• Revista Nº 167
  • Por Hans Murh

El libro que me marcó

Confieso que he vivido

Soy un lector anárquico aunque constante, por lo que en cada una de las fases de mi existencia tuve algún libro que me guiaba, incentivaba mi imaginación, aumentaba mis conocimientos o me acompañaba en mis creencias. Así como otros que rebatían porfiadamente mis propios argumentos de vida, por lo que me es difícil optar por un solo título, desechando a los demás.

Cada uno de los libros que ha pasado por mis manos ha sido importante para mí. Son inolvidables mis primeras lecturas de El Principito, de Antoine de Saint-Exupéry. El maravilloso viaje de Nils Holgersson, de Selma Lagerlöf, y Las aventuras de Mowgli, de Rudyard Kipling. Los cuentos de Ray Bradbury y las inquietantes letras de Hermann Hesse, en Demian. En las últimas lecturas que he abrazado ahora en la tercera edad hay desde tratados de historia hasta los sutiles poemas de Jaime Huenún. Entre tantos otros que olvido injustamente.

Pero hay un texto que me acompaña hace muchos años. Que leí por primera vez en la adolescencia, en plena dictadura militar y que releo cada vez con más interés. No es que su prosa me obsesione. Tampoco la estatura de su autor, ni el momento histórico en el que lo leí por primera vez, lo que sin duda podría entenderse como un atractivo especial, sino la forma en que va hilando cada uno de los recuerdos que evoca. Me sorprende esa mirada aguda que retrata lo que vivió en su niñez, con recuerdos plagados de perfumes, sensaciones, silencios. Me seducen las descripciones de esa selva fría que conoció en su tierra natal, su primer viaje al mar y su llegada a la capital a esa cofradía de poetas y patanes. Me atrae la aventura de su paso por la cordillera y el cómo describe magistralmente otros mundos que conoció. Se percibe en él su capacidad de asombro y su ironía. Esa voluntad de reírse de sí mismo y de los demás. Incluso su voluntad de confesar públicamente sus peores pecados, se hace patente en cada palabra y en cada frase. Sus aventuras amorosas y sus desvaríos políticos, nada falta en sus confesiones.

He leído a otros, párrafos geniales acera de lo que harían si nacieran nuevamente, como en Borges cuando asegura que “comería más helados y menos habas, tendría más problemas reales y menos imaginarios…”. Sin embargo, nada se compara a Confieso que he vivido, obra póstuma de Pablo Neruda, que recoge las últimas palabras de quien fuera el más grande poeta, para algunos, y de quien celebro también esa escritura pausada de quien sabe que vivió mucho y que la muerte lo espera a la vuelta de la esquina.

Todo en su lectura me cautiva, me cuestiona y me enseña a soñar nuevamente. En sus letras se asoman furtivos mis propios recuerdos y me interpelan. Quizás porque me acerco peligrosamente a la edad de su muerte, sus descripciones me transportan a mis propias experiencias y vislumbro, como en un espejo, algunos pasajes de mi propia vida. Veo sus errores y reconozco los que yo cometí, y en su mirada aguda siento todas esas vivencias que me pasaron desapercibidas y que ahora la memoria me trae porfiadamente al presente, para recordarme cada día lo que hice y lo que dejé de hacer.

CONFIESO QUE HE VIVIDO

CONFIESO QUE HE VIVIDO

Pablo Neruda, Confieso que he vivido, Seix Barral, Ensayo Literario, 2018