
El arte de gobernar cambió
Fundadora de la Escuela de Gobierno de la Universidad de Oxford, Ngaire Woods es un referente mundial en el desafío de dirigir las complejas sociedades del siglo XXI, y una defensora de la diversidad. Afirma que los líderes no se han adaptado al mundo global y los ciudadanos no asumen sus derechos. Agrega que la crisis subprime generó escepticismo en el Estado y nos indicó que las elecciones son la parte fácil. “Lo duro es la construcción de instituciones que sean confiables”.
Ngaire Woods –cuyo nombre recuerda a sus ancestros maoríes de Nueva Zelanda– asesora a gobiernos e instituciones globales. Primera decana de la escuela de gobierno de Oxford, sus análisis de la política contemporánea llegan a amplias audiencias por radio y televisión, vía BBC. Al verla y oírla, aquí en la soleada terraza de un hotel frente al Parque Forestal, tan segura y precisa en sus juicios, pareciera que solo falta trabajo y disciplina para acceder a un mundo más justo y equitativo. Pero, no es así.
Energética, se ilumina al desmenuzar las dificultades, como si le produjera placer enfrentarlas. Desde que era una joven universitaria en su Auckland natal, y luego en su máster y doctorado en Filosofía en Oxford –con tesis en relaciones internacionales–, su foco ha sido el mismo. Si queremos prosperidad a largo plazo, tenemos que hacernos cargo de los efectos de la globalización: una mayor desigualdad social, economías perdedoras que expulsan a su población y concentración del control mundial en manos de las economías más fuertes (G7), entre otros tópicos.
Afirma que hay mucho trabajo por delante. Los líderes no se han adaptado al mundo global, la sociedad civil no asume sus derechos y deberes, y los servidores públicos olvidaron su orgullosa tradición.
¿Por dónde empezar?
Acostumbrada a la academia, nos esboza el contexto histórico:
—En los años 80 los gobiernos empezaron a repensar su rol, ante una cultura muy competitiva y centrada en el crecimiento económico. Eran tiempos de dinero fácil y se pensó, con optimismo, que la globalización con democracia era el modelo para todo el planeta. Pero vino la crisis financiera y el siglo XXI se inauguró con mucha desconfianza.
Llegó a Chile, invitada por la Escuela de Gobierno de la UC, porque le interesa la forma en que los países menores pueden adaptarse a una economía global. Fue el millonario ucraniano Leonard Blavatnik (“el hombre más rico del Reino Unido”, 2015) quien la llamó para que liderara el proyecto académico, que Oxford acogió, al considerar que la falta de gobernanza puede ensombrecer el futuro. Para la propia Woods, es una empresa a largo plazo porque implica “una cultura a construir”.
—¿Es creciente esa conciencia o todavía débil?
—Algunos países comenzaron en los 90, pero pocos cuentan con lo mínimo; que la gente confíe en su gobierno, considere que trabajan por una sociedad equitativa en un marco legal y que haya elecciones periódicas.
—¿Tiene usted una imagen de Chile al respecto?
—Cuando escribí el libro The Globalizers, leí sobre “los misioneros financieros” de Estados Unidos y su influencia en las burocracias de Chile, Brasil y Argentina. Ahí conocí la larga historia de los funcionarios del Estado chileno, pero ahora hay una pérdida mundial; ser un servidor público era algo de prestigio y ya no lo es, lo que supongo es el caso de Chile.
“Nada puede reemplazar las interacciones cara a cara. Hay mucha investigación en Oxford, de sicología social, que demuestra que la única forma de superar miedos entre grupos diversos es con una interacción directa”.

Fotografía Escuela de Gobierno Blavatnik, Universidad de Oxford.
La decana considera que en los años 50 y 60 del siglo pasado todavía existía esa valoración, pero que con los “excesos” de los 70, y el optimismo de los 80, se perdió: “No hay gobierno que lo haga muy bien si tiene un constante viento a favor. Eso lleva casi siempre a la corrupción y a decisiones muy equivocadas”.
La crisis subprime generó, en gran parte del mundo, desconfianza en el Estado: “Eso lo hizo retroceder. La economía en auge les había hecho creer a los gobiernos que podían jugar un rol más fácil, que la globalización financiera aseguraría dinero y crecimiento”.
El libremercado era el buque ancla: “Usted podía protestar contra la globalización, pero creyendo siempre que era un beneficio y un soporte de la democracia. Lo que faltaba era mejorar la distribución económica. Toda esta crisis nos dijo algo; que las elecciones son la parte fácil y la dura es la construcción de instituciones del Estado que sean confiables”.

Áreas de interés
Woods fue nombrada decana inaugural de la Escuela de Gobierno Blavatnik en 2011. Su investigación se centra en la gobernanza económica mundial, los desafíos de la globalización, el desarrollo global y el papel de las instituciones internacionales.
Gobierno: arte y empresa
Simpatiza con su patrocinador Leonard Blavatnik, hombre de múltiples negocios pero recién visible al transformar Time Warner en un gigante multimedia. Filántropo de las universidades de Oxford y Harvard, y de la Tate Modern –le hizo la mayor donación de su historia–, ella celebra su compromiso con lo público.
—Desde la primera reunión me explicó su interés en fundar una escuela de gobierno porque, en su perspectiva, se necesita de personas tan inteligentes y preparadas en el sector público como en el sector privado.
—Usted escribió un libro sobre redes de influencia, poderes oficiales y los que están detrás…
—Es que me impresiona ver que los países más poderosos crean redes bien consideradas como el G7. Las naciones emergentes nunca han logrado algo similar y es urgente, para negociar, compartir información, avanzar en una agenda común.
Después de la crisis asiática se creó el G20 de ministros de finanzas, pero no cree que ampliara el centro operativo del mundo: “En esencia son los mismos del G7; los demás se sumaron sin mucha posibilidad de ser oídos por el núcleo de los fundadores”.
Por lo mismo, trabaja con los miembros nuevos:
—He celebrado tres encuentros con ellos, porque creo que si se organizan empujarán al G7 a un mejor desempeño; estos necesitan de un desafío mayor, ser presionados. Incluso en los directorios corporativos se requiere personas diversas.
Si dicen que sí a todo, es muy probable que cometan errores catastróficos, como se vio en la crisis de 1997.
—Usted ha escrito sobre el tema de la dignidad en los nuevos tiempos globales, algo que parece un tema aparte…
—Es otra consecuencia de la globalización, en especial en hombres blancos que rondan la cincuentena. Son trabajadores que se manifiestan contra la inequidad porque sus ingresos en las economías industriales se estancaron. Han visto con angustia que la desigualdad aumenta. Los datos indican que sus vidas son más cortas y más pobres, pero además, su estatus social y su identidad cultural también han sufrido pérdidas. En los mismos sindicatos las personas tenían un lugar, una voz, para construir una identidad colectiva. Estamos a ciegas si solo vemos el punto de vista económico, si creemos que las demandas se solucionan con incentivos. Ellos sienten que han pasado toda su vida esperando en el muelle del “sueño americano”, y ahora ven que otras personas los han desplazado, las minorías, y están indignados. Fueron la base de apoyo para Trump.
—Usted también ha escrito sobre los políticos que ya no trabajan con las creencias y esperanzas de la gente, sino con sus miedos…
—Hay varias razones, pero una importante es que los políticos cayeron seducidos por los medios de comunicación y las empresas de comunicaciones y relaciones públicas. Llegaron a creer que las relaciones con los ciudadanos consisten en enviarles mensajes. Ellos hablando y los demás escuchando y eso no es comunicación. Hay una gran diferencia entre hacer focus groups y escuchar a la gente. Para tratar de
conectarse de nuevo usan ahora los referéndums, pero que alguien piense que ese es el único medio para saber qué piensa la gente socava las instituciones.
—¿No han aportado las nuevas tecnologías?
—Hay una revolución en las comunicaciones, pero no está claro que logre que las personas escuchen a otras. Está sucediendo exactamente lo contrario, todos se conectan con los que piensan igual. Hay que entender el rol de los algoritmos en todo esto, que diseñan noticias a la medida; con estos, con la inteligencia artificial, la información se canaliza cada vez más para confirmar los prejuicios que tienen las personas. Esto ya lo vivimos en la academia, se pensó que los académicos leerían y tendrían visiones más amplias con los medios en línea, pero buscan por keywords para encontrar lo que les interesa y nada más.
“Creo que hay que pensar en la sociedad en la que queremos vivir: ¿En ciudades seguras, donde todos tienen un espacio, o en comunidades separadas en las que hay que esconderse detrás de la seguridad?”
Tiempo de etiquetas
Luego del dominio de lo tecnológico le parece que vuelven los equilibrios, con el factor humano revalorado: “Nada puede reemplazar las interacciones cara a cara. Hay mucha investigación en Oxford, de sicología social, que demuestra que la única forma de superar miedos entre grupos diversos es con una interacción directa. El miedo se magnifica si esta no existe. Esto nos desafía en nuestros colegios, hospitales y barrios, porque es muy difícil demonizar a un grupo si algunos de ellos viven en la casa de al lado. En Singapur he visto avances muy interesantes en este sentido”.
Pero es un proceso en ciernes: “En gran parte del mundo todavía se vive lo contrario, las comunidades que se fragmentan, digital y físicamente, mientras los espacios públicos se reducen”.
Para Gran Bretaña, especialmente en un multicultural Londres, es un tema central: “Creo que hay que pensar en la sociedad en la que queremos vivir: ¿En ciudades seguras, donde todos tienen un espacio, o en comunidades separadas en las que hay que esconderse detrás de la seguridad?”.
—¿Cómo percibe este escenario ahora, con el problema árabe?
—No hay un problema árabe, incluso hay muchos árabes cristianos así es que tenemos que escoger con cuidado las palabras; y no hay un problema musulmán tampoco. En toda década ha habido terroristas, jóvenes iracundos y agresivos, hombres en su mayoría, nihilistas, que derivan hacia el terrorismo como los Baader-Meinhof en los 70, las Brigadas Rojas o los de Irlanda, protestantes y católicos. No hay nada nuevo. Lo que quieren los terroristas es hacer teatro. Ellos realizan actos criminales en que se busca persuadir a la gente que son algo más que criminales, para así aterrorizar a la población. En relación con los nihilistas que declaran ser parte del movimiento Estado islámico, si los políticos les aceptan que tienen un trasfondo religioso, estarán creando un monstruo que se agranda con las redes sociales de hoy.
Esto último le parece fundamental a la hora de elaborar las estrategias:
—Apenas diez años atrás ni se hablaba de una población musulmana en Gran Bretaña, eran personas de Bangladesh o paquistanos, pero ahora se les pega una etiqueta…
Ha habido una revolución en ciencias sociales de la sicología cognitiva, que nos enseña cómo se profundiza en nosotros lo que recibimos del mundo. El cerebro humano es más que un hardware en el que se instalan programas, está muy influenciado por el tipo de software que recibe, de líderes y medios de comunicación. Ahora comenzamos a dividir las poblaciones según su religión, a etiquetarlas, y creo que debemos detenernos a pensar qué estamos haciendo, al hacer de esa identidad religiosa la más importante de todas. Vivimos hoy en sociedades muy diversas, uno puede ser de Cornish, donde hay un movimiento independentista y, además, ser inglés y también británico, con familia de Pakistán y religión musulmana y fanática del Arsenal, y haber votado contra el Brexit. Empobrece dejar todo eso detrás de una etiqueta. Si
uno destaca una sola identidad, comienza el miedo. Esto me preocupa, aunque veo que la gente está empezando a pensarlo de manera más profunda.
El otro desafío que le parece clave para avanzar en el arte de gobernar, en tiempos globales, se refiere a la inteligencia artificial y los big data: “Los veo como herramientas fundamentales, tema que trabajo con el Instituto de Internet en Oxford, el que planteó que los gobiernos no debieran privatizar o tercerizar todos sus flujos de información, porque se necesita tener algunos adentro para desagregarlos y hacer una correcta
toma de decisiones. Esto no debiera ser a gran escala, con un megaprograma, al contrario, con módulos menores hay menos riesgo de que fallen los sistemas”.
La vienen a buscar sus anfitriones. Impecable en su traje blanco, se va al campus San Joaquín a reunirse con los estudiantes de la escuela de Gobierno. Con su rostro exótico de rasgos maoríes, es una imagen viva del valor de la diversidad.