• Por Miguel Laborde Duronea
  • Fotografía Álvaro de la Fuente

Sociedad

Gastón Soublette: en busca del sabio ancestral de Chile

Luego de ser anunciado el Premio Nacional de Humanidades y Ciencias Sociales 2023 para Gastón Soublette, en esta entrevista de nuestro archivo RU repasamos su trayectoria, su libro dedicado a la sabiduría popular de tradición oral, la entrega a la UC de su colección de patrimonio material precolombino para su exhibición en el campus Oriente. Y es que a sus 96 años (tenía 87 en esta conversación), Soublette no descansa. Siempre tiene aspectos del conocimiento para difundir.

Con su enhiesta figura, imagen icónica de un campus Oriente donde dicta clases hace medio siglo –desde 1962–, el musicólogo y esteta Gastón Soublette nos recibe en su amplia casa quinta de Limache. Este es el lugar que escogió para vivir, porque es donde se conecta mejor con el Chile que ama, al que descubrió después de haber crecido en la cultura europea e investigado las filosofías orientales.

Su energía es constante a los 87 años y refleja su pasión por la naturaleza. Ha subido todos los cerros cercanos de su valle. Y come tomates y porotos verdes de su propia huerta.

Bien le cabe la frase romana de que “nada humano le es ajeno”. Se ha sumergido en la alta cultura francesa y en la sabiduría de los loncos mapuches, en los mitos germanos y la filosofía de Lao Tsé, en los mensajes de los directores de cine y en la no violencia. Es un filósofo sin fronteras.

En los últimos años, y gracias a esa vasta perspectiva que lo fue preparando para esta misión autoimpuesta, se concentró en el sabio popular de Chile, portador de una cultura ancestral que le daba dignidad y sentido al pueblo chileno, en la que había un modelo ideal de ser humano. En esta tierra de Chile, ha ido descubriendo indígenas, españoles y mestizos que se abrieron a la trascendencia: “Hay un refrán que dice que ‘el que no se conoce a sí mismo, a sí mismo se asesina’… Eso es de alta erudición”, sentencia.

Ese conocimiento olvidado lo llevó a publicar el libro Sabiduría chilena de tradición oral (refranes), de Ediciones UC (2013). Para no romper el hilo de esa tradición, viaja cada semana a Santiago, para transmitirla en el Instituto de Estética.

Vida interior

Vida interior

“El sabio popular sabe sondearse y hay refranes que lo reflejan, como el que dice ‘El ojo verá bien, siempre que la mente no mire por él’ ”.

—¿Cómo llega a la UC?

—Entré a Filosofía y Estética con una propuesta de dar a conocer las filosofías orientales, las que llevaba años estudiando. Pero los alumnos de la facultad presionaron por conocer el budismo, el confucionismo, el taoísmo, el hinduismo. En ese momento planteé que si no orientamos nosotros los católicos primero, alguien se “pega cualquier volada” con las filosofías orientales y sigue a cualquier gurú. Después comenzó el diálogo con Teología, de religiones comparadas.

—El Instituto de Estética estaba oficialmente dedicado a la Teoría e Historia del Arte, pero con un Fidel Sepúlveda de director, que ponía mucho énfasis en la identidad nacional, en la cultura tradicional chilena, a la que yo me había acercado como colaborador y discípulo de la Violeta cuando volví de Europa.

En esa época trabajé en varias partes, entre ellas la Radio Chilena del Arzobispado, donde fui director de programación. Primaba la música selecta, pero un día llegó la Violeta con su guitarra. Yo tenía una idea bastante peyorativa del folclor, por la tremenda separación que tenemos en Chile entre la cultura ilustrada y la popular, pero ella me presentó lo mejor de romances, cantos a lo humano y lo divino. Primero me cantó el “Casamiento de negros” y con eso ya me impresionó, ni sabía que los negros eran parte de nuestra historia.

Ella me dijo que me necesitaba, a mí o a alguien que le escribiera en pautas su gigantesco repertorio recogido en los campos, porque sentía “la memoria ya saturada” de letras, melodías y rasgueos. Su memoria era tremenda, excepcional, recordaba casi todo lo que había oído.

Esto ocurrió en 1956, cuando andaba cantando por las quintas de recreo con su hermana, como el Club Radical de la Plaza Ñuñoa. En cierta ocasión su hija Isabel me preguntó: “¿Qué te enseñó mi madre?”; y yo sinteticé: “Tu madre me enseñó a conocer y apreciar la sabiduría de nuestro pueblo”. Se trata de un texto oral, hablado, con dichos, refranes, cuentos y adivinanzas, que comencé a descubrir.

—¿Cómo se desarrolla la sabiduría en este país?

—Es una sola y no se puede vivir sin ella; todo pueblo ha hecho un esfuerzo de creación y transmisión de esas temáticas, del acto de buscar el sentido de la vida. La ciencia crece, pero trata con fenómenos, es la sabiduría la que se pregunta por el sentido. En los años de juventud de Violeta existía una cultura popular viva en los campos, con todos sus valores; había un pueblo chileno. Esto era muy fuerte en Chile hasta los años 30, era fácil entonces encontrar un sabio popular ante cada situación.

La sociedad industrial fue penetrando con su mecánica, hizo nacer las ciudades y creó un proletariado llegado del campo. Es un progreso por el que se paga un precio muy alto. Creo que en el país no hay conciencia de lo que se pagó por incorporar a nuestro pueblo a la cultura industrial. En la balanza de lo que se ganó y se perdió, nace la cuestión social como un problema.

—¿Qué lo lleva a interesarse en Neruda?

—En relación a este tema, en el Canto General, en Residencia en la Tierra, lo suyo está dentro de la poesía culta, pero sus intuiciones emanan de una reflexión propia del sabio popular anónimo, renuevan una tradición.

—Es la sociedad industrial la que paraliza la transmisión de la sabiduría popular?

—En el Memorial de Isla Negra, Neruda deja sus campos del sur –relata su propia emigración a la ciudad– para entrar en este mundo “en el que se gana o se pierde”, donde no imperan ni el amor ni la solidaridad. Ahí consigue visiones de una pureza permanente. Él advierte de inmediato, ya en la Estación Central, lo que se ha perdido. Y quiere devolverse a sus selvas.

La cultura de la sabiduría y la virtud ancestrales no se necesitan para ser trabajador urbano, se supone que este es alguien que no sabe nada de nada, un ignorante. Pero lo cierto es que él deja atrás su cultura ancestral sin que nadie le diga lo que se está perdiendo. La Violeta es clave en eso, en hacer ver el tesoro que Chile estaba dejando atrás.


Muestra de arte precolombino

Clavas mapuches de piedra y cántaros ceremoniales diaguitas, son algunos de los objetos del patrimonio asociado a la búsqueda del conocimiento precolombino, los que serán parte de la muestra museográfica que se exhibirá como parte del proyecto campus Oriente, y de forma permanente, a partir de las colecciones donadas por Gastón Soublette a la UC.

El machi blanco

Ya de niño venía Soublette a Limache, a los veraneos donde su tía Blanca y los primos Browne Soublette. Su juego preferido era inventar una historia del lugar, con un personaje que se apartaba de Pedro de Valdivia porque se había interesado en los mapuches y terminaba siendo un machi blanco. Años después se lo comentó a un profesor en el campus Oriente, el que le dijo que esa era la historia del lugar, precisamente; que por eso se llama Limache (lic machi), que significa “machi blanco”.

Ahí comenzó su interés en el Chile profundo, en el que no ha dejado de ahondar, al sentir que había cosas más allá de la razón occidental.

—¿Usted es optimista, todavía?

—El pueblo de Chile se transformó en masa. Esto es decisivo, porque los pueblos tienen conocimiento, virtudes, identidad, creatividad, pero la masa no tiene ninguna de esas características, vive acosada de necesidades, se siente abusada, abandonada, lo que es un fenómeno mundial que no se resuelve con más ingresos.

A diferencia de Inglaterra, Francia o Alemania, Chile se ve casi indiferente ante la pérdida de su identidad, una pérdida que avanza de manera uniformemente acelerada.

Si cabe el optimismo, es porque los jóvenes chilenos se han dado cuenta. Con Fidel queríamos entrar con los clásicos chilenos a la educación superior, dentro de la Antropología y la Sociología. Todas las universidades debieran tener departamentos o institutos de cultura tradicional chilena.

—A propósito de la crisis de la educación, usted ha denunciado la falta de pilares formativos ancestrales, ¿Qué relevancia les atribuye?

—El discurso de los expertos habla de aspectos procesales, maneja conceptos como educación de calidad y excelencia académica, pero nunca los define.

Se dice que la finalidad de la educación es para el desarrollo del país. Suena bien, ético, pero tampoco se define. El país necesita energía, un tendido eléctrico de sur a norte, con torres de 50 metros de altura que aquí mismo cortarán el valle de Limache en dos; ¿eso es servir al país, con una opción más barata, pero perjudicial a largo plazo? La empresa ganadora entregó la propuesta más económica con una condición: fijar ella el trazado… ¿Cómo se piensa, se decide? Pensamos con Fidel, como también otros como Nicanor y la Violeta, que la cultura tradicional perdida es y sigue siendo la más apta para recuperar el camino, el sentido. La pérdida de sentido es la gran crisis de hoy, a nivel mundial.

—A su edad, con un viaje a Santiago cada semana, ¿qué lo motiva a seguir haciendo clases después de medio siglo?

—Fidel, antes de morir, observó que la cultura tradicional tiene un creciente interés; lamentaba tener que interrumpir su labor. Entonces, me honró con una carta en la que me pide que lo reemplace en su cátedra. Efectivamente, el nuevo interés por saber quiénes somos y quiénes fuimos, qué pensaban nuestros ancestros y por qué, se expresa en que muchos alumnos se inscriban para conocer nuestro saber ancestral.

—¿Cómo se explica este interés de la nueva generación?

—Hace 30 años yo tenía unos 60 alumnos divididos por ideas, que se odiaban y peleaban; ahora hay un consenso absoluto en cuanto a los valores culturales que demandan. A veces invito a grupos chicos al restorán Las Lanzas en la Plaza Ñuñoa y es muy interesante oírlos pensar. Antes usaban las ideologías, que daban las pautas, pero ahora cada uno está solo y debe buscar su camino desde ese desamparo, y lo notable es que todos están encontrando lo mismo. Se han emocionado, algunos hasta las lágrimas, con la noble figura del sabio popular anónimo que se perdió, reemplazada por el ganar lo más posible y como sea.

—¿Añoran una vida con sentido?

—Con sentido y en comunidad, esto es muy importante. Yo soy suficientemente antiguo para haber conocido a algunos sabios populares. Al principio uno no sabe qué pensar sobre ellos, con sus típicos apellidos de clase media, la mayoría pequeños propietarios de pocas palabras. Desprecian a los habladores, a los políticos llenos de palabras. Tienen una sensibilidad para detectar el uso del lenguaje en serio, y una memoria prodigiosa para conservar palabras que valoran. De los cuatro mil refranes recopilados que hay, algunos saben hasta 500, además de cantos a lo humano y a lo divino, y cuentos de profundos contenidos éticos. Son muy respetuosos y muy respetados por sus comunidades.

—¿Es un mundo que no se encuentra, por ejemplo, en el espacio actual de la televisión?

—Es otra realidad, por completo. Si uno revisa una cantidad importante de refranes, ve que están persiguiendo un ideal de hombre. “El hombre fuerte debe mirar con calma venir la muerte” dice uno, que enseña que la buena conciencia permite vivir en paz y llegar a Dios con confianza. Hay otro que también apunta a un ideal de vida, “El que no se conoce a sí mismo, a sí mismo se asesina”, porque el que no se conoce es juguete de sus instintos.

Ése era el pueblo chileno. En la intimidad, el pueblo expresa su malestar ante un modelo de civilización que depende por completo de una élite que concentró el poder y creó un mundo pobre, “infernal”, ante el cual hay una sensación de impotencia.

—¿Es la suya una búsqueda del saber ancestral mundial, espiritual antes que lo cultural?

—Si nos preguntamos qué habría visto un griego, un galo, en Jerusalén, nos aparecería un Jesús que era un sabio popular, sin relación con las élites, inmerso en ese mundo donde son bienaventurados los pobres, los que lloran… A los alumnos les emociona conocer esa imagen, tal vez más cercana a lo que el Papa Francisco les ofrece.

—¿Qué está investigando ahora?

—No soy teólogo, pero profesores como Beltrán Villegas y Antonio Bentué, me han sugerido escribir sobre el encuentro del Evangelio de Jesucristo con la sabiduría del extremo Oriente, ya que conozco las dos tradiciones. Me interesa el Cristo preexistente, las intuiciones que aparecen en hombres de diversas culturas en la Antigüedad, sin saber dónde ni cuándo iba a nacer, pero presintiéndolo. Especialmente los chinos, preanuncian partes de la predicación de Cristo, como el amor, la humildad y la pobreza voluntaria, que nos van mostrando cómo va apareciendo el rostro de Cristo.

Ahí sigue Soublette, entre Limache y Santiago, eslabón en esa cadena que busca transmitir algo anterior, creado por otros, sabios populares inspirados en los valores de los Evangelios, a lo que ha puesto sus capacidades a disposición.

Nos deja en el portón, acompañado por sus perros. Su silueta se recorta, de nuevo, contra árboles altos y delgados

como él mismo. Para algunos de sus lectores, alumnos, vecinos, es Soublette el nuevo machi blanco de la zona. La rueda de la vida, con sus sincronías, lo trajo de vuelta al lugar que lo hizo soñar –y querer trascender– cuando era un niño jugando en una casa quinta cercana.

 

 


La luminosidad de los refranes

Los vicios son virtudes que se han vuelto locas.

Vivimos sobre nuestras raíces, no sobre nuestras ramas.

Jugarse por nada el pellejo, es de pendejo.

La verdad, aunque severa, es amiga verdadera.

Cada uno es cada uno, y a veces peor.

Para saber quién es canta el canario.

Todo sabio tiene a un loco por hermano.

Cuando aprenda a vivir quiero morir.

El que se viste con ropa ajena, en la calle lo empelotan.

Hay vivos que parecen muertos y muertos que aún viven.

No camines mucho tiempo hacia la puesta del sol.

Selección del libro Sabiduría chilena de tradición oral (refranes)