• Por Matías Broschek

Personajes

Romper con una herencia maldita

De generación en generación se traspasa la desigualdad en América Latina desde hace más de cinco siglos. Francisco “Chico” Ferreira, economista brasileño y voz autorizada en materia de inequidad, afirma que para salir del ciclo es necesario más que nunca un pacto social.

Poco después de aterrizar en el aeropuerto Arturo Merino Benítez, durante una soleada mañana de noviembre, el economista brasileño Francisco Ferreira abordó un automóvil rumbo a Santiago. Sentado en el vehículo, miró por la ventana.

Cuenta que se maravilló por el paisaje, especialmente por la moderna infraestructura de la ciudad y de su renovado aeropuerto. Habían pasado cerca de 30 años desde su última visita y las transformaciones de la ciudad le llamaron poderosamente la atención. Eso, hasta que se acercó al centro.

Mientras enfilaba a lo largo del río Mapocho, avistó pequeñas carpas con personas durmiendo en la calle, en condiciones muy precarias. A diferencia de lo que ocurre con quienes terminan por habituarse a la pobreza como un elemento habitual del escenario urbano, como un mecanismo de defensa o de inercia, “Chico” Ferreira afirma que siempre lo impresiona.

Fue precisamente la gran inequidad que presenció de niño en São Paulo lo que lo llevó a interesarse por la desigualdad como fenómeno de estudio. Favelas como Paraisópolis crecen a pocos metros de edificios lujosos. “Vi niños que tenían que vender dulces y me surgió la preocupación de algo que me pareció como una gran injusticia social”, explica. Hoy, ocupa el cargo del director del Instituto Internacional de Desigualdades y su trabajo relativo a la medición y las consecuencias de la pobreza y la desigualdad ha sido difundido internacionalmente.

El economista ha sido reconocido con varios premios, como el Richard Stone en Econometría Aplicada y el Kendrick de la Asociación Internacional para la Investigación de Ingresos y Riqueza. Recientemente, fue el encargado de realizar la conferencia inaugural del Segundo Congreso Social de La Tríada “Inequidades en América Latina: diagnóstico y propuestas para un futuro equitativo”, desarrollado en la UC y coorganizado con la Universidad de los Andes de Colombia y el Instituto Tecnológico de Monterrey de México. El título de la ponencia de Ferreira fue “Desigualdades heredadas en América Latina” y sobre eso conversó con Revista Universitaria.

—Hay bastante coincidencia respecto a que nuestra sociedad ha dado un giro hacia un modelo que profundiza el individualismo y que también tiende a exacerbar las inequidades. ¿Por qué debería preocuparnos la desigualdad hoy?

—Uno de los motivos es que para muchos se tratade una cuestión intrínseca de justicia. El hecho de que esa desigualdad se transmita entre generaciones significa que los niños pobres en ciertos barrios de Santiago y los otros más ricos en Providencia o Las Condes tienen oportunidades muy distintas en la vida. Esa es la primera razón: preocuparse por la desigualdad como algo injusto y desde una mirada ética. Después, hay consecuencias económicas. Cada vez hay más evidencia empírica sobre el desperdicio del potencial humano y productivo que se da cuando una gran parte de la población no puede tener acceso a iniciativas que podrían ser muy productivas, como la escuela y una educación de calidad. Si esos mismos niños que hoy venden dulces en la calle no pueden educarse de la manera que otros pueden, pero tienen un talento potencialmente grande, ese talento se pierde, se desperdicia.

“Es necesario un contrato social en el que se permita la redistribución, donde los más ricos estén dispuestos a contribuir con una parte significativa de lo que ganan para crear un Estado que pueda ofrecer buenas escuelas públicas, habitaciones populares e inversión en salud”.

—Un desperdicio que tiene grandes costos económicos, al carecer la sociedad de mecanismos para hacer partícipes a esos sectores.

—El desperdicio de talento y de potencial humano proviene principalmente de la pobreza y de la exclusión de personas que podrían ser muy productivas para ellos mismos y para el país. Ese costo es una de las razones por las cuales, históricamente, hemos divergido como América Latina de los Estados Unidos y de Canadá, que siguieron otro camino, pero de manera más incluyente. De esta forma, han hecho más posible el acceso a las oportunidades, principalmente después de que el norte ganó la guerra civil contra el sur en Estados Unidos.

—El rezago se da a estas alturas en comparación a otras sociedades, más allá de Norteamérica y Europa, como Asia.

—Sí, la comparación con Asia es muy ilustrativa, porque era mucho más pobre en general que América Latina. Empezó el desarrollo con Taiwán y Corea del Sur en los años 70, pero después de eso vinieron muchos otros países, como Indonesia y Malasia, que eran más pobres que nosotros y que nos han superado, no solo porque han disminuido la inequidad naturalmente, sino también porque tienen tasas de ahorro y de inversión doméstica más fuertes. Pero el hecho de que esos países eran en general menos desiguales creó una base que permitió que se brindaran mayores recursos a un número significativo de familias, que pudieron invertir en sus hijos y en sus tierras, para así favorecer el crecimiento.

—La sociedad de consumo en la que vivimos pareciera exacerbar la adquisición de bienes materiales y el exitismo. ¿Esto contribuye a que el foco público no esté centrado en el problema de la desigualdad ni en la mirada ética que mencionabas?

—Yo creo que no es necesario ser anticonsumo para ser antidesigualdad. Países como Dinamarca, Suecia y Francia están llenos de gente la que le gusta mucho consumir. Francia tiene una de las mayores industrias de bienes de lujo en el mundo, pero posee un coeficiente de Gini que es menos de la mitad del de Chile, y es bastante igualitario como país. Es necesario un contrato social en el que se permita la redistribución, donde los más ricos estén dispuestos a contribuir con una parte significativa de lo que ganan para crear un Estado que pueda ofrecer buenas escuelas públicas, habitaciones populares e inversión en salud. El sistema de mercado es el que mejor funciona, no hay duda sobre eso. Pero el mercado tiene varias fallas que hay que regular y corregir. Entre otras, que genera mucha desigualdad. Por lo mismo, el Estado, además de regular y corregir esas fallas, debe tener un papel redistributivo. No creo que haya un país más o menos igualitario en el mundo donde eso no pase.

“El mercado tiene varias fallas que hay que regular y corregir. Entre otras, que genera mucha desigualdad. Por lo mismo, el Estado, además de regular y corregir esas fallas, debe tener un papel redistributivo. No creo que haya un país más o menos igualitario en el mundo donde eso no pase”.

—¿Por qué nos cuesta en América Latina lograr un contrato social? ¿Qué se requiere para que eso suceda?

—De cierta manera, tenemos una herencia maldita, histórica, que es la que proviene de la esclavitud y la opresión de los indígenas. Por el lado de los Andes, llegaron los españoles y capturaron básicamente los imperios que había: incas, aztecas y todos los demás. En Brasil y el oriente del continente, había tierra muy propicia para la agricultura, pero no había gente. Entonces, había que traer esclavos provenientes de África. En ambos sistemas se creó una élite que concentraba toda la propiedad. Eran españoles y portugueses a los cuales la corona les había dado tierras o minas. Por otro lado, quedaron trabajadores que no tenían nada. Es un sistema extremadamente desigual desde su origen. Las cosas mejoraron desde entonces, pero despacio, y siempre con un grupo arriba que sigue contando con la riqueza, según un estudio que coordiné sobre la desigualdad en América Latina y que fue realizado por colegas en la región.

—Se mantiene esa concentración económica después de todos estos años.

—La estimativa para los países donde hay datos, y que considera a Chile, es que el 1% más rico cuenta con un 40% de toda la riqueza de la población. Eso es muy fuerte. Y el 50% más pobre no tiene casi nada. La propiedad y la riqueza están correlacionados con el poder político y su control. El poder político, a su vez, define qué hace y cómo participa el Estado.

En el continente, el 1% más rico cuenta con un 40% de toda la riqueza de la población, plantea Ferreira. Crédito de la imagen (referencial): Vinay Darekar

El Estado pequeño

—Estamos encadenados a nuestra historia desde hace cinco siglos. ¿Cómo repercute esto en el trabajo del Estado para disminuir las brechas?

—El contrato social nuestro viene de ahí, de una situación históricamente desigual, que se mantiene persistentemente a lo largo de la historia. Bajo el esquema de Albert Hirschman de “Salida, voz o leal tad”, la élite opta simplemente por salir del sistema de provisión de bienes públicos. Ellos cuentan con escuelas privadas, salud privada y seguridad privada, incluso. No necesitan del Estado para proveer esos bienes públicos. Por lo tanto, no están dispuestos a financiar al Estado. Entonces, lo que promueven es un modelo de baja tributación. Obviamente, no se puede generalizar a toda América Latina. Hay excepciones, como Argentina y Brasil, que tributan mucho y gastan muy mal. Pero Chile está más todavía al lado del resto de los países del continentes, donde aún se tributa bastante poco, y considero, personalmente, que no se gasta mal. Lo que prevalece es que el tamaño del Estado es pequeño.

“La élite opta simplemente por salir del sistema de provisión de bienes públicos. Ellos cuentan con escuelas privadas, salud privada y seguridad privada, incluso. No necesitan del Estado para proveer esos bienes públicos. Por lo tanto, no están dispuestos a financiar al Estado”.

El Estado pequeño

—Esta falta de movilidad histórica incide en que la desigualdad se va heredando de una generación a otra. ¿Cómo afectan otros factores, como el racismo o el hecho de que muchas mujeres deben asumir la educación y crianza de sus hijos de manera solitaria?

—Son factores que contribuyen a la desigualdad, pero el origen central del problema tiene que ver con la transmisión de la riqueza y de las oportunidades a lo largo del tiempo, lo cual está vinculado con la familia. La familia, que es una institución fundamental y maravillosa en muchos aspectos, también tiene un papel importantísimo en la generación y en la persistencia de la desigualdad a lo largo del tiempo, porque se transmite de los padres a los hijos. Y no es que los padres quieran transmitirlo, sino que usan los recursos que tienen. Esto se expresa a temprana edad, con diferencias marcadas respecto al vocabulario, cognición, aspiraciones, normas y autoconfianza. Cuando esos niños llegan a la escuela, esas brechas ya existen. Muchas veces se acentúan, porque la calidad de las escuelas y de los profesores difiere. En el momento en que la persona arriba al mercado laboral, esa brecha también se expresa. Por supuesto que hay casos de movilidad, pero muy poca en comparación con Europa.

—En el estudio que coordinaste en conjunto con expertos de la región, hablas de dos grandes ciclos de persistencia de la desigualdad ligados a la familia, pero también a lo institucional.

—Claro, el primero es el ciclo de vida del individuo, vinculado con la transmisión que entrega la familia. Lo llamamos ciclo corto, también. Cuánto más abajo empieces, más difícil será llegar arriba, y viceversa: mientras más arriba comiences, más complicado será caer. El ciclo de vida te llevará por escuela y trabajo, pero será arduo escapar de tu origen. El ciclo largo es el institucional, el que empezó históricamente con la conquista e, incluso, en algunas sociedades precolombinas y la esclavitud. Se reproduce a lo largo del tiempo y tiene que ver con instituciones y contratos sociales que se mantienen, porque el poder está correlacionado con la riqueza. Aquellos que históricamente se han beneficiado con este contrato social desigual concentran, en general, más poder. Es difícil cambiarlo. Las instituciones son mucho más vastas e incluyen a la opinión pública, la prensa, el congreso, el sistema jurídico y las normas sociales, o sea, es una cosa amplia que, en general, defiende la persistencia. Es difícil de cambiar.

“La estimativa para los países donde hay datos, y que considera a Chile, es que el 1% más rico cuenta con un 40% de toda la riqueza de la población. Eso es muy fuerte. Y el 50% más pobre no tiene casi nada”.

—Hay quienes consideran que en Chile el Estado ya es grande y debiera ser más reducido y eficiente en cuanto al gasto fiscal.

—Chile no es el menor Estado en América Latina. Incluso, entre los países grandes, el Estado mexicano se caracteriza por ser muy pequeño. Brasil tributa casi el 40% del ingreso nacional, prácticamente a nivel de OCDE, aunque se pierde mucho de ese dinero en ineficiencia y corrupción. Para hacer una diferencia más grande en materia de desigualdad, se debería invertir más. Es necesario avanzar en la redistribución de oportunidades en el ámbito de la educación y la salud, en programas de primera infancia buenos, como “Chile crece contigo”. Por otro lado, hay que considerar que las fallas de los mercados también pueden ser muy serias e importantes. Tienen su origen en diferencias de información, concentración del poder y falta de competencia, por lo cual el rol del Estado es importante en la regulación.

—En Chile tuvimos un estallido social en 2019. ¿Crees que si no se buscan mecanismos redistributivos podría generarse una situación parecida?

—En 2020, escribí un blog sobre el estallido y la paradoja de Tocqueville. La paradoja consiste, según este historiador francés, en que la frustración social aumenta cuando mejoran las condiciones sociales y las oportunidades. Para mí, eso es lo que pasó en Chile. En el artículo, muestro que, si bien la desigualdad es alta en Chile, venía bajando. Lo que ocurrió es que había una gran cantidad de gente que había ingresado por primera vez a la universidad, lo cual es un progreso. El acceso a la educación superior era mucho más amplio. Pero cuando esas
personas llegaron ahí se dieron cuenta de que todavía no tenían los recursos y los éxitos que tenían las élites que siempre habían estudiado en la universidad. Se encontraron con deudas que debían pagar. Entonces, si bien la desigualdad se mantenía, es innegable que hubo una mejora. El camino al éxito está lleno de estas situaciones. La frustración social va generando más progreso. Esto también ocurrió en Francia, Inglaterra y Alemania, que tuvieron sus propios ciclos de revolución, de huelgas y grandes movimientos populares que presionaron por más.