• Revista Nº 167
  • Por Tamara Galleguillos
  • Obras Ignacio Valdés y Juan Subercaseaux

Dossier

Abusos: las conductas que perpetúan el dolor

Aunque en los últimos años el abuso sexual infantil ha ocupado espacio en los medios de comunicación, debido al surgimiento de casos emblemáticos, aún existe mucho desconocimiento en la sociedad en general. Por lo mismo, es imprescindible tornar las dinámicas que privilegian la negación y la disociación en afrontamientos resilientes del conflicto, protegiendo a niñas, niños y adolescentes y así reparar décadas de daño. No patologizar al victimario y empatizar con las dificultades de la víctima para entregar su testimonio constituyen parte del aprendizaje.

 

La OMS dice que 1 de cada 5 infantes ha vivido algún tipo de victimización sexual a lo largo de su vida. Cifras en España y Chile explicitan que 1 de cada 4 niñas y 1 de cada 10 niños han sido vulnerados sexualmente. En Estados Unidos y Canadá, un 20% de los niños o niñas habría sido violentado sexualmente.

A esto se debe sumar la cifra negra en lo que a violencia sexual se refiere, números que hasta ahora no tenemos cómo trasparentar, pues contamos solo con los casos que se denuncian, esto sería en un 20% o 25% de los casos. Enfrentar este problema de salud pública significa saber más acerca del abuso infantil propiamente tal, de sus nefastas consecuencias psíquicas y de las dinámicas individuales, familiares y sociales que lo favorecen y perpetúan.

 

DEJAR DE PATOLOGIZAR A LOS AGRESORES SEXUALES

Frente a una emoción demasiado intensa, un individuo reacciona “desconectándose” –fenómeno que en la jerga psiquiátrica se conoce como “disociación”– o tiende naturalmente a la negación y a la represión como otros mecanismos de defensa psíquicos. Dichas reacciones pueden extrapolarse a los sistemas familiares y la sociedad en general. Para los expertos, mantenernos en la ignorancia acerca de lo prevalente del trauma psíquico y sus consecuencias ha sido una forma de mantenernos ajenos al dolor y a la atrocidad. Sin embargo, esta forma de funcionamiento perpetúa la ocurrencia del abuso sexual y boicotea la reparación del daño llegando, por el contrario, a retraumatizar a los sobrevivientes.

Un elemento importante que se conoce poco, pero que lleva con frecuencia a enjuiciar a las víctimas en vez de a los victimarios, es la idea de que alguien que comete un abuso sexual “debe estar enfermo”. Cifras del Servicio Médico Legal de Santiago de Chile sobre abusadores sexuales infantiles reportaron que menos del 12% de ellos tenía algún cuadro psiquiátrico y solo en el 1% de los casos el cuadro psiquiátrico justificaba la conducta, siendo aquellos los únicos inimputables (sin responsabilidad criminal). Estudios en España muestran un porcentaje importante de uso de sustancias (41%) y en algunas investigaciones se plantea un 20% de parafilias (trastornos sexuales), pero también se descarta que el abuso sea una conducta irrefrenable o psicótica.

No existe un perfil específico de “abusador sexual infantil”. Sabemos que en su mayoría son hombres (90 a 99%), cerca de la mitad son conocidos e incluso familiares, en algunos estudios el padre biológico es el agresor hasta en un 40% de los casos.

Quienes agreden sexualmente pueden verse iguales al resto de los hombres, provenir de todas las esferas profesionales, estratos sociales y ningún grupo parece estar exento del riesgo de cometer estos delitos.

No todos los que cometen abuso sexual de menores de edad son pedófilos (adultos cuyo objeto de deseo sexual son las niñas o niños). Existe un número importante de abusadores sexuales infantiles “situacionales”. Estos tienen atracción sexual por adultos, pero cometen abuso infantil en situaciones de estrés, ira, aislamiento, consumo de sustancias, compensación de baja autoestima, compensación de pobre rendimiento sexual con adultos u otros. Hay pedófilos exclusivos, pero también hay pedófilos no exclusivos, es decir que sienten atracción por menores y por adultos. Por otro lado, no todos los pedófilos cometen abuso sexual, es decir, no todos son pederastas, algunos logran dejar en la fantasía su deseo sexual. Esto nos permite deducir que tener una parafilia no lo obliga a cometer un delito.

Es importante dejar de patologizar a los agresores sexuales. Esto facilita la denuncia y los procedimientos judiciales, ya que no se observa al abusador como una víctima de un trastorno, la familia no se confunde pensando que tiene que protegerlo a él y no a quien hizo la develación.

Que alguien tenga una vida familiar heteronormada, que sea conocido como buena persona o profesional o un buen samaritano en otras áreas de la vida, no lo excluye de cometer abuso sexual.


Delitos sexuales: balance primer trimestre 2021

Ad portas de la implementación de la segunda fase de la Ley 21.057, que regula las entrevistas videograbadas y otras medidas de resguardo a menores de edad víctimas de delitos sexuales, las cifras acerca de las denuncias recibidas en la PDI revelan que la mayor cantidad de afectados se encuentra en este grupo etario.

En los tres primeros meses de 2021, a nivel nacional, la Policía de Investigaciones registró un total de 1.686 víctimas y denunciantes en casos de delitos sexuales. Este número representa un 5% de aumento respecto de los 1.598 casos que se presentaron en 2020, durante el mismo período.

De este universo, el delito más frecuente es el de abuso sexual contra niños y niñas de menos de 14 años de edad, con 589 casos en 2020 y 691 en 2021. Si bien esto es un 17% más, el delito con mayor porcentaje de aumento (113%) fue el “abuso sexual de mayor de 14 años por sorpresa y/o sin consentimiento”, que pasó de 75 víctimas a 160.

LA LEY DEL SILENCIO

Por otro lado, existe una dinámica del abusador con su víctima y con los terceros que los rodean, que corresponde al llamado “sistema abusivo” e involucra siempre abuso de poder. Si la relación es íntima, sea un padre o un hermano o profesor, en ella se produce una relación de dependencia, donde la víctima se siente ambivalente, pues por medio de engaños y coerciones el abusador lo hará sentir responsable, culpable e incitador de las situaciones perversas.

El perpetrador confunde a la víctima haciéndolo creer que está en el contexto de un juego, un acto educativo o un “pacto”. Que develar lo que sucede significa cometer traición y, además, quedar expuesto a no ser tomado en serio y a ser desacreditado. Se instaura la “ley del silencio”. Por lo general, la víctima dejará de cuestionarse si lo que sucede es un acto malicioso del abusador, pues se sentirá partícipe de un “nosotros”. Tardará años, incluso una vez cesados los abusos, en poder entender qué es lo que realmente sucedió, puede llegar a costarle saber si realmente ocurrió, dudando de la realidad, sin entender si lo soñó o inventó. Será un trabajo psicoterapéutico duro asumir, además, que no tuvo la culpa y que no merece castigo por lo sucedido.

Los terceros, por su parte, no ven o no quieren ver porque una situación de abuso trae cambios para todo el sistema, se pasan por alto las señales y cuando las víctimas se atreven a develar, se puede cumplir la profecía del abusador, entonces son desacreditadas y a veces, incluso, agredidas. Se les enjuicia desde el completo desconocimiento de cómo funciona el trauma psíquico. Los cercanos se preguntan “¿por qué no habló antes?” y plantean frases como “nadie se olvida de cosas tan importantes”, o “¿cómo sabes si en realidad lo soñaste?”. Solicitan detalles, fechas, lugares y toda clase de datos que le den “solidez” a lo que está contando, cuestionan: ¿cómo puede ser que aquel conocido como un hombre ejemplar pudiera haber hecho algo así? Ya sea por la negación y el rechazo o por el terremoto que significa para una familia asumir algo de esta envergadura, para las víctimas es más sencillo retractarse, ser tildados de mentirosos y de malas personas, eso le asegura volver a un falso equilibrio y no sentirse como “quien quebró a la familia”. Es llamativo que todos esos apelativos muchas veces se atribuyen a las víctimas y no a los victimarios.

Cuando en la familia los encargados de proteger no creen o no hacen nada ante la develación de un abuso, el daño a la víctima es mayor, esto retraumatiza, aumentando la sensación de abandono y de maltrato, además puede cronificar el abuso de tal manera que, paradojalmente, el agresor se convierta en el “único vínculo seguro”.

 

Fuente: Centro de Estudios Fundación Anar, “Abuso sexual en la infancia y la adolescencia según los afectados y su evolución en España (2008-2019).

ESTAR ALERTA A LAS SEÑALES

Los autores expertos en trauma psíquico señalan que quienes sufren eventos traumáticos tales como violencia sexual repetida en la infancia o la adolescencia presentan una serie de secuelas. Además de los síntomas conocidos del estrés postraumático, hay otra gama extensa de sintomatología: fallas en la autorregulación emocional y fisiológica, alteraciones en la construcción del sí mismo, fallas en la integración del yo, de la conciencia y de la temporalidad y diversas dificultades en las relaciones interpersonales.

La historia de una niña o un niño puede cambiar completamente a partir de poner atención a algo que comenta, creerle que está sucediendo algo que le perturba, estar dispuesto a ver más allá de lo que no se quiere ver. Y, por supuesto, tomar acciones como enfrentar al abusador, sacarlo del hogar, denunciar y proteger al menor, esos son factores protectores para la víctima.

Nos parece importante mencionar “la normalización del abuso” como un factor que también mantiene dinámicas abusivas, por ejemplo, cuando frente a la develación y la queja de la víctima acerca de sus secuelas psiquiátricas, la madre dice: “A tu abuela, a mí y a tu tía nos pasó lo mismo y aquí estamos, de lo más bien”. En verdad, nadie está tan bien después de sufrir violencia sexual. Prueba de ello es que el abuso suele ser transgeneracional, es decir, varias generaciones sufren violencia sexual en patrones que se repiten como si fuera inevitable, esto tiene bases psicológicas, pero también biológicas. Quienes no tratan sus vivencias de violencia, sin siquiera sospecharlo pueden exponer a sus cercanos a las mismas situaciones, así como “traspasar” el trauma de diversas formas a sus descendientes.

Existe una serie de comportamientos familiares que ayudan a prevenir el abuso sexual, como propiciar espacios de comunicación efectiva con las hijas e hijos, hablar de sexualidad de acuerdo con su etapa del desarrollo, dar información concreta acerca de autocuidado. Entregar a los niños y niñas la posibilidad de apegos seguros.

Nuestra respuesta como sociedad, el sistema policial, de justicia y de atención de salud tienen falencias mayores en la protección de las víctimas, se considera poco el trauma psíquico y se desconoce lo mucho que influye el trauma en lo que, por ejemplo, un proceso judicial exige: relatos explícitos, detallados y específicos, evidencia de lesiones físicas, exposición reiterada a la víctima a repetir su relato frente a desconocidos, entre otros aspectos.

Aún existe negacionismo de la existencia y la gravedad del problema en la sociedad, por lo mismo resulta imprescindible tornar las dinámicas que privilegian la negación y la disociación en afrontamientos resilientes del conflicto, protegiendo a nuestras niñas y niños e intentando reparar décadas de daño.

 


Casi un 100% de imputabilidad

Con el objetivo de determinar el perfil de un agresor sexual se seleccionó y estudió una muestra de peritajes realizados a agresores sexuales el año 2002, en el Instituto Médico Legal de Santiago. Los resultados de esta investigación confirman los altos índices de imputabilidad: 95,8% para los abusadores y 100% para los violadores. En el primer grupo solamente un 3,1% aparece como semiimputables y un 1,0% como inimputables.

PARA LEER MÁS

  • Batres, G.; Del ultraje a la esperanza, Instituto Latinoamericano de Naciones Unidas (Ilanud), 1997.
  • Aliaga, A.; Dresdner, R.; Gutiérrez, O.; Martínez, M.; “Perfil de agresores sexuales”, Instituto Médico Legal de Santiago, 2002.
  • Centro de Estudios Fundación Anar, “Abuso sexual en la infancia y la adolescencia según los afectados y su evolución en España (2008-2019)”. Madrid, España, 2020.
  • Hillis, S.; Mercy, J.; Amobi, A. Kress, H. “Global prevalence of past-year violence against children: A systematic review and mínimum estimates”, en Pediatrics. Volumen 137, marzo 2016.