Vías sustentables: más allá del pavimento
Las diversas rutas que se diseñan en el país afectan el territorio y las actividades económicas y sociales que en él se desarrollan. Por eso, el gasto directo de inversión en infraestructura vial no debe ser el único criterio para analizarlos. En el caso de las carreteras, todas las obras deben constituirse como intervenciones físicas destinadas a otorgar conectividad, accesibilidad y movilidad a lo largo del tiempo, de acuerdo a las necesidades de los países y de las condiciones ambientales locales.
La infraestructura vial constituye el soporte físico del sistema de transporte. Tradicionalmente se ha concebido como una obra cuyo fin es permitir el desplazamiento de vehículos al menor costo posible. Este paradigma resulta razonable cuando los recursos son escasos y la tasa de motorización es baja, puesto que permite reducir lo más posible la inversión en este ámbito, liberando recursos para otras necesidades de inversión social. Sin embargo, la evidencia empírica en Chile y el mundo ha mostrado que esta visión no permite analizar los costos y beneficios, directos e indirectos, en el largo plazo para los países.
En efecto, considerar como único criterio el gasto directo en inversión impide tomar en cuenta los costos adicionales que significa hacerse cargo de los impactos ambientales, sociales y económicos indirectos, propios del desarrollo de la infraestructura. Lejos de intervenir una franja lineal sobre la cual se construye, esta afecta el territorio y las actividades económicas y sociales que en él se desarrollan.
Por otro lado, tampoco admite la posibilidad de adaptarse a las necesidades emergentes en materia de uso de suelo, desarrollo económico, localización de nuevas actividades e impactos indirectos provenientes de la simbiosis entre la actividad económica, el uso productivo del territorio y las necesidades de desplazamiento de las personas, bienes, insumos y productos.
Esta visión ha cambiado radicalmente en la actualidad. Hoy se reconoce que las obras viales producen impactos en diversas dimensiones de la vida de las naciones. En la economía, la integración territorial, la equidad, la salud, el ambiente y el territorio, el empleo, la tecnología, la institucionalidad, la estrategia y la seguridad nacional. Estas son algunas de las áreas que se tienen en cuenta al momento de concebir, planificar, proyectar y operar las redes de carreteras. Un ejemplo es el redescubrimiento de la Ruta de la Seda (una red de rutas comerciales que se emplazó en el siglo XV, entre Asia y Europa). El término fue creado por un geógrafo alemán y podría producir impactos, positivos o negativos, a escala global. En particular, me quiero concentrar en dos aspectos: ambiente y territorio, por cuanto son los conceptos emergentes que articulan la concepción moderna de las redes de rutas. Para ello, utilizaré como ejemplo la red vial de nuestro país.
Territorio de contrastes
La sustentabilidad es un atributo propio de un sistema que nace, se desarrolla y se mantiene en el tiempo, en función de las acciones que se emprenden para ello, y bajo el supuesto de que genera beneficios intergeneracionales. En el caso de las carreteras, estas acciones se manifiestan como intervenciones físicas destinadas a otorgar conectividad, accesibilidad y movilidad a lo largo del tiempo, de acuerdo a las necesidades de los países y de las condiciones ambientales locales.
Chile posee tres cualidades distintivas que transforman el concepto abstracto de sustentabilidad en una necesidad para preservar nuestra infraestructura, como soporte del desarrollo.
El primero de ellos es la forma. Por un lado, la extensión de norte a sur lo expone a una variabilidad climática notable: zonas desérticas, zonas mediterráneas secas, selva lluviosa valdiviana, zonas lluviosas y frías, campos de hielo y tundras que imponen condiciones naturales absolutamente diferentes a las infraestructuras. La corta distancia entre la cordillera de los Andes y la costa, ocasiona que los cursos de agua sean principalmente torrentosos y alimentados por regímenes de precipitaciones pluviales y nivopluviales que varían de norte a sur. Además, geológicamente Chile convive con la actividad volcánica y sísmica, dada su particular posición respecto de la interacción entre las placas de Nazca y Sudamericana, así como el punto triplaca emplazado en la Patagonia.
En una dimensión complementaria, la lógica del poblamiento y de la actividad económica, derivada de aspectos históricos-culturales-ambientales, determinan un patrón de uso económico y de poblamiento del territorio funcional a la diversidad de condiciones climáticas, geológicas y de habitabilidad de norte a sur, lo cual moldea la lógica del desarrollo del sistema de transporte y de las limitantes que impone el territorio. En efecto, en el norte del país la población se concentra en el borde costero y la actividad económica predominante es la pesca y la minería; en el centro del país emergen la actividad industrial, de servicios y de desarrollo tecnológico que se concentran en las ciudades mediterráneas.
En el centro-sur, en cambio, la actividad se transmuta hacia la agroindustria y la pesca, agrupadas en el valle central y la costa. En tanto, en el sur y la Patagonia se acentúa la actividad silvoagropecuaria y ganadera, en conjunción con la pesca. A esto puede añadirse la estructura de concentración de la población, en su mayoría en la zona central del país.
La diversidad de condiciones del país lleva a concluir que nuestro sistema de transporte debe responder en su concepción, diseño, construcción, mantenimiento y desarrollo a esta inmensa variedad. Un camino no puede ser igual en Arica, Santiago, Concepción o Punta Arenas, incluso cuando cumplan el mismo propósito. Deben estar contextualizados según las condiciones locales, para cumplir eficientemente su propósito.
ROBUSTEZ Y REDUNDANCIA
La sustentabilidad se construye sobre la base de tres pilares: económico, social y ambiental. Ellos se expresan y soportan en el territorio dadas sus condiciones naturales. Si estas cambian, la forma en que interactúan se modifica, por lo cual el equilibrio entre ellos, la sustentabilidad, también cambia. Por eso, en el sistema de carreteras, el equilibrio entre los costos, la accesibilidad, la movilidad y las características socioambientales se transforman.
Esto es particularmente importante cuando los cambios en el territorio son disruptivos y no recurrentes, como puede ser un sismo de gran magnitud, que afecta a grandes extensiones del territorio, o disruptivos y recurrentes, como las precipitaciones intensas durante el invierno altiplánico. Estos obligan al país a realizar inversiones no programadas para atender emergencias y recuperar la conectividad y las condiciones de operación del sistema de vías.
Asimismo, la respuesta de la red vial frente a un contexto cambiante está determinada por su robustez y redundancia. Robustez, en términos de su capacidad de resistir los efectos físicos de eventos disruptivos manteniendo su operatividad; y redundancia porque debe disponer de alternativas que permitan mantener su operatividad ante interrupciones por daño físico.
ADAPTARSE A LO LOCAL
La idea moderna del diseño de sistemas de carreteras se hace cargo de este aspecto a través de los conceptos de “diseño sensitivo al contexto” y de “diseño por desempeño”. El primero busca lograr proyectos flexibles, adaptados a las condiciones locales, para atender las particularidades socioterritoriales. Además, persigue armonizar las buenas prácticas de la ingeniería con el ambiente natural y construido, a fin de obtener un equilibrio entre la movilidad y confiabilidad del sistema de autopistas; la minimización de los impactos ambientales y los intereses comunitarios; la seguridad, la calidad y durabilidad de la infraestructura; los costos de inversión en mantenimiento y operación durante el ciclo de vida; la estética y los valores patrimoniales.
El diseño por desempeño, por su parte, concibe a las autopistas como un constructo físico destinado a proporcionar a las comunidades servicios de transporte, por lo cual se debe maximizar la calidad de dicho servicio. Esto implica minimizar el riesgo de interrupción de la red, minimizar los impactos ambientales directos, minimizar los costos de transporte y maximizar la seguridad y confort. De este modo, constituye una condición técnica sobre la cual se sustentan las acciones destinadas a lograr diseños seguros, integrados al sistema natural, que preserven los valores comunitarios, que cumplan con los objetivos de transporte y se mantengan operativos dadas las condiciones del territorio en el cual el sistema se emplaza.
Los principales desafíos para alcanzar este enfoque surgen de manera natural al visualizar los problemas de la práctica actual. En efecto, todavía prevalece el concepto de “mayores ingresos, alta velocidad y mejor calidad al menor costo”. Los estándares convencionales aún no logran integrar de forma práctica los conceptos de contexto y flexibilidad en el diseño en sus guías y manuales, por lo cual es necesario fomentar un marco de trabajo que involucre tanto la función de movilidad como las características no asociadas al tráfico del lugar. Es decir, pensar más allá del pavimento.
Participación pública inteligente
Es necesario involucrar la participación pública inteligente en el desarrollo de proyectos complejos. Estos desafíos demandan la innegable tarea de integrar conocimientos desde diversas dimensiones de la vida nacional, puesto que resulta necesario investigar, desarrollar e innovar en soluciones que permitan, en la práctica, contar con un sistema de carreteras conectado con su contexto, robusto, redundante y sustentable. En este camino, son seis los desafíos a tener en cuenta:
- Formativo: crear capacidades en las universidades para la formación de nuevos profesionales, con énfasis transdisciplinarios.
- Investigación y desarrollo: adaptación y creación de modelos, técnicas y métodos que permitan comprender de manera más precisa los ambientes locales.
- Tecnológico: desarrollar nuevas tecnologías en el diseño y en la captura de datos que permitan reducir, por ejemplo, la huella de carbono de la infraestructura.
- Vías resilientes: adaptar el sistema de carreteras a ambientes cambiantes, sin que sufra menoscabo su operatividad.
- Normativo: elaborar normas ad hoc propias, basadas en la investigación y el desarrollo local, contextualizadas según los fenómenos locales.
- Paradigmas emergentes: adaptación continua a nuevos contextos como la electromovilidad o la conducción autónoma.
- Sociotécnico: centrar el diseño del sistema de transporte en los ciudadanos, entendiendo a los usuarios como una parte fundamental de su funcionamiento.
PARA LEER MÁS
- De Solminihac, H.; Echaveguren, T.; Chamorro A. (2018). Gestión de Infraestructura Vial, Tercera Edición. Ediciones UC.
- Echaveguren, T., Chamorro, A.(2017). “Beneficios Sociales de la Resiliencia”; en de Solminihac, H. y González, E. (Editores). Aportes al sistema de evaluación social de proyectos de Chile, página 83 96. CLAPES UC.