• Revista Nº 178
  • Por Miguel Laborde Duronea
  • Fotografías por Karina Fuenzalida

Humana

Adriana Valdés: “Tendremos que ser más humanos que nunca”

Ensayista de peso e impulsiva –muy inquieta en redes sociales–, a nadie sorprendió que llegara a ser la primera mujer en dirigir la Academia Chilena de la Lengua y, más aún, el Instituto de Chile. Terminados esos roles, ya recuperada, ahora vuelve a la carga.

En la entrada de su departamento de la comuna de Providencia destaca una obra que le envió Alfredo Jaar de su trabajo en Ruanda. El artista, que encontró en ella una mentora y una madrina, le explicó que, en medio de su creación sobre la tragedia de ese país, estando en terreno y golpeado por su drama, su cámara de fotos de repente se “cansaba” de tanto dolor y enfocaba, como en ese cuadro, un cultivo, una arboleda larga y elegante, una nube desprendida del cielo. En medio de todo, algo para el futuro, un resquicio de luz.

Ella también sabe de rescatar luces. Detrás de su delicadeza, Adriana Valdés es una mujer fuerte. Por lo mismo, le cayeron encima esas responsabilidades de ser la “primera mujer” en dirigir la Academia Chilena de la Lengua y el Instituto de Chile, las que acometió con rigor y sorteó con aplausos. Sin embargo, es capaz de reconocer que sus fuerzas tienen límites, que el estrés fue fuerte y la recuperación difícil:

“Pasé un tiempo largo sin escribir a pedido, con la mente en barbecho, esperando ver qué se me ocurría con el nuevo tiempo libre… y no salió nada. No sabía si era cansancio, covid, la vejez que llegaba. Tuve que desaprender los hábitos que me dejaron esos cargos, el tener que responder a todo lo que te piden.

—Y ahora, ¿ya está de vuelta?

—Han salido varias cosas muy interesantes, como un proyecto de librito, breve como el de los ángeles. Estoy leyendo a los clásicos, a Lucrecio en especial, porque estar sumidos en lo cotidiano, en la última noticia política, en las tendencias del Twitter (actual X), es mortífero para la mente y el corazón.

Busqué una salida en los clásicos, con ayuda de conocedores porque no tenía esa cultura, los que me indicaron buenas traducciones. Me puse a leer con el diccionario de latín al lado y así se empezaron a
ordenar las cosas.

Desde hace poco participo en un grupo para hablar de Lucrecio y nada más. Leerlo y no conversar solo de enfermedades es un pretexto fantástico para juntarse. Pronto tendremos de invitado a Eric Goles, quien se referirá a este poeta y filósofo romano desde la física.


“Cuando Marco Polo viajaba era como ir a planetas diferentes, al encuentro de otras culturas, otras escrituras, otra imaginación, todo distinto, pero ahora eso no es así, vamos todos hacia lo mismo. Y esto importa, si pensamos en el tema de las máquinas, porque nos vamos quedando sin recursos; se estandariza todo”.

El grupo surgió gracias a una de sus hijas, quien, instalada en el mundo médico, le abrió otra puerta de salida muy inesperada: “La iniciativa nació a través de unas jornadas en una clínica en las que participé, con mujeres como la Diana Aurenque y la Macarena García, que podrían ser mis hijas. Me interesaba saber si sería de interés para ellas conocer y revisar a Lucrecio, la poesía de César Vallejo, y resultó una conferencia delirante, tal como me lo habían pedido, para abrir espacios.

Los derechos de los pacientes y los del personal de salud, los neuroderechos y la confidencialidad de los datos, “la mutación de todo con la Inteligencia Artificial”, han impulsado leyes nuevas en distintos países, y en este camino, cuenta, las humanidades tienen ahora un lugar en los centros hospitalarios. Su libro Redefinir lo humano: las humanidades en el siglo XXI, de 2017, había abordado esos mismos temas.

—¿Le asusta la Inteligencia Artificial (IA) con tu trayectoria literaria, tan cercana a la poesía?

—Las cosas surgen de los lugares más inesperados. Fui a ver a un nieto a España y me pasó un libro, AI 2041. Ten visions for our future (Editorial Currency, 2021); yo me había metido bastante en este tema, pero todo cambia tan rápido que no sabía si en un año ya estaba obsoleta. Cuando se trata de legislar pasa lo mismo, mientras discuten ya se derrumbó todo y hay otra realidad. Es lo que está desviando las prácticas democráticas, que son lentas, por gente como Trump o Musk que tienen mucho poder y carecen de consideraciones morales, hijos de su tiempo. Musk estaba colaborando con el sur del mundo, con una conexión maravillosa: Starlink, pero resulta que así accede a muchos datos, a todos los datos, acumula para el deep learning, que es algo inexplicable en categorías humanas, sin que nadie quiera asumir consecuencias frente a máquinas capaces de aprender cada vez más rápido.

En su conferencia para el mundo médico expuso sobre ese desafío de la ciencia, de la neurociencia, la biomedicina: “Me referí a Kai Fu Lee, quien citando una frase de ciencia ficción de Arthur C. Clarke afirma que ‘los habitantes más inteligentes del futuro no serán humanos ni simios, serán máquinas’. ‘Máquina’ le dicen los jóvenes a alguien que hace las cosas muy bien… Siempre se había dicho que hacemos uso escaso de las posibilidades del cerebro –que tiene una plasticidad fantástica–, y creo que vamos a necesitar todo ese potencial ahora, lo que no tienen las máquinas precisamente: nuestra capacidad de asombro, empatía, ingenio, humor, creatividad. Tendremos que ser más humanos que nunca”.

—¿Hay que cultivar mejor esas dimensiones, la conciencia de lo más humano?

—Me preocupa saber que es muy fácil clonar. Lo practican hace tiempo con los animales y hubo que sacar leyes para atajar los experimentos antes de que lo hicieran con humanos. En la conferencia dije que la esperanza no es un simple estado de ánimo, sino una opción ética, pero, en cuanto al espíritu humano, yo estaría más cómoda si lo pensáramos como una emanación de la naturaleza, algo más cercano.

César Vallejo escribió una línea: “Tengo miedo de ser animal”, para reírse de la subjetividad humana, de tantos esfuerzos para diferenciarse de los animales.


“Es urgente la moratoria de la IA, tal como la han pedido 33.000 científicos. No se puede decir que no hay salida y resignarse, necesitamos las humanidades, el desarrollo intensivo de todas esas capacidades humanas que las máquinas no tienen”.

UNA ESPECIE CON MENOS RECURSOS

Fue finalista del Premio Altazor 2013 por un librO que deslumbró por su vigencia hasta hoy: De ángeles y ninfas. Conjeturas sobre la imagen en Warburg y Benjamin (Orjikh Editores, 2012), el que dedicó a esos dos genios que, hace cerca de un siglo, percibieron que el mundo volvería a comunicarse con imágenes. Y a pensar con imágenes más que con palabras. El año 2018 obtuvo el Premio Municipal de Literatura de Santiago, categoría Ensayo, con otro libro de profunda vinculación con las crisis de la época, Redefinir lo humano: las humanidades en el siglo XXI (Ediciones Universidad de Valparaíso, 2017), el que provocó su acercamiento al mundo médico.

Se expandió su prestigio y llegaron los cargos, la dirección de la Academia Chilena de la Lengua, cuya primera autoridad fue José Victorino Lastarria, y que ella tuvo a cargo de 2018 a 2021. Y el Instituto de Chile, que presidió entre los años 2019 y 2021.

—¿La concepción de lo humano ha seguido cambiando en estos últimos años?

—Me interesa el modo cómo el uso de tecnologías está influyendo en nuestra forma de pensar, esos cambios que van dando forma a un ser humano que no es el mismo de antes, en un proceso que, en todo caso, nunca ha dejado de estar vivo. Se ha debilitado el tejido social ante un creciente individualismo y ha aumentado la soledad. A su vez, crece la desconfianza ante cualquier desconocido.

—Y el tema del género, tan presente ahora, ¿cómo cree usted que ha cambiado?

—El núcleo de lo humano está entre las emociones y las vísceras, dice Lucrecio. Él plantea que hay una suerte de toqueteo entre las emociones, los pensamientos y las vísceras, y las mujeres tenemos más cercanía a todo eso. Al cuerpo con sus efluvios, sus suciedades incluso, no como los hombres.

Y está también el tema del poder físico, de las agresiones, de una manera tan espantosa y frecuente. Es muy interesante la forma en que lo describe Antonio Damasio, recordándonos que las bacterias siguen en nosotros, muy presentes.

—¿Lo humano se expresa de modos diferentes en las distintas culturas?

—Cuando Marco Polo viajaba era como ir a planetas diferentes, al encuentro de otras culturas, otras escrituras, otra imaginación, todo distinto, pero ahora eso no es así, vamos todos hacia lo mismo. Y esto importa, si pensamos en el tema de las máquinas, porque nos vamos quedando sin recursos; se estandariza todo, incluso la imaginación, que es tan necesaria ahora. Sucede lo mismo con el lenguaje, se llega a un español pobre, que es muy simple y útil para los traductores, pero asusta pensar en la necesidad que tenemos de más imaginación para pensar en el futuro.


“Me preocupa saber que es muy fácil clonar. Lo practican hace tiempo con los animales y hubo que sacar leyes para atajar los experimentos antes de que lo hicieran con humanos”.

Celebra que las reacciones hayan comenzado: “Es urgente la moratoria de la IA, tal como la han
pedido 33.000 científicos. No se puede decir que no hay salida y resignarse, necesitamos las humanidades, el desarrollo intensivo de todas esas capacidades humanas que las máquinas no tienen. En esto incluyo el que hay que hacer más poesía, porque por algo se dice que sin palabras no hay conciencia”. A propósito del poder comunicador de las imágenes y del humor humano, recuerda un ejemplo reciente: “Salió una caricatura en el New Yorker de dos náufragos en una pequeña isla, cada uno pescando con su caña, uno a la orilla del mar y el otro un poco más adentro, en una poza que se llama IA. Así estamos, pescando en la poza”.

Actualmente, la académica disfruta de la relación con sus nietos y nietas, quienes se “dejan caer” en cualquier momento por la relación cercana con su abuela. Así le dan compañía, le permiten conectarse con las nuevas generaciones y la hacen pensar en la importancia esencial de la familia: “Estamos enseñando mal a nuestros hijos, falta el conocimiento de los propios límites, de los derechos de los demás, el asumir que hay otras personas que son mejores que uno, todo eso ya no se enseña porque con familias chicas no hay experiencia de hermanos, que te ponían límites; ellos eran una escuela. Yo misma lo viví con un hermano algo menor, hasta el día en que reaccionó y me arrastró del pelo. Conocí un límite… Con tantas exigencias, demandas y culpas, las parejas jóvenes no quieren tener hijos, se abruman con la idea”, sentencia.

Adriana disfruta sus nuevos tiempos. Más libres. Después de los cargos aprendió a vivir mejor cada momento, como si se hubiera encontrado con una vida nueva, que le está danto espacio para escribir, finalmente, otro libro. Eso sí, el tema no lo anticipa, por ahora.