• Revista Nº 171
  • Por Miguel Laborde Duronea
  • Fotografías gentileza de Inés San Martín

Miramundo

Inés San Martín: a la vera del Papa Francisco

La argentina Inés San Martín pasó de ser una joven católica comprometida a instalarse en Roma como una periodista y “vaticanóloga”, condición que le permitió acompañar al Pontífice en viajes a 34 países. Así, es requerida desde diversos lugares por conocer “de primera fuente” qué sucede tras los muros del Estado Pontificio.

La periodista argentina  Inés San Martín tenía menos de treinta años cuando trabajaba en la sección “Valores religiosos”, en el Clarín, de Buenos Aires. Por su energía y disposición terminó de editora, bloguera y community manager en la Jornada Mundial de la Juventud, Río de Janeiro 2013, encuentro católico que marcó su destino. Al año siguiente ya vivía en Roma trabajando para un medio católico, Crux –portal vaticanista– y comenzó a viajar con el Papa Francisco. Y no dejó de hacerlo hasta este año, cuando en el mes de septiembre inició una nueva vida. De seguro, más descansada.

Los viajes de “Francisco” son cortos, intensos, se suceden las reuniones y los discursos, casi siempre cargados de contenidos que serán revisados, comentados… y criticados. Mucha adrenalina en ocho años y 34 países. En 2022 visitó Chile, invitada por la Universidad Católica, y también copó su agenda de pocos días con muchos encuentros; al final, conversamos por Zoom, cuando estuvo de vuelta en Roma y pudo darnos un tiempo más sereno. Aunque, como buena periodista, no se olvida de las preguntas; responde de manera clara, precisa y concisa.

—La Iglesia creció en el secreto de lo sagrado, en la distancia del misterio, detrás de un muro protector que se ha derrumbado por los abusos hechos públicos estos años: ¿Cómo afecta esta exposición a la Iglesia en general, al aparecer menos divina, más humana?

—La verdad, muchas personas faltan a lo sagrado y me parece mal que pierdan eso. Aunque yo soy totalmente partidaria de la transparencia, necesito de esa dimensión. Por otra parte, es cierto que muchas personas requieren a un sacerdote cerca para cultivar lo sagrado, pero como los religiosos son pocos, la Iglesia está ahora más humana de lo que debiera ser. Con muchos fieles que confían en ellos y poco en Dios.

—Pareciera que hay laicos dispuestos a colaborar, al menos en América Latina, sicólogos, economistas, comunicadores que podrían compensar la escasez de religiosos, pero da la impresión de que la jerarquía no parece muy dispuesta a dejarlos participar: ¿Es correcta esta percepción?

—Sí, yo creo que hay un temor, en su mayoría infundado, para involucrarlos más. No hay que desperdiciar al laicado, en tantas actividades, en países como Chile donde hay grupos importantes, con profesionales como los de la Universidad Católica. Hay una falta de confianza que no se justifica, porque la Iglesia no se creó solo para los 12 apóstoles, es entre todos y para todos. Pero también los laicos no son proactivos, muchas veces no están disponibles para trabajar por menos dinero y colaborar, la mayoría no se mete ni compromete, así es que podemos decir que por los dos lados hay una carencia.

—Tal vez por las características de las redes sociales, que tienden a los extremos, pareciera que vivimos una época más crítica, de desconfianzas.

—Las cosas han estado mejor y peor en otras épocas, como fue el tiempo de los Borgia, pero es cierto que estamos viviendo en sociedades más polarizadas, más extremas, debido a lo que permiten las redes sociales: la inmediatez y el anonimato, los que generan interacciones de una violencia que no se daría cara a cara. No es extraño, entonces, que empecemos a mirarnos como enemigos y que cueste sentarse a comer con personas que piensan distinto. Por eso, el Papa siempre nos recuerda que las personas son más importantes que las ideas y que no debemos dejarnos distanciar por pensar distinto.

 

Compañera de viaje. Los viajes de “Francisco” son cortos, intensos, se suceden las reuniones y los discursos, casi siempre cargados de contenidos que serán revisados, comentados… y criticados. Inés vivió toda esa adrenalina en ocho años y 34 países.

Por sus años de “vaticanóloga”, siguiendo al Papa a través del mundo, asistiendo a sus presentaciones cuando no está de viaje, a Inés se le busca para conocer “de primera fuente” qué sucede tras los muros del Estado Pontificio. Y también, porque siendo argentina y comunicadora, no se demora en responder en relación con una serie de rumores sobre los migrantes en Italia, el impacto de la economía en el cambio climático o la guerra de Ucrania. O, lo que sea.

Lo comprobamos al preguntarle por el cambio de estatus para la Prelatura del Opus Dei, hecho que generó una ola de comentarios. Para ella, el tema no es difícil de entender: “Hay una lectura evidente: que Francisco valora al Opus Dei pero no lo considera tan prioritario o central como Juan Pablo o Benedicto. Más allá de eso, me parece una equivocación suponer que los detesta o algo así porque siempre, en todos los papados, hay órdenes más cercanas que otras, más afines al proyecto del Papa del momento o de los problemas de la época.

Por lo demás, él tenía y sigue teniendo una relación muy cercana con varios de la Prelatura, no es nada personal, solo que había una condición para el Opus Dei, de cierta autonomía, que lleva a la actual necesidad de transparencia, de rendición de cuentas, para que no sigan sucediendo extraños episodios financieros o de abusos como los de los Legionarios de Cristo en México o Fernando Karadima en Chile. Es toda la Iglesia la que está necesitando esa apertura, y para eso se está trabajando, no solo en relación con el Opus Dei”, afirma.

Además, le preguntamos por los comentarios sobre pugnas en la jerarquía, una más conservadora y otra más liberal, lo que hoy pareciera vivirse con más tensiones.

 

 

—¿Los roces entre conservadores y liberales, que siempre han existido, son más visibles ahora por políticas de los medios o es parte de la apertura? ¿Crees que también la Iglesia se ha polarizado?

—Es injusto poner a todas las jerarquías en la misma salsa. Los liderazgos son diferentes en Europa y América Latina, por ejemplo, aunque en ellos se centra la atención porque son mayoría, pero hay muchas otras en el resto del mundo viviendo otras realidades. Diferencias hay, tal como en cualquier medio humano, entre los mismos académicos, pero es cierto que si se percibe como dividida significa que hay un fracaso de las jerarquías. Hay que entender que la realidad social de América Latina es diferente y allá los obispos actúan más desde el corazón que del intelecto, lo que hace más difícil el diálogo con los que viven otras realidades. Así, surgen prejuicios hacia la Iglesia en general, lo que aleja a los académicos europeos y para qué decir a los jóvenes latinoamericanos. De estos hay excepciones, como la iniciativa TECHO, pero hoy cuesta que se acerquen con esa imagen lejana, poderosa, que parece ajena a la realidad que vivimos en la región.

Con sus 34 viajes a diversas naciones como Albania, Colombia, Irak, la India, Nigeria y Nicaragua, ha visto en primera línea las consecuencias de la falta de vocaciones sacerdotales y, más aún, del retiro de muchos que han abandonado su condición. Algo que, para ella, es “un problema enorme”.

—¿Cómo se ve el horizonte de las vocaciones, pensando en las próximas décadas?

—Hay varios factores, pero ya no es motivo de orgullo decir: “Soy sacerdote”. Incluso te escupen al pasar en la calle, ¡es el colmo! Yo conozco a muchos que son excelentes, pero siempre hace más ruido el árbol que cae. Entonces, para muchos que podían tener una cierta vocación, no es una necesidad entrar a un seminario, no es un avance, es como un retroceso en su desarrollo, enfrentar un futuro incierto. Mi esperanza está puesta en las vocaciones nuevas que son muy valiosas; el ingreso ya no es por una realidad laboral o lo que sea, es un camino muy duro, pero creo por lo mismo serán sacerdotes más fieles a su misión. Yo creo que se reza poco por la familia y por las vocaciones, se debiera orar más. Por ahora, ojalá que los laicos se pongan la Iglesia al hombro, que no sea el párroco el que hace todo, es una oportunidad, pero no sé si estamos preparados para aprovecharla.

—En el pasado se entendía que los diferentes carismas de franciscanos, jesuitas, Legionarios de Cristo, enriquecían a la Iglesia abriendo espacio a diferentes sensibilidades; ¿esto sigue siendo así, un patrimonio valioso o sus diferencias –lo que la prensa destaca– es hoy fuente de conflictos de poder?

—Hay bastante de eso, órdenes religiosas distantes, tanto así que me cuesta juntar a los de órdenes diferentes en un mismo almuerzo, por ejemplo. Realmente pareciera que las órdenes y prelaturas no advierten o no aprecian la riqueza de esa diversidad por mirar solo la propia y no observar la de los demás. Es muy preocupante, esto no se trata de mi Dios y tu Dios, o pensar mi camino es el único. Esa competencia creo que también coarta vocaciones y genera suspicacias, algo que, francamente, no sé cómo tendrá una salida.

—Tú has sido una privilegiada al viajar por el mundo con el Papa Francisco, en contacto con los desafíos del presente, algunos brutales. Desde esa perspectiva, ¿consideras que ha aumentado o disminuido la violencia asociada a la persecución de quienes ostentan una fe religiosa?

—Es tremenda esa violencia, hay hechos tan frecuentes, en distintas partes, que Francisco ha dicho que ahora hay más mártires que en el Imperio Romano. Hay algún grado de esa violencia en unos 120 países, comenzando con Nigeria, donde hay desgracias cada semana o Nicaragua donde los meten a la cárcel. Y están Irak, la India, entre tantos otros. En América Latina hay mucha intolerancia, lo que ha llevado al incendio de iglesias en Chile, a los ataques constantes a la Catedral de Buenos Aires, un ambiente que viene del sentimiento y no de la razón. También me alarma la violencia intelectual, esa dificultad que hay para dejarse oír, porque se ha impuesto lo de la “Iglesia opresora”. Entonces, cuando uno comenta e informa y dice “nos están matando”, salen con cualquier cosa. Como que la Iglesia se lo mereciera. Bueno, todo esto también se da en general. Además, hay mucha violencia religiosa, no solo contra cristianos.

—A propósito de intolerancia y violencia intelectual, el declararse católico en ambientes académicos, europeos o latinoamericanos supone un grado de valentía, de riesgo incluso, por tendencias que llevan a cancelar incluso a los que se declaran creyentes: ¿Hay conciencia en la jerarquía de lo que están viviendo los fieles comunes y corrientes?

—Sí, por supuesto, ellos lo viven y comparten también. Incluso, creo que la fe se hará cada vez más difícil en esta sociedad tan hedonista y ansiosa de poder. Los que vivamos nuestra fe abiertamente vamos a ser cada vez menos, liberales o conservadores. El vivir por Dios, el dar la vida incluso, el buscar ahí el sentido de la existencia, va disminuyendo. Por otro lado, la Iglesia es de Dios, no es nuestra, hay que celebrar en ella, pero solo Él sabe por qué y para qué sucede lo que estamos viviendo.

 

Nuevos rumbos. Desde septiembre Inés San Martín inició una nueva vida como misionera en Florida, Estados Unidos, donde trabajará con los migrantes.

Por su cercanía al Papa, no podemos dejar de preguntarle cómo soporta él las presiones, demandas y sufrimientos de hechos que se suceden cada día en el mundo. Para ella, “un ejemplo” de vida: “Su motor es su fe. Son varias sus horas diarias de oración, comenzando a las cinco de la mañana, deben ser unas tres horas al día Para él también es importante el examen de conciencia jesuita, que es su evaluación, ese análisis que lleva a preguntarse con quién hablé, qué le dije, qué no le dije, lo que hace dos veces al día. Sin la fe no se puede llevar una carga tan pesada, que se hace todavía más con la edad. Son muchas las presiones, comenzando por los temas complejos que debe tratar con otros jefes de Estado o con los que son cabezas de otras religiones”.

—Tú estás iniciando una nueva etapa. ¿Por qué decidiste dejar la vida en Roma?

—Sí, en San Petersburgo, Florida. Es otro país y otro destino, algo que nunca había imaginado, pero me encanta comunicar lo que la Iglesia hace bien y colaborar con el apoyo a las misiones. Volver a hablar de Dios con la gente, no de política ni del mundo de los poderes sino en la base; volver a los Evangelios, a la Eucaristía, con gente que en muchos casos requiere una ayuda real y espiritual muy urgente, como son los migrantes que llegan a Florida. El 1 de septiembre dejé de ser periodista para iniciar este camino.

—¿Esto surgió desde tu experiencia vaticana, algo diferente?

Esto también es parte de una voluntad que viene desde el Papa, que no esté todo centrado en el Vaticano, que sean iglesias locales las que comiencen a asumir ciertas responsabilidades; que se encarguen, por ejemplo, como es el lugar en el que voy a trabajar, de las Obras Misionales Pontificias, las que ahora también se organizarán desde España y Estados Unidos, repartiendo el peso.

Irradia entusiasmo, desde la pantalla. El mismo que la motivó a colaborar con el Vaticano en el encuentro del Papa con la juventud en Río de Janeiro, hace apenas nueve años, y que le aportó una experiencia de vida excepcional. No podemos dejar de recordar que, etimológicamente, entusiasmo viene del griego enthousiasmós, que alude a la inspiración divina, al ser arrebatado por lo divino, al dejar entrar a Dios: en theos. Fue lo que se comentó sobre lo que habló durante su última visita a la Universidad Católica, que daban ganas de vivir un compromiso de fe con esa misma intensidad, a un grado que lleva a cambiar de vida.

Pontificado

Pontificado

“Sin la fe el Papa no podría llevar una carga tan pesada, que se hace todavía más con la edad. Son muchas las presiones, comenzando por los temas complejos que debe tratar con otros jefes de Estado o con los que son cabezas de otras religiones”, cuenta Inés.