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  • Revista Nº 153
  • Por Daniela Farías
  • Fotografía Álvaro de la Fuente

Talento Público

Damiela Eltit: la palabra que no transa

La escritora y docente es dueña de una bibliografía que ha atravesado los callejones oscuros de la sociedad. Sus relatos han logrado iluminar al mundo marginal en distintos momentos de la historia de Chile. Especialmente en el año 2018, cuando sus letras la convirtieron en la quinta mujer en ganar el Premio Nacional de Literatura. Estudiada en el extranjero, sus textos han traspasado nuestras fronteras gracias a su mente inquieta que no para de reflexionar sobre su entorno y de dibujar los conflictos que desafían al país.

“Sé que mi opción literaria conlleva algunos riesgos y puede generar, en algún lugar, un cierto malentendido. No obstante, me gustaría enfatizar el hecho de que más allá de cualquier discurso, más allá de este mismo discurso, está viva y en curso mi batalla por escribir. Esta larga batalla por el sentido, por establecer, desde las orillas que he escogido, una porción de sentido”.

Con estas palabras que pronunció al recibir el Premio José Nuez Martín, en 1995, Diamela Eltit define su trayectoria literaria. La escritora y académica, a sus casi setenta años, persiste en la labor de plasmar ideas, describir escenarios, construir y deconstruir el lenguaje y de visitar los personajes que habitan en los rincones de la sociedad chilena.

Letras disruptivas, rudas, ásperas que pretenden mostrar realidades. Y es que el arte que despliega en las páginas de sus textos son la manifestación de su rebeldía ante la desigualdad. La misma que conoció de cerca cuando comenzó su labor de docente, en la población José María Caro a comienzos de la década de los 70.

Fue durante esa misma década cuando bosquejó sus primeros manuscritos, labor que combinaba con su trabajo de profesora de castellano.

ENTRE ÑUÑOA Y NUEVA YORK

Fiel habitante de la comuna de Ñuñoa, transita entre estos barrios de casas de fachada continua y la modernidad y bullicio de Nueva York, donde reside durante el segundo semestre, desde hace 11 años.

Un perro ladra y salta cuando Diamela se asoma por la puerta de su casa. Ella saluda con gran sencillez y amabilidad. Su living es imponente por su colorido y la solidez artística que lo engalana. Matta y Dittborn compiten el protagonismo en la sala. Diamela Eltit es una mujer que sonríe a menudo durante sus reflexiones, atisbos de ironía y de la seguridad que le entrega su larga trayectoria y que consolidan su discurso. Nada está dicho por azar. Hay transparencia y fuerza en las frases que comparte.

Ha dedicado distinciones y discursos a su madre y su abuela. Fuerza femenina que construyó en ella una personalidad firme y apasionada. Durante la entrega del Premio Nacional dijo que ambas mujeres habitan en su interior y que con ellas conversa diariamente.

Al consultarle sobre ellas declina profundizar, aunque sí reconoce que fueron los pilares fundamentales en su vida. Igual como lo son en la actualidad sus tres hijos y su esposo, el socialista y tres veces ministro Jorge Arrate.

—¿Cómo llegó usted a la Literatura?

—Mi madre estaba separada de mi papá, por lo que él no tuvo mayor influencia en mí. Ella era secretaria y, en ese tiempo, esta era una ocupación muy importante y tenía un estatus, no era tan masificado como en la actualidad. Ella tenía cierto interés cultural en el teatro y en la pintura y no especialmente literario. Yo llegué a lo literario desde siempre, desde chica. Ahí encontré mi espacio. Además, en ese tiempo en el barrio arrendaban libros y yo con la plata que me daba mi mamá arrendaba textos de distinto tipo. Luego, en la universidad leí mucho por la biblioteca. Además, tenía amigos que compartían mi afición.

Damiela Eltit

Damiela Eltit

La escritora durante la década de los ochenta. Fotografía archivo personal de Damiela Eltit.

MODELO POR ACCIDENTE

Se tituló de profesora de Estado con mención en castellano de la Universidad Católica, durante la época de la reforma universitaria. Recuerda a la UC como una institución en permanente movimiento, donde se percibía el cambio.

—¿Después de titularse, la Pedagogía fue para usted un instrumento de compromiso social?

—Uno de mis primeros trabajos y antes de titularme fue en la población José María Caro. Yo quería hacer clases en colegios fiscales, porque me parecía más interesante su historia. En esta población vi una realidad social que no conocía (yo estudié en un colegio subvencionado), que me hizo repensar mi trabajo. Aunque fuera profesora de castellano no podía pedir ortografía, por ejemplo. No era viable que hiciera una exigencia muy alta, porque esos estudiantes se verían perjudicados. Pero vino el golpe y ese mismo día me fui, porque mataron al presidente del centro de alumnos. No volví más porque me dio miedo.

—En 1974 comenzó a trabajar como profesora en el Liceo Carmela Carvajal y, más tarde, en el Instituto Nacional,

¿cómo fue ese periodo?

—Estuve varios años jornada completa en el Carmela Carvajal. Fue una época muy intensa. El colegio estaba emergiendo, era pequeño. Yo trabajaba con profesoras jóvenes, con quienes logramos rehacer las mallas, porque nos preocupaba que las estudiantes tuvieran pocas posibilidades de quedar en la universidad. Fue un periodo muy hostil y de grandes controles a las estudiantes y a los profesores. Por ejemplo, en el Carmela no podíamos ir a trabajar con pantalones, teníamos que usar delantal por obligación y cantar la canción nacional todos los lunes con la mano en la espalda.

—¿Usted tenía una situación económica difícil?

—En esos tiempos casi toda la gente tenía problemas de dinero y además vino esa crisis feroz, entonces todos hacíamos más cosas para lograr equilibrar el tema económico.

En mi caso, en la década de los 80, empecé a escribir para agencias de publicidad en un inserto sobre cremas de belleza que se publicaba en El Mercurio. También estuve en televisión con spots publicitarios. Con el cineasta Carlos Flores fuimos compañeros en la Universidad de Chile. En un momento de estrechez económica él comenzó a realizar comerciales y me pidió que hiciéramos uno para Tur Bus. Yo me tenía que sentar no más en un asiento (risas). Y le dije que sí, pero por solidaridad con él.

Después, me llamaron a un casting para hacer uno de Omo y otro de cera Nugget. Nos fue muy bien en eso, tanto a Carlos como a mí. Hasta que me querían contratar para un cuarto comercial y ahí dije que no, porque era muy chocante. Yo estaba una vez en la universidad hablando y veo el aviso de Omo y por dentro pensaba: “Que no lo miren, que no lo miren y que no me reconozcan” (risas).


El legado de Elena Caffarena

La escritora junto a la artista visual Lotty Ronsenfeld manifestaron la voluntad de realizar una donación a la Universidad Católica. Se trata del registro audiovisual que más tarde dio vida al libro Crónica del sufragio femenino en Chile (Sernam, 1994). Entre el material más relevante que se otorgará existe una entrevista a Elena Caffarena, una de las primeras sufragistas de Chile.

ARTE QUE INTERPELA

Las inquietudes de Diamela han trascendido más allá del papel y sus personajes literarios. Durante los años 80 cofundó  el Colectivo de Acciones de Arte (Cada), junto a Raúl Zurita, Lotty Rosenfeld, Juan Castillo y Fernando Balcells. Este grupo interdisciplinario marcó un punto de inflexión en la escena artística de la época, por sus acciones que buscaban eliminar las fronteras entre los artistas y los ciudadanos.

—Dentro de las intervenciones artísticas que se realizaron, ¿hay alguna que la marcó más?

—La acción que me pareció fundamental fue, entendiendo que todas son muy valiosas, el “NO+” que se realizó el año 85, cuando el grupo decidió salir a rayar las paredes en las noches, bajo toque de queda. Lo hicimos con la ayuda de muchos artistas. La apuesta era que esto se iba a reproducir por parte de la ciudadanía y que ellos iban a agregar sus propias demandas. Efectivamente pasó, porque la gente empezó a rayar “No+hambre”, “No+esto”, etcétera.

—La obra trascendió a lo largo de los años

—Nos superó totalmente, aunque nosotros somos los autores de esa consigna, ahora le pertenece al espacio social. Quiero decir que yo creo que es una de las pocas veces que en Chile el arte atravesó y se incrustó en los cuerpos ciudadanos. Tú ves ahora “No+AFP”, pero ese “No+” lo hicimos el año 85.

Un justo reconocimiento

Un justo reconocimiento

En 2018, la escritora se convirtió en la quinta mujer en recibir el Premio Nacional de Literatura. “Esto es para empezar a equilibrar”, afirmó tras obtener la distinción. En la imagen aparece junto a la ministra de las Culturas, las Artes y el Patrimonio, Consuelo Valdés, y el presidente Sebastián Piñera. Fotografía Ministerio de las Culturas, Artes y Patrimonio.

DIAMELA, EN TODAS SUS VERSIONES

Su primera novela publicada fue Lumpérica (1983), como afirma la ensayista Sandra Lorenzano en Tres novelas: “Desde su aparición, el tema del poder es uno de los puntos clave de su trabajo creativo. Su perspectiva estética impactó en el mundo cultural de la época”. Luego, Por la Patria (1986) y El padre mío (1989) consolidaron su obsesión por lo marginal.

—Dedicarse a la escritura fue toda una osadía en esa época, por la censura. ¿Cómo se logra desarrollar la creatividad en ese contexto?

—Había una oficina formal que estaba en el Ministerio del Interior, y todo lo que se publicaba tenía que pasar por ahí. Y, bueno, yo escribí “con” un censor al lado, pero nunca escribí “para” el censor; entonces, fue una situación muy difícil de entender y muy anómala. Nosotros vivíamos así y no había nada que preguntar.

—¿Cómo llega a esa instancia de “darle voz a los sin voz” a través de sus letras?

—Siempre me ha interesado lo vulnerable, que está más en los bordes, porque mi imaginario funciona así. Nunca he salido de eso, porque siempre creo que se puede escribir más y se genera otra arista de esos espacios, ¿no? Entonces, ha sido una dirección de mi trabajo literario. Y ocurre lo mismo con mis creaciones “no literarias”, que fue el libro que hice con Paz Errázuriz, El infarto del alma, que era sobre el psiquiátrico de Putaendo; o El padre mío, que era sobre un sujeto esquizofrénico que vivía en un lugar aislado en la ciudad, cuyo discurso fuera de la “normalidad” yo entendí como algo poético.

Tengo una frase que usted dijo: “Pienso en lo literario como una disyuntiva, más que una zona de respuesta que deje felices a los lectores”. ¿Podríamos profundizar en este aspecto?

—Mira, yo creo que la gente tiene que opinar lo que quiera respecto de mi escritura. O sea, yo jamás discutiría un juicio de otro. Por otro lado, nunca he creído que la vida sea transparente, que el lenguaje sea transparente, porque a veces nos dicen “sí” y nosotros sabemos que en realidad nos quieren decir que “no”. El lenguaje es multivalórico y a mí me interesa esa ambigüedad.

—¿Y cómo es el lector que se interesa por sus obras?

—Es un sujeto común, que vive con sus ambigüedades también y que puede entender perfectamente la no transparencia. Que no hay una sola versión. O sea, una misma situación puede ser contada de mil maneras.

—¿Cómo explica la exaltación del “yo” que vivimos en la actualidad y que usted ha criticado en distintos espacios?

—Porque con el sistema neoliberal lo que está en cuestión ahora es la existencia del “yo”. Si tú ves Facebook, lo que produce son acciones que se venden en Wall Street y, mientras más gente ocupe esta red social, estas se transan en un valor más alto. No quiero decir que no lo ocupen, pero se piensa  que es una herramienta que permite explorar y explorarse a   sí mismo, lo que es muy falso, porque en realidad es un sitio de vigilancia global donde la opinión pública puede ser completamente intervenida, ya sea por fake news o por búsqueda de votos. Tu libertad en Facebook es relativa, porque está todo diagramado por otro. La literatura del “yo” que existe ahora en Chile es una producción neoliberal indicada por las editoriales, que lo promueven porque la gente quiere buscar ese “yo”, porque el “yo” vende.

—¿Cómo fue para usted llegar a la academia en Estados Unidos e Inglaterra?

—Me llamaron para hacer clases en Berkeley y tenía un poco de terror de enfrentarme a un pregrado y doctorado, era un programa de literatura en español. Los estudiantes son de altísimo nivel y la mayoría norteamericanos. Después, empezó una cadena que nunca se detuvo y estaba todos los años viajando un semestre a Norteamérica.

—¿Y qué es lo que más rescata de este paso por estas universidades?

—Me obligó a estudiar mucho, a  seguir  profundizando.  En la Universidad de Columbia hice un curso de doctorado y un taller literario. Y llegó una masa de estudiantes muy alta. Después me llamaron de la Universidad de Nueva York (NYU) como profesora invitada y ahí me otorgaron un cargo para que yo siguiera (Global Distinguished Professor).

—Con toda esta trayectoria, ¿usted se siente parte de una élite de la escena cultural en Chile, después de haber obtenido el Premio Nacional al igual que Paz Errázuriz y Raúl Zurita?

—No sé, yo creo que es importante tener este premio, que exista. Pero un escritor o escritora no escribe para ganarse    el Premio Nacional, porque eso sería una estupidez. Por otro lado, el premio no me sirve para crear el próximo libro.

—¿Pero hubo algo en esa generación o en ese grupo que los ha llevado a destacarse de manera tan relevante en el ámbito cultural?

—Tiene que ver con las condiciones en que estábamos, fuera de las redes sociales y de cuestiones mediáticas, entonces uno era un sujeto que no figuraba en el mapa público, salvo en el mapa cultural. Teníamos una cosa más independiente de todo lo que se lee, y eso al final fue muy positivo, trabajar en una atmósfera más desértica.

—En su caso, ¿se ha sentido presionada por el mercado?

—No, porque afortunadamente me sirvió mucho ser profesora. Yo no vivo de mis libros. Entonces tengo muy separado lo comercial y he tenido la suerte de decir que no a muchas cosas que no me interesan.

 

Diamela se ha autodefinido como una “artesana” en su quehacer literario, que más que respuestas mantiene preguntas, más que certezas, dudas. Después de analizar e investigar, su pluma escribe palabras que no transan. Es esa misma actitud la que la mantiene transitando por este Chile de 2019, con proyectos en curso (un libro de ensayos sobre la lectura para una editorial argentina) y otros que vendrán. “Siempre estoy conectándome y colaborando con las distintas actividades en las que me invitan, por supuesto. No estoy aislada”, aclara.


“Por formas no transitadas”

Diamela Eltit nació en Santiago, en 1949. Es profesora de Estado con mención en castellano de la Universidad Católica y magíster en Literatura en la Universidad de Chile. Desde 1980 hasta la actualidad ha publicado numerosos libros, entre novelas, ensayos y testimoniales, algunos de los cuales han sido traducidos al inglés, francés e italiano, entre otros idiomas.

Ha sido ampliamente distinguida: obtuvo el Premio José Nuez Martín en 1995, el Premio Iberoamericano de Narrativa José Donoso en 2010, el Premio Nacional de Literatura en 2018 y ocupó la Cátedra Simón Bolívar (2014-2015) en la Universidad de Cambridge, Inglaterra. Ha sido profesora visitante en las universidades de Berkeley, Columbia, Stanford, Johns Hopkins y Global Distinguished Professor de la Universidad de Nueva York, institución académica donde actualmente dicta clases de literatura creativa.

En Chile, fue académica en la Universidad Tecnológica Metropolitana (UTEM) por más de tres décadas, hasta el año pasado cuando jubiló.

Ha sido ampliamente estudiada por investigadores y académicos de todo el mundo, que la invitan a dictar cátedras y seminarios. La Universidad de Princeton compró en 2013 sus archivos personales, que conservan documentos y secretos que ella poco recuerda y menos ha querido revelar.

“Eltit es una figura fundamental para la narrativa contemporánea. Es una figura única que trabajó en dictadura y siguió produciendo en la postdictadura, en la transición política chilena. Princeton la consideró por su escritura novedosa, que experimenta con formas no transitadas, y con futuro”, dijo al diario La Tercera Javier

Guerrero, profesor de Princeton y uno de los artífices de la adquisición del archivo personal de la autora.