• Revista Nº 171
  • Por Jorge Heine y Cristóbal Valdés
  • Ilustraciones Paulina Bustamante

Ideas en Debate

China: la trastienda del crecimiento del gigante asiático

China es la mayor economía del mundo, medida en términos de paridad de poder adquisitivo. Proyecciones indican que será la más relevante en términos nominales antes del fin de esta década. Por otro lado, expertos sostienen que el modelo se encuentra en transición hacia un sistema más estatista y autárquico, preocupado por su seguridad, y con una implacable política de Covid cero que lo tendría estancado. Sin embargo, el país asiático ha demostrado que con innovación, competencia y estímulos, la planificación centralizada en el Estado puede funcionar. Dos expertos intentan comprender este fenómeno.

La anunciada “extinción leninista” y el milagro chino Por Jorge Heine

En su libro  El nuevo desorden mundial: la extinción leninista (1992), el politólogo Ken Jowitt desbroza el fenómeno leninista y hace un paralelo entre la implosión de la Unión Soviética y la caída de los regímenes socialistas de Europa Central y Oriental con la desaparición de los dinosaurios. La predicción era que ello presagiaba el fin de este tipo de régimen en todo el mundo. El libro fue bien recibido y sus observaciones sobre el leninismo, que se caracterizaría por un “carisma impersonal” (valga la contradicción) y un “neotradicionalismo”, iluminan sobre aspectos importantes del mismo.

Con todo, el vaticinio de Jowitt no ha resistido el paso del tiempo. Treinta años después, China es la mayor economía del mundo medida en términos de paridad de poder adquisitivo. Proyecciones indican que será la más relevante en términos nominales, antes del fin de esta década. El gigante asiático es también la principal potencia manufacturera y exportadora. Los cuatro mayores bancos del mundo en materia de activos son chinos. Siete de los diez puertos de carga más importantes también son de esa nacionalidad. En 2024, el Partido Comunista Chino (PCCH) superará al Partido Comunista de la Unión Soviética como el partido comunista que por mayor tiempo se ha mantenido en el poder, por la friolera de 75 años. ¿Cómo explicar esta aparente anomalía?

Como señalo en mi reciente libro Xi-na en el siglo del dragón: lo que todos deben saber sobre China (Lom, 2022), el entender lo que hay tras el así llamado “milagro chino”, que ha sacado a 800 millones de personas de la pobreza en 40 años e hizo que su economía creciera un 10% de promedio anual por tres décadas consecutivas (algo que ningún economista creía posible, menos aún en un país del tamaño de China), y que catapultó al antiguo imperio del centro a la primera línea de las naciones, es clave para comprender el rumbo del nuevo siglo. Por algo se dice que este será el siglo de Asia, en cuyo núcleo duro está China.

¿Qué hay tras la supervivencia de este aparente dinosaurio de régimen político, que no solo ha subsistido, sino que tiene en jaque a potencias como Estados Unidos y la Unión Europea? En ambas potencias hay sectores de opinión que sostienen que es imperativo desacoplarse de la economía china, porque si no les será imposible competir con ella y serán dejadas atrás irremediablemente.

China ha llegado a su expectante posición actual no como producto de su mero tamaño o del azar, sino que debido a ciertos principios que guían sus políticas públicas. En primer lugar, por su capacidad de innovación, la cual lejos de limitarse a copiar la tecnología occidental está abocada a desarrollar nuevos productos. Por ejemplo, en transporte ferroviario, con sus trenes-bala, China ostenta la tecnología de punta.

Respecto de la investigación, ha asignado un 2,5% del PIB a Investigación y Desarrollo, el equivalente a 500.000 millones de dólares. En este rubro, China es solo superada por Estados Unidos. En cambio, en áreas como inteligencia artificial, robótica, computación en la nube y otras, China abre brecha.

Por increíble que parezca, este país realiza además experimentos en políticas públicas y solo después de “testearlas” en un municipio o condado, las lleva a cabo a nivel provincial, y al final de la cadena, a nivel nacional. El último aspecto destacable es la meritocracia. Xi Jinping ocupó 17 cargos gubernamentales antes de llegar a la presidencia de China. El cedazo que se aplica para llegar a los más altos cargos es muy fino y asegura experiencia y competencia.

Nada de esto significa que China no tenga problemas. Los tiene, y muchos, y entre ellos tal vez el mayor sea su declinar demográfico. Pero hay buenas razones por las cuales “el milagro chino” ha ocurrido, y los países latinoamericanos tienen mucho que aprender de ello.

 

La lucha por la unidad de China Por Cristóbal Valdés

Para entender cuál es el trasfondo del extraordinario desarrollo económico del gigante asiático, se debe ir más allá de la supuesta planificación económica general centralizada. El eje fundamental de la política de China, hace 450 años o probablemente más, es la idea rectora de una sola nación.

Desde el siglo VII a.C. existen innumerables constancias de guerras al interior de lo que hoy es ese país, y hacia el año 1000 de nuestra era, todavía estaba la región dividida en tres reinos separados por complejas rivalidades. Recién cerca del 1600, el imperio del norte fue capaz de derrotar al del sur, dando forma a un imperio con habitantes de distintos orígenes culturales, étnicos, raciales e históricos, sometido desde entonces a una férrea organización burocrática. A lo largo de 300 o 400 años, esta burocracia se fue enriqueciendo e instauró estrechas relaciones con los terratenientes y grandes comerciantes. Se estableció, entonces, un modelo de desarrollo hacia el interior. Esta realidad empezó a debilitarse durante el siglo XIX, con la presión creciente del mercantilismo y del imperialismo impulsados por las potencias occidentales.

En cuanto a la economía china, en la actualidad su gran desarrollo coincide con una apertura creciente de su comercio internacional y al despegue de una sofisticada industria manufacturera, en sus comienzos con productos de baja calidad y fácil imitación, pero luego más sofisticada hasta llegar a una producción de avanzada tecnología. La pregunta es si este desarrollo tan acelerado obedece a una planificación centralizada o a una decisión de mercado. El tema es complejo, por las proporciones de China y su cuantiosa población: ¿Es posible dirigir, controlar y hacer efectiva una planificación económica a esa escala?

Según los últimos estudios del Banco Mundial, se estima que el 78% del PGB chino lo producen empresas que no son propiedad del Estado, en las cuales también tendría una participación muy importante el capital extranjero. Estas cifras deberán ser consideradas con cuidado, ya que el sistema bancario chino ha financiado, y con gran emisión de deuda, el desarrollo de esa industria manufacturera, principalmente exportadora, mientras el país sigue importando metales básicos, alimentos y productos menos sofisticados. Entonces, la pregunta es otra: ¿Es posible planificar un desarrollo económico, apostando a un desarrollo futuro del mundo con energías cambiantes y costos ambientales cambiantes y crecientes?

Esto también es difícil de responder. La influencia del sistema financiero para el desarrollo de nuevas actividades, y para el de zonas más atrasadas –principalmente por la vía de asociaciones con municipalidades o compañías chinas ubicadas en localidades de menor desarrollo relativo–, también es una forma efectiva de intervención, orientación o planificación.

Después de 1911, con la república militarista y nacionalista hasta 1948, y luego con el PC que logra la victoria y la unificación –salvo la incorporación de Taiwán–, se ha reforzado la política de una sola China. Es su norte, pero todavía, tantos siglos después, se conservan costumbres y lenguas diferentes; tal como en los países occidentales, allá también se están exacerbando los regionalismos. La unidad misma del Estado chino descansa hoy día en la nomenclatura y estructura del PC, el que funciona como una máquina bien aceitada. Algunas empresas chinas aún reciben instrucciones políticas ajenas a las razones económicas del mercado, en precios por ejemplo, lo que explica que la industria textil china haya barrido con la competencia de varios otros países.

¿Podrá mantenerse ese grado de control en un mundo digitalizado? Con esa rigidez, ¿podrá sortear los desafíos futuros y seguir siendo una sola China, a pesar de sus enormes diferencias internas? Tal vez los éxitos actuales de planificación centralizada no sobrevivan en un mundo tan cambiante.