• Revista Nº 169
  • Por Jorge Sahd y Alberto Van Klaveren
  • Ilustraciones Paulina Bustamante

Ideas en Debate

Organismos internacionales ¿actores principales o secundarios?

La ONU y otras entidades similares seguirán siendo relevantes en el mundo en la medida que cuenten con el compromiso de las grandes potencias. Es así como el Derecho Internacional se revitalizará solo si estas predican con el ejemplo, porque las prácticas de las principales naciones pueden representar una amenaza existencial para la humanidad. Tras la fatal guerra en Ucrania, de la cual somos tristes testigos, ¿quiénes son los principales impulsores de la anhelada paz?

La impotencia del sistema internacional

La relación entre Estados Unidos, China y Rusia es más disfuncional que nunca”, decía un pesimista secretario general de la ONU en 2020, en el aniversario de las Naciones Unidas en plena pandemia del covid-19. Un anticipo de un orden internacional cada vez más tensionado, donde potencias emergentes como China reclamaban un mayor protagonismo, Estados Unidos intentaba equilibrar su agitado panorama doméstico con su influencia global y Rusia continuaba transformándose en un actor incómodo para Occidente. Distintas “placas tectónicas” en movimiento que terminaron con el terremoto de la reciente guerra de Rusia en Ucrania, en pleno siglo XXI.

Esta ilegítima acción militar, inesperada por su intensidad y duración en el tiempo, abre muchas interrogantes, pero una de ellas es más bien una constatación de la realidad: el sistema internacional, como lo conocemos, no da para más. La poca relevancia de la ONU en el conflicto actual, cuyo Consejo de Seguridad se encuentra paralizado, se suma a las dificultades en el pasado de otros organismos como la OMC ante la guerra comercial y la hasta hace poco cuestionada (y hoy revitalizada) OTAN, donde el propio Trump y Macron llegaron a calificarla de “obsoleta” o con “muerte cerebral”.

La impotencia del sistema internacional –nítida en la guerra actual– ha sido incapaz de controlar los ímpetus rusos, así como en el pasado no pudo contener la confrontación comercial sino-americana ni la invasión de Estados Unidos a Irak. La cruda realidad es que este orden internacional basado en reglas es incapaz de frenar la voluntad de una potencia; solo otra potencia o un conjunto de ellas puede hacerlo.

La pérdida de relevancia del ordenamiento internacional también se manifiesta en la forma de actuación de las potencias aliadas contra Rusia: Una acción colectiva, incluso coordinada a nivel de sanciones económicas y apoyo militar a Kyev, pero sin mayor comunicación con organismos internacionales como la ONU. Esta forma de actuación, donde los organismos y el derecho internacional se transforman en meros espectadores, envuelve riesgos, especialmente para naciones pequeñas y medianas que quedan a merced de “la ley del más fuerte”.

¿Cómo combatir esta creciente incapacidad del sistema internacional? Primero, hay que partir por la autocrítica de las propias organizaciones. Excesiva burocracia para administrar presupuestos, problemas de accountability en la cooperación internacional, falta de diversidad política y una agenda muchas veces distante de los ciudadanos. Los organismos siguen operando bajo la misma lógica de las últimas siete décadas, pero poco conectada con los nuevos tiempos.

El segundo desafío, y fundamental, es el de las propias potencias. Al final del día, una nueva arquitectura en el orden internacional será el resultado de lo que las potencias quieran que sea. Los organismos internacionales son relevantes en la medida que cuentan con el compromiso de estas y el derecho internacional se revitalizará siempre y cuando los grandes partan predicando con el ejemplo. Esto significará concesiones de lado y lado, reconociendo el rebalance del poder en las últimas décadas, pero trazando líneas más claras en materia de seguridad y defensa de los derechos humanos.

La disfuncionalidad actual hace difícil acometer esta tarea. Pero no queda otra alternativa. No solo las aflicciones actuales de la guerra, de la pandemia y de una frágil economía requerirán coordinación global. Lo serán también la crisis humanitaria, las nuevas estrategias de seguridad alimentaria y energética, el desarrollo sostenible o la lucha contra las nuevas formas de terrorismo. Ninguna de estas tareas se puede abordar con éxito en la disfuncionalidad de estos tiempos.

Y mientras el mundo siga avanzando hacia su fragmentación y la percepción de desorden siga aumentando, la contención de riesgos bélicos será cada vez más difícil. Que la tragedia actual sirva de lección.

 

Ucrania: Una guerra absurda

La guerra de agresión de Rusia contra Ucrania ha destruido ciudades enteras, expulsado cerca de cinco millones de refugiados desde sus hogares, matado a decenas de miles de personas, en su mayoría civiles, y nos demuestra que las prácticas de las grandes potencias pueden representar una amenaza existencial para la humanidad.

Entre las múltiples razones que ha dado el presidente Putin para justificar su agresión contra un país vecino y hermano, con el cual comparte vínculos muy profundos, se destaca la amenaza que representaría para Rusia la expansión de la alianza de la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN) hacia sus fronteras. El argumento ha sido recogido también por expertos y observadores extranjeros, algunos de los cuales recuerdan que incluso el propio Henry Kissinger señaló en su momento que Ucrania no debía unirse a la OTAN, ya que ese paso sería visto como una provocación inaceptable para Moscú. También se rememora que, al término de la Guerra Fría, Estados Unidos aseguró a Rusia que la alianza no se expandiría ni una pulgada hacia el Este, como lo explicó en un documentado estudio la destacada historiadora estadounidense Mary Elise Sarotte. La promesa existió, pero nunca fue recogida en un acuerdo internacional formal y explícito y, al parecer, fue revocada posteriormente ante la aspiración de varios países de Europa del Este, preocupados con fundadas razones de su propia seguridad, de incorporarse a la alianza, como efectivamente sucedió.

Sea como fuere, en febrero de 2022 la opción ucraniana de unirse a la alianza se veía muy distante. Varios miembros europeos de la OTAN consideraban que era una medida imprudente y que, además, Ucrania no reunía los requisitos para adherir a ese organismo. Tampoco Washington parecía muy inclinado a impulsar la adhesión. Solo los miembros de Europa del Este favorecían la posibilidad. En ese contexto, la decisión rusa de atacar a Ucrania respondió más a un intento de cambiar su régimen político, “desnazificar” en el particular vocabulario de Putin y, también, a una guerra de conquista para sellar la anexión de Crimea de 2014 y consolidar la separación de la región del Donbass, donde las mayorías prorrusas proclamaron las repúblicas separatistas de Donetsk y Lugansk. ¿Se acercó demasiado Occidente a Rusia? La pregunta supone un derecho preferencial de Moscú a mantener su propia zona de influencia en su vecindario cercano, una idea que se remonta a la época de los zares y que se proyectó con gran fuerza durante el período soviético, en que su zona de influencia se extendió a gran parte de Europa del Este, el Cáucaso y Asia Central. Pero si le reconocemos el derecho a Rusia de garantizar su particular concepción de seguridad ¿no tienen el mismo derecho sus vecinos, algunos de los cuales fueron anexados por Moscú, como Lituania, Letonia y Estonia, mientras que otros fueron intervenidos para convertirse en satélites de la Unión Soviética? Y si Rusia tiene derecho a intervenir en un país vecino para cambiar su gobierno,

¿no es una reedición de la doctrina de soberanía limitada que utilizó Moscú para aplastar las rebeliones de Hungría en 1956 o Checoslovaquia en 1968?

No conocemos el desenlace de la guerra de Ucrania. Este puede convertirse en un conflicto prolongado, infligiendo un enorme sufrimiento a millones de ucranianos y rusos, generando inestabilidad en todo el mundo y alimentando una severa crisis económica. Rusia tiene la capacidad de sostener la acción militar, y la resistencia ucraniana ha superado todas las expectativas: ahora cuenta con el apoyo militar y económico de una Europa sorprendentemente unida y de sus aliados de América del Norte. Paradójicamente, Putin logró transformar a la Unión Europea en un actor político de primer orden en este conflicto, provocó un cambio profundo en una Alemania tradicionalmente pacifista y más bien conciliadora con Rusia; revivió la razón de ser de la OTAN e hizo que Suecia y Finlandia finalmente consideraran seriamente adherir a la alianza, acercándolas más a una extensa frontera rusa. Y si alguna duda había sobre la identidad nacional ucraniana, Putin contribuyó a despejarla: Ucrania existe como nación.