Rafael Sagredo “la historia puede contribuir a la convivencia”
El Premio Nacional de Historia y académico UC, Rafael Sagredo, asegura que los cambios en Chile finalmente llegarán, porque el modelo actual está dejando a mucha gente al margen, lo cual erosiona la democracia. Además, destaca como uno de los principales retos del país revertir la crisis en la educación y el menosprecio por el conocimiento. Esto permitiría un desarrollo más integral de la sociedad.
“¿Y va a ser un simple profesor, mijito?”, le preguntó su madre cuando se enteró de su vocación. Rafael Sagredo Baeza había compartido su intención de estudiar Pedagogía en Historia y la reacción que obtuvo de algunos estuvo marcada por el desdén y el prejuicio.
Después de 46 años, cuando el académico de la Universidad Católica fue reconocido con el Premio Nacional de Historia 2022 en el Palacio de La Moneda, reivindicó su profesión ante las autoridades, colegas, familiares y otros invitados: “Obtuve esta distinción también por mi condición de profesor, tal vez la más importante de mis calidades”.
Precisamente fue este menosprecio hacia la educación y la generación de nuevo conocimiento lo que lo impulsó en los años 90 a investigar el desarrollo de la ciencia en Chile a lo largo de su historia –otro aporte de Sagredo que fue reconocido por el jurado, además de su contribución a la democratización de los patrimonios culturales. Como integrante del Consejo de Ciencia de Fondecyt fue testigo directo de cómo se reducía cada año el presupuesto para la ciencia básica y, sobre todo, para las ciencias sociales y humanidades. Esta realidad contrastaba con el discurso público en boga en aquellos años sobre la importancia de las ciencias y la tecnología para que Chile transitara a una sociedad del conocimiento. “Nos llenábamos la boca hablando sobre este tema, lo que me estimuló a demostrar cómo las ciencias básicas y lo que hoy llamamos ciencias sociales y humanidades eran fundamentales para comprender cómo se había desenvuelto Chile”, cuenta.
Uno de los hallazgos fue la relevancia que tuvo el naturalista francés Claudio Gay. Él fue el primer científico contratado por el Estado, y fue también quien delineó Chile, lo exploró y representó cartográficamente. Además, escribió la primera historia nacional. Gracias a su trabajo nos proyectamos como comunidad. Gay no fue el único, muchos otros científicos, profesionales y técnicos fueron contratados. “En el siglo XIX se invertía en conocimiento. Chile conoció el desierto de Atacama mucho antes de la Guerra del Pacífico, se había investigado y se sabía que contenía riquezas”, agrega. El trabajo de investigación de Sagredo tuvo una elocuente expresión en la publicación de la “Biblioteca Fundamentos de la Construcción de Chile (2006-2014)”. 100 volúmenes que profundizan en la historia científica, profesional y técnica del país entre los años 1830 y 1950, y de la que el académico fue editor responsable. Cuando Sagredo partió investigando la ciencia, muchos lo miraban extrañado. ¿Quién iba a pensar que estudiar a Alexander von Humboldt era hacer historia? En 2009, cuando se cumplió el aniversario de los 200 años del nacimiento de Charles Darwin, el historiador decidió centrar parte del curso “América y Chile en el siglo XIX” en la visita del británico por la región. Sin embargo, algunos de sus estudiantes fueron desertando en las primeras clases del semestre. “Oiga, profesor, ¿y la primera junta de gobierno? ¿El rol de O’Higgins?”, le decían. “Yo trataba de convencerlos de que esta expedición científica que realizó Darwin les iba a servir mucho para su desempeño profesional, era parte de lo que yo estaba investigando, y ellos me trataban de convencer a mí que cambiara la materia”, relata Sagredo.
—La importancia que tuvo la ciencia en Chile en el siglo XIX contrasta con la baja inversión que hacemos hoy en Investigación y Desarrollo (I+D), solo un 0,34% del PIB, cifra que se ha mantenido inalterada durante una década. ¿Cómo se explica?
—Aunque Chile es un país que ha tenido muchos logros, desprecia el conocimiento. La elite chilena en general no consume mucha cultura, ciencia, prácticamente no lee libros, no visita museos, no va a conciertos. Pero asegura estar preocupada de la educación. Y no valoramos realmente a los profesores. Me parece que se trata de un tema bastante estructural. En la colonia decían: “La fortuna te dé Dios, que el saber nada te vale”. Estudiar era un hecho extraordinario, entonces se valoraba al hombre práctico, concreto, y ajeno a la especulación, a los libros, a la cultura. Todavía queda algo de esa actitud.
—Y eso que después de la pandemia ha existido un amplio reconocimiento sobre el aporte y el rol de las universidades…
—Porque ahora se dieron cuenta cuánto vale el conocimiento, fue justamente lo que expresé cuando recibí el premio. He tratado de demostrar que la educación y la ciencia sí importan. Otra cosa que me ha inspirado es la consolidación de la cultura democrática, la noción de que la historia puede contribuir a la convivencia, aunque sabemos que también puede ser factor de su destrucción. Siempre hay precedentes históricos de los cuales se puede aprender.
MAMPATO Y LA PASIÓN POR LA HISTORIA
La revista Mampato fue la que contribuyó a cambiar la perspectiva de Rafael Sagredo cuando tenía nueve años. “El colegio era una cosa muy aburrida al lado de lo que me ofrecía la publicación con sus historias e imágenes. Me llevó también a leer libros”, cuenta. Su padre, que era abogado, y su madre, dueña de casa, vibraban con los discursos, la marcha de la Patria Joven, escuchaban el análisis del periodista Luis Hernández Parker, y se sentían próximos al freísmo. Como alumno del Instituto de Humanidades Luis Campino, el hoy Premio Nacional se sumó tempranamente a las marchas contrarias a la Unidad Popular cuando tenía entre 12 y 13 años. Tras el 11 de septiembre de 1973 su postura se tornó crítica al nuevo régimen militar. “El golpe de Estado lo vivimos como una tragedia. Si bien mi familia había sido de oposición a la UP, mi papá empezó a conocer tempranamente de las violaciones a los derechos humanos. Lo vivimos como el imperio del terror”, recuerda.
Ingresó a estudiar Pedagogía en Historia en 1977 y también a cursar ramos de Derecho en la UC. Recuerda su pasado en el campus Oriente como un período muy interesante, donde conoció a Sergio Villalobos, Ricardo Krebs, Mario Góngora, Gonzalo Izquierdo y también a jóvenes historiadores como Sol Serrano, Nicolás Cruz y Cristián Gazmuri. Fue compañero de curso de Claudio Rolle, María José Cot y Pilar Aylwin, con quien comenzó a pololear y posteriormente se casó. Por esos años, cuenta que la UC se percibía como un oasis en medio de un país golpeado, muchos académicos de la Universidad de Chile, institución que estaba intervenida, decidieron cambiarse al plantel católico.
Fue su incursión como ayudante de investigación de Sergio Villalobos en historia colonial lo que lo impulsó a seguir profundizando en el camino de esa disciplina, particularmente en lo relativo a lo docente. “Para mí lo más importante es ser profesor”, asegura. Asimismo, quiso ampliar el espectro y estudiar la historia de América, pasión que lo llevó junto a su familia a establecerse en México para ingresar a El Colegio de México.
Hasta el día de hoy Sagredo mantiene relación con la institución méxicana. Un compromiso adoptado con su familia lo motivó a regresar a Chile. Fue así como el año 2000, una vez doctor, fue contratado con jornada completa y como subdirector del Instituto de Historia de la UC.
El académico es reconocido por sus alumnos por la forma en que aborda sus clases, impulsando el pensamiento crítico, el debate y el cuestionamiento. “Tengo fama de ser exigente, pero lo que busco es que los estudiantes piensen, se atrevan a hacer relaciones, analicen y comprendan que la historia es un precedente fundamental para orientarnos en la vida”, sostiene.
LA HISTORIA PARA EL FUTURO
Sagredo estaba viendo por televisión en su casa al club de sus amores –la Universidad de Chile– junto al vicerrector académico de la UC, Fernando Purcell, cuando este último le propuso la postulación al Premio Nacional de Historia. Dice que cuando se enteró del premio lo tomó con una gran satisfacción y orgullo. Ha sido invitado a diversas localidades del país, desde escuelas rurales hasta universidades de la cota mil. Durante la ceremonia de recepción hizo un sentido reconocimiento a su esposa –“una inspiración y el amor de mi vida” – y sobre todo resaltó la relevancia del pensamiento y de la historia como fuente de conocimiento para la sociedad y “para desenvolvernos como personas libres”.
“Cuando hago historia es también para ofrecer modelos para orientar el día a día. Uno descubre el pasado, pero siempre estoy pensando en el presente y en el futuro”, dice. Es precisamente lo que se desprende de la lectura del libro 8 de agosto de 1828. Un día histórico como cualquiera, publicado en julio de 2022, que profundiza en el momento en que Chile por primera vez eligió un Congreso Constituyente, precedente de interés para el trabajo de la Convención Constituyente a partir de 2021. “Sobre todo hablo del año 1828, pero todos los que lo leyeron –y sin que yo dijera nada– estaban pensando en el presente”, señala Sagredo.
—A la luz del proceso que dio origen a la Constitución de 1828, de corte liberal, y considerando que un año después se libra una guerra civil, ¿qué lectura se puede hacer del proceso de la constituyente y su rechazo el 4 de septiembre, así como el resultado del 7 de mayo?
—A mi juicio, esto se parece mucho a otros periodos de la historia de Chile, por de pronto a la década de 1820. Con la diferencia afortunada de que no caímos en la violencia, como ocurrió con las guerras civiles, las dictaduras de Ibáñez y Pinochet. Debemos valorar el hecho de que no ha pasado y estamos conversando y tratando de ponernos de acuerdo, eso es positivo. Yo valoro los acuerdos. Antes del plebiscito, y también después, he dicho que cualquiera sea el resultado, este es un proceso de cambio, de ajuste, de adecuaciones de la institucionalidad después de un gran periodo de expansión –como fueron los 90-2000, los treinta años– a la “nueva realidad social”. Es ajustar todo esto a las expectativas de la gente, a la nueva generación, que es más crítica, heterogénea, pero sobre todo, con expectativas no cumplidas. Pero es un proceso largo y que no tiene solo que ver con la existencia de una legislación concreta, de una Constitución con nombre y apellido. Tiene que ver con la sociedad, con los ajustes sociales, con el acomodo después de la gran crisis. Y eso puede demorar cinco años o incluso una década.
—…Y el Partido Republicano que se oponía a las reformas constitucionales obtuvo la mayor fuerza electoral.
—Me parece una paradoja. Pero no es primera vez que enfrentamos una situación similar. Alguien podría decir que quizás los chilenos no quieren una nueva Constitución en base al resultado. Pero creo que sí se desea un aggiornamento del sistema. Hay instituciones que han hecho crisis, en la salud y en la previsión. Si es a través de leyes o una constitución es otro tema. La evidencia es que la gente espera que haya cambios. El sistema, el capitalismo en su forma actual, siendo muy positivo, está dañando la democracia, porque está dejando a mucha gente en el camino, al margen.
—Hay quienes creen que el importante porcentaje con el que se impuso el Rechazo no daría mayor margen para realizar cambios significativos…
—Hay un discurso de gente que, a mi juicio, es muy obtusa y ciega, de no darse cuenta de algo que se viene diciendo hace rato, que hay un malestar. En 2014 escribí en un libro sobre este malestar y la crisis de las expectativas no satisfechas. Afortunadamente, pareciera haber un consenso de que hay que hacer ajustes, quizás no tan profundos como algunos hubiesen querido, pero tampoco pueden ser solo cosméticos.
—¿Qué ocurre si no nos hacemos cargo de este malestar?
—El riesgo es la explosión, la violencia. Como decía, el sistema deja a mucha gente al margen, ¿y qué pierden con la violencia o con un caudillo populista? Yo insisto siempre en que la convivencia en una democracia no está garantizada nunca. Si bien es cierto que tenemos que luchar por nuestras reivindicaciones, también tenemos que cuidar el sistema democrático. Si nos vamos por el lado de la violencia, la historia demuestra que todos perdemos y, además, que los que más pierden son los más débiles y marginados. Eso está garantizado. El tema es ¿Cómo nos hacemos cargo de conciliar esto? Bueno, tal como se hace en las sociedades modernas. Aquí nadie se salva solo. La pandemia nos demostró eso. Apliquemos esto a la situación social. ¿Cuándo nos vamos a hacer cargo?
Desde el momento que nace un niño en Chile hay una brecha y la educación, en lugar de achicarla, la amplía. No solo lo menciono por la deserción escolar y que la educación es de mala calidad, también porque formamos profesores que sólo duran cinco años en promedio en el sistema, entre otras cosas, porque nadie los respeta.
—Hay quienes señalan que el país está cada vez más fragmentado y polarizado. ¿Coincides?
—Yo no estoy de acuerdo de que exista tanta polarización. Hay discusión y está bien que exista. Hoy se reconoce la heterogeneidad del país, antes se invisilizaba o se condenaba. Además vivimos en un proceso de globalización, con todo lo positivo y lo negativo, como el fenómeno de exacerbar las posiciones, con la inmediatez de lo que se publica en las redes sociales, con las fake news. Sí me gustaría ver que esa discusión terminara en un acuerdo, en un compromiso por algo que nos beneficia a todos. Eso parece que cuesta, porque muchos quieren sacar ventajas pequeñas. Falta altura, falta apagar la cámara, el WhatsApp y que actuemos con miras al largo plazo. Prevalece la instantaneidad, todo pareciera ser dramático y pequeños incidentes se transforman en un hito. La prensa luego magnifica, porque no vende la imagen de los políticos trabajando una jornada completa en una comisión, y cuando se ponen de acuerdo. Una de las grandes responsabilidades la tienen los medios de comunicación, que exacerban todo esto. Pero no veo un país fragmentado. Cuando uno lee la prensa internacional, Chile todavía aparece como una comunidad muy asentada, con una convivencia democrática. Ha habido otras épocas en la historia en las que hemos estado mucho más divididos.
A diferencia de quienes piensan que la estrella de Chile en la región ha perdido brillo y que ha retrocedido en su posición como referente, Sagredo piensa que el país sigue siendo reconocido. “Cuando lees la prensa internacional, Chile sigue siendo un modelo, ahora último porque tiene un presidente muy joven, que es algo así como la nueva promesa de la izquierda socialdemócrata”, sostiene.
El académico afirma que el hecho de que en Chile se valore el orden y la estabilidad es consecuencia también de nuestra historia, de nuestra situación geográfica de isla y que, tal vez, es esa vocación la nos distingue en la región. “Pero no hay que conformarse, no hay que creer que somos un oasis, aunque obviamente ha habido progresos en las condiciones de vida y en muchos aspectos de nuestra realidad; ahora sabemos lo que es ganar la Copa América, pero también las nuevas generaciones están padeciendo las consecuencias de la inflación. Debemos tener conciencia y valorar que nuestra institucionalidad está funcionando en medio de momentos complejos”.