Mauricio Lima: “Lo que viene es austeridad o barbarie”
Durante décadas, el lujo del petróleo abasteció una ola de progreso de los países desarrollados, y en algunos que, en vías de desarrollo alcanzaron una mejor calidad de vida. Pero para el ecólogo, la matriz energética ya no lo permite. Ni con las renovables. A su juicio, es fundamental fomentar una cultura más moderada.
Llegó a Chile desde Uruguay, en 1992, por un posgrado que marcó el inicio de una larga colaboración con la Facultad de Ciencias Biológicas de la Universidad Católica: es académico del departamento de Ecología, el cual está entre los mejores del mundo, con expertos como Juan Carlos Castilla, Bernabé Santelices, Eduardo Fuentes, Fabián Jaksic, entre otros destacados científicos.
En su más reciente libro, el investigador en dinámica de las poblaciones le sigue la pista a nuestra especie, con sus éxitos y fracasos –De expansiones y retiradas, el viaje poblacional del Homo sapiens (Ediciones UC, 2023)–. En este texto se plasma su interés en los colapsos demográficos de las sociedades en el pasado, aspecto que en la actualidad también es una amenaza debido a la crisis energética.
También se concentró en los ciclos de baja en la energía, cada vez más reiterados. Ahora estaríamos iniciando otro, pero con un desafío mayor, por el impacto que significa la expansión del sapiens, de 200 millones en tiempos de Cristo a cerca de ocho mil millones en el presente.
—Actualmente ha surgido con fuerza el concepto de ebullición global, y no solo el calentamiento. ¿Por qué hablar de colapso? ¿En qué punto se llega a eso?
—Se han analizado los colapsos a lo largo de la historia, por qué suceden y lo que se entiende de los ciclos es que se trata de algo inevitable. Joseph Tainter, que es un gran referente en este tema, al estudiar a los romanos y a los mayas observó que llega un momento en que las sociedades complejas, que comienzan a extraer más y más energía del ambiente, en un mundo que es finito y posee límites, viven un desajuste y comienzan a mostrar rendimientos decrecientes. Es algo que “tiene” que suceder, porque al aumentar la burocracia, el ejército y las industrias, la tasa de cambio de la energía per cápita decrece y, como ya no se genera el mismo retorno, viene el colapso. De paso, se comienza a deteriorar el entorno natural.
—A pesar de lo anterior, Roma y los mayas siguieron existiendo…
—El colapso del Imperio Romano costó siglos de recuperación, pero no hay punto de comparación con lo que puede ser la destrucción con la escala poblacional del siglo XXI. Ellos estaban en áreas reducidas y lo de Roma fue una gran implosión, un marcado decaimiento que produjo una gran pérdida de personas del orden del 30 al 40%, además de cultivos y abandono de campos, hambrunas y epidemias. Pasaron varios siglos antes de recuperarse.
—Entonces, ¿también habríamos iniciado el ciclo de los rendimientos decrecientes?
—Después de la Segunda Guerra Mundial vivimos un gran auge sostenido en hidrocarburos, pero en los años 70 se comenzó a perder esa capacidad de capturar energía y entramos en una tendencia regresiva. Estamos con un modelo de desarrollo agotado, con élites cada vez más adineradas escapando de los impuestos y las restricciones; hay menos ricos, pero más ricos, mientras son más los marginados en las democracias modernas liberales, lo que incluye a América Latina. Este proceso viene con una pérdida de poder del Estado y la aparición de economías paralelas, como la del narcotráfico, ocupando más espacios. Al mismo tiempo, está la descomposición del medio ambiente, con lo extractivo muy acelerado, la deforestación, la escasez hídrica y el abuso de los recursos marinos. Es decir, todo ahora es más complejo que antes y sin la energía necesaria. Estamos haciendo lo mismo que hacemos con la deuda financiera, postergarla para más adelante, suponiendo que después se podrá pagar; pero no es así.
—¿El mundo político no está reaccionando, no se hace eco de las advertencias de la academia?
—Es más bien la sociedad civil la que parece reaccionar mejor, con ciertas tendencias, muy necesarias, de vivir más austeros, de consumir menos animales, percibiendo que, como dice Isabelle Stengers, la filósofa belga, es eso o la barbarie. Pero no es suficiente, falta la masa crítica necesaria, capaz de empujar colectivos, políticas diferentes, hacia formas más civilizadas de habitar los territorios. Todavía hay mucha gente, la mayoría, viviendo con miedo e incertidumbre, pero sin cambiar las cosas. Las fuerzas políticas, que son astutas, ante esas inseguridades ofrecen volver a lo estable, lo seguro, lo local, de naciones–Estado cerradas, con homogeneidad cultural, y todo eso produce una sensación muy atractiva, pero lo cierto es que ya no existe ese mundo.
Para el ecólogo, en América Latina es visible el cambio de época, con el temor a salir de noche, en todas nuestras principales ciudades (Santiago, Buenos Aires, Lima, etcétera), en medio de una descomposición social que los gobiernos no logran resolver. Con la presencia de una clase media que retrocede, la misma que hace 40 años tenía su casita con jardín y sin rejas, con esperanza en un futuro mejor, y que ahora vive en pasajes cerrados, con cercos eléctricos, seguridad propia e incertidumbre de lo que viene.
La causa mayor, a su juicio, está en la matriz energética.
—Detrás de eso está la escasez de energía, porque todo lo que hacemos requiere energía, los desplazamientos, nuestro consumo, todo, y las fuentes de energía ya no dan; y esto sin hablar del cambio climático y del sobreconsumo de acuíferos por demandas de energía. Entonces, estamos con un stock de energía que se acaba, acumulado a lo largo de millones de años porque los pozos de petróleo son cadáveres de plantas y animales ubicados bajo la corteza terrestre, los que nosotros vamos transformando en más personas, máquinas, obras de arte… Pero se acaban, y sacar petróleo ahora cuesta mucho más que hace cien años. El tema ya no es cuánto petróleo queda, sino cuánto está costando sacarlo. En Estados Unidos, en 1940, con un barril de energía se podían sacar 100 barriles y hoy con uno se sacan solo quince.
—Lo anterior nos obliga a ser cada vez más eficientes en el uso del recurso, para llegar a otra manera de vivir y trabajar hacia el año 2050. ¿Es este un plazo realista?
—Ahí nos enfrentamos a la paradoja de Jevons, planteada hacia 1865, con algo similar, pero sobre el carbón. Los motores permitieron mejorar la extracción, pero aumentó el gasto de energía total. Lo que se ahorra por aquí se gasta por allá. Al hacerse más eficiente el uso de un recurso, al final se gasta más. Motores que dan más kilómetros por litro incitan a la gente a ocuparlos más; entonces cada vehículo consume menos, pero la gente compra más vehículos y los usa.
—¿Y el plazo de 2050?
Es irrelevante, porque nada puede evitar la necesidad de simplificar la sociedad y vivir con menos, menos energía per cápita. Será doloroso, pero es inevitable, y cuanto antes empecemos, mejor. Hoy enseñamos a los jóvenes a hacer un uso más eficiente, les transmitimos un miedo al cambio climático, pero no les enseñamos que lo que viene es austeridad o barbarie. Siempre ha sido así, en todo caso, hay que educar para que tengan sus sentidos alerta. En vez de culpar a la generación anterior, como lo están haciendo, tienen que iniciar un proceso, que será largo, para inventar formas más civilizadas de existir.
VIVIR EN OTRA
A Mauricio Lima le importa el factor humano, porque incide directamente en los ciclos de expansión, estancamiento y colapso. La desigualdad provoca efectos y también la mayor o menor complejidad de una sociedad. Por eso le interesa la educación, por la necesidad de preparar a las nuevas generaciones para una nueva realidad. En paralelo, plantea, está el desafío de aportar más energía a los millones que hoy están bajo los estándares mínimos, cuya realidad ya es insostenible, moral y socialmente.
Ve difícil la transición, aunque haya pensadores que creen que la salida está cercana.
—No hemos hablado de las energías renovables. ¿Cómo aparecen en este cuadro?
—Es peligroso el discurso de las energías renovables, creer que es la gran salvación. Pretender modificar la matriz energética, pero seguir viviendo en un entorno próspero y limpio, que supone altos consumos, es más peligroso que seguir acelerando. Muchos tendrán que usar al menos un 20% menos en los países desarrollados, para que el resto del mundo viva mejor. Y todo esto sin hablar de la intermitencia, que tienen horarios discontinuos, y que la mayoría de los materiales que ocupa la producción de equipos solares, eólicos, mareomotrices, son materiales que se extraen, trabajan y transportan consumiendo petróleo.
—Todo exige bajar el consumo…
—Por eso que en el libro hablo de una retirada ordenada, de adecuarnos a una nueva realidad compleja. Ya estamos viviendo la desintegración cultural, con tribus aisladas. Santiago mismo se ha ido convirtiendo en una ciudad donde la mayoría jamás conoce otros sectores que los que ocupa al trabajar, educarse o habitar.
—A propósito de la alimentación, tú dices que ahí está nuestro mayor “talón de Aquiles”, el que nuestros alimentos viajan un promedio de 2.400 kilómetros. ¿Cómo es posible una cifra tan alta?
—No nos damos cuenta, pero China ya externalizó la soja y la lleva de África, Australia o América Latina. Y la carne de Uruguay se traslada al Medio Oriente, a unos diez mil kilómetros de distancia. Y la fruta de Chile cruza el mundo… En el imperio romano, los productos viajaban un máximo de 350 a 400 kilómetros. Este cambio implica una enormidad de gasto energético, algo que ya no se resiste. Se habla muy poco de la urgencia de tener una producción más local. Chile es uno de los grandes consumidores de pan del mundo y ahora trae el 70% del trigo de afuera, de países de cultivos más intensivos como Argentina, Uruguay, Estados Unidos y Canadá. Habría que pensar en volver a plantar trigo y dejar los arándanos y otros lujos que consumen mucha agua, reducir viñedos para cultivar más porotos, cosas así. No hace muchos años uno consumía las frutas y las legumbres de la época, y a nadie le extrañaba, era lo habitual.
—Las migraciones te inquietan, pero ese tránsito es hacia países más ricos, que necesitan población y mano de obra. ¿Por qué te parece un problema tan crítico?
—Eso es parte del mundo diferente, de que ahora vivimos invadiendo y siendo invadidos. Existen virus que se trasladan, personas, productos, toda clase de migraciones. El diseño de la nación-Estado, que se estabilizó mientras había una Europa en expansión, se está agotando.
Lo que pasa es que este mundo nuevo nos obliga a colaborar con los otros más allá de las fronteras, porque los problemas de hoy las trascienden. Ellas ya carecen de sentido debido al agotamiento de los bordes definidos.
Lima ve la naturaleza como otro protagonista, ahora más importante en este mundo nuevo: “La naturaleza sigue activa, sus entidades toman presencia, empiezan a ser actores relevantes en todos estos escenarios. Así como hay actores políticos que se reúnen para negociar, la naturaleza también va a necesitar tener sus representantes; ella ya no es inerte ni inocua. No son recursos solamente, ni paisajes de pura belleza en los parques nacionales; está formada por entidades vivas, que influyen decisivamente en nuestra calidad de vida.
Si no negociamos con ella nos va a echar y el mundo seguirá adelante, con otros actores, entre los que ya no estaría el sapiens”.
—¿Cómo ves el mundo académico en la actualidad, sus acciones y reacciones?
—También hay cambios. Ahora mismo estoy dando un curso en Ingeniería orientado a formar esta conciencia, que vivimos dependiendo de humanos y también de no humanos, para analizar en cada proyecto cómo, dónde y de qué depende: del aire, del agua o de la calefacción, entidades que consumimos y debemos ver cómo devolver a los ecosistemas. Es una manera de pensar muy necesaria en este proceso de inventar otra forma de estar en el planeta.
—Es otra cultura, finalmente, lo que está asomando.
—Los pueblos originarios lo tenían claro, su total dependencia de los ciclos naturales, la nutrición del suelo, las plagas, porque una sequía o una helada podía eliminar a toda la familia. Ahora tenemos el conocimiento, pero no esa vivencia de las entidades terrenales, como los polinizadores, todo el ciclo que iba de la siembra a la cosecha con tantas contingencias posibles. Pero el petróleo, ese lujo, nos llevó a ignorar esos lazos. Los aborígenes tenían redes que llegaban a los afectos por la vegetación de su entorno, como ahora uno ve en televisión, por las inundaciones o la sequía, campesinos que tienen un cariño por sus animales, con los que comparten su vida, son como una hermandad que tiene una vida en común. Ellos ya tienen esa conciencia.
Mauricio Lima llegó hace 31 años a Chile y ha comenzado a construir sus redes. Pensaba quedarse solo cuatro o cinco años, pero terminó migrando, aunque no descarta que, una vez jubilado, vuelva a su Uruguay natal. Parta o no, aquí quedará su huella, en la provincia de Chacabuco, donde tiene un terreno. Sistemático, en un escenario de sequía creciente, estudió qué árboles dialogan con qué arbustos y plantas en esa zona y cultivó todo nativo y de bajo consumo de agua. El seco escenario inicial dio lugar a un paisaje natural que atrajo aves e insectos que ya son parte de una comunidad viva, algo que, destaca, no sucede con sus vecinos fruteros. Experto en la Ecología de las Poblaciones, dio vida a una “población” orientada a ese mundo nuevo que ve venir.