En la fotografía una mapuche con un kultrun
  • Revista Nº 164
  • Por Revista Universitaria
  • Fotografías Delight Lab

Dossier

Agua: la fuente de la vida

El agua, al ser un elemento tan vital para los seres humanos, estimuló la imaginación de los pueblos antiguos, los que crearon ritos y poéticas en torno a ella, aportando sentido a la vida de cada etnia.

Es clásico el ejemplo de  Egipto, que con las inundaciones del Nilo aseguraba la existencia de su población por un año más, lo que los llevó a crear un mito de la Creación relacionado.

Algo similar sucedió entre los pueblos originarios de Chile, en particular en cuatro de ellos. Si la cultura madre de la América del Sur fue Tiwanaku, no es casual que ella surgiera en torno al Lago Titicaca, el más dilatado en esta parte del mundo, de cuyas aguas habría emergido la pareja original, los primeros padres humanos.

De manera similar, como un eco que se propaga, surgirán posteriormente otras culturas lacustres, desde la actual Colombia por el norte, hasta el norte de Chile, en especial junto al tutelar Lago Chungará, en la cordillera de la Región de Arica-Parinacota. En su entorno surgieron una serie de aldeas altiplánicas, las que tendrán en la avifauna –tal como se observa gráficamente en sus expresiones artísticas– una alimentación básica tanto y más importante que su ganadería auquénida.

Contaban sus sabios, los amautas, que en algún tiempo hubo “un mundo del sol” que sufrió una larga sequía. Cuando todo parecía perdido, ahí llegó “el mundo del agua”, y de ella, de sus profundos lagos andinos, nacería la nueva vida.

 

Una copa de agua con la frase recuperaremos el agua proyectada

En la cultura de Atacama, ante el desafío del desierto no podía faltar el elemento vital como tema central de su vida y una prolija tecnología relacionada. Hasta el calendario estaba determinado por el ciclo de los deshielos, por el tiempo de las ofrendas a las aguas precordilleranas, por el de la limpieza de los canales y, asimismo, la ubicación de sus asentamientos –junto al esforzado río Loa y el Salado o cerca de salares de aguas ocultas– siguió el mismo curso fluvial, apegándose a la precordillera para estar cerca de sus fuentes. Con infinito cuidado y delicadeza, sus canales lograron regar sus prolijos andenes, de siglo en siglo.

El habitar pikunche y mapuche ha sido descrito como “fluvial”, como afirmara José Bengoa. Por sus asentamientos y economía estos pueblos también hicieron ingresar a este elemento en su imaginario:

“las aguas de lluvia son hilos celestiales que comunican a los dioses con los hombres –que incluye un elíxir de vida llamado pulpul– y se vuelven blancas en las alturas nevadas de los volcanes; luego, bajo el arder del sol, se derrite y desliza por los esteros sonoros hacia los valles, hasta confluir varios en la formación de los anchos ríos junto a los cuales se nace, se vive y se es enterrado. Sobre sus aguas pueden navegar las almas para internarse en el océano y llegar hasta el horizonte, el que toca el cielo, para ascender hacia lo alto”.

 

copa de agua con una frase proyectada

Significativa es la existencia de un Señor del agua en la cultura mapuche, el Ngenco, encargado de observar la calidad del vital elemento de consumo para advertir a tiempo de una alteración eventual. Su símbolo era un sapo, el que, justamente, al alimentarse de insectos del líquido detenido, evitaba que este se estancara y descompusiera.

El habitar huilliche, lacustre como el aymara, llamará la atención del español. Pintoresco, con sus pequeñas huertas cercadas de cañas delicadas, transmitía una sensación de paz y quietud como no la conocieron en otra parte de Chile; era como si los lagos, de abundantes y traslúcidas aguas, quietas habitualmente –aunque puedan encresparse a veces–, transmitieran esa misma actitud de vida, tan serena, a los seres humanos.


El elemento sagrado se proyecta en el presente

Las fotografías que acompañan este artículo corresponden a la obra Espíritu del agua, de Delight lab (estudio chileno de arte & diseño que trabaja en torno a la luz, el sonidos y el espacio, dirigido por Andrea y Octavio Gana), presentada en Teatro a Mil 2021. Esta busca intervenir con relatos una serie de copas de agua para hablar, desde los mismos contenedores, sobre lo que hay o hubo en su interior, pero desde la perspectiva de la sabiduría ancestral. Son cuatro miradas, una norte, otra centro, sur y Patagonia, en forma de cuentos, donde las torres toman vida y hablan para contar un cuento relativo a la cosmovisión del vital elemento; porque el agua va más allá de un recurso: es como la vida misma.

“Del agua salimos y al agua volveremos. Hemos sido río, vapor y hielo. Hemos andado en corrientes que suben y bajan, que se hunden en la tierra o se disuelven en el mar. El océano es el gran espíritu del que todo emerge y al que todo regresa; somos fragmentos de él, lágrimas de gozo o tristeza que salen en cuerpos y regresan en espíritu”(Galo Ghigliotto).