no sirve para ese modelo tendrá que regenerarse; los jóvenes, intuitivamente, ya se están organizando de otra manera, más cerca de los sentimientos. Si se quiere, más cerca de las emociones.