• Revista Nº 175
  • Por Juan Carlos Ramírez

Especial

Melodías recobradas en un vinilo

Contra todo pronóstico, los discos de vinilo han superado en ventas al CD, mientras florecen disquerías, tiendas especializadas en equipos y la sensación de que si realmente te gusta un artista debes hacerlo en el formato más clásico de todos. Acá algunas razones que explican el fenómeno.

En pleno barrio Yungay, entre cafeterías y restaurantes emergentes, brilla Vinilos Brieba, una disquería donde conviven en perfecta armonía vinilos originales de los Rolling Stones sesenteros, Charly García o New Order, junto a nuevas ediciones del Corazones de Los Prisioneros o los grandes éxitos de Coldplay. En esta añosa casona uno puede conversar sobre música, tornamesas, agujas, lo bien que suenan las versiones japonesas (que acá hay, por cierto), tal como si fueran los años ochenta cuando el mp3 ni siquiera estaba completamente inventado.

Locales como este proliferan en todo el país, ya sea en tiendas físicas o en redes sociales como Instagram. También se han ampliado sus espacios en los malls y supermercados junto con el surgimiento de ferias relacionadas. Los artistas, consolidados o en búsqueda de darse a conocer, se deciden ahora por el formato long play. Incluso ya se han vuelto a fabricar vinilos en el país con empresas como Selknam o Grupo Laser Disc.

Hay también una renovada preocupación por la alta fidelidad, donde ya no basta con comprar una tornamesa, sino que se debe combinar con parlantes, ecualizadores y diversos nuevos gadgets para mejorar la experiencia del oyente.

El fenómeno es global y hay un hito en Estados Unidos, la primera potencia consumidora de música a nivel global: en 2023, por primera vez desde 1987, la venta de vinilos superó a la del CD, con 41 millones de unidades vendidas versus 33 millones de compactos, según la Recording Industry Association of America.

A pesar del auge del CD, que marcaría los años noventa con su supuesta calidad inmejorable, y de ser prácticamente indestructible (pronto nos daríamos cuenta de que esto es bastante cuestionable), el fin de la producción masiva del cassette y la posterior crisis de la industria musical debido al intercambio de mp3, los longplays y singles fueron salvándose de mudanzas o descartes de archivos. Su tamaño, el diseño gráfico y el objeto mismo con su olor característico hacían imposible destruirlos –tal como pasa con los libros–, aunque no se supiera muy bien qué hacer con estas reliquias.

En esos años –entre 1995 y 2010, inclusive– aún era posible comprar joyas como El computador virtuoso (1973), de José Vicente Asuar, uno de los hitos de divulgación de la electrónica a nivel global, o el GG Sessions (1967), de Los Mac’s, una de las primeras bandas de rock nacional que ofrecía covers de The Monkees y Bob Dylan a precio de saldo y en buen estado. Lo que costaba un poco más era acceder a tornamesas o equipos usados que funcionaran bien. Ni soñar con conseguir agujas. ¿Qué pasó que ahora hay una oferta tan grande de discos, equipos y accesorios?

 

LA EXPERIENCIA FÍSICA

Con casi tres décadas ejerciendo la crítica musical, Marcelo Contreras reconoce haberse sorprendido con esta tendencia de rescatar el vinilo: “Me imaginé que iba a pasar a mejor vida cuando fue el advenimiento del disco compacto”. Contreras afirma que no es que se dejaran de producir vinilos, sino que han sido revalorizados por una cultura que ha empezado a escarbar en el pasado. “Es un rescate que personalmente valoro. Creo que los discos son objetos de arte. No solamente contienen la información sonora, sino que también son objetos preciados. Ofrecen mucha lectura, uno se puede pasar largo rato viendo las carátulas. Y qué decir de aquellas que tenían la posibilidad de desplegarse. Generalmente traían las letras o un diseño gráfico que era súper atractivo. Me parece una linda señal, aunque no sé específicamente a qué se debe la revalorización de un elemento con un formato que tiene más de 100 años, creo que hay algo hermoso detrás de ello”.

Arturo Rodríguez, productor y músico del grupo Rodriguistas y SeaSex, reconoce el alza indesmentible del mercado de vinilos: “Las bandas tenemos un formato vendible, que junto a accesorios (ropa, chapitas, stickers) son una entrada de dinero que te puede ayudar a recuperar tu inversión o incluso salir con números azules. El problema es que es un formato muy elitista, debido a sus altos precios y la cantidad de tiempo que hay que dedicarle”. También coincide en que este tipo de discos “te acerca a una experiencia estética más completa, que funde lo musical con lo visual y el tacto. Tienes la posibilidad de experimentar con colores, tipos de papel y cartón, diseños, etcétera. Además, te da la restricción del tiempo, tienes un máximo por lado, el desarrollo del lenguaje musical se hace acotado, y que haya que cambiar de lado hace que tengas que estar más atento, que no está de fondo, y te puedes entretener leyendo letras o analizando la portada”.

Contreras agrega que el acceso a la carátula de un disco, algo que digitalmente es imposible de replicar, tener la posibilidad de rastrear la información y sostenerla en tus manos es algo que cambia todo. “Realmente es una experiencia completa que se relaciona con el tacto. Yo me acuerdo de las carátulas con detalles en su impresión. Por ejemplo, Disintegration de The Cure, en las partes claras de la fotografía de Robert Smith su piel estaba resquebrajada. Era muy curioso, pero estaba hecho ese trabajo sobre el cartón, había una impresión sobre eso. Y eran unas grietas que evocan una zona desértica. ¡Imagínate el detalle!”

Rodríguez dice que varias veces le sucede algo que le da razones para seguir cuidando todos los formatos físicos: “Mis hijos se quedan pegados viendo y escuchando un vinilo o un cassette. El hecho de que sea visible, que puedas controlar la velocidad o rayar, romper, retroceder, copiar, hacer scratch (voluntario o no). La manipulación es una experiencia muy enriquecedora en niños y niñas y les genera una nueva relación con la escucha musical. Lo digital en general nos quita la sorpresa de algo nuevo, los formatos físicos te devuelven esa ingenuidad”.

 

EL SONIDO

¿El vinilo suena mejor que el CD o formatos digitales de alta calidad como el FLAC? Para Gonzalo González, experimentado productor que ha trabajado con Los Tres, Manuel García y Mon Laferte, entre un centenar de artistas, “hay mucho mito sobre la calidad de un vinilo. Lo que hace la diferencia es la experiencia visual de contemplar el arte de un vinilo, sus fotos, sus créditos o incluso los agregados que puedan venir, como posters o stickers”. También destaca la necesidad de contar con un buen aparato: “Pienso que es de vital importancia, sobre todo la calidad de la aguja, hay poca información al respecto, pero las tiendas especializadas han ido educando a sus clientes sobre ese factor. Es muy relevante hablar del vinilo, explicar y entender la tecnología y sus usos”.

Existe mucha literatura –y debates– que explican que lo digital captura y comprime el sonido, mientras que lo análogo no es capaz de transmitir toda esa información, lo que genera “vacíos” sonoros que justamente son los que distinguen su sonido, además del factor de desgaste. A su vez, Rodríguez afirma que el sonido de un vinilo está directamente relacionado con la aguja, el brazo, la estabilidad, etcétera, y agrega: “Desde la aparición de las tornamesas especializadas para DJ (Rap) también se incorpora como algo a considerar el diseño del aparato, su color, sus luces, entre otros aspectos. Por un lado escuchar vinilos tiene que ver con lo visual, con una mezcla entre lo práctico, la calidad y el diseño, pero por otro lado, el vinilo tiene un ruido análogo, una estática y un romanticismo que atraen”, explica.

LA COMUNIDAD DEL VINILO

Melodies Vinilos es una de las tiendas más originales e interesantes y que, de alguna manera, anuncia el futuro esplendor del vinilo: generar comunidades en torno a la experiencia. La tienda está dedicada a ofrecer vinilos y CD de pop y rock japonés, un universo al que muchos llegan gracias a la rotación en YouTube de artistas city pop. Este género fue bautizado así en Occidente, ya que celebra la música hecha en los años ochenta con melodías dulces, solos de guitarra virtuosos y atmósferas que evocan cómo se visualizaba el futuro en los años ochenta. Así, el auditor atento puede llegar a artistas como Tatsuro Yamashita o el llamado “santo grial de la fusión jazz japonés”, Casiopea, y su disco Mind Jams (1982), cuyos fragmentos han sido sampleados o versionados por diversos artistas actuales que los “redescubren”.

“Esta es una excelente oportunidad de redescubrir un formato musical que tiene sus particularidades y peculiaridades. De resucitar comunidades, ferias y lugares de encuentro en donde se puede conversar, vender e intercambiar con personas que comparten la afición de escuchar música en este formato. De dar la oportunidad de revisitar la música y apreciarla. De otorgarle una ‘permanencia’, a diferencia de la forma en que se escucha música habitualmente”, opina Marco Ovalle, responsable del local.

“Creo que el vinilo es un formato con el que puedes lograr una conexión mucho más profunda que con otros, que si bien son más prácticos, pierden elementos como la apreciación del arte, los insertos y booklets. También está el hecho de que debes preparar un momento de tu día para escuchar uno o varios discos, ya que no puedes estar apurado. Al escoger un disco, sacarlo de su funda, colocarlo en la tornamesa, utilizar un cepillo antiestática, se produce un ritual al cual le debes dedicar tiempo. Muchas veces el carácter emocional también va incluido, ya sea porque el disco fue el regalo de alguien especial o una herencia familiar”, opina Ovalle.

Así, el vinilo ha permitido abrir conversaciones sobre música en una época donde el consumo digital – incluida la música– puede convertir a una melodía en algo desechable. En cambio, el disco clásico, con su sonido característico, su arte, su ritual de hacerlo rodar en el tornamesa, nos recuerda que más que un objeto de consumo, la música popular es una experiencia corporal total.