• Revista Nº 148
  • Por Revista Universitaria
  • Fotografías por Karina Fuenzalida

Dossier

Abogado y chamán

El abogado de la UC y doctor en Filosofía por la Universidad de Cambridge, Alonso Barros van Hövell tot Westerflier, tiene una formación antropológica que lo ha llevado a enfocar su carrera en la cultura y la defensa de los derechos territoriales de las comunidades indígenas del norte, y a investigar a una etnia mexicana.

Uno de los últimos días de enero, a eso de las 7 de la mañana, Alonso Barros empuña el micrófono de CNN para comentar el acuerdo entre SQM y la Corfo por la explotación del litio. Es presentado como director jurídico de la Fundación Patrimonio Desierto de Atacama, una voz autorizada. Sobre todo, porque desde hace dos décadas puso el foco de su carrera en los paisajes del Norte Grande y sus dueños.

“Defensor de los pueblos (todos)”. Así se autodefine el también miembro del estudio jurídico HDFO en twitter, refiriéndose a su trabajo, primero voluntario y luego remunerado, como asesor legal de comunidades indígenas a lo largo del país y protector de su patrimonio arqueológico y cultural. En varios sentidos, es un personaje atípico en el medio legal.

"Educación privilegiada en una burbuja cosmopolita"

Su historia comenzó con la del exembajador de Frei, Allende, Pinochet y Aylwin, José Miguel Barros, en misión diplomática como tercer secretario en Holanda. Allí conoció a la baronesa Elna van Hövell tot Westerflier, con quien se casó sin despertar mucho entusiasmo de sus suegros. Tuvieron tres hijos además de Alonso: Rodolfo, José Miguel y Elna. “Son personas que están muy bien posicionadas en la escala jerárquica chilena y yo siempre he estado como llevando ‘la contra’ en la familia”, bromea. José Miguel es economista, director de Finanzas Corporativas de LarrainVial. Por su parte, Elna es periodista, esposa del nuevo ministro de Educación, Gerardo Varela. Ambos se formaron en la UC.

Alonso atribuye al enlace de sus padres las características más distintivas de su personalidad. De la mezcla dice que heredó la necesidad de tener opinión propia y el acceso a una “educación privilegiada en una burbuja cosmopolita”. En colegios internacionales y con el sistema francés aprendió tres idiomas y se relacionó tempranamente con la Historia y la Literatura. Además, con temas como la república, la justicia social y los derechos humanos.

Con su padre –formado en la educación pública y gratuita, como subraya– comparte el tesón, la pasión por la verdad histórica y la vocación de justicia. Con su madre, los rasgos caucásicos –que lo hicieron pasar por uno más en la clase de la cual no se siente parte— y un profundo sentido de libertad, en la acepción más antigua de la palabra. “A uno no lo manda nadie, uno es dueño de sí mismo, autónomo y responsable. Es autonomía individual y moral”.

—¿Esta forma de ser ha tenido costos para usted en términos sociales?

—No, porque no pertenezco a ese mundo. Estuve ahí en el colegio y en la universidad, pero después nunca más. Parece mío, porque sí, tengo cara de cuico. Pero también tengo el alma pampina, tengo el alma nortina.


“Estudiando los títulos desde el siglo XVI, pude ayudarlos a recuperar 18.000 hectáreas de bosque industrial. El año pasado ellos me invitaron para celebrar los 10 años desde que fundaron su universidad con esa plata”.

Familia diversa

Familia diversa

José Miguel Barros, a la izquierda, se casó con la baronesa holandesa Elna van Hövell tot Westerflier (a su derecha). Tuvieron cuatro hijos. Alonso atribuye al enlace de sus padres las características más distintivas de su personalidad. De la mezcla dice que heredó la necesidad de tener una opinión propia. En la imagen, en la Universidad de Cambridge el año 2004, durante la ceremonia de su doctorado.

Camino iniciático

La familia vivió en Dinamarca, Suiza, Holanda, Estados Unidos y Perú. En el año 83 llegaron a Chile y matricularon a Alonso en el colegio Tabancura, donde obtuvo su primera victoria legal. Aunque en Perú estaba en segundo medio, acá le pasaron una cotona y lo bajaron a octavo básico. Pero investigó hasta dar con el Convenio Andrés Bello de Integración Educativa que obliga a los países miembros a respetar los niveles de educación. Con una resolución del ministerio pudo dar exámenes libres y subir de curso. La idea fue suya, su papá solo le prestó la máquina de escribir.

—¿Por qué lo matricularon en el colegio Tabancura?
—Porque quedaba cerca de la casa y a mi mamá, que es muy creyente, le dijeron que era un excelente colegio, que lo era en términos académicos. El 20% de mi generación entró a Derecho en la UC. Elegí la universidad casi por efecto de manada.

—¿Al volver a Chile, el cambio cultural fue un choque para usted?
—Para nada. Nuestra familia era itinerante, éramos muy unidos y además había un contacto. Mi abuelita me mandaba condoritos y mampatos. Uno se sentía y era chileno. Sentí extrañeza, más que desarraigo. Empecé a conocer a mi país en un colegio orientado a valores muy conservadores. Era de élite y eso se sentía mucho.

—¿Tenía conciencia de su privilegio?
—Absolutamente. Y de la segregación en la educación en Chile. Había estudiado en colegios de todos los niveles sociales, con gente de todos los países y llegué a un lugar muy tradicional, con muy buena gente, pero también muy homogénea y con un sentido de que eran los futuros líderes del país. Lo son, la mayoría son de lo más granado de la economía y de la política chilena, pero en la lógica de esta sociedad donde hay cierta endogamia.

—¿Cómo fue estudiar en la Facultad de Derecho de la UC?
—Entré por seguir a mis compañeros, pero también influyó el pensar que siempre se podía pelear por causas justas. Tengo muy buenos recuerdos de la universidad. Hoy no tengo lazos con mis compañeros más allá del grupo de Whatsapp, pero entonces sí había mucho afecto. De hecho mi generación fue pentacampeona de San Alfonso, ganamos todos los años, lo que ha sido motivo de orgullo.

—¿Cómo marcó la universidad su formación?
—Me apasionaron mucho ciertos temas. Tengo cariño y un recuerdo muy especial del profesor de Derecho Civil, José Joaquín Ugarte. Era un tipo muy erudito, muy estudioso, que iba a la fuente del Código Civil, a los grandes pensadores franceses. Para la mayoría de la gente era muy fome, pero yo lo encontraba entretenidísimo.


“Vi cómo en el norte se les discriminaba (a los indígenas), sobre todo con el tema territorial, y cómo se enfrentaban a megaproyectos mineros y turísticos. Lo que hicimos en la Conadi fue algo inaudito y vigente hasta hoy”.

Una vez que egresó, Alonso Barros fue parte del staff del pabellón chileno en la Expo Sevilla en 1992, donde conoció a su mujer, Emmanuelle Poupin, con quien tiene dos hijos. Al volver dio su examen de grado, se tituló, y en 1994 obtuvo su primer trabajo como abogado jefe de la Conadi en San Pedro de Atacama. Su principal tarea, que lo determinó para siempre, fue implementar la ley indígena promulgada un año antes.

—¿Qué fue lo que más le impactó de esos pueblos originarios?

—Vi cómo en el norte se les discriminaba, sobre todo con el tema territorial, y cómo se enfrentaban a megaproyectos mineros y turísticos. Lo que hicimos en la Conadi fue algo inaudito y vigente hasta hoy. Primero, inscribimos todos los derechos de aguas superficiales de la comuna a su nombre. Así, cuando no hay agua suficiente, pueden pedir que se les reconozcan sus derechos ancestrales, que son una categoría legal. Los jueces han fallado invariablemente a favor de ellos.

Lo segundo fue la base para el catastro de tierras indígenas, para identificar los territorios de los atacameños según su ocupación tradicional, con criterios científicos, antropológicos, sociológicos, culturales e hídricos. Se identificaron millones de hectáreas y el pueblo atacameño, antes abstracto, apareció como nunca antes. En esos años diseñé una licitación para catastrar los sitios arqueológicos de la comuna y desarrollar un plan de manejo indígena y, como me di cuenta de que no había relatos que reflejaran realmente los problemas de los pueblos indígenas del norte, me empezó a interesar la academia.

Con una beca del British Council, partió a estudiar una maestría en Antropología a la Universidad de Cambridge. Y luego consiguió una beca de la Fundación Wenner-Gren que promueve el desarrollo de la disciplina a nivel global, para hacer el doctorado en la misma institución. Para su tesis estuvo dos años en Oaxaca, México, investigando a las comunidades indígenas en terreno.

—¿Por qué decidió estudiar Antropología?
—Para entender qué estaba pasando en Chile desde una mirada que comprendiera la sociología de las identidades, de la igualdad, de la sociedad de castas. Quería tener herramientas intelectuales para entender cómo este país se había transformado en una máquina moledora de carne, con tremendas desigualdades, con una tremenda segregación racial no asumida, que generaba conflictos recurrentes. Como abogado decidí analizar el derecho tal como un antropólogo miraría las costumbres de una tribu africana; ocupar esos anteojos para mirar la propia sociedad.

Me han reconocido afuera, por trabajos jurídico-antropológicos en asociación con universidades extranjeras, pero en Chile no, porque el mundo minero –donde soy una piedra en el zapato– está muy cerca del mundo universitario.

Respeto por la autonomía

Respeto por la autonomía

“Empecé a asesorar a las comunidades indígenas en procesos complejos, problemas directos con empresas mineras. Tengo su apoyo, porque respeto su autonomía”. En la fotografía aparece durante su trabajo en la localidad de Camar, en San Pedro de Atacama.

Piedra en el zapato

Interesado en que mejoren los estándares cuando se relacionan las empresas con los pueblos indígenas, Barros ha hecho talleres para dirigentes de etnias nortinas, con el ánimo de socializar las principales normas jurídicas relacionadas con sus derechos sobre los recursos naturales de los territorios que habitan. Fallos recientes han reconocido que las Áreas de Desarrollo Indígena (ADI), los bofedales y vegas, el patrimonio arqueológico indígena y las zonas de interés turístico de sus territorios, constituyen áreas protegidas, en el contexto de la Ley de Bases Generales del Medio Ambiente. Soquimich, Pascua Lama, Collahuasi, son algunas de las grandes empresas a las que se ha enfrentado. Celebra el convenio Corfo-SQM como un avance, porque implica ingresos adicionales para el Estado –y las comunidades de la zona–, del orden de los 12.000 millones de dólares, de aquí hasta su término en 2030. En el centro de la polémica, donde acostumbra a estar y, contrario a las voces y los movimientos sociales que se alzan en pos de la nacionalización del litio, asegura que es un acuerdo histórico que está un peldaño debajo de la expropiación. Aunque resiente la impunidad de su “otrora intocable” controlador, Julio Ponce Lerou.

—¿Cómo han afectado su vida estas peleas con las grandes empresas?

—Han sido momentos difíciles. Lo que más me enorgullece, si puedo hablar en esos términos sin pecar de falta de humildad, es haberme sobrepuesto a las adversidades y haber logrado demostrar que el camino que yo he tomado, con sus peligros y todo, ha sido muy satisfactorio. Logrado a pulso, a ñeque, sin pedirle favores a nadie, sin becas del presidente, de nada, sin contacto político de ningún tipo, sin pleitesía política.

Ahora he tomado precauciones como asociarme con los abogados que están acá (en el estudio HDFO). Mauricio Daza es un tenor del foro chileno dedicado a perseguir a “los malos”, sin distinción de partidos. Para hacer frente a grandes empresas, en ámbitos judiciales, penales, ambientales, de todo tipo, tienes que tener espaldas económicas y también poder llevar juicios hasta su conclusión con la garantía de mi independencia como abogado.


“Quería tener herramientas intelectuales para entender cómo este país se había transformado en una máquina moledora de carne, con tremendas desigualdades, con una tremenda segregación racial no asumida, que generaba conflictos recurrentes”.

—Mirando su carrera en retrospectiva, ¿pensó que se proyectaría así?
—Hay unos cínicos que dicen que yo organicé todo esto de las tierras indígenas para 20 años después venir a lucrar con esto, como si yo fuera el súper Maquiavelo y no es así. De hecho, he vuelto a ser abogado por culpa de esto. Si no, hubiera seguido en la torre de marfil académica, que es súper placentera y que echo de menos. Salí de ese mundo, hace 4 años, a la nada, después de tener una vida como profesor asegurada. Cuando me ofrecieron volver a Chile para dirigir un departamento universitario en la Universidad Andrés Bello, era codirector de la maestría sobre Antropología, Derecho y Sociedad en la London School of Economics. Estábamos súper bien en Francia, cerca de mis suegros, pero pensamos que era una oportunidad de volver y estar cerca de mis padres, que ya son mayores. Pero el buen sueldo duró acá 4 meses, luego cobré el seguro de cesantía y me compré unos trajes.

De investigador a protector

Cuando aún estaba en el mundo académico, la comunidad de Peine, de San Pedro de Atacama, contrató a Barros como mediador en un acuerdo que sentó precedentes. Con observaciones a la evaluación de impacto ambiental, además de facultar a la comunidad para fiscalizar a la empresa en esa materia, consiguió que participaran de sus ganancias a través de un royalty asociado al volumen de producción.

—¿Cómo se reinventó como abogado?
—Empecé a asesorar a las comunidades en procesos complejos, problemas directos con empresas mineras, por ejemplo, Quipisca con Cerro Colorado, Huatacondo, otra comunidad que represento, con Collahuasi, con Teck Quebrada Blanca. Algunas comunidades atacameñas como Camar con SQM con Rookwood, con Escondida, con Minera Zaldívar y fui mediador entre los diaguitas y Pascua Lama.

Tengo su apoyo, porque respeto su autonomía. Trato de evitar que se dividan, porque el desafío más interesante es ver que se desarrollen después de conseguirles las medidas de compensación y de mitigación. La mayor parte del servicio que yo presto es asegurarme de que los procesos sean llevados con los más altos estándares. Si se generan conflictos sociales internos significa que el proceso está mal realizado. He actualizado el concepto de la diligencia debida, que nació en el derecho comercial y hoy se aplica en la relación entre empresas y comunidades locales, y establecí un modelo de trabajo prejudicial. Con recursos que aportan las propias mineras, las comunidades obtienen asesoría independiente, para emparejar la cancha y para que haya un diálogo genuino.

La regla de oro es la independencia de la comunidad y de la asamblea. Ellos deciden, ellos dan las instrucciones. Si quieren negociar con la empresa, negociamos; si quieren pelear, peleamos. Cuentan conmigo en cualquier circunstancia y si no hay lucas, también.

—¿Cómo se vincula usted con la comunidad? ¿Cómo se construye esa confianza?
—Me llaman. Son los dirigentes que conozco hace muchos años, algunos desde que empecé. Hay relaciones de amistad, de confianza y se corre la voz. Tengo una trayectoria de trabajo de más de 20 años, estoy calado. Hemos ganado, la gente lo sabe y somos pocos los que estamos dedicados a esto. Debes ser infalible en la confianza que te dan. Tienes que estar a disposición permanente, tienes que ir y estar. Esto se relaciona con una vocación. Lo primero son los presidentes, los dirigentes. Quizás sea una falta de ética profesional pero lo primero es el corazón, la amistad, la empatía. Los mixe en Oaxaca llaman a sus chamanes –los encargados del rito, que comen hongos y van al cielo a hacer el contacto– abogados. Y la función del abogado, respecto de bajar los conocimientos, es muy parecida a la de los chamanes. Pero no vayas a decir que yo me considero un chamán del derecho.


“Los mixe en Oaxaca llaman a sus chamanes –los encargados del rito, que comen hongos y van al cielo a hacer el contacto– abogados. Y la función del abogado, respecto de bajar los conocimientos, es muy parecida a la de los chamanes”.

—Es una imagen preciosa
—Es preciosa y además tiene asidero científico cognitivo, en el sentido de que la ley, el sistema normativo, es un fetiche, es una máquina de sueños que nos tiene embobados a todos. Es recuperar el asombro antropológico de mirar también el fenómeno jurídico chileno, con esta distancia sana, fresca, crítica, de entender cómo están los sistemas de poder detrás.

—¿Cómo fue su experiencia en México?
—No puedo hablar de México y de los mixes de Oaxaca sin emocionarme. Ellos hicieron su propia “universidad”, iniciaron un rescate de los elementos de su identidad, luego de mi trabajo sobre su historia, la que publiqué el año 2007 en la Revista Historia Mexicana, del Colegio de México. Estudiando los títulos desde el siglo XVI, pude ayudarlos a recuperar 18.000 hectáreas de bosque industrial. El año pasado ellos me invitaron para celebrar los 10 años desde que fundaron su universidad con esa plata.

Es de una belleza sobrehumana todo lo que me tocó vivir, el cariño que me tienen y que yo tengo por ellos. Es imborrable y también tiene que ver con lo sobrenatural, con lo tectónico, de la tierra, con tonales y nahuales. Ellos me cuidan en el plano del ectoplasma denso geomagnético (sonríe). Estoy bien cuidado.

Rescate de la identidad

Rescate de la identidad

Para su tesis de doctorado en Antropología estuvo dos años en Oaxaca, México, trabajando con la comunidad de los mixe en terreno.